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La Universidad de Caracas nunca estuvo en Sartenejas

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            A pesar de que el decreto de creación de la nueva universidad para el área metropolitana de Caracas fue firmado el 18 de julio de 1967, fue recién a principios de 1969 cuando se vinieron a escuchar las más airadas protestas contra la naciente Universidad de Caracas. Aun cuando se señaló que la nueva institución mermaría los ya de por sí escasos recursos que el Ejecutivo asignaba a la Universidad Central de Venezuela, que simplemente se estaba desvistiendo a un santo (impuro según la óptica de muchos) para vestir a otro (inmaculado por no haber intentado todavía cruzar el pantano), el grueso de la polémica giró en torno al nombre. Nunca se imaginaron ni Héctor Isava ni Mercedes Fermín, en la turbulenta sesión del Consejo Universitario de la Universidad Central de Venezuela de enero de 1967, donde de hecho nació la Universidad Simón Bolívar, que los lazos entre ambas universidades iban a ser tan estrechos. En Sartenejas no sólo se dio el trasplante sin rechazo de un fogueado grupo de trabajo proveniente de la Facultad de Ingeniería de la Central, sino que la nueva institución llevó durante casi dos años el nombre bajo el cual fue fundada el 22 de diciembre de 1721 la Universidad Central de Venezuela: Real y Pontificia Universidad de Caracas.
            De muchachos, los alumnos de la Escuela Aranda de San Juan de los Morros
gritábamos alborozados ¡hoy no hay escuela! cuando se suspendían por alguna razón las clases y no creíamos equivocarnos, a pesar de que los mayores insistían en que nadie había derribado la escuela. Tal criterio, arraigado en mí desde muy joven, de que son las aulas y los laboratorios llenos de estudiantes, es decir las clases, lo que le da vida a una institución educativa, fue el que usé para acuñar el título de esta crónica. La versión original, publicada en 1988 con ocasión del vigésimo primer aniversario del Decreto de creación, salió impresa con ese mismo nombre. Como no conservé la versión electrónica original, lo cual me pasa hasta con los archivos más recientes, decidí hacer una versión algo más ligera, animado por mi participación en la serie de programas de televisión “Así lo recuerdo…” que el Decanato de Extensión de la Universidad Simón Bolívar ha empezado a lanzar al aire desde enero del presente año 2014. Las caricaturas de los rectores Jesús María Bianco y Eloy Lares Martínez son de mi autoría e ilustraron la publicación original.
            Para enero de 1969 todavía no se habían edificado las primeras aulas para albergar a los estudiantes de la nueva universidad, pero el anuncio de que las clases se iniciarían en octubre de ese año, la casi certeza de que pronto “habría escuela”, provocó en la Universidad Central de Venezuela, mi alma mater, una apasionada reacción cuyo clímax lo constituyó un enfrentamiento entre los rectores de ambas instituciones, que por poco convierte a las antiguas instalaciones del Ministerio de Educación, allá en la esquina del Conde, en la propia Calle Real, en un improvisado ring de boxeo. En ese enero, compás de espera para la entonces inédita transmisión de mando entre dos presidentes de diferentes toldas políticas, el clima en la Universidad Central estaba caldeado por la hoy tristemente célebre renovación académica, coletazo del mayo francés de 1968. Ya hablaré del incidente, pero antes les contaré como descubrí en 1969, siete años después de haber egresado de la Universidad Central de Venezuela, que también era egresado de la Universidad de Caracas.
            En la edición del diario El Nacional del 9 de enero de 1969, Idelfonso Leal, quien en 1963 había publicado el libro “Historia de la Universidad de Caracas”, reclama lo que consideraba un nuevo despojo contra esa universidad: “…Le quitaron su casa, le transformaron sus sellos, sus viejas tradiciones, le han cambiado sus ceremoniales y hasta le cambiaron su nombre. Ahora lo van a poner en otra institución…” En esas declaraciones, el historiador aclara que después de la Independencia, al desparecer los nexos con el Monarca y con la Santa Sede, la universidad deja de ser real y pontificia y empieza a llamarse Universidad de Caracas, nombre que conservó hasta 1821. En ese año se redacta la Constitución Nacional de la Gran Colombia y en 1822, una Ley expedida en Bogotá dispone el funcionamiento de sendas Universidades Centrales para los tres Departamentos que formaban ese país. En la ley no explicaba si lo de Central era por jerarquía o por localización geográfica.  Surge entonces el nombre de Universidad Central del Departamento de Venezuela, junto con las homónimas de Cundinamarca y de Ecuador. A partir de 1830, con la separación de Venezuela de la Gran Colombia, los documentos oficiales empiezan a referirse por igual a la Universidad Central y a la Universidad de Caracas. El doctor Joaquín Gabaldón Márquez, en una exposición razonada que hiciera el 6 de enero de 1969 al Rector Jesús María Bianco, propuso el nombre de Simón Bolívar para la nueva Universidad Técnica de Caracas. En su exposición deslinda con claridad lo esencial y lo accidental, lo permanente y lo pasajero, al citar la frase lapidara “Esta ilustre Universidad de Caracas, Central de Venezuela” pronunciada en 1837 por el doctor Andrés Narvarte, considerado como uno de los más ilustres rectores y ciudadanos venezolanos.
            El doctorGabaldón Márquez, en su carácter de Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia,  se dirige el 8 de enero de 1969 al Director de esa organización Cristóbal L. Mendoza, para pedirle que tuviera a bien incluir en el orden del día de la próxima sesión dos puntos, que a mi entender se pueden resumir de la siguiente manera: 1. Sobre la conveniencia de que la nueva universidad creada por el Ejecutivo reciba el nombre de “Universidad Simón Bolívar” y 2. Que se declare que el nombre “Universidad de Caracas” corresponde histórica, filosófica, académica y lingüísticamente a la Universidad Central de Venezuela”. La Academia le dio su apoyo en la sesión del 9 de enero de 1969, el cual fue destacado en la rueda de prensa que el Rector Bianco ofreció junto con los doctores Joaquín Gabaldón Márquez e Idelfonso Leal, un día después, víspera de la reunión ordinaria del Consejo Nacional de Universidades en la cual se distribuiría la partida global del presupuesto de las universidades para el año 69. En esas declaraciones el doctor Bianco destacó que las autoridades de la Universidad Central de Venezuela veían con agrado la creación de un nuevo Centro de Estudios Superiores y que estaban dispuestos a brindarle, tal como se había hecho con las demás universidades del país, la mayor colaboración posible; únicamente objetaban que hubiesen utilizado el nombre que corresponde histórica y filológicamente a la Universidad Central de Venezuela. Añadió que la nueva universidad anunciada por el Ministerio de Educación respondía a las necesidades del país y serviría para proporcionar plazas a numerosos estudiantes que cada año se enfrentaban a la escasez de cupos; lamentándose únicamente el que se hubiese escogido el nombre que por patrimonio espiritual e histórico, le pertenecía a la Universidad Central.
            El 10 de enero pasadas las cuatro de la tarde se inició, bajo la presidencia del Ministro de Educación J. M. Siso Martínez, la reunión del Consejo Nacional de Universidades. Cuando el doctor Eloy Lares Martínez, Rector de la Universidad de Caracas, se incorporó a la reunión ya se había realizado la distribución del presupuesto. Apenas tomó asiento, el doctor Jesús María Bianco, Rector de la Universidad Central de Venezuela, pidió la palabra para manifestar que la delegación de esa Universidad —que integraban además el Vicerrector Académico José Lucio González Rivero, el Decano de la Facultad de Economía Armando Alarcón Fernández y el Delegado Estudiantil Juvencio Pulgar— se retiraba de la sesión, en protesta por la presencia de la representación de la Universidad de Caracas, en virtud de que por razones de principio, no podían aceptar otra institución con el nombre de Universidad de Caracas, por cuanto éste le correspondía histórica y jurídicamente, a la Universidad Central de Venezuela. Después de alegar las diversas razones que lo asistían, el Rector Bianco advirtió que esa actitud, en ningún caso, constituía un agravio al doctor Lares Martínez, quien había sido su maestro y a quien lo ligaba una amistad de más de treinta años. El Ministro Siso Martínez hizo uso de la palabra para indicar que el nombre dado al Nuevo Instituto Experimental de Educación Superior era inobjetable desde el punto de vista jurídico, señalando que cualquier acción de nulidad debía ventilarse ante la Corte Suprema de Justicia. El Rector Bianco recordó que la Universidad Central había sostenido la misma posición en 1963, cuando un grupo de inversores privados intentó usar el nombre de Universidad de Caracas y finalmente adoptó el de Universidad Metropolitana. Reiteró que la actitud asumida no significaba ni  una oposición a la creación  de nuevos institutos superiores de enseñanza que tanto necesitaba el país, y mucho menos la más leve repulsa al doctor Lares Martínez, distinguido profesor de la Universidad Central.
           
Eloy Lares Martínez

Jesús María Bianco
Cuando la delegación de la Universidad Central intentó abandonar el recinto, el doctor Lares Martínez, que estaba sentado en un extremo de la mesa de la sala de conferencias, se levantó e interceptó el paso al doctor Bianco, increpándole enérgicamente que su actitud era un agravio personal. El doctor Lares Martínez avanzó dos pasos, batiendo la mano derecha hacia el doctor Bianco, repitiendo en tono severo que se sentía profundamente agraviado. El doctor Bianco trato de calmarlo, expresándole que en ningún caso, y así lo había dicho antes, pretendía agraviarlo. Pero el doctor Lares Martínez le reclamó que cuando él le había informado, como su amigo, que le habían propuesto el cargo de Rector de la nueva Universidad, no le había formulado tales objeciones y, al contrario, lo había estimulado para que aceptase. Una vez calmados los ánimos la representación de la Universidad Central se retiró y al término de la reunión, el doctor Lares Martínez manifestó a los periodistas que consideraba un agravio a su persona la actitud del doctor Bianco, ya que si bien la Universidad Central de Venezuela estaba en su derecho de reclamar, por razones históricas, el nombre de Universidad de Caracas como patrimonio suyo, petición que el Consejo Universitario había decidido hacer llegar al Presidente de la República, lo correcto no era que se retiraran sino que esperaran la respuesta del presidente Leoni. La solución al problema que ese día se planteó en forma por demás dramática y apasionada, sin embargo no trajo otras consecuencias, como ya veremos, pues ni siquiera debió recurrirse a la Corte Suprema de Justicia.
            En una nueva rueda de prensa que se efectuó el día siguiente, el 11 de enero de 1969, el Rector Bianco anunció que la Universidad Central iba a incoar ante la Corte Suprema de Justica, una demanda de nulidad del nombre de Universidad de Caracas que se pretendía dar a la nueva universidad del área metropolitana. Bianco abundó sobre las razones históricas que apoyaban la posición de la Universidad Central y advirtió que si se quería rendir un homenaje a Caracas con motivo de la celebración del IV Centenario de su fundación, lo ideal era que nuestra ciudad capital mantuviera el nombre de Universidad de Caracas para la antigua institución erigida hacía más de 247 años por la monarquía hispánica. Al preguntársele si podía considerarse la creación de una nueva universidad como una medida con trasfondo político, para neutralizar la acción de la Universidad Central, el doctor Bianco contestó que no debía interpretarse de esa manera, pero que la nueva universidad tendría un mal comienzo si su funcionamiento y su posterior desarrollo pretendiera promoverse a expensas de los recursos que se restaran a la Universidad Central de Venezuela. Preguntó a su vez el doctor Bianco por qué el Ejecutivo Nacional, en lugar de crear una nueva universidad, no procedía a ampliar las instalaciones de la Universidad Central, dotándola de los recursos necesarios para su mejor funcionamiento y desarrollo. Expresó que para evitar futuras fricciones o ambigüedades entre la vieja y la nueva universidad, bien podría dársele a esta última una designación o título diferente, utilizando alguno de los grandes nombres que son legítimo orgullo de la nacionalidad, como por ejemplo “Universidad Técnica Simón Bolívar”, “José María Vargas”, “Juan Manuel Cajigal”, o “Simón Rodríguez” y no empeñarse en mantener un nombre que por derecho de su propia creación y por una tradición centenaria, correspondía legítimamente a la Universidad Central de Venezuela.
            El incidente entre los doctores Bianco y Lares Martínez trajo como secuela una solicitud de convocatoria urgente del Consejo Nacional de Universidades, emanada de los rectores de las cuatro universidades nacionales y autónomas: Jesús María Bianco (Universidad Central de Venezuela), Pedro Rincón Gutiérrez (Universidad de Los Andes), José Manuel Delgado Ocanto (Universidad del Zulia) y José Luis Bonnemaison(Universidad de Carabobo). La idea era aclarar, a la luz de una declaración jurídica con base en el texto de la Ley de Universidades, la situación de las universidades experimentales (Universidad de Oriente, Universidad Centro-Occidental y Universidad de Caracas) en el seno de un organismo que de conformidad con la citada Ley, estaba integrado por las universidades nacionales autónomas y las privadas. Ese mismo día el doctor Rafael Pizani, ex Ministro de Educación y ex Rector de la Universidad Central de Venezuela, emitió unas declaraciones que, como se vería después, contenían conceptualmente la solución que se dio a la controversia de los nombres. Abogó el doctor Pizani por una educación para los venezolanos con mayor énfasis en el aspecto técnico, justificando la creación de un Instituto de esa naturaleza para la Capital de la República. Señaló que el nombre de Universidad de Caracas, desde el punto de vista legal no podía ser impugnado con éxito por las autoridades de la Universidad Central de Venezuela, pero que el problema podía y debía ser resuelto dentro del mayor espíritu universitario, marco en el cual estaba justificada la reclamación  que venía haciéndose.
            El 16 de enero de 1969 la Academia Nacional de la Historia, en Junta Ordinaria, aprobó una proposición donde ve con simpatía e interés la idea de que a la nueva universidad se le de el nombre de Simón Bolívar, como merecidísimo homenaje al Padre de la Patria, quien tanto se preocupó por la instrucción y condensó su pensamiento en la histórica fórmula “Moral y Luces son los polos de la República, Moral y Luces son nuestras primeras necesidades”. Para el momento de esa declaración copa la atención del Consejo Nacional de Universidades la posición de la autónomas respecto a la participación en ese cuerpo de las universidades experimentales. Juvencio Pulgar, Delegado Estudiantil ante el Consejo Universitario de la Universidad Central, hablando en nombre de la Federación de Centros Universitarios respaldó el planteamiento de los rectores y señaló que las nuevas instituciones no constituían verdaderas universidades, ya que sus autoridades no eran electas, el profesorado no poseía estabilidad, no imperaba la libertad de cátedra, no existía el cogobierno ni la autonomía, ni el régimen democrático. El doctor José Pérez Guevara, en un artículo que apareció el 20 de enero, respondió a los autonomistas a ultranza, señalando el bajo rendimiento de las universidades tradicionales y vislumbrando, en el reto a la tradición que eran las universidades experimentales, una alternativa hacia la modernización de las doctrinas universitarias; el docente daba su bienvenida a la Universidad de Caracas, ya sea con este nombre o el de Universidad Metropolitana Simón Bolívar o simplemente Universidad Sartenejas. El doctor Luis Manuel Peñalver, Presidente de la Comisión Organizadora de la nueva universidad, en un artículo publicado el 24 de enero, defendió la legitimidad tanto del nombre de Universidad de Caracas y como de la existencia de las universidades experimentales, creadas por el Estado Venezolano al amparo del artículo 12 de la Ley de Educación.
            Desde fines de enero del 69 hasta principios de julio de ese año la cuestión del nombre de la universidad aparentemente no causó más revuelo, ya que el archivo histórico del Centro de Documentación y Archivo de la Universidad Simón Bolívar (CENDA) no recoge nuevas reseñas al respecto. El miércoles 9 de julio de 1969 el doctor Rafael Caldera, según Decreto número 94 de la Presidencia de la República, otorga a la nueva universidad el nombre definitivo de “Universidad Experimental Simón Bolívar”. Así el profesor Caldera, desde la más alta magistratura, ponía fin universitariamente a la controversia sobre el nombre de la quinta universidad del área metropolitana. El primero de los cinco considerandos que anteceden al Decreto que refrenda el Ministro de Educación, doctor Héctor Hernández Carabaño, señala las reiteradas solicitudes de numerosos integrantes de la comunidad universitaria sobre el cambio del nombre; el segundo considerando establece que, efectivamente, denominar Universidad de Caracas a otra universidad distinta a la Universidad Central de Venezuela, que históricamente ha sido identificada con ese nombre, podía originar confusiones y fricciones entre ellas; consideraba que la Academia Nacional de la Historia y la Sociedad Bolivariana de Venezuela habían manifestado su deseo de que la Universidad Experimental fuera vinculada al nombre del Libertador Bolívar y, finalmente, que al erigir la Universidad Experimental de Caracas se quiso honrara la capital del país, ciudad natal de Simón Bolívar, con motivo del Cuatricentenario de su fundación y que el Libertador Bolívar es la expresión más alta del patrimonio moral e histórico de la Nación venezolana. Seis días después, el 15 de ese mismo mes, es designado Rector de la Universidad Simón Bolívar el doctor Ernesto Mayz Vallenilla. Los hechos indican con claridad que el primer rector de la efímera Universidad de Caracas, embrión de la Universidad Simón Bolívar, fue el doctor Eloy Lares Martínez y que Ernesto Mayz Vallenilla nunca fue rector de esa Institución, pero sí el primer rector de la Universidad Simón Bolívar. En consonancia con los hechos aquí narrados, en nuestra querida universidad se conmemora el 18 de julio de 1967, fecha en la cual se firmó el decreto de creación de la nueva universidad, pero también se celebra el 19 de enero de 1970, cuando se dio inicio a las actividades académicas. A la primera fecha, identificada plenamente con el partido Acción Democrática se le conoce como el aniversario “adeco”, mientras que a la segunda y por las mismas razones, pero esta vez con el Partido Social Cristiano Copei como protagonista, se le denomina el aniversario “copeyano”.



Los dos aniversarios de la Universidad Simón Bolívar.

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Cada enero algunos colegas, con Roger Carrillo a la cabeza, acostumbran llamar la atención sobre los dos aniversarios que la Universidad Simón Bolívar celebra: el 18 de julio de 1967, fecha del decreto de creación que yo llamo el aniversario adeco y el 19 de enero de 1970, el aniversario copeyano. En esta última fecha el entonces primer mandatario Rafael Caldera dictó la lección inaugural, que le corresponde ser la primera clase magistral. Pero tal clase magistral no fue una sola, nada extraño en una institución que gozó de dos nombres, dos banderas y también de dos personas que se conocieron como el “Primer Rector”. Al día siguiente, el martes 20 de enero, el rector Ernesto Mayz Vallenilla dictó la primera clase magistral. Para clasificar los eventos y no entrar en estériles controversias, a la clase del Dr. Caldera se le puede llamar la lección inaugural y a la del Dr. Mayz, la primera clase magistral. El ejercicio del rectorado del Dr. Eloy Lares Martínez abarcó el lapso comprendido entre el 30 de diciembre de 1968, fecha de su designación, y el 15 de julio de 1969, cuando el Dr. Mayz Vallenilla fue designado rector. La “Universidad de Caracas”, de la cual Lares Martínez fue el primer rector, existió legalmente hasta el nueve de julio de 1969,  fecha en la cual la nueva institución de educación superior recibió el nombre definitivo de Universidad Simón Bolívar. Así que el Dr. Lares Martínez sólo fue rector de Universidad Simón Bolívar durante una semana, cuando él ya estaba de salida. Sin que nadie me lo haya preguntado, diré que el Dr. Lares tenía corriendo el preaviso desde el mismo momento de su designación, porque ésta la hizo el gobierno adeco del Dr. Raúl Leoni, cuando ya el partido Acción Democrática había perdido las elecciones presidenciales. A pesar de que el Dr. Lares Martínez gozaba de altas calificaciones académicas y quizás sólo era simpatizante de Acción Democrática, el gobierno Social Cristiano procedió a designar al Dr. Mayz, quien dicho sea de paso nunca militó en Copei. Ya sea desde un punto de vista pragmático, o aplicando la lógica de que una semana de transición no cuenta, o que la primera persona que recibió el nombramiento de rector de la nueva universidad bajo su denominación final fue Ernesto Mayz Vallenilla, a éste último bien se le puede llamar el primer rector de la Universidad Simón Bolívar. Tiene carácter anecdótico la coincidencia de la fecha de toma de posesión del  Dr. Mayz Vallenilla como Rector de la Universidad Simón Bolívar en sustitución del Dr. Lares Martínez; ésta  se llevó a cabo el 18 de julio de 1969, exactamente dos años después de la fecha del decreto de creación de la nueva universidad.
Se tenía previsto que la primera cohorte estudiantil iniciara sus clases el miércoles 15 de octubre de 1969, pero la culminación de la instalación del circuito cerrado de televisión en los dieciséis salones del Pabellón I, sumado a  la disponibilidad de tiempo del Presidente de la República para el acto inaugural, hizo que éste fuera diferido para el lunes 19 de enero de 1970. Los profesores bromeaban diciendo que sería el sábado 24 de enero, fecha en la cual el Presidente Caldera cumpliría 54 años de edad. Existe una interesante comunicación del Dr. Eloy Lares Martínez del 16 de marzo de 1969, dirigida al Dr. Rafael Caldera, donde le pone el cargo a su orden, para dejarlo en entera libertad de dar a la nueva universidad  la organización y orientación que estimase conveniente a los intereses del país. En esa misiva, el Dr. Lares Martínez aclara un poco las diversas fechas propuestas para el inicio de clases.
Aparte de la materia relacionada con el  inicio de las actividades, las actas de la Comisión Organizadora de la Universidad correspondientes a los primeros días de enero de 1970 recogen la renuncia de tres directivos: el Vicerrector Académico Francisco Kerdel Vegas, el Vicerrector Administrativo Federico Rivero Palacios y el Director de la División de Ciencias Biológicas Pablo A. Pulido M. Éste fue un efecto dominó, en un juego con muy pocas fichas. El primero en hacerlo fue el doctor Rivero Palacios, por su desacuerdo con la decisión de la Comisión Organizadora de negar la creación de la División de Ciencias de la Salud, cuyo proyecto había sido elaborado por los doctores Kerdel Vegas y Pulido, ambos profesionales de la medicina. Aun cuando las razones aludidas por estos últimos fueron de índole personal y las correspondientes misivas estaban redactadas en términos amistosos, las renuncias de Kerdel Vegas  y de Rivero Palacios son clasificadas en forma unánime por la Comisión Organizadora, en reunión del 21 de enero, como abandono de los cargos, como una acción injustificable desde todo punto de vista.
Vista de la casa del rectorado y del estacionamiento, circa 1970. Cortesía de Roger Carrillo 

Por muchos años sólo hubo una vía de entrada y salida a la zona en la cual se vino a asentar la nueva universidad: la senda recta bordeada de chaguaramos que recorría la hacienda de este a oeste y que seguía hasta El Valle, un pequeño pueblo en las afueras de Caracas. Para el primer día de actividades académicas existía un solo estacionamiento, contiguo al lado este de la casona de la vieja hacienda, que era de tierra y se le conocía como el chiquero. El profesor Carrillo recuerda que ese fin de semana llovió copiosamente en Sartenejas y el lunes 19 el cielo amaneció encapotado y el día estaba particularmente frío. Lógicamente el estacionamiento estaba totalmente anegado y más que un establo para cerdos, parecía una verdadera piscina de barro. Así que para los actos protocolares, el otrora camino de recuas que iba hacia la casa grande ahora transformada en rectorado, ese día fue transitado por modernos carruajes, que no eran movidos por tracción de sangre, sino por novedosos caballos de vapor, mas no de agua sino de gasolina. Los profesores y los 508 estudiantes fueron concentrados en el estacionamiento del centro comercial El Placer, sitio donde operaban desde mayo de 1969 varias oficinas académicas y administrativas. En la Universidad no existía ningún espacio apropiado para realizar actos masivos, al punto que las primeras graduaciones se escenificaron en toldos colocados entre los pabellones 1 y 2, luego migraron al gimnasio cubierto y sólo a fines de los años ochenta se empezaron a realizar en el conjunto de auditorios. La logística del acto se manejó a través del novedoso sistema del circuito cerrado de televisión en blanco y negro instalado en cada salón de clases. Los estudiantes fueron bajados en autobuses por secciones de 32 para que, conjuntamente con uno o más profesores, escucharan desde sus pupitres el discurso del Ministro de Educación Héctor Hernández Carabaño, las palabras del Rector Mayz Vallenilla y la clase magistral del Dr. Rafael Caldera. Ese día al profesor Roger Carrillo le tocó el honor de integrar, junto con los profesores José Santos Urriola, Ignacio Iribarren y Rene Khiel, la comisión profesoral que recibió al Presidente Caldera y a su comitiva en la pequeña puerta de entrada de la casona de la vieja hacienda; de ahí los condujeron hasta la Sala Andrés Bello donde aguardaban las autoridades. El martes 20 de enero el doctor Mayz Vallenilla dictó su primera lección magistral “Sentido y objetivos de la enseñanza superior”. Para el resto de esa semana estaba planificada la realización de las actividades de iniciación universitaria, pero a mi entender los estudiantes no regresaron hasta el 26 de enero, cuando arrancaron formalmente las clases bajo el régimen de semestres.


De izquierda a derecha: Manuel Rafael Rivero (Presidente del Consejo Supremo Electoral), José Humberto Cardenal Quintero, José Antonio Pérez Díaz (Presidente del Congreso Nacional), el rector Mayz Vallenilla y el presidente Caldera; el último de los que están sentados es el doctor Eloy Lares Martínez. Archivos de Cenda.

El Ministerio de Educación, para llenar el vacío creado por las renuncias de los vicerrectores, designó el viernes 16 de enero de 1970 al doctor en Ingeniería Agronómica Antonio José Villegas, (19/02/2010), quien era miembro de la Comisión Organizadora de la Universidad Simón Bolívar, como Vicerrector Académico y al economista Freddy Arreaza Leañez (28/12/2007), ex director de la Comisión de la Administración Pública, como Vicerrector Administrativo. El 10 de septiembre de 1969 habían sido designados como Directores de División Ignacio Leopoldo Iribarren (Física y Matemáticas) y Pablo A. Pulido M. (Ciencias Biológicas). Para ocupar este último cargo, a raíz de la renuncia del doctor Pulido ya mencionada en estas notas, el 14 de enero de 1970 fue designado el doctor Rafael Teodoro Hernández, quien formaba parte de la Comisión Organizadora de la Universidad Simón Bolívar. A principios del año 1970, el 21 de enero se designan como Coordinadores a: Segundo Serrano Poncela (Ciclo de Estudios Generales), José Giménez Romero (Ciclo Básico de Ingeniería), José Roberto Bello (Ingeniería Química), Roberto Chang Mota (Ingeniería Eléctrica), Eduardo Capiello(Ingeniería Mecánica) y Simón Lamar (Cursos de Post Grado). Para fines de ese año, el 11 de noviembre se definen los Departamentos como entidades dedicadas a crear y almacenar conocimientos y a las Coordinaciones Docentes como entidades dedicadas a la distribución y dosificación de los conocimientos almacenados en los Departamentos. El 2 de diciembre son aprobados los nombramientos de los Jefes de Departamento y Laboratorios recientemente creados para la División de Física y Matemáticas, a saber: José Antonio Pimentel (Termodinámica y Fenómenos de Transferencia), Juan León (Mecánica y Ciencia de Materiales), Simón Spósito (Electrónica y Circuitos), Eduardo Capiello (Laboratorio A), Roberto Halmoguera (Laboratorio C) y Celestino Muriel (Laboratorio G).
El tema de las dos banderas, que para mi son tres, aparece en 1987 mucho después de los hechos aquí narrados y está descrito en la obra La Universidad Simón Bolívar a través de sus símbolos de María Teresa Jurado de Baruch. La necesidad de adoptar una bandera surge en 1972, a fin de dotar de un emblema a las delegaciones deportivas. El diseño estuvo a cargo de la profesora Senta Enssenfeld, Directora de Servicios Estudiantiles, junto con los profesores John Muñoz, Argimiro Berrío y Miguel Ángel Gómez Álvarez. Ellos escogieron un rectángulo amarillo con el logotipo de la Universidad en el centro y las siglas U.S.B. bajo éste, en color negro. En la oportunidad de su oficialización, en abril de 1987, el Consejo Directivo nombró una comisión para el diseño de la bandera. Yo formé parte de tal comisión, en mi carácter de Secretario de la Universidad, junto con los profesores Fernando Fernández, Aglays Oliveros y un representante estudiantil. Del diseño anterior se cambió a azul el color del logotipo y se eliminaron las siglas, quizás necesarias en los albores de la universidad cuando nadie conocía el emblema diseñado por Gerd Leufert que todos llaman la cebolla, pero que es un pórtico inspirado en la reproducción fotográfica de un circuito impreso. Esta sería la segunda bandera, recogida en 1987 en la primera edición del libro de la profesora Jurado. A través de la segunda edición de dicha obra, aparecida en 2005, me vine  enterar que en febrero de 1994 el Consejo Directivo modificó la resolución al respecto del 10 de junio de 1987, oficializando el color negro para el logotipo.
Para concluir esta nota, quisiera referirme de nuevo a la enseñanza audiovisual, novedosa labor en la cual la Universidad Simón Bolívar quiso ser pionera. El viernes 25 de septiembre de 1970, cuando se inauguró el edificio del Ciclo Básico I, cuyo  nombre original era Ciencias Básicas I, los salones estaban dotados de televisores unidos al sistema cerrado de televisión, el cual nunca respondió a las altas expectativas que abrigaban Ángel Ara, Roberto Chang Mota y Enrique Tejera Rodríguez. Por la forma en la cual fueron encofrados los techos, los salones tanto del Básico I como del Básico II tienen una acústica pésima, pero ese no fue el único problema al cual hubo que enfrentarse. Los esfuerzos para adiestrar a los profesores en el uso del medio, en dotarlos de la correspondiente metodología de enseñanza, no llegaron a cristalizar. En último lugar, pero no por eso menos importante, el nivel freático que impera en la hacienda de Sartenejas hizo inoperante el cable que unía a los pabellones con las nuevas edificaciones. Valga mencionar que ese mismo nivel freático, esas tierras que se inundaban con facilidad, fue lo que también determinó la migración hacia lo que hoy es el complejo deportivo, del campo múltiple donde se jugaba béisbol y fútbol, el cual quedaba frente al rectorado, del lado norte de la vía de acceso y salida, la única que había. Donde hoy está el edificio de Comunicaciones hubo una cancha asfaltada que gozaba de una excelente iluminación artificial, en la cual se practicaba tanto baloncesto como volibol. Como me dijo una vez el colega José Luis Palacios, a quien se lo recordó su profesor de inglés de primer año en ese idioma, el lugar estuvo ocupado primero por frondosos chaguaramos. Para los jóvenes profesores, que son bastantes y ojalá fueran más, la zona que para el 2014 ocupa el laberinto cromovegetal de Carlos Cruz Diez era plana y fue excavada para construir los sótanos del aula magna, proyecto que quedó inconcluso. Si le echan un vistazo al lateral oeste del edificio de la biblioteca, el que dan hacia el laberinto, verán las cabillas que debidamente protegidas esperan por un futuro mejor.


Funciones de variable compleja

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A fines de noviembre de 2003 andaba sin carro y me dio la cola desde Piedra Azul el colega y antiguo alumno Adelmo Ortiz Conde. En el trayecto, que se nos hizo breve gracias a la grata conversación, me contó acerca de sus estudios de postgrado en los Estados Unidos. Lo que sigue recoge en parte lo que ese mismo día (24/11/2003) publiqué en el foro interno de los profesores de la Universidad Simón Bolívar, ampliado por datos que he obtenido a través de Internet y por una reciente conversación que sostuve con Adelmo en el laboratorio de dispositivos electrónicos, planta baja del edificio de Electrónica de la Universidad Simón Bolívar. Lo visité para curiosear sobre la investigación que con él está realizando mi ex-alumna Andrea Sucre, integrante de una de las últimas promociones de ingenieros electrónicos de la USB.
Gustavo Roig
Adelmo Ortiz Conde

               Me dijo que su solicitud de admisión a la Universidad de Florida, en la cual obtendría el doctorado en 1985, le fue negada inicialmente por que su manejo oral del idioma inglés era bastante deficiente. Sin embargo, el coordinador de la carrera de ingeniería electrónica de la Universidad Simón Bolívar, Gustavo Roig, quien había obtenido su doctorado en esa misma universidad en 1970, se comunicó por teléfono con los responsables del programa en Gainesville y les garantizó que en un mes Adelmo aprendería inglés, logrando así que lo aceptaran con carácter condicional. De los cuatro cursos que tomó durante el primer semestre, me comentó Adelmo que donde aprendió inglés fue en el de “Funciones de variable compleja”, una asignatura de matemáticas que parecen la recomienda como un “minor” a todos los estudiantes de postgrado en ingeniería eléctrica. El caso es que el profesor de la asignatura era estadounidense, a diferencia de lo que ocurría en los otros tres cursos, los alumnos también eran en su mayoría norteamericanos, no como en los otros cursos y además Adelmo, egresado de la Universidad Simón Bolívar, había visto la materia en el pregrado, donde usaron el texto clásico de R. V. Churchill. Las intervenciones del venezolano en el curso era del tipo “Me Tarzan, you Jane”, por lo cual los compañeros los veían como un raro ejemplar. Cuando el profesor iba a entregar las notas de la primera evaluación, el grueso de los estudiantes protestó por adelantado, diciendo que el examen no podía resolverse. La pronta respuesta del profesor fue indicarles, centrando su atención en Adelmo, que un alumno había sacado 100/100, bien lejos del resto de la clase. Desde ese momento los demás estudiantes empezaron a tratar de cultivar la amistad de Adelmo.
               Aproveché y le eché mi cuento, por haber yo vivido una experiencia algo similar. Una tarde andaba yo en compañía de Santiago Chuck, un mexicano que estudiaba tecnología de gas en el Illinois Institute of Technology. No dirigíamos hacia la parada de la calle 35 del tren elevado, que nos llevaría al “Loop” de Chicago. Por la acera opuesta de la calle State regresaba un estudiante que había sido mi compañero en el curso de “Funciones de variable compleja” y nos saludó tanto a Santiago como a mi. Al día siguiente, cuando me volví a ver con Santiago, me preguntó la nota que yo había sacado en el mencionado curso y le conteste que “A”, no sin antes indagar el porqué de su pregunta. —Es que Fulano, a quien saludamos ayer, está a punto de terminar su doctorado en tecnología de gas y ha sacado A en todos los cursos que ha tomado, salvo en el de variable compleja, donde obtuvo una B. Él me pidió que te lo preguntara, porque de tus intervenciones en clase parecía que tu sí entendías lo que estaba pasando—. Yo, al igual que Adelmo, había visto la materia en pregrado, en la Universidad Central de Venezuela, como parte de la asignatura Análisis Matemático III, siguiendo el libro de Churchill. No sólo eso, sino que en esa materia me di el lujo de tener como profesor a Oscar Varsavsky, un tremendo docente y uno de los primeros y más destacados especialistas mundiales en la elaboración de modelos matemáticos para las ciencias sociales. A Varsavsky, doctor en química de la Universidad de Buenos Aires, lo trajo a Venezuela otro argentino de altos quilates: Manuel Bemporad, con quien empecé a ver Teoría Electromagnética, curso que él tuvo que abandonar, ya que las labores que desempeñaba en la creación de la licenciatura en física en la UCV, que incluían viajar para buscar y contratar profesores en el exterior, así lo determinaron. Al ché Bemporad  debo mi ingreso como asesor en ingeniería eléctrica y electrónica en el desaparecido Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, CONICIT. Con el tiempo lo llegué a tratar de Manolo, como lo hacían sus amigos.

               Para finalizar el relato, quiero mencionar a otro amigo mexicano, que estaba sacando el doctorado en metalurgia. Me decía que yo estaba loco por haber tomado variable compleja como “minor” en matemáticas. Él, por su parte, para cumplir con ese requisito tomó un curso básico de cálculo. Siempre uso a este último amigo mexicano como un contra ejemplo, pues siendo bien dedicado a las investigaciones que realizaba en su área de especialización, intentaba estudiar matemáticas tendido en un sofá, leyendo el libro de texto como si se tratara de una novela. Yo a mis alumnos no me canso de decirles que estudiar ingeniería es una lucha de lápiz contra papel, de tiza contra pizarrón, de resolución de problemas a partir de los conceptos, de probar la bondad de las nuevas soluciones antes de desechar las existentes. Y si alguna vez he realizado un examen a libro cerrado, ha sido en contra de mi voluntad, por tratarse de una evaluación departamental, ya que también creo que el ingeniero debe tener toda la información a mano, que el problema realmente es saber separar el grano de la paja.
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