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El mejor presidente.

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El 27 de junio de 1870, diez años y cinco meses antes de que naciera mi abuela María Eugenia Loreto de Loreto, el presidente Antonio Guzmán Blanco emite el Decreto de Instrucción Pública Gratuita y Obligatoria. En honor a ese decreto, el Ministerio de Educación otorga la “Orden 27 de junio” como reconocimiento a la destacada trayectoria de los educadores venezolanos. La Orden fue creada el 22 de mayo de 1957 bajo la presidencia de Marcos Pérez Jiménez, en reemplazo de la medalla de honor 27 de junio creada en 1949. Creo que fue en 1977 cuando me fue concedida esa distinción en su tercera clase, habiendo sido propuesto por las autoridades universitarias, Yo a mis alumnos les digo que hay dos tipos de problemas difíciles: aquellos en los cuales hay demasiada información y aquellos en los cuales ésta casi no existe. Me imagino que para las autoridades de la Universidad Simón Bolívar no es fácil una selección para esa orden, pues por suerte aquí abundan los profesores destacados. En mi caso, quizás me ayudó el hecho de que en el momento del otorgamiento ejercía la presidencia de la Asociación de Profesores y además publicaba con cierta regularidad una columna sobre ciencia y tecnología, El eje de la máquina, en el diario El Universal. Con el nombre de dicha columna, pretendía resumir que el hombre es el centro de todo desarrollo científico y tecnológico.
              
Antonio Guzmán Blanco
Mi mujer, que toda su vida creyó, acertadamente, que los buenos ratos tiene uno que fabricárselos, porque los malos vienen sin que nadie los llame, organizó con entusiamo una fiestecita. De los invitados, quisiera mencionar a mi abuela María, con 97 años a cuestas de su largo periplo vital de ciento ocho años, y a Gustavo Roig, un profesor cubano de electrónica de grata recordación. Gustavo estuvo conversando con mi abuela y en un momento dado le preguntó en mi presencia: —Dígame Doña María, de todos los presidentes de Venezuela, de todos los que usted ha conocido: ¿cuál ha sido el mejor?— a lo cual ella contestó sin vacilación: —Joaquín Crespo, hijo— Me imagino que el estudioso de Gustavo apelaría luego a un libro de historia para ubicarse. Después, cuando le comenté a mi papá esta conversación, me dijo que en esa respuesta podían haber influido dos factores: el terruño y que durante la segunda presidencia de Crespo (1894-1898) su mamá no sólo se encontraba en la flor de la vida sino que había bailado cuadrillas en la residencia del presidente.
              
Joaquín Crespo
Acerca del terruño, de mi paisano Simón Díaz se dice que nació en el estado Aragua, pero Barbacoas era Guárico para el ocho de agosto de 1928 y además vivió su infancia y juventud en San Juan de los Morros, después que San Juan pasó a formar parte del estado Guárico. El trueque de San Juan por Barbacoas lo realizó el General Gómez en 1934, para convertir a San Juan en capital del Estado Guárico. La aldea aragüeña, tan cercana a la querida Maracay del dictador, era visitada con mucha frecuencia por Gómez, ya que sus milagrosas aguas termales le aliviaban los padecimientos de la próstata. Yo mismo nací en Caracas, pero me crié en San Juan y siempre me he considerado llanero. Mi abuela María Eugenia nació en Calabozo y Crespo lo hizo el 22 de agosto de 1841 en San Francisco de Cara, pueblo aragüeño ya desaparecido que en 1968 se sumergió en el río Guárico, bajo las aguas de la represa de Camatagua. A los padres de Crespo, Leandro Crespo y María Aquilina Torres, les bastó cambiar de orilla en el río y andar un poco para llegar a Parapara, el primer pueblo llanero del Guárico que uno se encuentra al salir de San Juan por el sur. Ahí vivió Crespo su juventud, ahí aprendió a leer y a escribir y ahí conoció y desposó a Jacinta Parejo.
               Joaquín Crespo emprendió desde muy joven la carrera militar, iniciándose en 1858 como soldado raso hasta convertirse, en 1864, en General de Brigada. Durante su trayectoria en la milicia, se distinguió por su dedicación y valor personal.  A esta alturas ya habrán adivinado, quienes no lo saben, el origen del nombre de la llamada casa de Misia Jacinta, la cual paradójicamente nunca llegó a ser habitada por Misia Jacinta. Joaquín Crespo tomó posesión como Presidente de la República de bienio 1884-1886 el 27 de abril de 1884 y en agosto del mismo año compró el terreno de La Trilla, ubicado en Caracas, para iniciar la construcción de una nueva residencia, donde viviría con su esposa y sus hijos. Es por ello que originalmente se le llamó a esta residencia "La Trilla", y más tarde se le denominó "Miraflores", su nombre actual. Se comenta que durante su estancia en España, Crespo tomó el nombre de "Miraflores" debido a una Cartuja que existía en la ciudad de Burgos. Una segunda versión indica que Crespo se inspiró en ese nombre a raíz de su exilio en Perú, donde permaneció algún tiempo en una hacienda antigua denominada "Miraflores".

               
La residencia anterior de Crespo quedaba algo más al sur, en los límites de las parroquias San Juan y Santa Rosalía, vecina a la aristocrática urbanización El Paraíso. Mi abuelo Julio Cesar Rodríguez, quien nació en 1883 y vivió cerca de la Plaza de Capuchinos antes de mudarse para La Pastora, cuando iba a afinar los pianos de Radio Caracas, de Bárcenas a Río, nos decía con toda propiedad que iba, no para Quinta Crespo sino para la quinta de Crespo. Un poco más al sur, del otro lado del Guaire, tuvo también su residencia el presidente Cipriano Castro, en la mansión Villa Zoila, así llamada en honor a su esposa Doña Zoila Rosa Martínez de Castro. Después de la muerte de Crespo, acaecida el 16 de abril de 1898 cuando murió en la Mata Carmelera, Estado Cojedes, al frente de las tropas que defendían el gobierno de Ignacio Andrade contra el alzamiento del Mocho Hernández y de Luis Loreto Lima (Lanza Libre), Miraflores fue sometida a remate y, finalmente, el Gobierno Nacional la adquirió el 19 de junio de 1911, para convertirla en casa presidencial.  De Crespo recoge la historia que era sobrio, abstemio, cojo de la pierna derecha por herida de guerra, fiel a Misia Jacinta y no muy escrupuloso en el manejo de los dineros públicos. Parece que la corrupción sistemática de los gobernantes venezolanos es de vieja data y por los aires que soplan, el enfermo no ha mejorado nada.

De "La violetera" a "Los zapatos de Manacho"

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Si estas notas fueran musicales, sería muy difícil relacionar La violetera, el cuplé compuesto en 1914 por José Padilla con letra de Eduardo Montesinos, con la salsa Los zapatos de Manacho de Rafael Ithier, que es de 1973. No, aquí ambas composiciones entran en juego como parte del humor con el cual los estudiantes tratan de aliviar las penas que les causan los estudios, sobre todo las matemáticas. El recorrido que sigue empieza en la Universidad Central de Venezuela, mi alma mater y concluye en la Universidad Simón Bolívar, institución de la cual me jubilé en 1989 pero en la cual sigo activo como profesor contratado a tiempo convencional.
              
Ángel Palacio Gros
En mi época de estudiante universitario, que se inició en setiembre de 1957 y terminó en agosto de 1962, el verdadero coco, el filtro para graduarse de ingeniero en la Universidad Central de Venezuela era Análisis Matemático II, curso de un año de duración como se estilaba en ese entonces. El número de inscritos en la asignatura el año académico 58–59 era un poco más de cuatrocientos, divididos en dos secciones de 200 y pico, ambas a cargo del profesor Ángel Palacio Gros. Los nuevos, los que proveníamos directamente de primer año éramos minoría, los repitientes —que casi no asistían a clases— abundaban. En el auditórium de la planta baja de la Facultad de Ingeniería, la exposición de la materia por parte de "El Ángel de España" era brillante, llegándose a decir que hasta el momento en el cual se le apagaba el tabaco al profesor Palacio era algo que estaba fríamente calculado de antemano. A las nuevas generaciones: no es ninguna figura de retórica decir que se le apagaba el tabaco, era verdad, el profesor fumaba puros durante el dictado de la clase y además les prohibía mascar chicle a las muchachas (los hombres no lo hacían y las mujeres no fumaban). Cuando en una de las primera clases concluyó su demostración de la existencia de la integral según
Riemann y volteó hacia la audiencia con un gesto de: "ahí queda eso", uno de nosotros le preguntó que sí no podía dar un ejemplo. La respuesta se me quedó grabada para siempre, incluyendo el orgulloso acento hispano con el cual la enunció: —Joven, el ejemplo es la claudicación de la inteligencia—.
               Los exámenes, que debían escribirse con pluma fuente en papel rayado usando sólo una cara de éste, consistían de una pregunta teórica, que valía nueve puntos y un problema que valía diez. Sí, la nota máxima era diecinueve. Las notas del primer parcial las leyó empezando de abajo hacia arriba, primero una enorme cantidad de unos (1/20), no pocos dos y así sucesivamente. Total que al final sólo tres estudiantes habían aprobado el primer parcial: el catirito Odón y Gonzalo Van der Dys con 10 e Ignacio Iribarren con 19. Ignacio, matemático de vocación y luego de profesión, no logró el veinte en su fugaz incursión por ingeniería, pues éste estaba reservado según el profesor para él mismo. Quizás con nuestra escala del 1 al 5 no se hubiera enrollado tanto, pero se hubiera divertido menos al entregar las notas. La parte teórica del curso, que circulaba recogida en seis folletos, había que sabérsela de memoria y escribirla con letra perfectamente legible. Ante tan titánica misión, Van der Dys (el gran humorista e imitador del grupo) propuso que nos dedicáramos a componer canciones nemotécnicas, inaugurando él la colección con "Violetas Integrales", que con un título derivado de "Violetas imperiales" y música de La Violetera empezaba diciendo:
                                              Vamos a establecer
                                              el concepto de integral
                                              según el famoso Riemann
                                              según el famoso Riemann
                                              vamos a considerar....
               Ya en tercer año de ingeniería eléctrica, cuando construimos un transmisor clandestino de Amplitud modulada (AM), esa canción salió al aire, seguida de una propaganda que registraba el agua bajando en una poceta y el comentario: "Standard, esta sí que traga".
               Los zapatos de Manacho y La eliminación de los feos fueron los éxitos más extraordinarios de “El Gran Combo de Puerto Rico” allá por 1973, la primera época de Andy Montañéz con el grupo, así que con una confiabilidad del 90% (en el lenguaje de Adolfo Quiroz, quien me aportó información para este artículo, al igual que Rafael Bayón), diré que fue en 1974 cuando se escuchó en la Universidad Simón Bolívar a los alumnos cantar que
                                              Los zapatos de Camacho
                                              son de Bayón, son de Bayón,
                                              de Bayón.
parodia que según parece tiene la autoría del luego Ingeniero Mecánico José Dirani. Yo tuve la oportunidad de oír la parodia en el 2002, cuando empecé a buscar información para escribir estas notas, en la extraordinaria voz de una alumna de la primera cohorte, profesora ya jubilada de nuestra institución y madre de dos egresados nuestros: Maribel Giménez.
               En 1976 ejercía yo el cargo de Coordinador de Cursos en Cooperación, cuya oficina estaba en el edificio de Matemáticas y Sistemas (MYS), rodeada de aulas. A veces tenía dificultades para entrar en la oficina, ya que los estudiantes se agolpaban en las puertas de las aulas contiguas, esperando que salieran los del curso previo para tomar asiento en el curso de Matemáticas VIII. Al parecer eran seis secciones de esa materia, pero como los exámenes eran departamentales, los alumnos no asistían rigurosamente a la sección asignada, sino que se concentraban en tres de ellas: la de Arturo Camacho, la de Rafael Bayón y la de una profesora argentina que estuvo poco tiempo en la USB y a la cual le decían “La bruja”, tanto por el desenfado con el cual lucía su despeinada cabellera, como por su vestimenta, su “dulce” carácter y por la curva de la bruja, que ella enseñaba en alguna parte de la materia y la cual yo conocí en mis tiempos de estudiante como la versiera de Agnesi. Como yo estudié las matemáticas universitarias por libros españoles y franceses, ignoraba la mala traducción que los anglosajones habían hecho del italiano versiera, transformándola en hechicera o bruja. Vine a caer en cuenta de esto por una observación que me enviara el 13/6/14 mi pariente José Ernesto Loreto Méndez. Aun cuando algunos de los que fueron estudiantes de la bruja insisten en asegurar que la cazaron volando en una escoba, en honor a la verdad yo solo la vi utilizando medios más terrenales de transporte como el autobús o de parrillera en la motocicleta de un colega. Pero, por si acaso, sus alumnos cerraban las  ventanas con la esperanza que no pudiera entrar a clases. Me hubiera gustado saber de los antecedentes profesionales de ella, para ver que tenía en común con los ingenieros civiles Bayón y Camacho.
               Volviendo al curso dictado por Palacio Gros, de la parte teórica del curso, la cual recalco que había que sabérsela de memoria, por fortuna existían los seis famosos folletos. El editor de éstos era Freddy Celis Paredes, compañero de estudios de Camacho y Bayón, quienes vertieron en ellos sus apuntes de clases. Bayón dice que él sólo ayudaba y le da la autoría a Camacho. Habría que ver que opina Arturo sobre la materia. Lo que no he averiguado es si los folletos contaban con el “nil obstat” de El Ángel de España. La sede del multígrafo editorial era la Zapatería Ferrenquín, propiedad de Eusebio Camacho, el padre de Arturo, la cual estaba ubicada en la esquina del mismo nombre de la españolísima parroquia La Candelaria. De manera que, y a pesar de lo que diga la letra, es posible que más bien algunos zapatos de Bayón fueron de Camacho. Bayón y Camacho ingresan a la Universidad Central de Venezuela a cursar primer año de ingeniería en 1953. El primero estaba en la sección A, el segundo en la C y los dos tenían como profesor de Matemáticas Complementarias y Análisis Matemático I a Ángel Palacio Gros. Por ese tiempo Bayón vivía de San Ramón a Chimborazo No. 41 y Camacho en la esquina de Ferrenquín. Un buen día la madre de Rafael entró a la zapatería de Camacho a comprar unos zapatos. Al hablar entraron en confianza, pues eran españoles recién llegados a Venezuela, y por supuesto que hablaron de sus hijos que estudiaban Ingeniería en la UCV. Desde ese momento empezó la amistad entre ellos. Rafael iba a estudiar a la casa de Arturo, porque en la suya no tenía facilidades para hacerlo. Siguieron toda la carrera juntos y se graduaron en Agosto de 1958. Ambos fueron preparadores de Análisis Matemático hasta su graduación, Arturo con el  profesor Palacio y Rafael de Raimundo Chela. Al preguntarle a Rafael sobre los profesores que dejaron huella en ellos, me mencionó a Ángel Palacio Gros, Simón Lamar y a Celso Fortoul.

               En Octubre del año 1958 y a petición del profesor Palacio, Arturo comienza a dictar clases de Geometría Analítica y Rafael empieza en Enero de 1959, también a pedido del Profesor Palacio, sustituyendo a Nicolás Colmenares. Arturo siempre dictó clases de Geometría Analítica y Análisis Matemático I a V y Rafael dictó al principio Matemáticas para químicos y geólogos, un año dictó clases en la Facultad de Economía y después dictó clases de Análisis Matemático I, II y III, cursos que tenían una duración de un año académico. Ellos estuvieron en la UCV hasta el año 1974 y comenzaron en la USB en 1969. El profesor que los contactó para ir a trabajar a la Universidad Simón Bolívar fue José Giménez Romero. En 1969, como no habían comenzado las clases, muchos profesores fueron asignados a la Comisión de Planificación. Rafael Bayón se desempeñaba como inspector de las obras de las primeras construcciones que se hicieron, los pabellones aledaños a la casa del Rectorado que sirvieron de aulas en los primeros años. En la Simón Bolívar ambos han dictado clases de Matemáticas I, II, III, ...,VIII. Esta última ya no se dicta como MAT VIII y no depende del departamento de Matemáticas. Arturo fue jefe del departamento de Matemáticas de la Facultad de Ingeniería de la UCV, se jubiló en Octubre de 1983 y Rafael en Enero de 1984. Cuando yo ingresé a la Universidad Simón Bolívar en 1972 Camacho y Bayón ya gozaban de buena fama como docentes y los llamaban los morochos, unos gemelos no tan desiguales como Schwarzenegger y De Vito en Twins. Yo, en mis encuestas personales le he preguntado a mis alumnos de la Universidad Simón Bolívar si los han tenido de profesores; los que contestan afirmativamente los recuerdan como tremendos docentes. A esto sólo debo añadir que también los percibo como tremendas personas.

Cuando San Juan agachó el dedo

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El Sanjuanote
En el 2005 tuve la satisfacción de ver publicada por la Editorial Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar mi obra “Entre gigantes de piedra”, en la cual pretendo recoger las memorias de mi infancia y juventud en San Juan de los Morros, el pueblo al cual llegue a la edad de cinco años en 1943 y que pasó a ser, sin proponérmelo, por cosas del espíritu, mi patria chica. En el primer capítulo de mi libro, el cual titulé “¿Mi ciudad o mi pueblo?, digo que hay un refrán de alcance internacional “cuando San Juan agache el dedo” que al parecer tiene su origen en San Juan de los Morros. Menos mal que mi librito, 142 páginas en dieciseisavo, no es de historia y que usé la expresión “al parecer”. Cito que un joven portugués fue a San Juan de los Morros a buscar trabajo como sastre y que un tipo lo llamó aparte y le dijo:
—Oiga joven, mejor es que usted se vaya para otro lado porque aquí no va a conseguir  trabajo como sastre nunca, a menos que San Juan agache el dedo.
El joven no entendió y le pidió a una señora  que le explicara; la dama le mostró el gigantesco San Juan y le dijo:
—Bueno, cuando esa estatua que está ahí agache el dedo será cuando usted  va a conseguir trabajo, porque aquí no hacen falta sastres, nadie se manda a hacer ropa a la medida y los hombres visten con el puyao.
—¿Y qué es eso? —preguntó el portugués.
—Bueno, muy simple, a usted le gusta un traje, va a una tienda, dice que le gusta ese trajecito oscuro que está allá arriba, el dependiente agarra una vara que tiene una puya, se lo baja y es un puyao; entonces usted paga dos fuertes y se lleva su ropa, así que lo mejor es que usted se vaya con su sastrería para otro lado —le dijo la mujer— a menos que “San Juan agache el dedo”.
El San Juan de da Vinci
En esta nota negaré el origen sanjuanero de este decir, pero primero hablaré de dónde viene. San Juan Bautista, fue el último profeta que anunció la venida de Cristo y el primero de los testigos de su llegada. Pero si los demás profetas habían anunciado a Cristo desde lejos, Juan Bautista lo señaló con el dedo: “He aquí el Cordero de Dios”, razón por la el dedo de San Juan Bautista siempre ha tenido una especial relevancia. Las imágenes de este santo, tanto en esculturas como en pinturas, siempre lo han representado con el dedo índice levantado, a veces apuntando hacia arriba y otras hacia el cordero que lo acompaña. El pueblo, a fuerza de ver la imagen del santo siempre con el dedo levantado ha convertido la frase “hasta que San Juan baje el dedo” en sinónimo de “nunca”. En los medios rurales de España suele decirse “hasta que San Juan abaje el dedo”, mientras que la variante con agache es suramericana. Enesta forma, aparece en la novela colombiana “María”, escrita en 1867 por Jorge Isaac. Hay un fragmento que dice: “Pero si la muchacha se me encapricha, sí le juro que un día de éstos la encajo en uno de mis mochos, y al beaterio de Cali va a dar, que ahí no se me le ha de asentar una mosca, y si no sale casada, rezando y aprendiendo a leer en libro, la tengo hasta que san Juan agache el dedo”. Así que la expresión ya andaba rodando en 1867, mucho antes de que el general Juan Vicente Gómez le hiciera ese homenaje a la ciudad, cuando se la decretó como capital del estado Guárico en 1934.
Alejandro Colina
En ese año el escultor Alejandro Colina se encontraba trabajando en la planta eléctrica de San Juan de los Morros y el entonces presidente del estado Guárico, Ignacio Andrade, lo contrató para realizar el monumento al santo epónimo de la ciudad. Por suerte sobrevivió al menos una fotografía como testimonio de que el Sanjuanote que empezó a moldear Colina tenía la mano derecha levantada, con su índice en alto. La fuente de esa primera versión del monumento esta en los diversos cuadros ya mencionados y en particular el de Leonardo da Vinci; el florentino, al poner al santo a señalar hacia el cielo, quiso destacar que la salvación se logra a través del bautismo. Pero como bien lo expresa el escritor mexicano Arturo Ortega Morán, San Juan Bautista es mucho más que un dedo levantado. Su santoral, el 24 de junio, es el único que celebra el nacimiento de un mártir, en contra de la costumbre paleocristiana de conmemorar el aniversario de la muerte de éstos. Tampoco es casualidad que el día de San Juan sea próximo al solsticio de verano, cuando el tiempo de luz solar es el más largo del año. Cuando la Iglesia Cristiana llegó a Europa, se encontró con un arraigado culto al sol y una de las principales fiestas solares era precisamente el 24 de junio, cerca del solsticio de verano. Reconociendo la imposibilidad de eliminar la festividad, se optó por convertirla en la celebración de San Juan Bautista, que no podía ser un recordatorio de la muerte, ya que se trataba de una fiesta de vida, de modo que se optó por recordar el día del nacimiento del santo. Hay que destacar que la elección de San Juan Bautista para cubrir esta fiesta, está conectada con la elección del 24 de diciembre, solsticio de invierno, para celebrar el nacimiento de Cristo. El primero nace para anunciar la llegada del Segundo.
           
Antes de agachar el dedo
Para confirmar que toda regla tiene su excepción, en San Juan de los Morros San Juan agachó el dedo, lo cual trajo lamentables consecuencias para el escultor Alejandro Colina; éste no terminó la estatua y se dice que la razón fue el alto costo del proyecto. Pero hay una versión que se ajusta al ambiente que se vivía bajo la dictadura del general Gómez y que cuadra mejor con el contexto de esta nota: el escultor desistió de realizar la obra, enojado porque a Gómez no le gustó la posición del brazo alzado y ordenó “que le bajaran el dedo” como en efecto ocurrió y otro la terminó. El dictador no toleraba que le llevaran la contraria, así que no le pagó a Colina este trabajo, ni el de la Plaza de Tacarigua, obra que el escultor había realizado invirtiendo todos sus ahorros. Cuando esto aconteció, estando Colina en una pulpería de Maracay con unos palos encima se puso a arengar contra Gómez, lo cual bastó para que lo acusaran de comunista y lo pusieran preso en el Castillo de Puerto Cabello.

Fuentes consultadas:
Oscar Yánez “Así son las cosas” Editorial Planeta. 1996
Carlos Colina (Compilador) “Alejandro Colina El escultor radical” UCAB. 2002

Rafael de Jesús Aponte http://misanjuandeantano.blogspot.com/

El teatro en San Juan de los Morros: una nota personal.

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Esta breve entrada pretende ser un recuento personal de mi participación en actividades teatrales en San Juan de los Morros, un corto lapso de cuatro años que se inicia a finales de la primaria en la Escuela Aranda, en 1953, y termina a finales de cuarto año de bachillerato en el Liceo Juan Germán Roscio, en 1956. Creo que de tantos estudiosos que aman a mi pueblo de crianza, sobre todo de las nuevas generaciones, surgirá alguno que escribirá la historia del teatro en la capital del estado Guárico. Lo que sigue es mi granito de arena en aras de ese objetivo.
 Allá en la década de los cuarenta, por los costados de la Escuela Aranda no se colaban cantos, ni risas, ni llantos, quizás los gritos de quienes jugaban voleibol y la algarabía propia de los recreos. Todo lo demás discurría en tiempo real: maestros, más que todo maestras, enseñando y alumnos, sólo varones, siempre atentos a la explicaciones, no había escapatoria. Mi maestro de sexto grado, Víctor Vielma, rompió la rutina un par de veces, al proyectar sendas películas en el amplio salón aledaño al patio de la escuela. Teatro como tal, representaciones para el público en general, que yo sepa nunca se hizo en los predios de la institución. Una que otra astracanada, de las que se programaban para los fines de curso, se representó en el auditorio del vecino Grupo Escolar República del Brasil. En ese escenario y creo que en 1951, la Escuela Aranda montó un acto cultural que se centró en números musicales; de ellos es el recuerdo de Rafael “Fucho” Requena con un alumno de los primeros grados de la mano, obviando la coreografía y cantando agachado al borde del proscenio:
                                    Este cocinerito chino
tan chiquito y mal formado
tiene la mala costumbre
de ser muy enamorado.
El todos los días nos dice
que ya no quiere estudiar
que le busquen una novia
porque se quiere casar…
            Quizás en ese entonces existió un plan conjunto con el Grupo Brasil para escenificar la “Ronda de enamorados” de la zarzuela “La del Soto del Parral”, ya que mi memoria guarda la letra y la música de tanto la parte de las féminas como la de los varones.
                                    MOZAS:
¿Dónde estarán nuestros mozos
que a la cita no quieren venir,
cuando nunca a este sitio faltaron,
y se desvelaron,
por estar aquí?
Si es que me engaña el ingrato,
y celosa me quiere poner,
no me llevo por él un mal rato,
ni le lloro,
ni le imploro,
ni me importa perder su querer.
MOZOS:
Ya estoy aquí,
no te amohínes mujer,
que yo por ti,
he de querer.
Espera y al esperar confía,
muy pronto será mi casa
un nido para los dos.
            Quizás lo memorice mal desde un principio, o más bien era una adaptación, porque buscando en la red he comprobado que la parte de las mozas es mucho más larga que la citada, al igual que la de los mozos. Tal representación, como tantas cosas que se emprenden para ponerlas en las tablas, nunca se dio.
De esa misma época, quizás a fines del año escolar 51-52 cuando ya Fucho y compañía estaban en el liceo Roscio, la Escuela Aranda presentó en el Grupo Brasil una minúscula obra de teatro, en la cual yo hacía el papel de un musiú que llega al llano buscando invertir dinero en la compra de unas tierras. Con una pipa en la boca, que conseguí prestada con el Dr. José Francisco Torrealba y la cual a la larga resultó dañada por los mordiscos que le di, mi personaje exigía un fuerte acento de extranjero recién llegado, lo que básicamente se resolvió cambiando la sintaxis y pronunciando la erres finales como ges. Tras muchos gestos y abrazos,  mi actuación empezó mascullado entre los ocupados dientes la frase:
            —Mi quereg verg hacienda, si me gustag, yo compragla…
            En esa obrita la Aranda recibió apoyo de las muchachas del Brasil, porque habían varias de ellas vestidas como campesinas, entre los malditos, o sea extras haciendo bulto. El término teatral malditos viene de las voces que salían de entre bastidores en el Don Juan Tenorio de Zorrilla: “Cuán gritan esos malditos/ pero mal rayo me parta/ si en terminando esta carta/ no pagan caros sus gritos”. El musiú comete numerosas falta al hablar, todas con una segunda intención del para mi desconocido libretista. Como ve a los pobladores dormitando en el suelo, pregunta:
            —Pero ellos: ¿no teneg chinchurria? —usando en vez de chinchorro un término que a la gente de San Juan de los Morros no les recordaba uno de los ingredientes de una ternera, sino más bien a una mujer buscona y fea.
            El final feliz de la obra es que el musiú, que había estado echándose palos, se rasca, termina bailando con suma torpeza, lo cual estaba hecho a mi medida y no exigía nada de mis capacidades histriónicas, y compra la hacienda, en medio de las incontenibles risas del público. Para nosotros eso fue un rotundo éxito que no nos habíamos imaginado.
            En las afueras del Grupo Escolar “Dos de diciembre”, bautizado en honor a la fecha en la cual en 1952 el dictador Marcos Evangelista Pérez Jiménez había asumido la presidencia provisional de la República, al anochecer durante el año escolar 55-56 a los vecinos de la urbanización Los Telegrafistas les llegaba el eco no sólo de las clases nocturnas, una sección de ellas dictada por mi compañero de estudios del Liceo Roscio Ángel Eduardo Acevedo, sino también de algunas canciones afro-venezolanas:
                                    Pero mi blanca no seas celosa
porque una rosa le di a Tatá.
No bebas agua de esa pimpina,
que no es tan fina
y te va a atorá.
Así, así, así,
como los negros de Bambalí.
Así, así, así,
que no es tan fina
y te va a atorá.
           
Un ejercicio del grupo teatral Guárico
El Grupo Teatral Guárico, creado por el gobierno de Emigdio Medina Ron, ensayaba “El árbol que anda” de Juan Pablo Sojo. Tanto el director, Carlos Denis, como el actor principal Carlos Rafael Talavera, habían sido contratados en Caracas y se hospedaban en un hotel de la plaza Los Samanes, relativamente cerca del nuevo grupo escolar. De igual manera todos los actores estaban residenciados por la zona; los Acevedo (Carlos, el negro, y Gladys) vivían al final de la Roscio llegando a la Bermúdez, al igual que César Tovar y Ramón Baloa. Ignoro dónde vivía Nina Montero, pero la casa de Laura Palacios quedaba al frente del Grupo. El que vivía más lejos era yo, en la calle Ribas con la Roscio, a doce cuadras del sitio, algunas de ellas verdaderas cuadras llaneras, como los dos tramos consecutivos de la calle Roscio que van de la calle Mariño a la calle Salias, pasando por la calle Miranda. Por aquello de que quien quiere besar busca la boca, yo iba feliz a ensayar todas las noches, caminando en alpargatas porque siempre me ha gustado usarlas y, como decía mi papá, silbando iguanas.
            En “El árbol que anda” interpreté a Abedón, el Diablo, que hacía su aparición a principios del segundo acto, hiperactivo, corriendo y preguntando a todo gañote, repetidas veces:
            —¿Y todavía las mujeres paren? —a lo cual contestaban los leñadores, detrás de bastidores— ¡Y parirán!
           
Carlos Talavera y Nina Montero en Manuelote.
De la escenificación de la creación de Sojo no sé si se tomó alguna fotografía, jamás llegué a ver una. De la segunda obra, “Manuelote” de César Rengifo, puesta en escena el 5 de julio de 1956, si conservo dos que incluí en mi libro Entre gigantes de piedra. En una de ellas aparece el profesor Carlos Talavera personificando al esclavo Manuelote y Nina Montero en el papel de su mujer Petrona. La otra muestra a Manuelote ayudando a su amo don Martín Tovar (César Tovar), que está malherido de un lanzazo. En esta última mi papá escribió en el ángulo superior izquierdo el nombre de la obra y la fecha. En ambas se ve la bien trabajada escenografía, lástima que ninguna de las fotos captó a plenitud el muro de bahareque en cuya construcción participamos todos los noveles actores y actrices. A mi me tocó interpretar al teniente Roso, primo de don Martín, quien lleva al amo al rancho de Manuelote, para pedirle que lo ocultara mientras conseguía unas mulas y medicamentos para trasladarlo al puerto de La Guaira. Aquí aprendí mi primera gran lección del teatro: hay que ensayar con todos los hierros. El teniente entraba, se quitaba la capa y la ponía sobre un taburete. Después de preguntarle al esclavo que si sabía lo del combate de La Puerta el 15 de junio, le decía:
            —¡Nos derrotaron! ¡Estamos fugitivos! ¡Aún ni sé cómo pudimos regresar a Caracas sin ser interceptados por los asesinos de Boves! A duras penas hemos cruzado campos y montañas andando de día y de noche…
Carlos Talavera y César Tovar, en Manuelote
             Al salir el teniente se volvía a poner la capa, por supuesto. Hemos podido usar un trapo cualquiera como capa mientras ésta aparecía, pero no, me decían que ya iba a estar lista. Así que en las numerosas veces que ensayamos, yo hacía la pantomima de quitarme y ponerme una capa imaginaria. El aditamento llegó el día del estreno, me lo quite al llegar y me lo puse al salir, sólo que al igual que en los ensayos, esta última acción fue en forma imaginaria. La capa quedó ahí, sobre el rústico asiento, y cuando llegó la gente de Boves a averiguar si el negro sabía algo del paradero de los facciosos insurgentes, ninguno se percató de tan notorio detalle. Por cierto que esa escena del interrogatorio no aparece en el libreto original, el cual vine a leer por completo en agosto de 2014; quizás fue una licencia que se tomó el director para montar en las tablas a más actores, en una obra cuyo reparto sólo contempla cuatro personajes y dos extras, los que ayudan a trasladar a don Martín.
El libreto de Manuelote puede consultarse en:
El libreto de El árbol que anda está disponible en:

Del deporte en el San Juan de mis tiempos (1943/1958)

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Ya que llegué a San Juan de los Morros quince días antes de cumplir los cinco años, muy probablemente la primera instalación deportiva que conocí fue la rudimentaria cancha de volibol erigida en el medio del patio de la Escuela Aranda: dos vigas doble T todo oxidadas, sin ninguna capa de pintura protectora, empotradas con concreto al patio de tierra, donde colgaban la malla que algún maestro guardaba. Sé que los parales eran de metal y no de madera, porque cuando la cancha fue reubicada hacia el lado oeste cortaron esos parales, seguramente con una segueta por lo que no lo hicieron a ras de tierra y los tocones quedaron sobresaliendo. Al inicio de un año escolar, época en la cual el monte de patio estaba bien alto, yo me lancé corriendo a través del patio durante el recreo y me llevé uno de los tocones con la parte delantera de mi pierna izquierda, a la altura del tobillo en la parte no protegida por el zapato. Como testimonio me quedó una gruesa cicatriz de más de un centímetro de largo, de una herida que seguramente me curé con un pedazo de telaraña que busqué en lo alto de las paredes de los vecinos baños, porque si en la casa se enteraban del accidente, además de la cortada uno no se escapaba de su buena pela.
Aun cuando el único juego en el cual participé en torneos en mis años de infancia y adolescencia en San Juan de los Morros fue el volibol, es inevitable que estas notas giren en un alto porcentaje en torno al deporte que más me ha apasionado desde que lo descubrí: el beisbol. De paso emplearé la palabra como aguda, tal como a mi gusta escribirla y pronunciarla, contraviniendo la forma grave béisbol registrada en el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, que se aproxima más a la transcripción fonética de baseball. En el idioma inglés muchos de deportes que se juegan con un balón, como el football y el volleyball,terminan en ballindependientemente de las dimensiones de éste, pero el único que se abrevia con esa palabra es el beisbol. Así lo recoge el himno no oficial de ese espectáculo “TakeMeOuttotheBallGame” (1908), que se acostumbra cantar después de la primera mitad de la séptima entrada.
En los años cincuenta, en San Juan de los Morros sólo existía un diamante con sus 90 pies cuadrados de área, dugouts, back stop y cercas al final de los jardines: el del cuartel Urdaneta o campo de La Mulera, al lado izquierdo de la única carretera que iba desde San Juan hasta Villa de Cura. Detrás del back stop, cerca del home y un poco hacia el lado de  la tercera base había un espacio circular techado, sin gradas ni ningún tipo de asiento, un quiosco poco adecuado como tribuna ya que desde él sólo unos pocos espectadores podían disfrutar del juego de pelota. Un frondoso samán cercano a la primera base extendía sus ramas hacia la zona fair, dando sombra al jugador de esa posición, pero cualquier batazo de aire que golpeara al árbol era automáticamente foul. Aledaño a la casa cuartel La Mulera, que data de 1934, no tengo la menor idea de cuando fue construido el campo deportivo y dudo que se realizara alguna ceremonia oficial el día de su inauguración.
El público iba a ver los juegos de pelota y a la vez escuchaba Radio Guárico por un altoparlante que había en el quisco. El 18 de diciembre de 1955 por la mañana, en pleno desarrollo del acostumbrado juego dominical, los asistentes nos enteramos a través de las ondas hertzianas “nada más y nada menos de la muerte de Pancho Pepe Cróquer”, que fue la para mi infeliz frase pronunciada por el locutor de turno. Por cierto que en el aviso de señalización vial que está a la altura de la avenida Luis Aparicio, la identificación de la ruta que conduce al estadio que lleva el nombre de ese destacado narrador deportivo, el apellido está mal escrito, con la grafía sajona Croker.
Recuerdo que una vez, alrededor de 1950, se dio un intercambio deportivo con Calabozo que entre las diversas disciplinas incluía el fútbol. En San Juan no se escenificaban partidos de ese deporte y por lo tanto no existía ningún equipo; sin embargo los organizadores se las arreglaron para armar uno, formado básicamente por inmigrantes mas que todo italianos, diestros en la materia pero a los que nunca se les había visto practicar ese deporte, por ser adultos que trabajaban de sol a sol, por lo general en la construcción de obras civiles. De Caracas vino a estudiar a la Escuela Aranda, por un tiempo relativamente corto, Iván Darío Bouy, a quien vi practicando el oficio de portero en el arco que estaba en territorio foulpor los lados de la tercera base del campo de la Mulera, paralelo a la línea de fair/foul. A mi Bouyme dejó la impresión de ser un excelente arquero. El arco opuesto estaba en los profundo del right field, el más lejano de los jardines, que colindaba con la carretera hacia La Villa. Sin embargo los vehículos que por ahí transitaban no corrían ningún peligro, ya que por lo lejos que estaba nunca vi a ningún pelotero, ni zurdo ni mucho menos derecho, sacarla sobre esa barda. No sucedía lo mismo con el leftfield, mucho más corto, razón por la cual sí salían de vez en cuando jonrones que bombardeaban las casas de la urbanización La Tropical, ataque que se intensificaban cuando nos visitaban los poderosos sluggers del SAPLM, los robustos petroleros de Tucupido.
El baloncesto fue promovido entre los integrantes de mi curso en el Liceo Roscio por el profesor de historia Ramón Vivas Gómez, un excelente docente de acertadas y elocuentes exposiciones. Bajo su tutela practiqué este deporte por primera vez, en la cancha adyacente al ala norte del pie de la colina del monumento a San Juan. El profesor Vivas Gómez ya tenía acuñado el nombre del equipo que iba a estructurar: “Los piarros del Guárico”. Este dinámico docente, que llegó recién graduado al Liceo Roscio, también caminaba con nosotros hasta el campo de la Mulera, balón en mano, a practicar fútbol. En ese entonces me llegó la noticia de que él era sobrino de un alto oficial apostado en el cuartel Urdaneta, con sede en La Mulera. En la cancha de la colina básicamente se había jugado voleibol, tanto de día como de noche, ya que gozaba de una rudimentaria iluminación, suministrada por una hilera de bombillos comunes y corrientes que corría a lo largo de su eje central, perpendicular a la malla. Más de una vez, en plena desarrollo de un torneo nocturno se fundieron los tapones del circuito que alimentaba los bombillos, pero eso no constituía ningún inconveniente, ya que aprendimos a reemplazarlos por monedas (lochas), que si bien no protegían los cables de la instalación mantenían las luces encendidas. El público masculino, formado en su mayoría por liceístas y estudiantes de los últimos grados de le Escuela Aranda y el Grupo Escolar República del Brasil, era bastante abundante cuando competían las muchachas del Grupo Escolar o las del Liceo Roscio. El principal atractivo no residía en el juego en sí, sino en la oportunidad inédita de contemplar las piernas de las bellas jugadoras.
Cuenta Argenis Ranuárez, por testimonio recogido de boca de don Jesús María Torrealba y de su hermano José Andrés, que los muchachos de la generación nacida en la década de los años 20 jugaban pelota en el sitio donde fue construida la Plaza Bolívar a mediados de los años treinta del siglo pasado. También narra Argenis que la organización del beisbol en San Juan empieza con la llegada desde Cagua de un albañil de los buenos y un apasionado de ese deporte como lo fue Pablo José Montes, apodado “el “chingo” por sus contemporáneos. Hasta octubre de 2014, cuando encontré en la internet la ponencia de Ranuárez indicada al final de estas notas, yo ignoraba la labor pionera del viejo Montes, como cariñosamente lo llamábamos, pero doy fe que siempre estuvo a la cabeza en la organización de los torneos en los cuales participé como anotador oficial, ya que mi papá me tenía prohibido jugar beisbol, por padecer de una hernia inguinal que según él se me podía estrangular jugando pelota.
El único campo de béisbol, el del cuartel Urdaneta, estaba copado por los peloteros adultos los fines de semana, así que los muchachos del pueblo jugábamos cuando nos dejaban un huequito o nos íbamos a un terreno todo accidentado, desnivelado y con capas rocosas en la zona de la tercera base que estaba cerca, más allá del casino de oficiales del cuartel, del otro lado de la carretera que va hacia los baños termales, más o menos por la zona donde construyeron el monumento a la bandera. Uno que otro fin de semana nos íbamos para el campo de aterrizaje, como llamábamos al aeródromo cuya pista es hoy la avenida Luis Aparicio y que en ese entonces era un auténtico peladero de chivos, pero más podía la fiebre por jugar pelota. En vista de que los mayores nunca le querían prestar el campo a los muchachos, ni compartirlo con ellos, estos últimos los retaron a un partido. Ganaron los jóvenes, gracias a la labor en el montículo de César Balza, quien unió a su poderoso y controlado brazo de habitual receptor una curvita que tenía locos a los más grandes, al punto de que recibieron catorce ponches. Cuando llegaban las vacaciones escolares, de lunes a viernes íbamos a jugar pelota a La Mulera, actividad que extendí hasta las vacaciones de los años escolares 56/57 y 57/58. En el 57 estaba en Caracas y me gradué de bachiller en el Liceo Carlos Soublette, ya que en San Juan no había quinto año de bachillerato y en el 58 terminé primer año de ingeniería en la Universidad Central de Venezuela. En septiembre de ese año mi familia se mudó para la capital, lo cual significó para mi decirle adiós al beisbol vacacional.
El equipo"Los sabios"
Los primeros partidos organizados de volibol que presencié fue en “La Canchita”, una competencia entre estudiantes del liceo Roscio, agrupados no por el año que cursaran, sino distribuidos en equipos. La canchita quedaba al final de la calle Piar, lindero de la basta zona no construida a la izquierda del auditorio del Grupo Escolar República del Brasil, una cuadra hacia el este y una sola cuadra hacia el sur, pero esta última era el prototipo de lo que se llama una cuadra llanera. Los hermanos Blanco, varón y hembra, vivían al lado de la canchita y ambos, a pesar de ser bajos de estatura, era excelentes jugadores de volibol. Igual sucedía con Omar Echezuría, oriundo de San Sebastián de los Reyes, quien desplegó sus habilidades más que todo en la cancha del patio de la escuela Aranda. Su hermano Luis, quien destacó en el canto bajo el alias de Luis D’Ubaldo, era un destacado jugador de billar, pero este último renglón no lo incluyo entre los deportes, a pesar de que históricamente es un juego de la nobleza, porque en San Juan la mayoría de los jóvenes lo practicábamos a escondidas de nuestros progenitores. En el torneo de volibol al cual hago mención la madrina del equipo “Los Sabios” fue Elena Araujo y la mascota una chiva; estos datos los puedo suministrar gracias a la fotografía que el hermano menor de la madrina, el profesor Luis Araujo, difundiera por las redes sociales. Mi hermano Fran jugaba en ese equipo, con la misión de servirle el balón a Rafael Ángel Hernández, el rematador. En la foto pude identificar a otros integrantes de ese equipo: Heriberto Blanco, Carlitos Ron, Miguelito Salazar, Raúl Medina Torrealba y Rubén Balza. También aparecen a la derecha de la foto tres miembros de otro equipo: Rubén del Corral, Julio Sánchez y Manuel Rojas Muñoz; al fondo se ve a un integrante de un tercer equipo, pero la lejanía impide su identificación.
El boxeo se practicó en San Juan a comienzo de los años cincuenta, con el Culí López como entrenador, en un ring instalado en el cine Bolívar en el lado izquierdo de la zona de gallinero, cerca de la pantalla y frente al baño de los caballeros. En ese entonces ya el local había dejado de ser un largo patio a la intemperie, era más corto, techado y le habían cambiado el nombre original de Cine El Patio. El cuadrilátero fue mudado luego para el largo descanso que hay después de las primeras escaleras que suben hacia el Sanjuanote. En el cuartel La Mulera instalaron un ring de boxeo por los lados de la primera base, frente a la casa que originalmente fue del general Gómez. Ahí se enfrentaban oficiales, conscriptos y algunos sanjuaneros que habían aprendido el oficio con el Culí López, entre ellos mi hermano mayor Fran. Los organizadores de las fiestas patronales de 1955 armaron un ring de lucha libre en la calle que existía entre el monumento a San Juan y la plaza Bolívar, en el cual presentaron a luchadores profesionales del elenco de Televisa. El encordado fue trasladado luego al cuartel de La Mulera, a la zona entre el casino de oficiales y el dugout de la tercera base. Ahí los liceístas nos dimos más de un raspón en los codos y hasta organizamos una competencia en la cual yo hice de anunciador. De los estudiantes el luchador que más se destacó fue el gordito Armando Rivera, quien además era el jonronero del pueblo y un excelente cátcher. El Centro de Turismo Baños Termales fue el primero en tener una piscina corta (semiolímpica); en ella le tocó al entrenador Rafael Lafuente de la Cuadra hacer la selección de los nadadores que representarían a San Juan en las diversas competencias nacionales del año 1955. La práctica del tenis se inició en las tres canchas que también se construyeron en el Centro Turístico. Participaba gente mayor que ya dominaba la disciplina, a quiénes vi practicar y hasta hablé con algunos de ellos al borde de las canchas. Hoy he podido saber que se trataba de Ricardo, Ana y Juan Shult, Tulio Pineda, Pedro Belisario hijo y Carmen Padilla, entre otros. Yo me enfrasqué en la práctica de este deporte, que me gusta mucho por su tremenda similitud con el beisbol (aunque usted no lo crea), cuando ya tenía treinta años, en mi corta estancia de dos años y pico como ingeniero en la refinería de Amuay.
Un nutrido grupo de estudiantes del Liceo Roscio participó en el primer maratón de los barrios, medio maratón (21 km) que se llevó a cabo creo que en 1953. Por suerte no pedían autorización a los padres de los menores de edad, porque estoy seguro que mi papá no me hubiera dejado correr. El ganador fue “Camuco” Pulido, cuyo oficio cotidiano era arrear ganado a pie todas las madrugadas por las faldas del cerro Pariapán. El segundo lugar lo consiguió un atleta que había venido del estado Aragua y yo fui el único liceísta que logro colarse en el cuadro de las medallas, que en realidad fueron trofeos. La competencia empezó bien temprano, lo cual fue providencial porque todavía no había apretado el calor. A lo largo de la ruta los organizadores no le suministraron ni una gota de agua, ni de cualquier líquido, a los participantes. No existían botellas de plástico, ni grandes ni pequeñas, pero a ninguno de nosotros se le ocurrió pedirle a un amigo que nos diera una vasito de agua en algún punto del trayecto. Esa misma mañana, una vez finalizado el acto de premiación, dejé mi flamante trofeo en la casa y me fui a desempeñar mis labores habituales de los domingos: anotador oficial del juego de beisbol que se escenificó en La Mulera. Este trabajo siempre lo hice con gusto y por supuesto que ad honorem. Quizás por no haber entrenado formalmente ni nada parecido, o por la falta de hidratación, durante unas pocas noches posteriores al maratón los calambres en las piernas me estuvieron interrumpiendo el sueño; de día se me iban las rodillas en el corto trayecto de menos de una cuadra que separaba a mi casa de la calle Ribas 18 del liceo Roscio.
Durante las vacaciones escolares del año 56, la gran noticia entre los jóvenes fue la participación de José Ubaldo Pimentel, un hijo de San Juan de los Morros, en el Mundial de Ciclismo que se realizó en Copenhague, Dinamarca, los días 27 y 28 de agosto. Los otros integrantes de la delegación venezolana fueron Simón Armando Rodríguez, Domingo Rivas, Osman Pulgar y Martín Carpio. Pimentel, quien fue mi contemporáneo, contaba a la sazón con dieciocho años cumplidos o por cumplir.
La primera casa deportiva que yo conocí en San Juan de los Morros, y creo que no hubo otra antes, se llamó El palacio de los deportes, propiedad de José Castillo Toro y regentada por su hijo Francisco “Perico” Castillo. Estaba ubicada en la avenida Bolívar, entre las calles Zaraza y Ribas, frente al liceo Roscio. Ahí fui a comprar mi primera pelota de beisbol, infantil, que me costó siete bolívares, un poco más de dos dólares al cambio vigente de 3.35 bolívares por dólar. Yo me lo pasaba más limpio que talón de lavandera, así que la suma la completé medicito a medicito junto con mi hermano Gustavo y con ellos se la pagamos al dependiente. Si uno ponía la pelota, era obligatorio que lo metieran a jugar. Esto lo sabía muy bien Víctor Valera Mora, quien no era un habitual jugador de beisbol, pero a quien no le faltaba plata en el bolsillo. Una vez el chácharo, como todos lo llamábamos, se presentó al campo de La Mulera apertrechado con pelotas, guantes y hasta un bate. El manager Carlitos Ron optó por alinearlo, pero cuando Víctor vio que lo habían puesto a ocupar la nada deseada posición de right fielder, no quedó nada contento y en medio de un arrebato amenazó con llevarse sus bártulos. Al verlo a punto de abandonar el campo, el estratega tuvo que complacerlo y lo puso a jugar en la segunda base.
Cierro estas notas mencionando a la Penitenciaría General de Venezuela, que se construyó en San Juan de los Morros e inició sus actividades a partir de 1949. De ella venía uno que otro recluso, muy contados, a jugar en los torneos dominicales de beisbol que se escenificaban en La Mulera. En esos años iniciales la penitenciaría fue asiento de un movimiento deportivo en el cual participaban equipos integrados por reclusos contra equipos invitados en béisbol y en fútbol. Yo tuve la oportunidad de calentar el brazo como integrante de un equipo de jóvenes que fue invitado a jugar beisbol en el recinto penitenciario. Para la fecha, 1951, ya había logrado que me operaran la hernia inguinal, pero estaba en desventaja con respecto a los otros muchachos. Mi poca destreza, unida a mi brazo “mocho”, condición que como cosa rara se me curó con los años, hacían que mi actividad habitual fuera calentar banco.
Referencias:
Ranuárez, Argenis: Periodismo deportivo en Guárico: algunos lugares, algunos nombres. Ponencia. 2012.
Loreto, Luis: Entre gigantes de piedra. Editorial Equinoccio. 2005.

Funes, Miguel: Concreción histórica y urbana de San Juan de los Morros. 2005.

Con bolívares y sin cédula.

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En diciembre de 1953 descubrí, sin estar consciente de ello, que el bolívar era una moneda fuerte y de uso corriente más allá de las fronteras patrias. Proveniente de Bailadores en el estado Mérida, donde estaba pasando las vacaciones invitado por mi tío Fernando Rodríguez, llegué a Cúcuta junto con él, su cuñado Arturo Contreras y el cadete de la EFOFAC Milton Mora. El automóvil era de mi tío y como buen andino, Arturo lo manejaba. Nos detuvimos en la primera bodega que encontramos en territorio colombiano y mi tío me dio un bolívar para que le comprara una cajetilla de cigarrillos Lucky Strike. Tenía yo a la sazón quince años de edad recién cumplidos y a pesar de que nunca he fumado, sabía que ésta costaba un bolívar con real y medio (Bs. 1.75). Antes de bajarme del carro exterioricé dos dudas: que me aceptaran la moneda venezolana en otro país y que me alcanzara para pagar. Mi tío me dijo que no me preocupara, que hasta vuelto me iban a dar, como en efecto sucedió. Entonces entendí que lo había hecho a propósito, pues en Caracas jamás me había pedido que le hiciera mandado alguno, de eso se encargaba mi abuela y el vuelto era para mí. A Bailadores habíamos llegado por El Vigía, saliendo de la Parroquia La Pastora en Caracas por la Avenida San Martín y pasando hacia Los Teques por la vuelta de El Pescozón y las curvas de Guaracarumbo y La Cumbre Roja. Para que tengan una idea de lo intrincado de la ruta, ese tramo sinuoso de un solo sentido y dos estrechos canales que bordea al Hospital Pérez Carreño entre Antímano y La Yaguara, era en ese entonces una doble vía por donde circulaba todo el tránsito vehicular entre Caracas, el centro y el occidente, e inclusive gran parte del oriente por la ruta de los llanos. Los camiones y los autobuses casi se rozaban con sus semejantes que venían en sentido contrario, pero por suerte en ese tiempo no había motorizados zigzagueando entre ellos, pues el uso de las motos estaba restringido —creo que por disposiciones legales— a los funcionarios del la Inspectoría de Tránsito.
               Al regresar de Cúcuta vinimos un poco apretados hasta San Cristóbal, mas no incómodos, ya que Arturo y Milton contrabandearon para nuestro país un par de niñas que habían conocido en “La Casa de Las Muñecas”, célebre sitio de la vida nocturna en el portón de la frontera colombiana. Salvo la belleza, que era requisito indispensable para trabajar en el lupanar, las mozas no traían ningún otro tipo de identificación; el pasaporte para todo el vehículo lo constituía el quepis del alférez, estratégicamente colocado de manera que fuera visible a través del vidrio trasero. Yo no fui invitado al festín donde las conocieron, quizás debido a mi edad. En esos momentos pensé que las chicas regresarían a Colombia después de parar unos centavos en el Táchira, pero en retrospectiva no debe haber sido así, ya que con el discurrir del tiempo me percaté que la gran mayoría de las heteras que poblaban las casas de citas de Caracas eran hijas de la hermana república.
              
El final de la ruta de regreso, el arribo a Caracas a principios de enero de 1954 fue apoteósico, ya que a finales de diciembre el gobierno del General Pérez Jiménez había inaugurado el tramo de la carretera Panamericana que conecta a Tejerías con Coche. La hoy atosigante vía, a pesar de la isla central que le incorporaron muchos años después, en ese entonces nos pareció una ruta paradisíaca. Yo tampoco cargaba ninguna identificación, ya que la cédula la vine a sacar en Caracas cuando ya tenía dieciocho años y empezaba a estudiar quinto año de bachillerato. En San Juan de los Morros no se necesitaba ninguna identificación y hasta las cartas llegaban al destinatario sólo con el nombre de éste, sin dirección alguna. Fue en esos tiempos cuando César Balza, un compañero beisbolista que había llegado a San Juan desde llano adentro y trabajaba como cobrador en el INOS, vino para Caracas a visitar a otro compañero de los partidos de béisbol que había empezado a estudiar en la capital. Llegó al Nuevo Circo y le preguntó al primero que encontró que si sabía dónde vivía Carlitos Ron. Por suerte comentó que en la pensión donde Carlitos se alojaba, también lo hacían varios jugadores de béisbol profesional del equipo de su preferencia, el Caracas, entre ellos Dionisio Acosta. Así que la popularidad del béisbol permitió que el veguero encontrara al estudiante, ahí mismo, en una casa de San Agustín del Sur.
              
Isaías Medina Angarita
Hablando de cédulas, el número de la de mi padre que nació en 1902 era 2.933, mientras que el 47.990 era de mi abuelo materno, diecinueve años mayor que mi padre. Tanto mi madre, nacida en 1916, como mi hermano mayor que nació en 1937, tenían cédulas muy próximas, de la serie ochocientos mil, mientras que yo que soy de 1938, tengo una cédula que empieza en un millón setecientos mil, pero todo esto tiene su explicación. El sistema de identificación ciudadana lo implantó el gobierno del general Isaías Medina Angarita en noviembre de 1942 y mi padre, como funcionario del Ministerio de Fomento, fue cedulado en su sitio de trabajo. Mi abuelo estuvo renuente a realizar ese trámite, ya que para la época tenía 59 años a cuestas, llevaba casi 50 ganándose la vida y el único documento que había tenido que sacar había sido el pasaporte, cuando con veinte y piquito de años viajó a Nueva York a perfeccionar sus conocimientos en el arte de la reparación y afinación de pianos. La cédula la vino a sacar por necesidad, ya que entre otras labores afinaba los pianos de la Radio Nacional. En la emisora empezaron a pedirle el número de cédula y cada vez que lo hacían les contestaba con la verdad: que no la tenía. La situación se repitió hasta el día que le dijeron que si no la sacaba no le iban a poder pagar el sueldo. Mi madre la sacó en San Juan de los Morros, cuando tuvo su primer trabajo como oficinista en la Dirección Seccional de Estadística del Estado Guárico. Mi hermano Fran también lo hizo en San Juan, poco antes de irse a Caracas a estudiar quinto año de bachillerato. Yo ya estaba estudiando quinto año en el Liceo Provisional Nº 2, que luego recibiría el nombre de Carlos Soublette, y no tenía cédula. Al saberlo, mi tío Carlos Rodríguez,  quien trabajaba en la Compañía Shell en el área de pasajes y visas, me llevó a sacarla. La diferencia de edad con mi hermano mayor era sólo veinte meses, pero él me llevaba tres años en los estudios, pues yo era muy enfermizo y entré a primer grado cuando iba a cumplir ocho años, pero como nunca me rasparon y las huelgas universitarias se superaron, logré graduarme cuando iba a cumplir los veinticuatro.
               Siempre me ha gustado viajar, pero en este momento no es posible ir ni a la misma Colombia. Valga aquí una pequeña digresión: una vez que visité Cartagena de Indias, pensé que no necesitaba identificarme como extranjero, ya que nuestros acentos son muy similares. Raudo, bajé al mercado principal y pregunté cuánto costaba el kilo de un apetecible queso que exhibían. —Será la libra— me objetó inmediatamente el vendedor. Pero no la  libra que nosotros conocemos, sino una de 500 gramos. A un tío paterno mío que tenía una bodega en Calabozo lo multaron porque no había cambiado el juego de pesas patrón de libras a sus correspondientes en kilogramos. Con razón en Canudos el fanático religioso AntônioConselheiro se oponía, entre otras cosas, al gobierno central y al sistema métrico decimal. Esto nos lo recordó Mario Vargas Llosa en “La guerra del fin del mundo”, deliberada reescritura de uno de los mayores clásicos de la literatura brasileña: “Os Sertões” de Euclides Da Cunha. Hoy hay que limitarse a viajar a través de los libros, tratando tal vez de releer porque la masa no está para bollos. El tipo de cambio de nuestro país es desconocido, el oficial es un mito y el real o paralelo innombrable, fuera del alcance del devaluado sueldo de los profesores y además no hay dólares. Si nuestros antepasados no hubiesen defenestrado a Emparan, posiblemente nos estaríamos manejado en euros bajo la apacible supervisión de un Virrey. Si esto les suena como un descabellado retroceso al pasado, para mi resulta más atractivo que la regresión que actualmente se gestiona a diario desde las más altas esferas del poder.

Raúl Valarino, pionero de la ingeniería eléctrica.

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El meollo de este recuento lo escribí en el 2003, hace doce años, cuando me movían serios deseos de abordar una historia ligera de la enseñanza de la ingeniería eléctrica en Venezuela. Ligera en el sentido de que la falta de una fecha precisa no debía originar un perfeccionismo paralizante y que tampoco debía carecer de anécdotas. En ese entonces pensé que la mejor manera de ir organizando los recuerdos, era centrarse en los profesores de la institución pionera, la Universidad Central de Venezuela, y que Melchor Centeno era el punto de partida obligatorio. Sin embargo sólo realicé estas cortas líneas sobre Raúl Valarino Hernández, personaje que unió el ejercicio profesional a la docencia y que alguna vez quiso incursionar en la política. Pensé seguir con el maestro Armando Enrique Guía, pero ni siquiera su familia, a la cual contacté a través de la Internet, me dio respuesta alguna y seguí dependiendo sólo de la escasa información que sobre él disponía. Abandoné el proyecto, pero pensé que las líneas sobre Raúl podrían tener una mayor divulgación a través del blog y procedí en consecuencia. Es poco lo que he añadido, aun cuando muchas cosas han sucedido en esos doce años, como la sentida desaparición de algunos de los colegas que aquí menciono, las cuales no incluyo.
              
Raúl Valarino (cortesía de AnaIsabel Valarino)
Así como hay profesores que todo lo explican en detalle, hay otros que son crípticos, categoría en la cual formaba filas Raúl. Me cuentan quienes recibieron de él clases teóricas, que en los enunciados de los exámenes omitía palabras a propósito, ya que tener el entendimiento global de los que se preguntaba era parte de la evaluación. Yo lo tuve como profesor del laboratorio de comunicaciones en cuarto año de la carrera, durante el año lectivo 1960-1961. Este era un laboratorio típico de la época, en la cual un único profesor atendía a los vendedores, seleccionaba los equipos, los recibía, los instalaba, los probaba, elaboraba las guías, realizaba las prácticas y luego les exigía su realización a los estudiantes. Y desde la recepción de los equipos, las demás actividades enunciadas se realizaban casi simultáneamente. Una labor similar me tocó a mí pocos años después (1964-65) con el primer laboratorio de microondas que se dictó en el país, con la única diferencia de que los equipos los había seleccionado Nelson Belfort y llegaron en el momento en el cual él salió a realizar su postgrado y yo regresé de mi postgrado e ingresé al cuerpo profesoral de la Universidad Central de Venezuela.
               Volviendo al laboratorio de 1960, uno de los escollos que teníamos que saltar era entender lo que se pedía en las guías. Visto en retrospectiva, este fue un buen adiestramiento para poder comprender más adelante los catálogos de los fabricantes de equipos. Una vez, a mediados del curso, nos tocó realizar la práctica de la llamada “T mágica”, que no es más que un puente de medición a radiofrecuencias, que usa como reactancias variables segmentos de líneas de transmisión de longitud ajustable. Al final de la práctica, Gonzalo Van der Dys le preguntó al profesor Valarino:
—¿Esta guía no la escribió usted, no es así?
—No, esa la elaboró Rodríguez Tamayo ¿Por qué lo preguntas?
—Porque la leímos y entendimos todo—le contestó Gonzalo con toda tranquilidad y sinceridad.
               A la larga Raúl y Gonzalo terminaron siendo socios, como lo cuento más adelante. Creo que Antonio Rodríguez Tamayo fue su compañero de tesis, en la promoción de 1956 que tuvo cuatro integrantes, ellos dos y los hermanos Carlos y Efraín Rodríguez Soto; esta promoción, la quinta desde 1950 ya que en el 52 no hubo ningún graduado, elevó el número total de egresados a diecisiete. Fue con Rodríguez Tamayo la persona con la cual Raúl me mandó a hablar con cuando regresé de Chicago, en julio de 1964, después que obtuve el Master. Estaba yo sentado en las afueras del Colegio de Ingenieros y no podía evitar mostrar la cara de preocupación que cargaba; no era para menos: andaba limpio y sin trabajo. Hizo acto de presencia Raúl y de la conversación que tuvimos en ese momento, surgió la entrevista con Rodríguez Tamayo, quien tenía un alto cargo en la entonces incipiente CANTV y despachaba desde una oficina de la torre sur del Centro Simón Bolívar. Previamente Roberto Chang había estado de visita por Chicago y me había expresado que esa compañía estaba interesada en mis servicios. Yo había realizado mi tesis de grado, junto al catire Luis Ernesto Christiansen y a Gonzalo Van der Dys, en la Oficina de Planificación y Desarrollo de las Telecomunicaciones, precursora de la CANTV. El cuento es que no terminé trabajando en la telefónica ni tampoco en la Compañía Shell que me había becado, sino que fui a parar a la Escuela de Ingeniería Eléctrica de la UCV, pero eso es harina de otro costal.
               Al catire Valarino le decían “el mocho” o “el hombre de la patilla”, debido a que le faltaba la falange del dedo índice derecho, la cual perdió de muchacho manipulando la cadena de una motocicleta de su propiedad. Lo de la patilla obedece a ese afán de los venezolanos de hacer de todo un chiste. Decían que él se iba al mercado libre, apoyaba el dedo mocho en una patilla y le preguntaba al portugués cuanto costaba, obteniendo un gran descuento ya que le había metido el dedo. Las vicisitudes políticas de Raúl me las contó cuando me integré al personal docente de la Escuela de Eléctrica. No recuerdo a cual candidato de Acción Democrática se puso a hacerle campaña por todo el país, pero el caso es que sólo iba para su casa los fines de semana, a cambiarse de ropa y a cumplir con sus deberes maritales. Recuerdo la frase que empleó, como si la acabara de escuchar; no fue tan formal como yo lo he escrito, sino que habló de echar un diminutivo de esa nube que levanta el caballo “Plata” de “El Llanero Solitario” con la cortina musical de los compases de la obertura de Guillermo Tell de Rossini. Tal como sucedía en esos tiempos, el candidato de AD ganó la elecciones. A Raúl, como premio, lo nombraron miembro del directorio de la CANTV. Cuando asistió a la primera reunión se llevó mayúscula sorpresa, ya que los demás miembros le firmaron un cheque en blanco al presidente de la compañía, expresando que ellos aprobarían de antemano cualquier proposición que éste hiciera. No así Raúl, quién no se sumó al coro de los incondicionales y empezó a ser visto como un personaje incómodo. Yo siempre lo he dicho: para los políticos no hay nada que estorbe más que una opinión experta, sobre todo si va en contra de los designios populacheros e irresponsables. Corta fue la vida política de Raúl; a otros le ha ido mejor. Yo recuerdo los nombres de algunos profesores que formaron parte de un grupo de “Profesionales con Piñerúa” y aun cuando éste perdió las elecciones los docentes no perdieron del todo su tiempo, ya que dos de ellos fueron a la postre rectores de una destacada universidad venezolana, designados ambos por gobiernos de la tolda blanca.
Placa de la AVIEM, galería del Colegio de Ingenieros de Venezuela.
               El Colegio de Ingenieros o más específicamente la Asociación Venezolana de Ingenieros Electricistas y Mecánicos, AVIEM, era el sitio de encuentro de muchos de nosotros y algunos terminamos como directivos gremiales. En diciembre de 1965 regresó de Suecia Gonzalo Van der Dys y en la AVIEM se reencontró, entre otros, con Raúl Valarino. Entre otras cosas, los nuevos nos enfrentamos a la llamada vieja guardia que siempre había dirigido la AVIEM y les ganamos las elecciones. Esa directiva la presidió Alberto Méndez Arocha, el “Viti” Méndez, y formaron parte de ella Gonzalo Van der Dys y Paco Barea. A mi me tocó dirigir la revista “Ingeniería Eléctrica y Mecánica” y luego formé parte de la siguiente directiva, la cual presidió Luis Alvaray. De esa época recuerdo los sabios consejos que nos daba la experimentada voz del vocal ReinholdPedersen, “Julius” como lo llamaba con afecto Raúl. Con el contacto permanente en la sede el CIV creció la amistad entre Gonzalo, Raúl, Manolo Díaz Hermoso y Fabio Osorio. Acicateados por el gusanito de mejorar el ejercicio de la profesión (el idealismo puro que ojalá no se acabe nunca, en palabras de Gonzalo) empezaron a pensar en la creación de una empresa de ingeniería que llenara el vacío que había en la parte electromecánica, ya que prácticamente sólo existían “Epsilon” de Carlos Rodríguez Soto en electricidad y “Otepi” en mecánica. La primera de las grandes, Tecnoconsult de Francisco González Pérez, fue creada apenas en 1967 y luego surgió Inelectra, creación de mi preparador de máquinas eléctricas Rubén Halfen, de su concuñado Moisés Niremberg mi compañero de estudios y amigo desde quinto año en el Carlos Soublette y del profesor de todos nosotros Luis Bertrand Soux. Gonzalo sale de Ericsson en l968 y junto con Raúl Valarino, Manuel Díaz Hermoso y Fabio Osorio, deciden formar la compañía “Arges”, representación mítica del rayo en la tormenta, de donde proviene los vocablos argentum: plata (la cual nunca obtuvieron con esa empresa) y derivados tales como argentina.  No por ser el mayor del grupo, sino por sus dotes naturales, Valarino fue el líder, cabecilla, ideólogo y mentor de la empresa pero, lamentablemente para una empresa comercial, demasiado idealista y puro. Prueba de ello fue el destino de la empresa “Alef” (la primera letra del alfabeto hebreo y título del cuento más notable, en mi opinión, de Jorge Luis Borges). Esta fue creada por el mismo grupo al año siguiente, 1969, para dedicarse a la ejecución de obras y complementar las funciones de Arges. Mientras estuvo a cargo del grupo inicial, la compañía nunca arrancó y todo el tiempo se les fue en hacer planes y presentar presupuestos; como al año se la vendieron a Florencio Bustamante y a Fabio Osorio, quienes la pusieron a valer y se dice que lograron buenas ganancias por muchos años.
               Gonzalo confiesa que su relación con Raúl Valarino se transformó en una gran amistad, signada por una profunda admiración de su parte. Añade que el espíritu organizador y el empuje de Raúl fue lo que permitió arrancar con esas empresas que, en lo personal, le dieron a Gonzalo las bases para ejercer profesionalmente y sobrevivir hasta el día de hoy.
Esta foto debe haber sido tomada de noche, la camisa es manga larga. (Cortesía de AnaIsabel Valarino)


               A mediados de 1995 me encontraba yo residenciado en la Isla de Margarita y leí en el periódico que se le rendiría un homenaje al profesor Raúl Valarino. ¿Qué nueva cosa buena habrá añadido Raúl a su palmarés, para que se le reconozcan sus méritos? fue la pregunta que me hice. Al leer la noticia encontré la triste respuesta de que simplemente había muerto. Falleció el 9 de abril de 1995, cuando le faltaban menos de cuatro meses para celebrar treinta y nueve años de graduado. Los egresados de la promoción de Ingenieros Electricistas de diciembre de ese año lo nombraron su padrino póstumo. Me imagino que esta distinción la disfrutaría desde las alturas, con el saco del traje recostado en una nube, luciendo su camisa blanca manga corta de cuello y su corbata de lacito, tratando de determinar quiénes de sus ahijados iban a parar en docentes, quienes serían buenos ingenieros y quienes simplemente se ganarían la vida de alguna otra forma.

De arquitectura, el teatro

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Entrar a trabajar en el sitio donde uno ha estudiado tiene sus ventajas. Con dos años de graduado, de los cuales dediqué cuatro meses al idioma inglés en el Queens College de Nueva York y el resto en sacar el Master en el Instituto Tecnológico de Illinois, en septiembre de 1964 pasé del pupitre del estudiante a la tarima del profesor. Todo me era familiar en la Escuela de Ingeniería Eléctrica, inclusive unos pocos de mis primeros alumnos habían sido mis compañeros de estudio. Lo que si tuve que aprender fue a buscar un sitio donde almorzar. De estudiante vivía con mis padres cerca de la Universidad Central e iba a almorzar a la casa (un apartamento alquilado en Las Acacias), que era lo más económico. En la UCV el horario de trabajo era de ocho a doce y de tres a seis, aun cuando el dictado de las clases y de los laboratorios nada tenía que ver con esto y muchas veces di clases a las siete de la mañana y atendí laboratorios bien entrada la noche. También trabajábamos medio día los sábados. Por lo general los profesores almorzábamos en grupo en los alrededores: el Ling Nam en la vecindad de la plaza de Las Tres Gracias. el Fornaretto en Santa Mónica y el más cercano y económico Cafetín de Arquitectura, donde a pesar del nombre servían comida caliente y no simplemente balas frías.

Un mediodía a principios de enero de 1965, cuando estaba almorzando en Arquitectura en compañía del colega Luis Fábregas, vimos descender por unas escaleras adyacentes al comedor a dos o tres mujeres que estaban bien buenas. Picados por la curiosidad, al terminar de comer bajamos hacia el vecino sótano y descubrimos las actividades que en un auditorio llevaban a cabo los miembros del Teatro Experimental de Arquitectura (TEA). En esos momentos ensayaban el montaje de la comedia “El Burlador de Sevilla y Convidado de Piedra” de Tirso de Molina y el director hizo una audición entre el público presente. El tocayo Fábregas ni se dio por enterado, pero yo, con el gusanito de haber hecho teatro en San Juan de los Morros, subí al escenario y dije, libreto en mano, los tres parlamentos de la escena II, en la cual el Rey de Nápoles increpa a Isabela y a Don Juan y manda a prender a este último. Quizás me metí en la piel del Jefe Civil de un pueblo, ya que el director me dijo que le había puesto carácter e intención al personaje, pero que le había faltado la majestuosidad propia de un rey. El director, quien había abandonado los estudios de derecho al descubrir que su vocación era el teatro, conocía bien los asuntos de la realeza por haber protagonizado en el Teatro Universitario a Cesáreo en "Noche de Reyes" de William Shakespeare. De él supe que para ese momento ya había actuado también en las obras "Pozo Negro" y "El Sombrero de Paja de Italia”, había estado actuando en Italia y había representado y escrito el guión de “Juan Francisco de León”. Su nombre: José Ignacio Cabrujas.

“El Burlador…” fue un ambicioso proyecto de Cabrujas que no cristalizó ya que se necesitaban muchos actores y los disponibles eran pocos. A falta de otros yo había calificado para personificar al Rey y desde ese momento Maritza Pulido, una de las actrices a quien ya conocía por trabajar ella en la Facultad de Ingeniería, empezó a llamarme “Rey”. Entre los consecuentes mirones había un tipo bastante metiche a quien bautizamos con el remoquete de “ La Gaveta”. José Ignacio lo puso a hacer la escena VIII conmigo, en la cual yo personificaba al Duque Octavio y La Gaveta al criado Ripio, quien le preguntaba al Duque: “¿Tan de mañana, señor, te levantas?” El tipo pronunció todas las palabras sin ninguna entonación y exageró las pausas entre las palabras, como si fueran puntos y no comas. A la sugerencia de que se olvidara de la letra y simplemente dijera: “Hola Luis: ¿cómo estás?”, respondió con la misma cadencia: “Hola/ Luis/ Cómo/ Estás/”. Después me enteré, cuando coincidimos en medio de unos disturbios que se dieron entre la Facultad de Farmacia y el Hospital Universitario, que La Gaveta era simplemente un policía (petejota, disip, que sé yo) a quien habían destacado para hacer labores de inteligencia dentro del campus de Los Chaguaramos.

Cuando yo ingresé al TEA, el director Humberto Orsini tenía ya lista la obra “La Cantante Calva” de Ionesco, protagonizada por Pilarica Iribarren, Roger Bonet y Manuelita Zelwer. Como parte del trabajo del grupo recibíamos clases de expresión corporal, a cargo de Rolando Peña, quien todavía no usaba su título nobiliario de “El Príncipe Negro” que le había otorgado Andy Warhol en Nueva York. No sé si José Ignacio y Rolando se conocían previamente, pero en ese mismo año de 1965 ellos montaron en la Universidad Central de Venezuela “Testimonio” y “Homenaje a Henry Miller”, los primeros espectáculos multimedia de la América Latina, que incorporaron al teatro y a la danza aplicaciones de la tecnología como el cine, proyección de diapositivas, luces estroboscópicas y música electrónica. Del TEA debo también mencionar a las hermanas Germania y Esmirna Ledezma y al flaco Alfredo, cuyo apellido no recuerdo. En esa época se dieron los ensayos de “La Muerte de Bessie Smith” de Edward Albee, el mismo de “Who's Afraid of Virginia Woolf?” y también de la versión en español de: “Oh Dad, Poor Dad, Mamma’s Hung You in the Closet and I’m Feelin’ So Sad” de Arthur Kopit, más teatro del absurdo, pero ahora de un dramaturgo americano fuertemente influenciado por Ionesco. De esta última obra ensayé algunas escenas en el papel del Comodoro Roseabove. La escenificación de “La muerte…” se dificultaba por la inexistencia de un actor negro. La Gaveta era el único que daba el físico, pero nada que ver. Finalmente el flaco Alfredo, quien además es catire, resolvió el problema pintándose de negro cual Al Jolson redivivo. Tengo entendido que el estreno se dio estando yo en Palo Alto, California, a donde había viajado a recibir entrenamiento en el área de microondas en la firma Hewlette-Packard.

En septiembre de 1965 el grupo fue invitado a presentar “La cantante…¨ dentro de un festival de teatro que tuvo lugar en Guanare, estado Portuguesa, en el marco de las festividades a la Virgen de Coromoto. Partimos del estacionamiento que está entre la Escuela de Eléctrica y la Facultad de Arquitectura, en una destartalada buseta suministrada seguramente por la Dirección de Cultura. O faltaba un asiento o sobraba un pasajero, así que yo me ofrecí para viajar sentado en los escalones que daban acceso al transporte. Bien duros por cierto y sin un cojín a mano o algo por el estilo. Maritza me aconsejó que para poder soportar el largo viaje tendría que anestesiarme con caña. En la primera parada que hicimos empezando la Panamericana a nivel de Cochecito, adquirí bastimento etílico suficiente para todo el viaje. Cuando nos detuvimos por segunda vez no aguantaba las ganas de orinar, pero en lugar de asumir la conducta atávica de buscar la parte posterior de una mata, prevaleció en mi aquello de que “borracho no pierde el tino ni mea lejos del camino” y, saliendo el primero dada mi ubicación, descargué la vejiga sobre la rueda delantera de la buseta, mientras actrices y actores desfilaban hacia los amplios mostradores del negocio.
Más adentrados en la ruta, la cabeza empezó a darme vueltas y a pesar de toda la física que había estudiado, intenté vaciar mi estómago apuntando hacia la vía sabiendo que el movimiento relativo invertiría la trayectoria. Detrás de mi estaba sentada la primera actriz y los demás pasajeros se dieron cuenta de mi acción cuando ella preguntó ingenuamente: “¿Cómo que está lloviendo?” Al llegar a Guanare ya había recobrado la compostura y me sentía todo apenado, pero para mi sorpresa los miembros del grupo (menos una, por supuesto) vinieron a darme palmadas y a decirme que en el trayecto, a pesar de mi condición de profesor, había demostrado cabalmente que yo pertenecía al grupo, que era uno de ellos. En la recepción del hotel, donde llegamos ya avanzada la noche, nos enteramos que Cabrujas también estaba alojado allí. Averiguamos cual era su cuarto (todos tenían ventanas que daban a la calle) y nos pusimos a escenificar, a grito vivo, escenas de “El Burlador…”. Con una cara que indicaba claramente que lo habíamos sacado de su sueño, José Ignacio se nos unió en la calle y nos dijo: “Pensé que tenía una pesadilla”.

Para finalizar les cuento que treinta años después me reencontré con Germania en la Universidad Simón Bolívar, en la terraza de la Casa del Profesor, a raíz de un concierto que diera el talentoso guitarrista Aquiles Báez, quien es su nieto. Con Roger Bonet coincidí en la casa de mi vecino Rafael Orellana, cuando éste celebraba el grado de su hija mayor, Lilia. De esto hace ya bastante tiempo, pero me acuerdo que fue Roger quien me reconoció, cuando casi siempre pasa lo contrario, que soy yo el de la memoria. Estando viviendo en la Isla de Margarita, en agosto de 1995 sostuve una grata conversación en el Hotel Marina Bay con José Ignacio Cabrujas un par de meses antes de su muerte, después de una charla que él dictara sobre la telenovela, una historia en la cual una mujer sufre en todos los capítulos menos en el último. En el 2006 puede disfrutar, en las instalaciones de la Biblioteca Central de la Universidad Simón Bolívar, la presentación de “El barril de Dios” de Rolando Peña. Una vez finalizado ese evento y en la grata compañía de Claudio Mendoza, Rolando y yo intercambiamos los respectivos correos electrónicos, nos deleitamos con variados recuerdos y prometimos mantenernos en contacto, lo cual hemos cumplido al menos por vía electrónica.

La edad de los libros de texto

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Cuando yo ingresé a la Universidad Central de Venezuela en 1957, las materias se cursaban por año, aun cuando algunas como Humanidades I estaban divididas en dos partes que las dictaban dos profesores distintos, pero la nota final era una sola. Los dos primeros años eran comunes a todas las especialidades, al punto que a pesar de estar inscrito en ingeniería eléctrica, pasé un año completo dibujando cabillas, encofrados, isometrías y todo lo relacionado con la ingeniería civil. Con el advenimiento de la democracia y bajo las ideas innovadoras del decano Isava, empezó el régimen de semestres. Nomogramas y Ábacos, que dictó el propio Héctor Isava, fue la primera materia que cursé bajo esa modalidad en el primer semestre de segundo año. La cátedra de Circuitos I se dictó por primera vez por semestres y también por vez primera a nivel de segundo año ese año escolar 58-59. El profesor de la asignatura, Melchor Centeno Vallenilla, recomendó como libro de texto el "Electric Circuits", que en ese entonces se conseguía sólo en inglés, en una edición gruesa impresa en un papel de óptima calidad y encuadernada en azul. Con toda seguridad era una reimpresión de la edición original que data de 1940. Hoy en día se escriben libros en inglés teniendo en mente que el mercado es internacional, pero cuando los miembros del MIT EE Staff redactaron ese clásico, jamás pensaron en el sufrimiento que causaría por estas latitudes. Porque algunos, muy contados, manejaban bien el inglés y la mayoría no. Para mí, que estudié los primeros cuatro años de bachillerato en el bucólico San Juan de los Morros, la materia más difícil que enfrenté en quinto año en el Liceo Carlos Soublette en Caracas fue precisamente inglés. Todo lo atribuyo a la falta de rigor en la enseñanza que recibí, porque los profesores iban y venían y nunca tuve un curso completo de inglés con el mismo profesor. En primer año de bachillerato (1952) empecé a recibir las clases de inglés con la exigente y excelente profesora Celia Ortiz de Urbina, quién nos dejó a mitad de curso, ya que su esposo, el también profesor Castor Urbina había sido designado miembro por el estado Guárico de la Asamblea Constituyente que se instaló en la capital y promulgó, el 15 de abril de 1953, la nueva Constitución de los Estados Unidos de Venezuela. Ese año lo terminó la profesora colombiana Lucrecia de Lamus, con un nuevo método y un nuevo libro
Volviendo al meollo de la narración, el lenguaje del texto del MIT era denso, al igual que los conceptos matemáticos requeridos. Pero pude sobrevivir gracias al idioma universal de las ecuaciones y los gráficos, manejando un vocabulario mínimo en el cual las palabras "lead¨ o "lag" no eran sino sinónimos de las posiciones relativas de los vectores corriente y voltaje. En la cátedra de Magnetismo y Transformadores también dictada por Melchor, el texto fue el "Magnetic Circuits and Transformers", quizás en su versión de 1961 y no la original de 1944. Por cierto que cuando estuve de año sabático en 1979, todavía ese era el libro de texto en el postgrado de ingeniería eléctrica del Instituto Tecnológico de Georgia. En luminotecnia Melchor nos mencionó el libro de Parry Moon y de la doctora Domina Spencer, pero los apuntes del propio Melchor eran insuperables y contenían contribuciones originales de nuestro querido profesor. En la materia Líneas de Transmisión empleamos la segunda edición del “Electric Power Transmission” de L. F Woodruff, publicado por primera vez en 1938. Éste, a diferencia de los anteriores, tenía carátula empastada roja y era delgadito, lo cual no decía nada de las veces que tuvimos que darle vuelta a la regla de cálculo, leyendo ambas caras contra reloj, evaluando funciones hiperbólicas que describían la línea que va desde Boulder Dam, Colorado, hasta Los Ángeles, California.
Cuando yo regresé de postgrado, en 1964, la primera materia que dicté en la Universidad Central de Venezuela fue Teoría Electromagnética, por el libro de Plonsey y Collin, que era nuevo (1961) y por el cual yo había estudiado en el Instituto Tecnológico de Illinois . En Comunicaciones I usé la primera edición del Lathi, que me recomendó el director de la escuela Roberto Chang, pero al año siguiente me cambié a la también primera edición del Carlson. Pero en Comunicaciones II y como buen alumno de Centeno, recomendé un libro de texto de 1950, el "Transmission Lines and Networks" de Walter C. Johnson. Yo había estudiado esa materia por el Everitt y Anner, que sólo analiza las líneas de comunicaciones en régimen sinusoidal permanente (o estado estacionario, como dicen, pero a mi no me gusta el término). Resulta que en la primera clase de la materia "UHF Waves and Transmission" que tomé en el Illinois Institute of Technology en Chicago, el profesor puso un problemita de una batería que se conectaba a través de un interruptor a una línea de transmisión sin pérdidas de parámetros distribuidos L y C, terminada en un circuito abierto. Para mi eso era chino y mientras los demás compañeros dibujaban ondas a lo largo de la línea o en el extremo receptor, yo pensaba en como iba salir del atolladero. Le pedí prestado a Manolo Oliva, un amigo cubano que estudiaba pregrado en eléctrica, el texto que ellos usaban en esa materia, el cual resultó ser el de Johnson. Ahí aprendí que la impedancia característica de una línea no es un concepto exclusivo del régimen sinusoidal permanente y supe atacar problemas de transitorias en líneas de transmisión. Creo que este curso de Comunicaciones II que dicté en la UCV les fue útil a mis alumnos que se fueron por la rama de potencia y que trabajaron como ingenieros en el proyecto de la línea de corriente continua del Guri, sobre todo en las "switching surges" u "ondas de choque" que en ese entonces eran palabras nuevas en el léxico de los ingenieros electricistas.
Quiero cerrar esta nota mencionando que en quinto año fue cuando vine a saber que existían unas ecuaciones de Maxwell, a pesar de que ya había aprobado teoría electromagnética, porque mi profesor de Sistemas de Comunicaciones, Hernán Pérez Belisario, las mencionó y le sorprendió nuestra crasa ignorancia. En ese entonces Clemente Gooding, ingeniero de la OPD (Oficina de Planificación y Desarrollo de las Comunicaciones, la precursora de la CANTV) que guió la tesis que hicimos Gonzalo Van der Dys, el catire Christiansen y yo, nos recomendó el libro de Mischa Schwartz "Information Transmission, Modulation and Noise". Gonzalo, que siempre se lo pasaba fregando la paciencia (para no usar un gerundio que empieza por jota y termina en diendo), se ponía a imitar la pronunciación del bueno de Clemente y decía algo como "Micha Chuá". De paso, todavía en el 2009 venden en las librerías la traducción de la segunda edición del Carlson, que no sólo está obsoleta sino que es pésima, pero esto es un material más que abundante para unas nuevas reflexiones.

Uniformado de pelotero en la playa

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Esta crónica se refiere a un viaje que el equipo de béisbol de los profesores de la USB hizo a Maracaibo a principios de 1973. Un apreciado colega, cuyo nombre recuerdo perfectamente pero no voy a mencionar, contó hace pocos años en la terraza de la Casa del Profesor y en medio del tradicional brindis asociado a algún acto académico, la historia de un equipo de béisbol de estudiantes de la USB, en la cual aparecía el Dr. Mayz jugando la segunda base de dicho equipo y luego dándoles a los jóvenes un agasajo en el Hotel del Lago. Habiendo sido yo miembro de esa comitiva (y también de la bebitiva) recordaba todos sus detalles, pero juzgué que no era apropiado corregir al narrador en ese momento. Él, aun cuando recibió la información de segunda mano, había conservado lo substancial del relato, así que decidí escribir Uniformado en la playa, mi primera versión de los acontecimientos. A finales de abril de 2009, hurgando en los archivos de Cenda en mi condición de Cronista de la USB, pude localizar la Carta Semanal donde Ernesto Mayz narra los pormenores del juego, nota que incluyo textualmente debidamente entrecomillada. El rector Mayz no sólo era el segunda base titular del equipo, sino el cronista de todas las actividades deportivas de la Simón Bolívar, tanto de profesores como de estudiantes, empleados y obreros. Le he dado un título ligeramente diferente a esta segunda versión, ya que a pesar de no haber eliminado muchas de las repeticiones que habían entre lo que escribí de memoria más de treinta años después y la nota que el Dr. Mayz había escrito en caliente, si cambié algunas imprecisiones, como la de que el short stop lo había jugado Osmar Issa, cuando a esas alturas ya había sido destronado por Edicio Ramírez, aquel catire que bateaba a la zurda y que me la sacaba de jonrón cada vez que yo lanzaba en las prácticas de bateo.

Todos los peloteros viajamos en autobús, incluyendo al Dr. Mayz, aun cuando el automóvil oficial del rector, su chofer y su guardaespaldas formaban parte de la comitiva. Los maracuchos, encabezados por el profesor Tito Useche, nos recibieron a cuerpo de rey y nos agasajaron en una discoteca hasta altas horas de la madrugada. La mañana siguiente, cuando llegamos al campo de juego de la Fábrica de Cemento, conocimos a un hermano del Dr. Mayz que era médico y ejercía en Maracaibo. No se olviden que el Dr. Mayz es marabino. Los anfitriones apenas calentaron el brazo justo antes de empezar el encuentro y a nosotros nos dejaron practicar todo lo que quisimos, más de media hora. Una vez iniciado el juego, lo estuvimos ganando hasta la quinta entrada, cuando sobrevino la debacle y nos cayeron a batazos. Ellos lo atribuyeron a que a esa altura del juego ya se habían acostumbrado a la pelota chiquita, ya que normalmente era softball lo que practicaban. La verdad era que el agotamiento físico causado por el viaje y la trasnochada, la intensa práctica previa y el agobiante calor reinante, nos venció. Así que cuando yo entré de bateador emergente, no fue por estrategia sino porque muchos de los peloteros no podían con su alma. El receptor Emilio Guevara, quien además de estar agachado la mitad del juego (que es más de la mitad del tiempo, cuando tu equipo es el que está recibiendo leña), tenía que forrarse el cuerpo con el peto, el casco, la careta y las espinilleras; así, cuando nos tocaba batear se metía de cabeza debajo de un chorro de agua que había a un lado del dugout. Los jardineros Jacinto Morales Bueno, Daniel Pilo y José Adames o Marcelo Guillén, porque cuando uno lanzaba el otro cubría una posición del outfield, tuvieron que correr de lo lindo. No hubo muchos batazos por el short, defendido por Edicio Ramírez, ni muchos tiros a la primera que era propiedad de Jacinto Gómez Vilaseca. Porque cada posición tenía su dueño y la segunda era del Dr. Mayz y eventualmente de Daniel Pilo. Yo, para poder jugar en ese equipo, me puse a practicar la posición de tercera base que nunca había defendido, porque el tercera habitual, Néstor Ollarves, las cogía todas pero no tenía fuerza en el brazo como para que sus tiros llegaran a primera y otros que se atrevieron a jugar en la esquina caliente, como Esteban Luis Berta, tenían más voluntad y valor que conocimientos o condiciones natas. Una vez el recordado colega Luis Bruzual intentó incorporarse al equipo, pero en las prácticas no agarraba los batazos elevados porque ponía el guante a un lado del cuerpo, esquivando la pelota. Yo le dije que el truco era no quitarle la vista a la pelota y así lo hizo, tan literalmente que recibió un pelotazo en un ojo que marcó su debut y despedida. Para salirme de esta digresión, incluyo el relato del Dr. Mayz, aclarando previamente que el Manager Rojas que se menciona es Salvador Rojas, en ese entonces empleado administrativo de la Universidad Simón Bolívar y que no recuerdo nada acerca del López que allí aparece, pero que por cuestión de fechas sé que no es Rafael “El negro” López.

“Un cordial acto de intercambio deportivo realizó el equipo de beisbol de los Profesores de la Universidad Simón Bolívar con sus colegas de la Universidad del Zulia. Acompañados del rector de nuestra Universidad quien juega la 2da. Base del equipo, se trasladaron el autobús a Maracaibo, donde se llevó a cabo un encuentro a nueve entradas.

“Brillante actuación tuvieron todos los integrantes de nuestra novena deportiva. Y si los resultados no fueron del todo favorables, ello se debió al cansancio del viaje, a la influencia del cálido sol marabino y a la inteligente pero demoledora estrategia social que pusieron en práctica los anfitriones. Por lo demás, en el equipo zuliano aparecían 4 ó 5 jugadores de categoría AA, entre ellos el pitcher, cuya especialidad es la hipnología en el área psiquiátrica. El árbitro, que descollaba por su generosa humanidad física, era también el chofer de uno de los autobuses de la Universidad del Zulia…

“A pesar de todas estas adversas circunstancias, nuestros profesores dejaron muy en alto el nombre de la Universidad Simón Bolívar y demostraron una vez más su clase beisbolera. Si entrar en detalles, este cronista quiere destacar la brillante actuación que como pitcher tuvo el profesor Marcelo Guillén, quien abrió las acciones desde el montículo. Guillén pretendió dominar los bateadores contrarios empleando su célebre curva rabo e´cochino; pero los de Maracaibo como que se han especializado en dar palos cochineros. El profesor Guillén tuvo, en consecuencia, que ser auxiliado por su colega Pilo, quien a decir verdad no estaba en su mejor forma, por haber perdido, durante el viaje, sus lentes de contacto. Por esta razón no veía muy claro el home, lo que obligó al Manager Rojas a sustituirlo por el profesor Adames, después que Pilo recibió una pila de palos. Adames sufrió los rigores del sol marabino y aunque tuvo momentos estelares, donde brilló su innegable clase, sufrió continuos parpadeos en su control. Esta circunstancia y una serie de errorcillos cometidos por algunos de los otros titulares – a quienes no viene al caso nombrar descortesmente – hicieron que los de Maracaibo se envalentonaran en el oficio de correr continuamente las bases.

“Entre las ejecutorias más inesperadas del juego cabe destacar la impecable defensiva que lució el 2a. base Mayz, aunque su actuación al bate dejó mucho que desear, ya que sorbió tremendo ponche maracucho propinado por el pitcher psiquiatra. Sin embargo, haciendo llave con el profesor Edicio Ramírez, quien defendía el campo corto, intervino en 4 ó 5 lances sin la menor sombra de error. Era domingo y estaba en su tierra. Por eso, este cronista no sabe todavía el motivo que tuvo el Manager Rojas para sustituirlo en el 5° episodio, cuando el Dr. Jacinto Gómez –aquejado de un doloroso esguince que le produjo una audaz carrera con la que quería llegar a primera, con un simple rolincito– haciendo gala de vergüenza, presentó su irrevocable renuncia y le pidió al Manager Rojas que lo sustituyera. La salida de estos dos brillantes jugadores del equipo fue aprovechada, indudablemente, por los zulianos, quienes comenzaron a batear pérfidamente entre primera y segunda, aprovechándose en el manifiesto overtraining que exhibía el profesor Issa, sustituto del Rector. Sin embargo, en descargo del mencionado profesor Issa, hay que decir que alguien observó que el campo deportivo no tenía las condiciones requeridas y que una y otra vez la pelota disparada en roling o en flai, parecía tropezar maliciosamente con piedritas colocadas en la trayectoria del mingo.

“En los campos de fildear sobresalieron todos – López, Loreto, el importado Mc Knight – pero se comentó insistentemente que el profesor Morales Bueno no parecía tan Bueno en Maracaibo como en Sartenejas. Guevara impecable como catcher, aunque sus tiros a segunda – por la potencia del brazo – llegaron muchas veces al centrofield. Ollarves cometió uno que otro pecadillo en tercera. Sus tiros a primera eran una pesadilla para Jacinto Gómez, quien le adjudica gran responsabilidad en el traicionero esguince que decretó su salida del juego.

“La sorpresa del evento la dio el Profesor Loreto, quien largó un mandarriazo de dos bases por el centro field. Fue el primer hit de Loreto en 35 turnos al bate. Pero con algo se empieza…

“Al fin del encuentro la pizarra eléctrica marcaba 7 x 4, aunque después del 4° episodio parece que hubo un corto circuito en Maracaibo.

“Aparte del encuentro deportivo hubo un extraordinario programa de actividades sociales, donde la cordialidad y el compañerismo reinaron entre los Profesores zulianos y los usebistas.”

Lo del batazo de dos bases lo recuerdo vivamente, porque cuando me deslicé en la segunda base en un campo tan duro que parecía estar cubierto de cemento, me lesioné pero no dije nada, porque acababa de entrar a jugar y yo siempre he sido un fiebrúo. A la larga (bien larga, a principios del siglo XXI) tuve que operarme de los meniscos de la rodilla derecha para poder seguir jugando. Por la noche, el mismo Dr. Mayz me ayudó a calmar el dolor, recetándome el linimento de Sloan, que él usaba a pesar de que a doña Lucía, su esposa, le producía alergia. Lo de los 35 turnos sin hit es una exageración, pero sus crónicas siempre gozaban de este elemento, para bien o para mal. Un tiempo después, cuando debuté como pitcher en el softball, dijo que yo había ponchado a ocho contrarios, incierta hazaña bien difícil de lograr por cualquier pitcher, aun en la modalidad de lanzamiento rápido (mis lanzamientos nunca han sido rápidos, más bien mañosos) que se practicaba en esa época.

Esta crónica se refiere al béisbol (o beisbol, como lo escribió el Dr. Mayz, que es la forma como se pronuncia en Venezuela y que es la que yo prefiero, pero que el procesador de palabras me la corrige automáticamente) y no softball, porque eso era lo que jugábamos, ya que en la Universidad Simón Bolívar no se había construido todavía el campo de softball. Los zapatos con ganchos de metal (los ganchos) contribuyeron a que me lesionara, en lo que fue el último deslizamiento de mi vida. No que dejé de jugar, sino que siempre advierto: ¨Si depende de que me deslice o no para que ganemos o que perdamos, perderemos porque no voy a hacerlo¨. Lo cual me recuerda a Nerio Olivares Nava, buen tercera base y buen jardinero pese a su corpulencia, a quien cuando le pedían que ocupara la receptoría decía: ¿qué quieren, que no juegue?

Una vez terminado el partido, los profesores de la Universidad del Zulia nos invitaron a una tarde de playa en unas instalaciones que la Asociación de Profesores de LUZ tiene en las inmediaciones de Isla de Toas, en el Lago de Maracaibo. Tomamos el autobús uniformados, para cambiarnos en la playa. El Dr. Mayz, como de costumbre, se vino con el equipo. No así Daniel Pilo, quien convenció al chofer del Dr. Mayz para que lo llevara a visitar a unos amigos antes de ir para la playa. Llegamos y nos cambiamos, todos menos el Dr. Mayz cuyo traje de baño andaba en la maleta del carro. El vehículo nada que aparecía y el disgusto del Dr. Mayz, paseándose en la playa en uniforme de pelotero, era palmario y creciente. Yo seguramente andaba dándome un chapuzón cuando llegaron los del carro, pero me contaron que el Dr. Mayz le armó tremendo zaperoco al chofer. Quizás esto influyó en la beca de postgrado que luego recibió Daniel, una especie de exilio dorado que a la vez eliminaba competencia en la segunda base.

De regreso para Caracas, con una visita a la zona colonial de Coro, ya que en ese entonces la ruta de Barquisimeto era casi intransitable en la zona de Puente Torres, cuando nos aproximábamos a la alcabala de Sanare les advertí a todos, basado en la experiencia adquirida en los años que trabajé en la refinería de Amuay, que se portaran bien, que esa era una alcabala sumamente fregada. Apenas hizo presencia en el interior del autobús el guardia nacional y dio las buenas noches, José Adames se despertó, se puso de pie y dirigiéndose a mí, que estaba sentado en la primera fila, me preguntó con lengua de trapo: "¿No quieres un traguito Luis?", frase que acompañó con un vaso en una mano y una botella en la otra. La reacción del guardia fue bajarse inmediatamente del autobús, diciéndonos con firmeza: "¡Sigan señores! "

La fiesta del cuarto año “A”

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La fiesta del cuarto año “A”
Cuando empecé a trabajar en la Escuela de Ingeniería Eléctrica de la Universidad Central de Venezuela, a mediados de 1964, el primer curso teórico que me tocó dictar fue Teoría Electromagnética. La mayoría de los ingenieros electricistas egresados en 1966, cuya nómina incluyo al final de estas notas, fueron mis alumnos en esa materia. Valga la pena mencionar que ninguna mujer formó parte de esa promoción, mientras que la nuestra (1962) batió un record al contar con Frances Applewhite Gutiérrez, Beatriz Nieto Chicco y Nelly Whanón Pinto entre los veinte graduandos También anexo una lista de sobrenombres, en la cual no sólo aparecen los miembros de la promoción, sino todos las personas que menciono, incluyendo los profesores. La lista no es tan completa como yo quisiera, pero quizás pueda recibir retroalimentación a través de la red. La del 66 es la promoción masiva más antigua a la cual le he dado clases, aun cuando en forma individual a comienzos de 1965 y como parte de los egresados del año 64 se graduaron Natalio Mandelblum K. (fallecido lamentablemente en 2004) y Marco Tulio Naranjo Gómez. Ambos habían sido mis compañeros de estudio y habían dejado, voluntaria o involuntariamente, el coco del electromagnetismo para el último año de estudios y formaron parte del curso antes mencionado. De la promoción del 65 egresaron mis dos primeros tesistas José Miguel Ávila y Miguel Limongi y también lo hicieron Bernardo Nouel Perera, quien ese año vio conmigo un laboratorio de comunicaciones que tenía pendiente, Carlos De La Cantera Antón, quien cursó conmigo Comunicaciones II y Antonio Ramiro Francés Cabrera, (trágicamente fallecido en 2008), a quien identifico más con la promoción del 66. Cheo Izaguirre no fue mi alumno sino mi compañero de estudio en algunas materias, ya que entró a la Universidad Central por el mecanismo de las equivalencias, el cual le hizo la vida algo menos que imposible.

De ese cuarto año de ingeniería los más jóvenes, que eran muy pocos, tendrían 19 años y había algunos pocos mayores que yo. Creo que yo tendría unos cuatro años más que el promedio del curso, ya que mi cumpleaños 26 lo celebré con mis alumnos el viernes 16 de octubre del 64, en una improvisada reunión que se llevó a cabo en la casa de Enrique Chacín en Los Rosales, iniciativa que promovió Ricardo Rivas Sánchez, quien luego haría su tesis junto con Ubaldo García Palomares, bajo mi tutela. Pero la fiesta del cuarto año “A” a la que obedece el título de esta crónica, no se refiere a esa pequeña reunión sino a otra que ocurrió en el segundo semestre de ese año escolar, en 1965.

El número de alumnos que estudiaba ingeniería eléctrica en esos tiempos no era muy elevado y por supuesto que en los cursos más avanzados sólo había una sección. En la Escuela de Ingeniería Eléctrica, condición que adquirió el Departamento en septiembre de 1962, el salón del primer piso tenía capacidad para unos cincuenta estudiantes. Los tres últimos pupitres de la primera fila, vistos de izquierda a derecha desde la tarima del profesor, estaban ligeramente separados de los otros cinco de esa fila; en el piso una poligonal hecha con tiza demarcaba el área y la identificaba como “Cuarto Año B”. Ahí se sentaban, indefectiblemente y en ese orden, Javier Bonet, Carlos Hail y Jorge Hazos.

Javier, quien se formó bajo la tutela de su padre el Ingeniero Industrial Javier Bonet Guilayn (Madrid 29/11/1909, Caracas 9/11/1979), siempre sacaba las mejores notas del curso. A título anecdótico, yo vine a ver por primera vez una regla de cálculo en primer año de ingeniería, justo antes de la primera sesión del laboratorio de Física I. Teníamos que hacer unos cálculos previos y John Balzán (que estaba repitiendo primer año) sacó una portátil que cargaba en el bolsillo del pecho de la camisa; yo le pregunté qué era eso y para qué servía. Pero a Javier su padre lo enseñó a manejar la regla de cálculo cuando estaba en 5to grado y también le enseñó que estaba basada en los logaritmos. Eso mismo intentó hacer con nosotros, en la segunda sesión del laboratorio de física ya mencionado el profesor Danilo Toradse, en un salón que tenía una gigantesca regla de cálculo adosada al segmento de pared que había entre el techo y la pizarra. Este notable científico, recién llegado de Rusia en 1957, a duras penas podía decir unas pocas palabras en castellano. Javier todavía conserva su primera regla de cálculo, una Faber-Castell de bolsillo, al igual que yo conservo la mía, de la misma marca, pero de 30 cm. El profesor Ángel Palacios Gros decía que tal regla no servía ni siquiera para trazar líneas, por el estorbo del cursor. No sé si esto llegó a oídos del profesor Melchor Centeno Vallenilla, pero en los exámenes de cualquier materia que él dictara, era indispensable trabajar con este instrumento.

Así como Javier se destacaba como estudiante con Antonio Pérez Colina pisándole los talones, Enrique Chacín descollaba como cantante y Ubaldo García Palomares era (y sigue siendo) un gran jugador de dominó. En tenis de mesa Jorge Hazos les ganaba a todos sus compañeros, pero por suerte no tenía que enfrentarse a su hermano Hubba, cuyo nivel de juego era muy superior. A la hora de echar un pie, Ricardo Rivas Sánchez sacaba a lucir su sangre dominicana, sobre todo si de bailar un merengue se trataba. El gran levantador, y no precisamente de pesas, era Simón Hernández.

Los docentes del curso que menciono fueron casi todos profesores míos con la excepción de Juan Carlos Milone, ya que a mí las Máquinas Eléctricas me las dictó Moisés Szponka. Cada uno de ellos tenía sus características distintivas: a Raúl Arreaza había que adivinarle lo que quería preguntar, en tanto que Raúl Valarino llegaba al extremo de omitir palabras en los enunciados, con lo cual se adelantaba en la enseñanza de la teoría de la información. De Roberto Halmoguera Palma el comentario era lo críptico de sus exposiciones teóricas. Las evaluaciones de Melchor Centeno Vallenilla era contra reloj. Los exámenes de Roberto Chang Mota y de Milone eran duros mas no ambiguos, mientras que contra Juan José Martini, Emilio Tébar Carrasco y Luis Bertrand Soux no se alzaban quejas. Y sí para Palacio Gros el veinte era del profesor y su nota máxima era diecinueve, que se puede pensar de José María Farrán, que no ponía más de diecisiete en los laboratorios que dictaba, práctica ajena a Francisco López del Rey, a Paul Fischel y a Volodimir Koval

Ora como estudiante o ya como profesor, uno va aprendiendo que hay dos tipos de preguntas de examen que son extremas: las de enunciado sumamente breve y las de enunciado sumamente largo. En ambos casos, la longitud de la respuesta es inversamente proporcional a la extensión de la pregunta. Durante el primer semestre del año lectivo 1965 y en el curso de Comunicaciones II (que se daba en el segundo semestre de cuarto año), una de las preguntas que hice tenía un enunciado largo, de esos que van guiando paso a paso hacia la solución y que son un reto a la paciencia más que a la inteligencia. La mente inquieta de Javier se escapó del camino de bachacos que tracé y por primera vez no obtuvo la mejor nota del curso. Ni siquiera fue que raspó, porque esa pregunta sólo valía seis puntos sobre veinte, pero Antonio Pérez Colina se apoderó de la máxima calificación.

Yo ya tenía catalogado a Javier como un alumno brillante, opinión que reafirmé después que él vino a revisar su examen. Apenas le esbocé cual era la solución, simplemente me dijo que no había entendido el enunciado y se retiró con toda tranquilidad. Valga la pena mencionar que él sacaba las mejores notas porque era bueno, no porque ese fuera el objetivo primordial de sus estudios. Pero para el resto de los estudiantes, al menos para los de la sección A, el acontecimiento era tan inusitado que merecía celebrarse. Me invitaron a bebernos unas cervezas, quizás en alguno de los bares vecinos a la Plaza de las Tres Gracias: La Creolita, El Águila, El Carioca o más probablemente El Coimbra, frente al restaurante chino Ling-Nam, bar en el cual aceptaban los cheques de la preparaduría (gloriosos trescientos bolívares, que en mis años de estudiante junto con los cuatrocientos bolívares de la beca de la Shell, me permitieron ayudar a mi papá en el sustento de la familia). Allí se dio lo que yo he dado en llamar la fiesta del cuarto año A, tomando la sexta acepción de la palabra según la Real Academia: reunión de gente para celebrar algún suceso, o simplemente para divertirse.

Con el transcurrir de los años, Javier cataloga sus relaciones con los del 4to año A como excelentes, habiendo perdonado a Simón Hernández el haberle pinchado los cauchos de su Volkswagen. Sé que la reconciliación ocurrió a la salida de una de las reuniones aniversarias de la promoción, quizás frente a Tarzilandia, bajo el influjo de unos cuantos escoceses menores de edad. Pero igual vale y para bien, ya que como lo dijo Confucio: Aquel que busque venganza deberá cavar dos tumbas: la de su enemigo y la suya propia.

En cuanto a los sobrenombres, Quickly solo aparecía cuando hacia equipo con Chuleta; algunos como Benitín y Eneas iban en pareja; el Chivo (no el que más meaba) ascendió de rango después de graduado y pasó a ser el Dr. Zhivago; otro, por su perseverancia se tornó en L'enfant terrible. No todos los mencionados tenían apodos y algunos calzaban más de uno. Juanito no es un diminutivo, sino que se corresponde a la semejanza física con uno de los personajes del dúo televisivo de Uge y Juanito Moreno. En orden alfabético están: Ángel de España (el), Bacilo (el), Benitín, Buchy, Cabeza de Penetro, Che (el), Cheo, Chino (el), Chivo (el), Chuleta, Coyote (el), Eneas, Garbanzo, Gordo (el), Johnny La Grúa, Juanito, Kilopondio, Mocho (el), Oso (el), Pepo, Perro (el), Pocholo, Poeta (el), Pollero (el), Potro Loco, Prefecto de Camatagua (el), Quickly.

Los integrantes de la promoción de1966 fueron: Applewhite Gutiérrez, Virgil Calvin; Bonet González, Francisco Javier; Cabanzo Díaz, Pedro Eduardo; Caires Siegert, Mario Carlos; Chacín Riera, Enrique Rafael; De Armas Moreno, Mario Salvador; Díaz García, Freddy Augusto; Ferro Maggi, Oswaldo José (†?); Fornez Tamayo, Enrique Guillermo; García Palomares, Ubaldo; González Urdaneta, Gustavo Enrique; Granadillo Tori, Gilberto Vicente; Hail Lubke, Carlos Enrique; Hazos S., Jorge; Hernández Zambrano, Simón Rafael; Itriago Machado, José Teodoro; Izaguirre Sánchez, José Babel; Manzi Infante, Armando José; Martínez Díaz, Ismael Rolando; Millán Abreu, César Augusto
Molina Maggi, Pablo Enrique; Obadía Lossada, Gilberto José; Parra Bortot, José Germán; Perera Álvarez, Víctor Jesús; Pérez Colina, Antonio; Pinto Pinto, Rafael Salvador; Rivas Sánchez, Ricardo; Rosa Branco, Víctor Manuel; Siegert Figueroa, José Jesús; Solares Estrella, Luis Eduardo (†?); Stefani Vescovi, Antonio; Stiassni Necko, Eduardo Iván; Tognella Nannini, Bruno y Trejo Foulcault, Héctor José.

El espía que vino de Rusia.

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Cuando yo ingresé en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela en septiembre de 1957 me tocó estudiar en la sección C. Éramos alrededor de trecientos estudiantes repartidos en tres secciones. Empezando el año siguiente, justo después de la caída de Pérez Jiménez, se creó una nueva sección, la D, donde fueron inscritos tanto los estudiantes que estaban exiliados en el exterior por razones políticas como aquellos que no habían podido hacerlo en septiembre por carecer de los 750 bolívares que representaba el 50% de la matrícula y que no eran conchas de ajo con un tipo de cambio de 3.35 bolívares por dólar. Yo estudié hasta cuarto año de bachillerato en el liceo Roscio de San Juan de los Morros y me tuve que venir a terminar en Caracas el bachillerato, pues en la ciudad donde me crié el liceo oficial era la única institución de educación superior y en él no se dictaba el quinto año. En Caracas mis abuelos maternos me acogieron en la casita que tenían de Gloria a Sucre 23 en la parroquia La Pastora. Por la zonificación escolar me tocaba estudiar en el liceo Fermín Toro, pero éste había sido cerrado por la dictadura ya que su proximidad al palacio de Miraflores lo había convertido en un verdadero polvorín revolucionario. La infructuosa búsqueda de un cupo en los prestigiosos liceos públicos como el Andrés Bello y el de Aplicación la narré hace muchos años en la prensa nacional en un artículo que titulé “La militarización del Fermín Toro”, el cual está en las entradas del 2007 de esta bitácora. La publicación se refiere a la solución que el gobierno encontró para la población flotante que había surgido del Fermín Toro, de los liceos del interior y de algunos institutos privados de Caracas en los cuales tampoco se dictaba quinto año. Nos dieron la oportunidad de inscribirnos en el liceo “Provisional No. 2”, asentado en una pequeña quinta en San Bernardino y en el cual sólo se dictaban cuarto y quinto año. Durante nuestra estancia en San Bernardino el nuevo liceo fue bautizado con el nombre de Carlos Soublette, en honor a los méritos cívicos del militar guaireño. Allí descubrí que lo único improvisado era el local, ya que los profesores eran personas con bastante experiencia, que provenían del clausurado Fermín Toro. Me acuerdo de los nombres de todos ellos, incluyendo los apodos, pero quisiera hacer mención especial a mi profesor de Mineralogía y Geología, Rodolfo Loero Arismendi, fundador del Instituto Universitario de Tecnología Industrial que hoy se conoce con las siglas de IUTIRLA. En el diminuto patio del liceo trabé amistad con Abraham Abreu, quien estaba terminando su bachillerato en humanidades y era mi vecino de La Pastora. Muchos de los estudiantes de bachillerato en Física y Matemáticas, única vez que se otorgó tal título en Venezuela, una vez graduados fuimos a parar a las aulas de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela. Tanto Raúl Leoni Flores como yo formamos parte cinco años después, en agosto de 1962, de la undécima promoción de ingenieros electricistas de la UCV.
Al ingresar a la Universidad Central me dieron clases un selecto grupo de profesores, algunos experimentados y un par de jóvenes que cobraron excelente fama con el curso de los años, a saber: en Análisis Matemático me tocó Enrique Castillo Pinto, en Geometría Analítica Alonso Pérez Luciani, Harry Osers en Geometría Descriptiva, Reclus Roca Vila en Física I, Isaac Budowsky en Química, Clemente Pereda en Inglés, Antonio Carranza en Dibujo I y José Antonio Calcaño y Clemente Pereda en Humanidades I. En ese entonces todos los cursos se dictaban por año, pero Humanidades la daban por semestre dos profesores que al final entregaban una sola nota. A mi sección le tocó en el primer semestre el profesor Calcaño, que apoyado en los acordes que sacaba de un desvencijado piano que había en el aula, nos hablaba de música y de los coros gregorianos. En el segundo semestre, en los albores de la democracia, el profesor Clemente Pereda se deleitaba hablándonos de la caverna socrática y a nosotros nos encantaba escucharlo. He señalado a Carranza como mi profesor de dibujo, pero nunca lo vimos por los salones de dibujo ya que el curso lo manejó un estudiante que estaba finalizando la carrera de ingeniería eléctrica. Este preparador era un catire mala sangre de quien ni siquiera mencionaré su apodo, que me cogió tirria desde el primer día de clases. Todo se originó porque el rubio instructor nos pidió que en un recuadro de la primera lámina escribiéramos cualquier cosa. Como si fuéramos muchachitos de primaria y no universitarios, un grupito formado por gente que venía del Soublette nos pusimos a asentar los nombres de Anselmo Jones, Telomé Terán Delgado y toda esa fauna de personajes con nombres equívocos y a reírnos de nuestra gracia. Más vale que no, tal fue su injustificado y eterno encono, que el trece que saqué en dibujo fue mi nota más baja en primer año y eso que me ayudaron el 19 y el 20 que obtuve en las dos láminas que corrigió Julio el peruano, otro preparador que era bastante conocido en la facultad por ser muy buen jugador de fútbol; Julio quedó a cargo del curso durante una visita de dos semanas que el catire hiciera a alguna instalación industrial ubicada en el interior de la república. Mi promedio en primer año fue de algo más de 16 y fui uno de los pocos estudiantes que aprobó las ocho materias sin ir a reparación, o sea que pasó liso. Se dice que fuimos ocho dentro de una población de casi cuatrocientos estudiantes, lo cual a mi me suena como una leyenda urbana, pero la cifra no debe estar muy alejada de la realidad.

En el profesor Pereda encontré a una persona que se esforzaba por conocer y aprenderse el nombre y el apellido de cada uno de nosotros. Para él un alumno era un ser humano y no un nombre en una lista al cual había que ponerle una nota. Esta conducta yo mismo la he puesto en práctica en los cuarenta y ocho años que he transitado por las aulas como profesor universitario. También soy irreverente y llamo al pan, pan y al vino, vino cuando hace falta. El ingeniero civil y escritor Gustavo Flamerich, quien también cursó primer año de ingeniería en la UCV en 1957 pero en una sección distinta a la mía, fue alumno del profesor Pereda y recogió en su novela “Todo sucedió en un año: julio 1957-julio1958” algunas anécdotas sobre él. Notable es aquella de que el primer día de clases gritó “Al último le cae…” y emprendió veloz carrera hacia el aula que le correspondía, con los alumnos siguiéndolo a tropel. Pereda es uno de los pocos personajes que Gustavo menciona en su obra sin disfrazarlo tras un seudónimo. Dicho sea de paso “Todo sucedió…”, publicada en 2012 está ambientada en el entorno de la caída de Pérez Jiménez y los interesados pueden adquirirla de manos del propio autor en el sitio www.todosucedio.com. Para los lectores jóvenes debo aclarar que lo que le iba a caer al perdedor era la madre, expresión no siempre muy ofensiva. No me imaginaba que aún de estudiante iba a trabar una profunda amistad con aquel imponente señor, que lucía una poblada barba de perilla acompañada de un no menos frondoso bigote, corbata de pajarita, o de lacito que es el término más común en mi país, y que siempre vestía un elegante terno (saco, pantalón y chaleco, o flux de tres piezas como diríamos en Venezuela), hiciera frío o calor. Estos rasgos los he tratado de captar en la ilustración que acompaña esta breve crónica, en cuya elaboración he vuelto con aprehensión pero con alegría, a mi más temprana vocación: la de dibujante.
Organizando los libros que he atesorado con el curso de los años, me encontré con un ejemplar de “La hora veinticinco”, del escritor rumano C. Virgil Gheorghiu. La novela, publicada en 1949, es una de las escasas aproximaciones literarias que se han hecho sobre la participación de los países satélites de Alemania en la persecución de los judíos durante la segunda guerra mundial. El ejemplar que yo poseo corresponde a la 23ª impresión de setiembre de 1955 de la primera edición en español realizada en Buenos Aires por Emecé Editores y me fue obsequiada en 1961 por el profesor Pereda, quien estaba consciente de mi condición de estudiante de ingeniería apasionado por la lectura. La dedicatoria escrita en la primera página reza: “A mi buen amigo Luis F. Loreto R. en testimonio de perdurable afecto. Clemente Pereda. UCV, 1961.” Yo anoté, en la última página, la fecha en que recibí el ejemplar: el 22 de abril de 1961, que hoy en día es muy fácil determinar que fue sábado. No me acuerdo muy bien de los detalles, pero debe haber sido en el pequeño apartamento que él ocupaba en la vecindad de la iglesia de San Pedro, sitio en el cual algunos de sus más afectos pupilos íbamos a visitarlo. Allí pudimos contemplar una muestra más extensa de sus “manchas”, producción artística que basaba en el derrame de tinta china a la aguada sobre cartulinas previamente tratadas al azar con algún material grasoso. También exhibía entre las paredes atestadas de libros algunos óleos de su autoría, realizados en pequeño formato, pero todos de un alto contenido erótico. Lo de las manchas me trae a la memoria un doce de febrero cuando lo detuvieron en La Victoria, estado Aragua, por ser un espía ruso infiltrado entre los estudiantes, acontecimiento del cual saqué el título de estas líneas. En esa fecha en Venezuela se celebra el día de la juventud, en conmemoración a la batalla de La Victoria, ganada en 1814 por José Félix Ribas con el respaldo de jóvenes del Seminario y de la Universidad de Caracas. Lo de los rusos era en ese entonces la única forma que los ignaros funcionarios de la Dirección General de Policía (DIGEPOL) tenían para combatir la condición de afectos al imperialismo yanqui que a ellos les atribuían. La Digepol vino a llenar el vacío que había dejado la desaparición de la policía política de Pérez Jiménez, la Seguridad Nacional y fue la antecesora de la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención, DISIP, hoy reemplazada por el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN). Mi apreciado compañero de tesis y amigo de tantos años Gonzalo Van Der Dys realizó una parodia de la canción Don Quijote que popularizaron Los Cinco Latinos, un grupo argentino de rock and roll creado en 1957, considerado como el precursor del rock latino. Si desean ponerle música a los versos que siguen, abran el enlace http://youtu.be/T56kI16z5dM. Gonzalo también fue el autor de una parodia de Violetas Imperiales a la cual llamó Violetas Integrales, que era un recurso nemotécnico para grabarse el concepto de integral según Riemann. De las estrofas de Don Clemente, recuerdo estas:
Los libros cuentan la historia/ del caballero y señor/ que en tierras de La Victoria/ lo rodó la, lo rodó la Digepol./ Don Clemente, don Clemente,/ jamás vendía sus manchas…
Esto del espía ruso me lo contaron cuando la noticia era fresca y lo creí por completo, a pesar de no haber estado ahí. Más adelante me convencí que no pequé de crédulo cuando viví personalmente una experiencia similar, pues me tomaron por el traductor de un grupo que de rusos sólo tenían la estatura o la tez, mas no los apellidos: Niremberg, Stockhausen, Grimaldi, Christiansen. Sucedió en 1962, camino al complejo hidroeléctrico de Guri, días antes de recibir nuestros títulos de ingenieros, pero es una historia que amerita su propia crónica. Volviendo a los avatares del profesor Pereda todos sabíamos, sin habérselo preguntado a nadie, que él era un autoexiliado portorriqueño, que se oponía fieramente a que su tierra natal la convirtieran en un Estado Libre Asociado que para él no era ni estado, ni libre, ni asociado. Debo decir que si el profesor Pereda estuviera vivo en este siglo XXI, tampoco regresaría a Puerto Rico, porque nada ha cambiado desde ese entonces; la querida Borinquen, en 2013, es uno de los tres estados de la Unión en los cuales sus ciudadanos no tienen derecho a elegir al presidente de la nación. Por los trabajos del profesor Benigno Trigo, de la Vanderbilt University, he venido a saber que en 1934 el profesor Pereda ayunó siete días en protesta contra la Resolución en Solicitud de la Estadidad de Puerto Rico, realizada en ese entonces por el presidente de la Cámara de Representantes. El trabajo del profesor Trigo puede consultarse en el enlace http://es.dir.groups.yahoo.com/group/noticias-universitarias/message/57172?l=1, en donde también incluye la entrevista que le realizara vía SKYPE al ingeniero Clemente Pereda Berríos, el mayor de los cuatro hijos que tuvo don Clemente. Coincido con el colega Pereda Berríos en que su papá no era ningún antiyanqui, pero si un amante de la democracia que sólo deseaba ver un Puerto Rico libre que conservara su carácter hispano. Nosotros, que nos llenábamos la boca gritando “abajo el imperialismo yanqui”, jamás oímos al profesor Pereda emitir tan infantil consigna. En La Victoria seguro que se había unido a las protestas que los estudiantes realizaban en contra de las desviaciones que las tribus políticas introducían sutilmente en el sistema democrático. Esta conducta abusiva del poder lo que hizo fue crecer sin medida a lo largo de la llamada vida democrática de Venezuela y hoy cosechamos lo que antes sembramos.

Mis amigos me acusan de que mi memoria es mi mayor virtud y a la vez mi mayor defecto, pero creo que estoy muy lejos de haber podido almacenar en mi cerebro una data tan amplia como la del profesor Pereda. Quisiera cerrar estas líneas mencionando que a mediados de los años setenta, cuando ya yo había realizado mi posgrado, había trabajado en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela y en la Creole Petroleum Corporation y me encontraba laborando en la Universidad Simón Bolívar, desde mi carro y en los alrededores de la panadería La Mansión de La Trinidad divisé a través de la isla divisoria la inconfundible figura del profesor Pereda. Casi saliéndome del vehículo le grité “Clemente Pereda, Clemente Pereda”. Él volteó, dudo por unos pocos segundos y luego, subiendo y bajando el brazo derecho un par de veces me señaló y con una sonrisa que le cruzaba el rostro me contestó a viva voz: “Luis Loreto, Luis Loreto”

Con la inteligencia hemos topado

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El inicio de la década de los sesenta estuvo caracterizado por el recalentamiento de la llamada “guerra fría”. En febrero de 1960 el ministro soviético Anastás Mikoyán, con su visita a La Habana inició el acercamiento entre Cuba y la Unión Soviética, hecho que vino a empeorar las relaciones entre el gobierno del presidente Eisenhower y el nuevo gobierno revolucionario de Cuba. En mayo de ese mismo año un avión espía estadounidense fue derribado en pleno territorio soviético y en octubre el líder de la URSS, Nikita Jrushchov, golpeó con uno de sus zapatos el estrado de delegado que ocupaba en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Posiblemente el premier soviético ignoraba que en la Universidad Central de Venezuela ya se había empleado el poder disuasivo del zapatazo.
A fines de los años cincuenta el espacio que separaba al edificio de Eléctrica y el siguiente hacia el oeste, que en ese entonces lo ocupaba la Facultad de Ciencias, había sido habilitado como área deportiva para la práctica del baloncesto y el voleibol, pero sólo fuera de horas de clases. Sin embargo los estudiantes poco caso le hacían a esa prohibición y jugaban cada vez que podían. Sabiendo que estaban violando una clara disposición, los jóvenes trataba de no hacer mucho ruido, pero el fragor de la contienda iba subiendo el volumen hasta límites intolerables. El profesor José Ladislao Andara se encontraba dando clases en el edificio de eléctrica y en repetidas oportunidades, trepándose en un pupitre y asomándose por una de las ventanas, les había pedido a los mozos que hicieran silencio, sin que le pararan en lo más mínimo. De repente se quitó un zapato y de un envión lo lanzó contra el vidrio de una de las ventanas, que ya estaba resquebrajado, rompiéndolo. El estruendo y la presencia del zapato en la improvisada cancha hizo que los estudiantes tomaran las de Villadiego. A raíz de la enérgica acción del profesor el espacio deportivo volvió a su condición inicial de reducido estacionamiento para vehículos.
En los años sesenta la precaria paz mundial estaba en manos de las dos superpotencias que eran los Estados Unidos de América y la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas. En Venezuela se suponía que el ciudadano común estaba en libertad de manifestar su simpatía por uno u otro de los bandos formados por ambos países y su afectos, pero eso sólo era una verdad de los dientes para afuera. A raíz de la revuelta cívico militar del Carupanazo, el 10 de mayo de 1962 Betancourt y su gabinete emiten un decreto suspendiendo las actividades del Partido Comunista y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. (D. Zabala http://www.aporrea.org/actualidad/a43584.html.) El diputado Eloy Torres fue despojado de su inmunidad parlamentaria y condenado a prisión. La defensa que de su camarada hiciera Guillermo García Ponce, convirtió a la yunta de sus nombres en un emblema de la lucha de la izquierda contra el gobierno de Acción Democrática presidido por Rómulo Betancourt.
En el lapso de espera entre la terminación de los exámenes del quinto año de ingeniería, incluyendo la exitosa defensa de la tesis, y el acto académico los pichones de ingenieros recibimos una invitación para visitar las instalaciones del complejo de Guri. La logística para los de eléctrica estuvo a cargo del profesor Roberto Chang Mota, quien nos explicó que sólo teníamos que trasladarnos al sitio, que el alojamiento y uno que otro agasajo correrían por cuenta de los anfitriones. Nos fuimos por tierra en caravana, en los carros de algunos de los compañeros y uno manejado por el profesor Chang, que se lo había prestado otro profesor. Las tres muchachas de la promoción de eléctrica, Frances Applewhite, Beatriz Nieto Chicco y Nelly Whanónviajaron en un avión de la Corporación de Guayana, en compañía del profesor Antonio Álamo Bartolomé, quien ocupaba un alto cargo en esa empresa y había programado la invitación y la visita. También asistió un nutrido grupo de ingenieros mecánicos y creo que alguno que otro ingeniero civil, pero esto último no sé de dónde lo saqué. La foto que encabeza esta crónica corresponde al evento que se realizó el 16 de agosto de 2012 en el Colegio de Ingenieros de Venezuela para celebrar los cincuenta años de graduados. Hace un tiempo recibí por vía electrónica una serie de fotos de la visita al Guri, pero creo que me va a ser difícil encontrarlas en el disco duro de mi Mac.
Entrando la noche ya habíamos rodado bastante y el hambre empezaba a hacerse presente, así que nos detuvimos en un restaurante de la carretera, entre El Tigre y Ciudad Bolívar, a comernos algo. Formaban parte del grupo de viajeros algunos rubios como Wolfgang Stockhausen, Moisés Niremberg y Luis Ernesto Christiansen y algunos bastante altos o de regular estatura como Francisco Ripepi, Sandro Grimaldi y Gonzalo Van Der Dys. Wolfgang y Pancho Ripepi eran algo mayores que el resto de la comitiva y se habían unido a nuestro grupo a la altura de segundo año. Ello se debió a que el ser altos incidió en que ambos fueran expulsados de la Universidad Central de Venezuela antes de que nosotros ingresáramos y sólo pudieron regresar y reincorporarse a la UCV después de la caída de la dictadura. Ojo, no estoy diciendo que los botaron por altos, pero los hechos que rodearon sus expulsiones merecen una crónica aparte, así que como Sherezade los dejaré para otra oportunidad.
Lo que sigue quizás les suene más a ficción que a una versión real de los hechos y puede que acierten. A tantos años de distancia sólo recuerdo las cosas más importantes, no creo que pueda ser completamente fiel a los hechos y no hay manera de que me pueda meter en la mente de las personas que aquí aparecen. Si recuerdo muy bien que estábamos en la barra del restaurante, cuando se me acercó una persona de aspecto humilde, no mucho mayor que nosotros. De inmediato indagó hacia dónde nos dirigíamos y yo, siempre conversador, le contesté que íbamos a visitar Guri. Bajando un poco la voz, me comentó que los señores no parecían ser gringos. Yo le dije que no, que no eran gringos, pero no me dio tiempo para aclararle que todos éramos venezolanos, nativos o reencauchados. Me dijo que quería asegurarse de que no eran gringos, por si acaso oían lo que me iba a comentar. Me dijo que Guri estaba muy bonito, pero que era una verdadera lástima que se lo hubieran entregado a los gringos. Todo pendejo es malicioso y mucho más un llanero zamarro como yo, así que decidí seguirle la corriente y fingí aceptar lo que decía, pero sin manifestar mucho entusiasmo. Por un momento se apartó de mi y fue a hablar con otra persona de aspecto muy similar al suyo. Le hablaba casi al oído, ambos volteaban hacia la barra, paseaban su mirada sobre los comensales y afirmaban con la cabeza, como diciéndose que no se habían equivocado.
Como la fisonomía de los gringos era por todos conocida a través de las películas, metodología que no recomiendo para que no vayan a sufrir un desencanto si pisan tierras mexicanas en busca de mujeres bellas, el estereotipo del enemigo, de los rusos, era muy similar. Se pensaba que también eran rubios e igual de altos, pero que se los podía distinguir porque hablaban un idioma incomprensible y poco agradable a los oídos, nada parecido al poquito inglés que ha visto todo el que ha pasado por un aula de bachillerato. Los que piensan que el ruso es un idioma que hiere a los oídos andan bien equivocados, a mi la pronunciación de ese idioma me parece más bien dulce.
El hombre retomó su charla conmigo, pero le fastidiaba que yo le prestara más atención a la arepa que me estaba comiendo que a él y que además fuera tan guabinoso y no le revelara los detalles de nuestros planes. Alguno de nosotros dijo que debíamos seguir, que todavía teníamos que rodar mucho. En ese momento me di cuenta que nos habíamos topado con el oxímoron de la inteligencia policial, ya que el tipo no nos podía dejar ir sin decirnos algo que revelara su pequeña importancia. Cuando estábamos por abordar los vehículos se asomó a la puerta y nos gritó: ¡Saludos a los compañeros Eloy Torres y García Ponce!

Ingenieros Electricistas UCV 1950 a 1971.

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Esta lista fue tomada del trabajo "Melchor Centeno Vallenilla. Mentor de la Ingeniería Eléctrica en Venezuela" publicado en 1975 bajo las siglas de J.R.A.G. El trabajo fue reproducido con la debida autorización de su autor Juan R. Altimari G. y con un preámbulo del académico César Quintini Rosales en el número 16 del Boletín de la Academia Nacional de la Ingeniería y el Hábitat. A la lista sólo he contribuido anotando las lamentables defunciones de las cuales he tenido noticia. El contenido del Boletín número 16 completo puede ser consultado en formato de documento portátil en el enlace http://www.acading.org.ve/info/publicaciones/boletines/pubdocs/BOLETIN_16.pdf

1950
Martínez, Andrés Eloy
Naranjo Escobar, Alberto
1951
López Ortega, Edmundo
Tellería Villapol, Rodolfo
1953
Arreaza Colizza, Raúl
Carrero Benedetti, José Gaspar
Jacir S, Ernesto B.
Toth Hasz, Barna
Villasmil Harris, José Luis
1954
Abreu Arenas, Francisco
Caamaño, Matilde
Szponka, Moisés ( 19/10/2004)
Valladares, Domingo Jesús
1956
Rodríguez Soto, Carlos
Rodríguez Soto, Efraín
Rodríguez Tamayo, Antonio José ( 5/1/2013)
Valarino Hernández, Raúl ( 1995)
1957
Aepli Prados, Jacobo (¿)
Chacín Borrego, Gustavo
Fonseca A, Francisco ( ¿)
Machado Segovia, Diógenes (†26/5/15)
Ponte Borjas, Fernando
1958
Alvaray Dreyer, Luis Alfonso ( 2005)
Arqué Almaraz, Helenio ( ¿)
Barreto Ravell, José
Escobar Fernández, Daniel Ricardo( ¿)
González Tarraza, Roberto
Hernández Olivares, Rafael Alfredo
Landino Lovera, Andrés Augusto
Maman Aniyar, Alberto
May Stanzani, Giorgio
Noguera Mora, Ramón Isidro( 2007)
Pagés Rodríguez, Jaime José († 9/10/2013)
Rada Aristigueta, Gustavo José( 2007)
Stapulionis Kristutis, Antanas
Tomadin Lenarduzzi, Ricardo
Vurgait Adler, Mauricio
1959
Aguerrevere Ruiz, Santiago
Casanova Travieso, Pablo Rafael
Chiesara Gironi, Gianfranco
Elola Felez, Alfonso
Figueroa Santiago, Luis Rafael
Garcés Doval, Carlos
Gooding Dalrymple, Clemente Eduardo
Hueso Mora, Héctor
Maristany Smither, Augusto ( ¿)
Rivas Sosa, Jorge
Rodríguez Marciales, Alberto
Schorr, León
Suez Gutiérrez, José Leopoldo
Tovar Almenar, Rafael Argenis ( ¿)
Vernet Roura, Carlos
Vidal Sansinenea, Rafael ( ¿)
Vivas Casanova, Jesús Enrique (†7/11/14)
1960
Boulton Toro, Pedro Luis
Bello E., César Aníbal
Castro Becerra, Guillermo
Córdova G., Jesús Argenis
Chacín Bates, Rafael Omar
Chang Mota, Roberto
Esteves Piñero, Florencio Antonio
Fernández López, Félix Jorge
Gainzarain, José Ignacio ( ¿)
Giner C., Antonio
Gómez Fernández, Aquiles Manuel
Hernández Orta, Humberto
Klein, Hans
López Alonzo, Régulo Antonio
Linares, Mercedes
Lima de Sa, Carlos Alberto
Reinhart Pull, Peter
Romero Zambrano, Jorge Vidal
Torrealba P., Luis Eduardo
Villalba Carrasquero, Freddy José
Villafañe, José
Villasmil Atencio, Julio Enrique
Wohlstein D., Iván
1961
Fábregas Travería, Luis ( 1/1970)
Garantón Nicolai, José Ernesto
Gerov Kalceva, Michail
González Pérez, Francisco Jaime
Halfen Hoires, Rubén
Pacheco, Ausencio José
Puleo Pizani, Francisco
Rivas Melean, Antonio Jesús
1962
Applewhite Gutiérrez, Frances Lois
Balzán Morel, John
Briceño Calcaño, Álvaro ( ?)
Christiansen Nielsen, Luis Ernesto
Echeverría Manso, Genaro ( ?)
Farrán Palacios, José María ( ?)
Grimaldi Micozzi, Sandro († 2007)
Leoni Flores, Raúl († ?)
Loreto Rodríguez, Luis Florentino
Nieto Chicco, Beatriz Mireya
Niremberg Brandwain, Moisés
Páez Pedroza, Jesús Alberto ( ?)
Ripepi Alliegro, Francisco J. C.
Rizzuti Ferrari, Vicente A. Mario
Rodríguez Álvarez, Víctor Hugo
Rodríguez Mulet, Luis Enrique
Sánchez Correa, Héctor José
Stockhausen Dallmer, Wolfgang ( 5/2009)
Van der Dys Ruiz, Gonzalo Alberto
Whanón Pinto, Nelly
1963
Altimari Gásperi, Juan Rafael
Armitano Matheus, Oswaldo ( ?)
Baquero Aristigueta, Ricardo ( ?)
Belfort Yibirín, Nelson Enrique ( 2000)
Benzo Osorio, Manuel M.
Beraja Mizrahi, Clemente S.
Carvallo Buyón, Francisca A.
Gavidia Fuenmayor, Nicanor
Mendelovici Matess, Jacobo
Osorio Colmenares, Fabio Aquiles ( 12/2006)
Pérez Machado, Raúl Alberto ( 2008?)
Rodríguez Viso, Rolando
Wainberg Gelman, Abraham ( ?)
Zavarce Giménez, Humberto Jesús
1964
Aranda Malavé, Alberto José
Baum Eldlstein, Salomón
Caamaño Suárez, Sirio
Castillo Badaraco, Emilio José
Dalcol F., Marcelo ( 1990)
Díaz, Rafael Ángel
Domiter Gawel, Andrés Román ( 2004)
Dortolina Rodríguez, Carlos Alberto
Ghelman Benarroche, David
Giménez Rodríguez, Manuel Enrique (†2013)
Guerra, Hugo Jesús
Hidalgo Galíndez, Cecilio Antonio
Llatas Salvador, Vicente
Mandelblum Kobrinska, Natalio ( 2004)
Martínez Cabrero, José Manuel
Musso Quintero, Andrés Avelino ( ¿)
Naranjo Gómez, Marco Tulio
Ruiz, César Rodolfo
Sanavia Escobar, Víctor José ( 1990)
Sánchez Celis, Humberto José
Sebastián Lloria, Luis
Slesarew Devciko, Leo
Solórzano R., Carmelo Rafael ( 2011)
Spósito Eliaz, Simón Romualdo ( 1994)
Uztaris Quintero, Pedro José
Vincens Martínez, Antonio
1965
Acosta Cazaubon, Manuel
Ávila Bayola, José Miguel
Barrientos Mendoza, Carlos Alberto
Calderón, Francisco
Caressi, Oswaldo
De La Cantera Antón, Carlos (†12/2014)
De Santis Doobosarsky, Alberto
Francés Cabrera, Antonio Ramiro ( 2008)
Gómez Muñohierro, José Carlos
González Blanco, Gerardo
Levy Mizrahi, Joseph Arie ( 2010)
Limongi C., Miguel
Mata, Luis
Nouel Perera, Bernardo Augusto
Ontiveros, Rafael Leonardo ( 1995)
Padilla Lovera, Manuel Ricardo
Pérez Martínez, Juan Ángel
Primak Waszczenko, Jurij
Rivas Márquez, Mario ( 2001)
Sainz Pelegri, Antonio
Scope Leal, Kenneth Enrique
Sieira Martínez, José ( 20/9/2008)
Varela R., Jesús
1966
Applewhite Gutiérrez, Virgil Calvin
Bonet González, Francisco Javier
Cabanzo Díaz, Pedro Eduardo
Caires Siegert, Mario Carlos
Chacín Riera, Enrique Rafael
De Armas Moreno, Mario Salvador
Díaz García, Fredy Augusto (10/12/2013)
Ferro Maggi, Oswaldo José ( 1985)
Fornez Tamayo, Enrique Guillermo
García Palomares, Ubaldo
González Urdaneta, Gustavo Enrique
Granadillo Tori, Gilberto Vicente
Hail Lubke, Carlos Enrique
Hazos S., Jorge
Hernández Zambrano, Simón Rafael
Itriago Machado, José Teodoro
Izaguirre Sánchez, José Babel (†2014)
Manzi Infante, Armando José
Martínez Díaz, Ismael Rolando
Millán Abreu, César Augusto
Molina Maggi, Pablo Enrique ( 1997)
Obadía Lossada, Gilberto José ( 14/8/2013)
Parra Bortot, José Germán (†11/2014)
Perera Álvarez, Víctor Jesús
Pérez Colina, Antonio
Pinto Pinto, Rafael Salvador
Rivas Sánchez, Ricardo
Rosa Branco, Víctor Manuel ( 1/7/2012)
Siegert Figueroa, José Jesús
Solares Estrella, Luis Eduardo ( ¿)
Stefani Vescovi, Antonio
Stiassni Necko, Eduardo Iván
Tognella Nannini, Bruno
Trejo Foulcault, Héctor José
1967
Alfonso R., Justo
Álvarez P., Alfonso
Avella Guevara, Alfredo Stephen
Cañas Olarte, Miguel
Cárdenas Patiño, Juan Eliseo
Celius Cinicas, Steponas
Centeno Tirado, Enrique
Cisneros Zerpa, Eddie Rafael
Crespo Calzada, Luis Mauricio
Crespo Insúa, Demócrito
Duque Galvis, Luis Ramón
Gavotti Bethencourt, Nicolás
Gassan Mogna, Alexis Guillermo
Laya Mimo, Carlos Delfín
López Pastor, Francisco
Macías Ramos, Edgar Marcel
Martínez de Lima, Nelson
Martínez Velásquez, Héctor Manuel ( 2/12/2005)
Meier Echeverría, Guillermo Gustavo
Montenegro Martínez, José Manuel
Pérez Ortega, Marta
Rodríguez Mendoza, Andrés
Solórzano, Luis
Súnico M., Saúl ( ¿)
Torrealba Tovar, José Nicolás ( ¿)
Ugarte B., Gregorio
1968
Acquatella Monserrate, Roberto Rafael
Aldrey Cuesta, Raúl
Antunez Bracho, Luis Augusto
Anzola Gainzarain, Iker
Avila Salcedo, Pedro Rubén
Baruzzi Buscaroli, Juan
Barrios Baptista, Pedro José
Beluche Madorran, Cecilio Manuel
Benaiges Munne, Buenaventura
Bernal Monroy, Enrique de Jesús
Bracho Yciarte, Luis Alberto ( ¿)
Callaos Farra, Nagib Charlie
Canabal Rajoy, Carlos Francisco( 2009)
Castro Robles, Rubén G.
Combellas Lares, Ignacio Alberto
Copello París, Martín
Cubek Kutner, Francisco Adán
Chacín Larecca, Augusto Ramón
Escalona Abreu, José Antonio ( 2013)
Fernández Russo, Reinaldo Augusto
Fung Nieves, Carlos Enrique
Gherbassi Miletti, Guerrino
Goldenstein Yanovici, Franklin
González Granado, Leopoldo José
González Suárez, Roberto Alexis
Hernández Siles, Ithamar
Hernández Millán, Rafael
Iahr, Martín
Izaguirre Demayo, José Luis
Luna Rad, Luis Alberto
Manduca Carlomagno, Cristóbal José
Márquez Pérez, Juan Oscar
Martínez Maradei, Guillermo José
Matteo Russo, Raffaele
Mendoza Ferrer, Germán Rafael( 1/2/2010)
Mendoza Olavarria, José Antonio
Moreno Balza, Javier José
Olabarrieta Aguirre, Jon Mikel
Olivares Calatrava, Alberto
Penso Leañez, Raúl Isaac
Peraza Melean, Jesús Manuel ( 15/10/09)
Pérez Porteles, Francisco Hernán ( ¿)
Price León, José Tomás ( ¿)
Pimentel Sánchez, Ángel Eduardo
Pulido Santana, José Ignacio
Ramírez Isava, Daniel
Ramírez Molina, William Antonio ( 25/6/2013)
Rangel Cárdenas, Luis Francisco
Rodríguez, Arquímedes Antonio
Rodríguez Espinoza, Carlos José
Rodríguez González, Jesús Ignacio
Sánchez González, José Alberto
Silbesz Peña, Gerardo Antonio
Sierra H., Ángel
Silva Sánchez, Julio César
Silveira Blanco, Pedro Miguel
Soto Tamayo, Nelson
Urdaneta Acosta, Edgar Enrique
Valero López, Enrique
Vásquez Escobar, Edgar Jesús
Zavarce Garmendia, Reinaldo
1969
Aguerrevere Ruiz, Gonzalo
Albanese, Andrés
Applewhite Gutiérrez, John
Artiles Centeno, Oswaldo José
Barroso Alfaro, Luis
Boloix Abad, Germinal
Boscán Milani, Asdrúbal Alberto
Caruso Morabito, Pedro Juan
Cegarra Cegarra, Johny Enrique
Coll Meneghim. José Rafael
Conesa Martínez, Juan José
Charles Birmingham, Manuel Ismael
Chaparro Navarro, Eliseo Alfonso
Espinel Cabrera, José Luis
Fernández Rodríguez, Gustavo Enrique
García Palma, Celso
García Ramírez, Saúl
Gheller, Salomón
Génova Arruego, Miguel Ángel
Gibbs Gil, Tomás Gerbacio
González Espinosa, Roberto José
González Rugeles, José Gregorio
Guillén Palermo, Ramón
Iza Lera, Mauricio
Koeneke, Oswald
Levy Mizrahi, Judá Aslan
Lippo, Carlos
Loyola Caminos, Juan Antonio
Mata Angarita, José Rafael
Marcano Rojas, Rodolfo
Mendoza Aranguren, José Santana
Mijares Peña, Juan de Dios
Milá de la Roca, José
Niedermeyer Zaloudik, Peter
Paredes Pisani, Edgar Humberto
Pinal, Eladio
Plitman Zuckerman. Freddy ( ¿)
Plato Araujo, Luis Enrique
Rodríguez Iribarren, Santiago José
Saizarbitoria Beristain, Joseba Andoni
Salonia Distefano, Rosario
Tundidor, Ernesto
Walder, Esteban
Zaldumbide García, José Luis
1970-71
Ablan Jaua, Nagib José ( 21/1/2013)
Aguirre Morales, Oswaldo Enrique
Alfonzo, Máximo
Alfonso Rojas, Andrés Emilio
Arrieta Mediavilla, Eduardo Germán ( 2005)
Arroyo, Félix
Badiola Durbán, Basilio
Burguera Hernández, Elio César
Campos Fernández, Raquel
Carrera Bravo, Pedro Antonio
Carrillo Perdomo, Marcial
Castañeda Lanza, Antonio Rafael
Castro Cabeza, Miguel Luis
Cobo Hernández, Orlando José
Fahnert Schroder, Friedrich Wilhelm
Fernández González, Luis Jacinto
Fortoul Pompa, Celso Luis
Froment Fernández, Claude José
Gamboa, José
Giannatassio D’Amato, Salvador
Gil Ríos, José Rafael
Jiménez, Leopoldo
Guerra Betancourt, Juan Manuel
Guevara Tillero, Franklin
Gómez Oropeza, Alberto Rafael
Gómez Guzmán, Adalberto José
Gómez Ratti, Edgar José
Hernández Tovar, Efraín Antonio
Ipolliti, Armando
Iza Lera, José Antonio
Jacobs Everon, Rufus Neakon
Lander Rodríguez, Enrique Rafael
Lara Figueroa, Herman Enrique
López Lazo, Rafael Ernesto
Magallanes, Rafael Ignacio
Martí Saura, José R.
Martínez Núñez, José Santiago
Martínez Palacios, Gustavo Alberto
Mendoza Castro, Tomás ( 2011)
Mejías Vera, Gustavo Enrique
Mijares Rodríguez, Oscar Ismael
Miranda Grijalba, Ángel
Pastor Goiri, Álvaro
Pérez Figueroa, Fernando
Pineda R., Antonio
Posse Muñoz, Yolanda Emilia
Pradas Pérez, Manuel
Provenzali Cárdenas, Elbano Gerardo
Ramos Cardona, Ildemaro Alexis
Ríos Lecau, Beatriz Eugenia
Rivero Díaz, José Ramón
Rivero Garrido, Alexis
Rodríguez Recaredo, Rubén
Ruda Orta, Julio Rafael
Sánchez, Eduardo
Siso Quintero, Sandro José ( 2006)
Ubieda Belisario, Guillermo
Urosa Páez, Félix Rafael
Valdivieso, José Augusto
Villaroel Mujica, Geber
Wherner H., Theddy A.

El regreso de los comunistas.

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Creo que a mi me entró el gusanito por la electricidad en mis años mozos, en las aulas del Liceo Roscio de San Juan de los Morros, cuando el profesor Teodoro Tabares nos expuso los primeros rudimentos de esa materia en los cursos de física. A esa edad todos somos soñadores y románticos; así como muchos pensaban abrazar la carrera de medicina para preservar la salud de la humanidad, yo, por vivir en una tierra de apagones y tener cierta habilidad matemática, en tercer año me dije que iba a estudiar ingeniería eléctrica. Me gradué de bachiller en 1957 y para poder estudiar ingeniería en la Universidad Central de Venezuela, tuve que aprobar la prueba especial de admisión que administraba la Facultad. Una vez cumplido tal requisito me inscribí en ingeniería eléctrica, carrera entonces poco popular que sólo contaba para esa fecha con 22 egresados distribuidos en seis promociones, de las cuales la primera había ocurrido en 1950. Los egresados hasta 1971 se puede ver en la entrada anterior de esta bitácora Ingenieros Electricistas UCV 1950 a 1971. El cortede la lista, la cual fue tomada de la publicación de Juan Altimari de 1975 citada en el enlace anterior, abarca hasta 1971, cuando ya no prestaba mis servicios en la Universidad Central y estaba en mi segundo año de trabajo en la refinería de Amuay. Sin embargo muchos de los egresados en la promoción denominada como 1970-71 fueron alumnos míos cuyos actos de graduación se retardaron debido a los coletazos de la mal llamada renovación académica, que en realidad no fue más que un gran paso hacia atrás en la enseñanza de la ingeniería en la Universidad Central de Venezuela. Huelga decir que con todos esos egresados y los que han seguido, provenientes de prestigiosas universidades nacionales e internacionales, en abril de 2013 los apagones siguen a la orden del día, pero los ingenieros no tienen la culpa. En el enlaceLic. Nelson Méndez, Historia de la enseñanza de la Ingeniería en ...hay un apretado resumende la enseñanza de la ingeniería en el país y para acceder a una minuciosa y bien narrada historia de la Facultad de Ingeniería se puede descargar la página http://neutron.ing.ucv.ve/historia/HISTORIA.HTM. De esa fuente extraigo que en 1946 las dependencias de ingeniería, arquitectura y ciencias fueron las primeras que se trasladaron desde la sede histórica del Convento de San Francisco en el centro de Caracas, hasta las instalaciones en las oficinas del Trapiche de la antigua Hacienda Ibarra; de ésta sólo sobrevive la torre del trapiche donde hoy está el Gimnasio Cubierto. Para tener una idea de lo que ha cambiado la ciudad capital con el paso del tiempo, basta con mencionar que los estudiantes se quejaron porque los estaban enviando a un ambiente rural. La erección de la nueva sede de Los Chaguaramos, o Ciudad Universitaria como se le vino a conocer, fue decretada en 1943 por el presidente Isaías Medina Angarita, proyectada arquitectónicamente por el maestro Carlos Raúl Villanueva y construida, en gran parte, durante el gobierno del general Marcos Pérez Jiménez. La mudanza total de las instalaciones de la Universidad Central de Venezuela se realizó durante los años 54 y 55. La antigua edificación del centro es todavía la sede del Palacio de las Academias y lo fue, hasta hace un poco más de un par de décadas, de la Biblioteca Nacional. Las suspensiones de actividades en la Universidad Central de Venezuela se intensificaron en esa época, como secuela de la represión del régimen contra muchos estudiantes por su participación en la lucha antidictatorial. Como se verá en la siguiente narración, todo el que salía expulsado de la Universidad Central se iba etiquetado como comunista, a pesar de que la oposición estudiantil al régimen era variopinta e incluía no sólo a los militantes de los partidos de izquierda, sino también a los simpatizantes de Acción Democrática y de Copei.


Las instalaciones de la plaza cubierta, el aula magna y la biblioteca de la Universidad Central de Venezuela fueron inauguradas por Marcos Pérez Jiménez en marzo de 1954, con el propósito cierto de alojar a la Décima Conferencia Interamericana, realizada en Caracas en la actual sede entre los días primero y 29 de ese mes. El compromiso de ser sede de la conferencia había sido asumido en la IX Conferencia de Bogotá en 1948 por Rómulo Betancourt, pero para el momento de su materialización fue un firme oponente al evento, usando todos los medios a su alcance, ya fueran políticos, diplomáticos, sindicales y la opinión pública. Basaba su posición en que la realización de esa cumbre no era compatible con la figura de un gobernante que había logrado su legitimación de manera fraudulenta, que tenía las cárceles de Venezuela llenas de numerosos presos políticos y que mantenía una rígida censura de prensa. La dictadura se amparaba bajo la coartada del anticomunismo, posición que era vista con buenos ojos por el gobierno de los Estados Unidos. Al parecer Franklin Delano Roosevelt había dicho, refiriéndose al dictador de Nicaragua: “Somoza may be a son of a bitch, but he is our son of a bitch.” Sin embargo no hay una prueba fehaciente de esta cita.

Los distinguidos visitantes, alojados en el recién inaugurado Hotel Tamanaco, empezaron a llegar y se iban distribuyendo a lo largo de la plaza cubierta para esperar que empezaran los actos oficiales. El área también se había llenado de estudiantes de ingeniería, arquitectura y ciencias, que venían desde los salones de clases y se habían congregado en la vecindad de la entrada principal del aula magna. Por su especialización, lo más seguro era que ninguno de ellos estaba interesado en participar en las deliberaciones, pero sí en manifestar ante los delegados internacionales su oposición al régimen. La alborotadora presencia de los jóvenes no fue del agrado del Vicerrector Muci, quien les ordenó que circularan. Francisco Ripepi, estudiante de primer año de ingeniería, empezó a caminar en cerrados círculos alrededor del profesor, tomando al pie de la letra las palabras de éste. Pancho, que ya era bastante alto y con facilidad doblaba en estatura al poco espigado Vicerrector, se desplazaba mirándolo fijamente a los ojos. Más que una gracejada su acto fue una verdadera afrenta que no duró mucho, ya que el área estaba plagada por miembros de los organismos de seguridad del estado, regados sin ningún disimulo por todos los rincones. Casi de inmediato fue detenido por un par de funcionarios y enviado, por comunista, a los calabozos de la Seguridad Nacional. Por suerte en el grupo de estudiantes andaba Ángel, el hermano mayor de Pancho, quien salió a toda prisa en su vehículo para Altamira, a avisarle a la familia. La señora Juanita Alliegro de Ripepi, la madre de Pancho, de inmediato llamó por teléfono a su hija Concepción, mejor conocida como Conchita, que estaba casada con el entonces Comandante General de la Guardia Nacional (1948/1956), el teniente coronel Oscar Tamayo Suárez. Como se ve, el estudiante preso no era ningún pata en el suelo, vivía en una amplia quinta de una urbanización de ricos y además tenía buenos contactos. Ripepi no duró mucho en la chirona, lo expulsaron de por vida de la Universidad Central, con la etiqueta de comunista y le cambiaron la cárcel por exilio. Su padre quiso enviarlo al norte pero Pancho, tomándose muy en serio lo de comunista, no quiso irse al imperio y escogió Argentina como destino. Una vez derrocada la dictadura, se incorporó en segundo año a nuestro curso y terminó formando parte de nuestra promoción. En las aulas de clases trabamos una amistad que todavía conservamos, aunque no nos vemos con la frecuencia que desearíamos. Quizás con unas cervezas entre pecho y espalda, en una de las tantas juergas estudiantiles, fue cuando contó lo de su expulsión. Eso de que fuera comunista jamás me lo creí; no porque tuviera un alto estándar de vida, sino porque jamás le he visto una actitud revolucionaria o contestataria. Muchos jerarcas del comunismo venezolano eran personas con plata, siendo el abogado Gustavo Machado (1898/1983) el caso más emblemático. Machado fue integrante de una de las familias más conservadoras y adineradas de su época y fue, junto con su hermano Eduardo, uno de los fundadores del Partido Comunista Venezolano.

Otro “comunista” que regresó a las aulas de la Universidad Central después de la caída de la dictadura fue Wolfgang Stockhausen. Su expulsión se originó en los acontecimientos del 21 de noviembre de 1957, cuando los estudiante de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad Católica Andrés Bello se lanzaron a protestar abiertamente contra la dictadura y contra el plebiscito propuesto por Pérez Jiménez el cuatro de ese mes y mansamente aprobado por el Consejo Supremo Electoral (nada nuevo bajo el sol) el 17 del mismo mes. Las dos primeras horas de clases las tuvimos de siete a nueve y al salir del auditorium del edificio de Geología, Minas y Metalurgia para dirigirnos hacia la siguiente clase, notamos que el ambiente estaba muy ruidoso y agitado. Vimos en el flanco oeste, en las adyacencias al auditorium de la facultad, a un joven un poco mayor que nosotros montado en un cajón arengando a los bachilleres que se iban aglomerando a su derredor. Hace muy poco vine a saber que se trataba del estudiante de derecho de 24 años de edad y militante de Copei Enrique AristiguetaGramcko. Eduardo Picón Badaracco, estudiante de primer año de ingeniería y testigo de los hechos, dice que muy cerca de Aristigueta y trepado en una caja más pequeña José Ignacio Cabrujas también se dirigía a los atónitos bachilleres, muchos de los cuales eran pueblerinos recién llegados. En “Los estudiantes contra la dictadura”, http://luisloreto.blogspot.com/2007/08/los-estudiantes-contra-la-dictadura.html, entrada de esta bitácora del 2007, identifiqué al personaje del cajón como Américo Martín, pero Gustavo Flamerich (gflamerichr@gmail.com), autor de la novela, o historia novelada “Todo sucedió en un año” que se desarrolla en el entorno del 23 de enero, me dijo que para esa fecha a Américo ya lo habían capturado y estaba preso, seguramente en las instalaciones de la Seguridad Nacional. Aquí necesariamente tengo que repetir algunos de los pasajes de esa entrada, pero sólo los referentes a Wolfgang.

¿Qué hacía  un alemán a quién además tildaban de nazi, en una manifestación de la izquierda? Me imagino que fue por aquello que dijera Winston Churchill que “Quien no es liberal a los veinte no tiene corazón. Quien no es conservador a los cuarenta, no tiene cerebro” (Anyone who isn’t a liberal by age 20 has no heart. Anyone who isn’t a conservative by age 40 has no brain). O quizás su motivo
principal era desenvolverse entre las hermosas muchachas que participaban en la manifestación, ora marchando o aupando a los demás desde las puertas de las residencias femeninas. Los que salieron hacia la plaza Venezuela se apostaron sobre el puente y empezaron a caerle a pedradas a las patrullas que habían llegado por la autopista y se habían estacionado bajo el puente. Al ver los jóvenes que los esbirros seguían llegando como moscas y aun cuando no los superaban en número blandían el convincente argumento de las armas largas, decidieron replegarse hacia el recinto universitario. En la rampa que va hacia la autopista, en donde ahora está el mural de Zapata, dos chicas dudaban entre seguir o devolverse, ya que a una de ellas, presumiblemente la estudiante de economía Gladys Lander, se le había torcido un tobillo. Sintiéndose como la reencarnación aria de Superman, Wolfgang la cargó y trató de devolverse a toda velocidad, pero no pudo alzar vuelo y lo agarraron mansito. Cuando lo metieron en la jaula, uno de los policías lo reconoció como el catire altote que le había roto la cara de una pedrada e intento entrar a vengarse. Por suerte los otros agentes no lo dejaron desquitarse.
A Max Constatile tocó comunicarle a los padres de Wolfgang, en el modesto apartamento que ocupaban en el conjunto residencial “Caciques de Venezuela” de Los Totumos del Cementerio, la mala nueva de la detención de éste. Un funcionario que trabajaba en el área administrativa de la Seguridad Nacional era vecino de los Stockhausen y a él acudió el papá de Wolfgang, a buscar una ayuda que consiguió. Esta vez no fue un poderoso, sino un hombre de a pie, quien intercedió para lograr la liberación de su vecino. Wolfgang estuvo preso cinco días en la plaza Morelos y fue liberado tras las gestiones del embajador de Alemania, pero también había sido expulsado de por vida de la Universidad Central de Venezuela. Su exilio lo fue a pasar en Alemania y él, que ya estaba en segundo año, allá tuvo que empezar de nuevo la carrera, pero se sentía sobrado ya que la preparación matemática que llevaba de Venezuela era de primera. Cuando regresó, después de la caída de Pérez Jiménez, volvió a ser ubicado en segundo año. Ahí nos conocimos, entablamos una gran amistad y a veces estudiábamos juntos e íbamos a beber cervezas con las amigas, en el Citroen que tenía. Nuestra amistad sólo fue interrumpida por su repentina muerte en mayo de 2009, y digo repentina porque sólo duró diez días desde el momento en que me dijo por teléfono que tenía cáncer. Sin embargo él está presente en los dos árboles de fresno que adornan el frente de mi casa, traídos desde La Haciendita, una pequeña finca cafetalera que él tenía por Tejerías.

Créditos: La foto de la plaza Morelos que acompaña estas notas, donde estaban las instalaciones de la seguridad nacional, fue tomada de la bitácora electrónicahttp://orachapellincaracasvenezuela.blogspot.com/2008/08/plazas-y-parques-de-la-vieja-caracas.html, mientras que la del trapiche está publicada en  el trabajo realizado por José Álvarez Cornett: Rafael Grinfeld y Nicolás Szczerban - infoCIUDADANO,

El equilibrio racial

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En una típica conversación de cafetín, en una madrugada previa al dictado de las clases, un joven profesor e investigador, con doctorado en su especialidad obtenido en una prestigiosa universidad sueca, me comentó que cada vez que se identificaba en algún sitio del país como profesor de la Universidad Simón Bolívar, le preguntaban que si era profesor de deportes. Por supuesto que no es por el físico atlético, que sí lo tiene, sino por el color oscuro de su piel y por el cabello rizoso. Esto me recuerda que a pesar del cacareado equilibrio racial de la nación venezolana, la discriminación va más allá de los consabidos chistes (blanco con bata, médico; negro con bata, chichero). De paso quiero mencionar que si en la USB hay algún entrenador deportivo barrigón, esa es más bien la excepción que confirma la regla. Para muestras positivas desde los inicios de la Universidad Simón Bolívar hasta el presente, ahí están John Muñoz, Pancho Seijas (la figura más feliz de la delegación venezolana en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004), Ramón Montezuma (el maloso), Humberto Liendo y Jesús Fuentes.
James Meredith escoltado.
Cuando llegué a Nueva York a finales de septiembre de 1962 a estudiar inglés durante un trimestre para después emprender un postgrado, la gran noticia en la gran manzana era la pretensión de un estudiante de color (como si los demás fueran incoloros, en las palabras del cubano Manolo Oliva) de estudiar en Ole Miss, una clasista universidad sureña. Tengo grabada en mi mente la frase que escuche por la radio en los primeros días de octubre de ese año: “Negro James Meredith is now attending University of Mississippi”. Y escribo la palabra “Negro” con mayúsculas no porque esté al principio de la oración, sino porque así apareció entonces en los medios impresos, como si fuera parte del nombre y el apellido, tal como se puede verificar a través de los documentos de la época recogidos en la Internet. “Nigro” era la forma como los locutores pronunciaban la palabra negro. Para Meredith asistir a su primera clase, no sólo se necesitó de una posición clara y definida por parte del presidente Kennedy, sino que el estudiante tuvo que hacerlo escoltado por agentes federales. Abundaron las manifestaciones en contra y se registró la detención de doscientos amotinados.
En los pasillos de alguno de los pequeños edificios del Queens Collegede la ciudad de Nueva York y de boca de un compañero de Puerto Rico, aprendí que esa metrópolis está habitada por tres razas: negros, blancos y portorriqueños.
—No tienes sino que fijarte en lo que dice el periódico, Luis: The tension escalated in riots between whites, blacks and Puerto Ricans…
Bajo esa óptica, me imagino que en Chicago habría que añadir la raza de los Mexicans. Se supone que en inglés la palabra “negro” no es peyorativa, como sí lo es su derivada “nigger", pero hay que tener cuidado al usar la primera. Estando yo estudiando en Chicago fue a visitarme mi hermano Carlos Daza. Me llamó por teléfono desde Nueva York, nos pusimos de acuerdo para encontrarnos en “TheLoop” donde lo iba a dejar el transporte terrestre que él tomaría en el aeropuerto de O’Hare. Del centro abordamos un autobús hacia el sur, en el cual los únicos blancos éramos los dos hermanos. Recordando a diversos miembros de la familia, surgió en la conversación nuestro primo Juan Bautista Rodríguez Loreto, a quien le decimos con cariño “El negro” simplemente por que sus otros dos hermanos, Gustavo y Abel, son catires y él no. Algo similar pasa con el colega Rafael López, el conocido Negro López del softbol, el baloncesto y las bicicletas. Cuando Carlos pronunció las palabras “el negro”, los pasajeros del colectivo mostraron su incomodidad tratando de reacomodarse en sus asientos casi al unísono y parecía como si el autobús hubiera caído en un inexistente bache.
Los hispanoparlantes del Illinois Institute of Technology(IIT) cuando hablábamos en español, si nos referíamos a alguna mujer negra, generalmente por sus buenos atributos físicos, le decíamos “la colorada” por aquello de “color people”. Una vez andábamos caminando por las afueras del IIT el italiano Giovanni “Nino” Marzullo, el japonés Noboru Hattori, el cubano Manolo Oliva, el mexicano Santiago Chuck, el hindú Ramashankar Sing (mi compañero de habitación en las residencias) y yo. Cuando pasamos por una calle de una manzana vacía que separaba las residencias principales de otro lote de alojamiento más pequeño, apareció un grupo de negros que apartaron a Mr. Sing de nosotros, quizás identificándolo como hermano de raza por su tez obscura a pesar de lo lacio de su cabellera, y empezaron a lanzarnos objetos. Íbamos hablando en inglés, pero cuando los latinos reaccionamos en forma automática profiriendo insolencias en español, encabezadas por alguna referencia a sus madres, nos vieron con ojos raros y nos dejaron tranquilos.
Tres comunidades negras ocupaban igual número de puntos cardinales alrededor del IIT. Hacia el oeste y después de pasar la línea del tren, habitaba una comunidad de blancos, mayoritariamente de origen italiano. A esta última zona nos desplazábamos cuando queríamos bebernos unas cervecitas o comernos una hamburguesa distinta a las de McDonald's, que en ese entonces salían en un solo formato: carne delgadita, pan sencillo, pero eso sí, con las mejores papitas fritas. Las de los italianos venían con una laja de carne gruesa y el pan tenía semillas de ajonjolí. Cuando los latinos comíamos pizza, lo cual no ocurría con mucha frecuencia por lo vacío de nuestros bolsillos, nos las enviaban a domicilio. Una vez Nino, el salvadoreño Luis René Cáceres y yo salíamos de un sitio de la localidad oeste, después de habernos tomado algo y nos preguntó un negro de aspecto muy humilde, en tono temeroso, que si ahí le despachaban a los negros. Le contestamos que no sabíamos, pero que tenían que atenderle, a juro. Quizás arrepentido de haber preguntado, por lo belicoso de nuestra respuesta, nos dijo:
Look men, I mean no trouble.
Afortunadamente no discriminaban, porque con el furor de los tragos (a veces lo que aflora es una pena sensiblera, como dice la canción) quién sabe que barrabasada hubiéramos cometido.

Estando yo visitando en Atlanta al colega y amigo Jesús Peña, que estaba sacando su doctorado en Georgia Tech, terminamos reuniéndonos varios venezolanos y un colombiano, salimos y nos bebimos más de una cerveza. Alguien propuso ir a Underground Atlanta, un área histórica de cinco cuadras que quedó sepultada bajo la vialidad de concreto que se construyó en los años veinte para aliviar el tránsito vehicular. En el 78 faltaban todavía dos años para que la zona fuera afectada por la construcción del metro de Atlanta y se había convertido en un lugar bastante peligroso en horas nocturnas. Esa noche estacionamos sin ponerle monedas al parquímetro y descendimos, cada uno con una botella medio llena o medio vacía en la mano. Había muy poca gente en las calles subterráneas y en cada esquina un robusto policía recordaba que había que portarse bien. Yo diría que todos estaban borrachos menos yo, pero no porque sea el que está contando el cuento, sino porque a ellos los trastornó el bajo contenido alcohólico de la insípida cerveza gringa, pero no a mí, que acababa de llegar de Venezuela e iba bien entrenado por la bebida del oso. Apenas bajamos la primera escalera y vislumbramos la ciudad subterránea, a uno de nosotros se le cayó de la mano la botella de cerveza y el ruido que hizo al romperse fue amplificado por la resonancia del ambiente cerrado. Mas fuerte resonaron, sin embargo,  las imprecaciones que soltó en español. Esto, unido a nuestro innegable aspecto de latinos y al hecho de que se entendía que hablábamos en español, provocó la fuga de los pocos presentes. Esta vez fuimos nosotros los discriminados, porque a pesar de que ninguno era de tez obscura, todos nos expresábamos en la lengua de los violentos.
Para los angloparlantes, la palabra negro se refiere a una persona cuyas raíces están en el África negra. El término fue aceptado como menos ofensivo que “black” hasta la época de los movimientos de los derechos civiles, años cincuenta y sesenta del pasado siglo. La palabra fue objetada, por su asociación con una larga historia de esclavitud, segregación y discriminación que trataba a los afrodescendientes norteamericanos como ciudadanos de segunda clase y aún peor. Desde finales de la década de 1960 se propusieron términos como “Black African”, “Afro-American”, “African American” y “Afro Descendant”. La historia contemporánea recoge a Barak Obama como el primer afroamericano en ejercer el cargo presidencial en los Estados Unidos de América. En Hispanoamérica y por su mayor alcance ha prevalecido la expresión “Afrodescendiente”, aunque en nuestras latitudes nadie se enreda por decirle negro(a) o negrito(a) a su amigo(a) de piel obscura, aun cuando los antepasados no hayan venido del África subsahariana.
Termino en tono jocoso. Un compatriota venezolano que me visitó cuando yo estaba en Atlanta de año sabático, después de haberse paseado por la ciudad, me dijo que había identificado dos problemas muy graves: la discriminación racial y la gran cantidad de negros que había por todas partes.
Referencias:

Las buenas cervezas.

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  1. Una botella de vino Sylvaner y un chateaubriand casi crudo son el punto de partida de 62 Modelo para armar, novela de Julio Cortázar que adquirí hace algunos años y que versa sobre el vampirismo. Junto a Recuento de Luis Goytisolo, por la cual pagué en 1975 cien bolívares, 62… cae en la categoría de los libros que he comprado, he leído una buena porción y no los he terminado. “Herzog” de Saul Bellow, cuya edición de bolsillo compré el 30 de marzo de 1969 en el aeropuerto Kennedy también entraba en ese grupo. Empecé a leerlo en un vuelo de Nueva York a Caracas de ese día, pero sólo vine a terminar de leer sus 416 páginas el 17 de diciembre de 2004, más de 35 años después. Había pagado por el libro 95 centavos de dólar (a 4.40) y me imagino que no quería desperdiciar mi dinero. Pero cuando termine de leer “Recuento” o “62…” no habré batido ningún record personal, ya que en 1950 y con sólo 12 años de edad me leí, en una edición en papel biblia que me prestaron, la parte primera de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” y, a pesar de que lo he intentado varias veces, no he avanzado casi nada en la parte segunda. De paso, la cantidad de cien bolívares marca un hito, pues fue la primera vez que desembolsé una cifra de tres dígitos por un libro. Pero en esta nota la literatura sólo sirve para explicar su génesis, ya que gira en torno a la cerveza. El juicio que emití en la entrada anterior de esta bitácora, sobre la calidad del espumoso líquido al hablar de una gira de ebrios hacia Underground Atlanta, ha disparado mi memoria hacia Calabozo, Caracas, Chicago, Santo Domingo, Maiquetía y finalmente Atlanta. Espero que algunos puedan hacer memoria  de su primera borrachera o de su protagonismo en situaciones similares a las aquí presentadas.
Recuerdo muy bien la fecha y el lugar en el cual bebí mis primeras cervezas: Calabozo, Estado Guárico, un sábado de noviembre de 1950. Aun cuando Google es un buen bálsamo para hacer memoria en cosas del dominio público tales como cantantes y canciones, esta fecha la recuerdo porque mi abuela paterna María cumplía setenta años y se lo celebraron por todo el cañón. Mi abuela nació en 1880 y yo en 1938, así que sólo tenía doce años recién cumplidos el día de la parranda que se celebró en la amplia casona colonial de los Loreto Loreto. Recuerdo haber visto entre los invitados a monseñor Arturo Celestino Álvarez, Obispo de la Diócesis de Calabozo, una figura que no podía pasar inadvertida por la singular vestimenta púrpura y porque todos los asistentes le besamos el anillo. La bebida fina circulaba dentro de la casa, pero en el patio había un grupo de barriles llenos de panelas de hielo picadas con punzón y botellones de cerveza, los cuales como si se tratara de San Juan Evangelista en semana santa, quedaron en manos de los muchachos. Jóvenes y mayores amanecimos en la fiesta y a las seis de la mañana nos dirigimos todos hacia la Iglesia Catedral, a dos cuadras de la casa, a la celebración de la santa misa. Faltando una media cuadra para llegar a la puerta lateral del templo, sentí que todo me daba vuelta y decoré el centro de la calle con el contenido sólido y líquido que había estado albergado en mi estómago. Ese día juré que más nunca bebería licor, promesa que por supuesto he incumplido reiteradamente. De paso quisiera mencionar que los cien años de la abuela se los celebramos en 1980 tanto en Caracas como en El Tapiz, la hacienda de los Loreto en las afueras de Calabozo. Ella falleció en diciembre de 1988, con 108 años cumplidos.
El año escolar 57-58 estudiaba yo primer año de ingeniería en la Universidad Central y vivía con mis abuelos maternos en una casita de la parroquia La Pastora. La modesta vivienda también la compartían mi tía abuela María Teresa Rodríguez (Teté), mis tías Elba y Gladys y mi tío Carlos. Vino de visita desde el interior mi tío Fernando y salimos, los dos tíos y el sobrino, a tomarnos unas cervezas. Fernando, que toda su vida prefirió la cerveza, nos llevó a un sitio entre las esquinas de Bolsa y Pedrera, a lado del cine Palace. Las polarcitas costaban un bolívar, estaban más frías que espalda de foca y nos atendía una mesonera no muy agraciada pero bastante amable. Bastó que yo comentara lo buenas que estaban las cervezas para que mi tío Carlos, más mujeriego que bebedor aun cuando se excedía en los dos campos, propusiera mudarnos a otro lugar en el cual las cervezas eran superiores. Llegamos al nuevo bar, no muy alejado del anterior,  donde las cervezas estaban menos frías y costaban medio más, uno veinticinco. Eso sí, las mesoneras eran unas hembras  de concurso. Años más tarde en Chicago, la mejor cerveza era la de sifón (draft beer) que destilaban unos alemanes en Sieben's en la parte norte de la ciudad y ahí íbamos si la idea era bebernos unas frías. Sin embargo, si también se buscaba la compañía de féminas, había que desplazarse hacia el sur del Instituto Tecnológico de Illinois, IIT, a los bares de los alrededores de la Universidad de Chicago, en donde expedían las insípidas cervezas gringas convencionales.
Estuve en la República Dominicana en abril de 1965, una semana antes de que cayera el triunvirato presidido por el rubio Donald Ried Cabral. Mis anfitriones me llevaron a un local nocturno que era una versión a menor escala de “El Campito”, célebre lupanar que estaba en Maiquetía, en las inmediaciones   del estadio César Nieves, y al cual mis alumnos del postgrado de la Marina de Guerra llamaban "Les ChampsElysées". Aparte de las dimensiones, la única diferencia era que en Maiquetía las mujeres se desnudaban en privado. En el local de Santo Domingo presentaron un show musical en el cual cantaban hombres y mujeres. Un cantante venezolano sudó la gota gorda al tratar de interpretar "Barlovento", porque para los del acompañamiento musical eso estaba muy lejos del merengue. Alrededor del escenario bailaba una comparsa de nativas, cuyas pacatas vestiduras muy poco dejaban ver de sus atractivas figuras. El número final, con el solo de saxo de “SummerTime” como telón de fondo, estaba a cargo de una venezolana, la cual se desnudaba con lentitud para terminar mostrando los senos. Nadie es profeta en su tierra, en "La Taberna del Puerto" que estaba a media cuadra de la Calle Real de Sabana Grande, llegando al cine Broadway, muchas mujeres se desnudaron mas ninguna era venezolana. Como se verá, esto último viene más al cuento a pesar de que las cervezas abundaron.
Susana Duijm
A finales de octubre de 1978 estuve tomando un curso corto en el Instituto Tecnológico de Georgia, en Atlanta. La fecha la recuerdo con precisión porque el 30 de ese mes y ya de regreso a Venezuela, nació en Caracas mi primera hija. También recuerdo que esa fue la primera vez que vi un cajero automático, el cual entregaba los dólares dentro de unos sobres que todo el mundo descartaba de inmediato y con descuido, contaminando el ambiente. La noche anterior a mi regreso me reuní con Jesús Peña, otros venezolanos y un colombiano en el apartamento de Jesús. Salimos a tomarnos unas cervezas, yendo primero a un lugar bastante placentero llamado “Colorado MiningCompany”. El bar estaba ubicado en una cabaña de madera, rodeada de abundante vegetación, sobre una de las tantas avenidas PeachTree que hay en las afueras de Atlanta. Las sosas cervezas estaban bastante frías y la chica que cortésmente atendía la sección de la barra donde yo estaba sentado, era una especie de Susana Duijm en su máximo esplendor. Pero el colombiano propuso que fuéramos a un sitio mejor, el “Mongo Room”. De la pastoril cabaña, fuimos a parar a DownTown Atlanta, a un bar de mala muerte que se alojaba en el primer piso de una destartalada casa. Las cervezas estaban calientes y la mesa la atendía una señora vietnamita bastante mayor, pero pude entender los motivos del colombiano cuando al final empezó un show musical en el cual se desnudaba una argentina. De ahí terminamos en la cercana “Underground Atlanta”, tal como lo narré en “El equilibrio racial”, la entrada anterior de este blog.

Nacido en Sartenejas

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Carretera vieja de Baruta

Mi primer contacto con la zona de Baruta y La Trinidad lo tuve a finales de los años sesenta, cuando fui de pasajero en el Volkswagen de Luis Ernesto Christiansen a visitar a nuestra amiga Carmencita Sotillo, que vivía en La Trinidad, en una zona desolada cercana a la subestación eléctrica de la calle La Cantera, donde la quintas que se habían construido se podían contar con los dedos de una mano y sobraban. Para llegar a esos parajes había que tomar la carretera vieja de Las Minas de Baruta, que empezaba al final de urbanización Las Mercedes, por donde hoy está el centro comercial Tolón, pasaba por el barrio El Güire y empezaba a subír por el sector La Naya. El enlace entre El Güire y La Naya era prácticamente perpendicular a la actual autopista de Prados del Este, la cual por supuesto no existía. Prados del Este (Los Prados, para los pobladores originales) se anunciaba en ese entonces como “Una ciudad en el campo y un campo en la ciudad” mientras que La Trinidad era “La ciudad satélite de Caracas”.
El aviso metálico que daba la bienvenida a los visitantes se puede ver hoy en día a la salida del túnel de La Trinidad, después de haber sido rescatado y restaurado por los vecinos y mudado desde el sitio original, donde estaba escarapelado, oxidado y oculto detrás de unos matorrales. Según las cuñas promocionales en la televisión en blanco y negro, en La Trinidad el agua súper abundante saltaba a la vista. Los caraqueños parranderos y levantadores de féminas se adentraban hasta Mi Vaca y Yo, en el sector La Naya, ignoto paraje preferido por los hombres casados infieles, donde era bien difícil que los agarraran con las manos en la masa. Muchos grupos, después de alguna celebración familiar y poseídos de un espíritu aventurero terminaban sus noches de diversión en el Montmartre, en la calle Bolívar de Baruta con la calle Ricaurte, al fondo de la iglesia. Ahí podían echar un pie y disfrutar de la actuación musical del famoso organista Kurth Löwenthal.

La hacienda Sartenejas
Si llegar a Baruta era toda una hazaña, qué se puede decir de la hacienda Sartenejas. En esos años el acceso desde y hacia Sartenejas, tanto en vehículos rústicos como en carretas y a caballo era por El Valle, un pequeño pueblo de las afueras de Caracas. El fuerte del movimiento estaba en el arreo de semovientes hacia el matadero que estaba en el sitio donde luego se construyó, entre 1946 y 1949, el embalse de La Mariposa. Los ganaderos aprovechaban el viaje para llegarse hasta El Valle, el cual se comunicaba con los poblados mirandinos de San Antonio de los Altos y San Diego de los Altos y también con Charallave, por La Cortada del Guayabo y a través de los caminos construidos por el general Juan Vicente Gómez. En la ruta de La Mariposa a Sartenejas, apenas se pasaba por la represa, empezaban a verse las humildes viviendas erigidas en donde hoy está el Laboratorio de Alta Tensión, con matas de cambur morado aflorando en los patios. Los tripones se asomaban a ver pasar las caravanas, guareciéndose del sol bajo las matas, las gallinas se alborotaban, los perros ladraban y los dueños de alguna pequeña pulpería salían a atender a los viajeros, quienes aprovechaban para aprovisionarse. Desde Baruta sólo se podía acceder a Sartenejas a lomo de bestia, por un camino de recuas que terminó siendo el trazado de la actual vía hacia El Placer. De ahí partía la única ruta hacia Gavilán, Turgua y Sisispa al este. Los habitantes de estas últimas zonas preferían llevar sus productos hasta Santa Lucía, por la fila de Quintana, donde los embarcaban en el Ferrocarril Central de Venezuela, para llevarlos hasta la estación de Maripérez, ubicado donde hoy está el edificio de la CANTV en la avenida Libertador. Desde Sartenejas existía un ruta para bestias por El Hoyo de la Puerta hacia La Cortada del Guayabo, muy similar a la actual, salvo que era bastante estrecha para ese entonces. Todavía no se había construido la carretera de la gran curva que pasa por el vivero, sino que había que para evitar los zanjones se subía por dentro de la hacienda hacia la segunda etapa de Monte Elena, saliendo hacia Hoyo de la Puerta por donde ahora está IDEA. Está ruta era la que preferían los jinetes que alojaban a sus monturas en el Club Campestre Sartenejas. De ahí partió más de una vez a cabalgar el colega Eduardo Capiello, quien a la larga terminó siendo uno de los profesores fundadores de la Universidad Simón Bolívar y el primer docente de esa institución que compró su casa de habitación en la urbanización El Placer. Según cuenta Eduardo, quien recogió mucha de la información histórica de la zona de boca de Luis Herrera, uno de los pisatarios más antiguos que conoció en sus travesías, para ese entonces las zonas altas servían para engorde del ganado y éste, a fuerza de dentelladas, las convertían en cerros pelones. Por eso hoy en día y a pesar de la invasión del asfalto y de las edificaciones, hay mucho más verdor, gracias a la siembra de pinos que acompañó al nacimiento de la universidad.
Eduardo Capiello en 2013
A finales de los años cincuenta y principios de los sesenta empezó la urbanización de la zona aledaña a El Placer y a los Guayabitos y la construcción de la autopista Coche–Tejerías. El transporte de materiales de construcción y de personal especializado hacia esas obras impulsó la transformación en carretera del camino de recuas que salía desde Baruta hacia El Placer, pasando por la zona alta de Barrialito, donde hoy en día está la calle Orinoco de la urbanización Piedra Azul. La parte baja, donde se empalma la carretera hacia El Placer con la variante Piedra Azul–La Trinidad, era en ese entonces una zona anegable y todavía lo es en tiempos de lluvia, al igual que el tramo donde la autopista de Prados del Este cortó en forma perpendicular a la vieja carretera de Caracas a Baruta, la cual iba bordeando las quebradas. A pesar de lo pintoresco que pudiera resultar, para los pasajeros que abordaban en Baruta los carritos por puesto que los llevarían a Hoyo de la Puerta, el desvío hacia la Casa Grande (la sede actual del Rectorado de la Universidad Simón Bolívar) no era más que un retardo adicional, el cual era aún mayor en época de lluvias. Para los pisatarios asentados hacia la parte oeste del enorme latifundio la existencia de esa línea de automóviles, cuya actividad se intensificó en abril de 1965 con la inauguración de la primera etapa de la autopista Coche—Tejerías entre el distribuidor de Hoyo de la Puerta y la Cortada de Maturín, les permitía enviar a los hijos a estudiar. Así que muchas veces se cruzaban en uno u otro sentido los carruajes movidos por invisibles caballos de hierro que se contaban por centenas, con las bestias en cuyos lomos bajaban hacia Baruta las rosas y las hortalizas que se cultivaban en Sartenejas. De éstas formó parte el famoso el salsifí, ese delicioso nabo de delicado sabor semejante al de las ostras hoy prácticamente desaparecido de los mercados caraqueños. La promesa de que el futuro de la papa en Venezuela estaba en estas húmedas tierras aledañas a Caracas, sólo se vino a cumplir como una metáfora, ya que muchos han metido los pies bajo la mesa gracias a las labores que desarrollan en las aulas, en los laboratorios y en las oficinas que cambiaron no sólo el verdor del valle sino también su clima. El verde se desplazó hacia las cumbres con la llegada de los pinos, cuyos primeros ejemplares se plantaron en jornadas voluntarias de siembra de fines de semana en la cual participaron por igual profesores, estudiantes, empleados y obreros. Vino el asfalto y se fue la neblina, pero como dicen en mi tierra “no se puede repicar y andar en la procesión”.
No sé si el agricultor Cruz González era un pisatario en el sentido estricto de la palabra, es decir que ignoro si él le pagaba arrendamiento a don Antonio Santaella por el terreno que cultivaba en la finca rústica de gran extensión que ocupaba el valle de Sartenejas, terrenos en los cuales también se alojaba el Club Campestre del mismo nombre. Esto, sin embargo se lo podría preguntar al mismo Cruz o a su hijo Edito, ambos jubilados de la Universidad Simón Bolívar. Lo que no pongo en duda es la condición de latifundista y de pérezjimenista de Santaella. Porque es la caída del dictador de Michelena la que origina el declive de las actividades del Club Campestre y la ulterior expropiación de los terrenos por razones de utilidad pública. La Casa Grande, en donde durmieron en épocas muy distantes entre sí Simón Bolívar y Nelson Henry Geigel Lope–Bello, pasó a ser en 1969 la casa del Rectorado y en sus salones ya no se reunían el mismo Marcos Pérez Jiménez, Laureano Vallenilla Planchart y Pedro Estrada, sino que las familias avecindadas en el valle empezaron a encontrarse con nuevos personajes, sobre todo con los empleados administrativos que alternaban sus actividades entre el Centro Comercial El Placer y la casa colonial: Nelson Suárez Figueroa, Miguel Caputti, Perucho González (Carretera), Alicia de Padrón y Roldán Mendoza. Los pasajeros de los carritos que se desviaban hasta la fachada de la Casa Grande, en donde daban la vuelta en U, vieron como esta empezó a trasformarse con la torre de doble techo que permitió adosar armónicamente el paraninfo a la antigua construcción. La transición puede apreciarse fácilmente desde el interior del rectorado, no sólo por el nivel más elevado de los techos del ala oeste, sino que en éstos las tejas reposan sobre madera contrachapada, mientras que en el lado izquierdo se ve la armazón de caña brava y bahareque. Para el año de 1952 en la zona actualmente ocupada por el laboratorio de alta tensión, popularmente conocido como “la jaula de King Kong”, habitaban entre 15 y 17 familias, la mayoría integradas por criollos y algunas por portugueses. El 26 de junio de ese año nace en Sartenejas, de manos de una partera, Edito González. Su madre era cocinera del Club Sartenejas y los fogones funcionaban del otro lado de la carretera, donde primero estuvo INTECMAR en tiempos de Kaldone Nweihed y de Hernán Pérez Nieto y donde ahora funciona la Unidad Educativa. La piscina del Club estaba ubicada detrás del sitio donde hoy está la guardería. Estas instalaciones, según Edito, conservan el mismo aspecto que tenían en los años cincuenta. Edito empezó el bachillerato a finales de los años sesenta en el liceo Alejo Fortique, que estaba ubicado frente a la plaza de Baruta y concluyó sus estudios de Perito en Electrónica en la Escuela Técnica Industrial (ETI) de Campo Rico entre los años 1971 y 1973. Para ir al liceo caminaba hasta la Casa Grande, en donde tomaba un carrito de a real, de los que cubrían la ruta de Baruta a Hoyo de la Puerta.  El horario de la ETI era nocturno, pero ya para ese entonces el transporte automotor en la zona se había intensificado con el advenimiento de la Universidad Simón Bolívar. En agosto de 1974 Edito conoce a Flor Sosa, la jefa de personal, a Carlos Flores el jefe de nómina y a Benjamín Mendoza, el alma del rectorado, cuando Nelson Suárez lo recluta para laborar en la Universidad Simón Bolívar. Durante un mes trabajó con Jesús Olivier, el recordado “compai”, quien era el capataz del edificio Básico I, porque cada edificio tenía su capataz y el del Básico II era el señor Escobar. Luego pasa a ser mensajero del Rector y recepcionista del rectorado, haciéndole una suplencia a Miguel Montezuma. En 1978 pasa a trabajar en la sección de correspondencia, que dependía de Cenda, en las instalaciones de Los Guayabitos, bajo la supervisión de Julio César Lizarraga. Cuando el correo se instala en el año 81 en el edificio de Comunicaciones, ya esas labores estaban adscritas a Servicios Generales. Allí llegó a ser Jefe de la Oficina de Correspondencia, hasta que el profesor Juan Carlos De Agostini lo pone a trabajar como técnico en computación, una rama afín a sus estudios de electrónica. Como tal se jubiló y no es de extrañar que una de las personas de las cuales guarda los más gratos recuerdos sea precisamente el profesor De Agostini. De Juan Carlos yo puedo decir que es una dama, usando esa expresión de alabanza tan venezolana que hace unos años me recordara la apreciada colega Lourdes Sifontes.

Mi abuelo, el afinador de pianos.

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Francisco de Paula Loreto Quintana
Estas líneas giran en torno al abuelo que conocí, mi abuelo materno, pero primero haré una breve referencia a mi abuelo paterno, a quien que no conocí. Mis raíces paternas vienen del estado Guárico, de Calabozo, mientras que las maternas son caraqueñas. Mi abuelo paterno, el hacendado Francisco de Paula Loreto Quintana, murió joven. En su matrimonio con María Eugenia Loreto Martí, su prima hermana, procrearon once vástagos de los cuales Francisco de Paula, mi padre, fue el mayor. A mi abuela paterna todos la trataban de doña María, menos los numerosos nietos, que la llamábamos abuelita por su delgada figura. Del abuelo llanero las malas lenguas decían que cómo no iba a estar rico, si María le paría un peón todos los años. Que yo sepa, mi papá ayudó en las tareas propias de la finca “El Tapiz” desde muy niño, pero cuando alcanzó la edad adecuada mi abuelo lo mandó a estudiar al liceo San José de Los Teques, donde duró muy poco tiempo y no precisamente por bajo rendimiento estudiantil.
Julio César Rodríguez, mi abuelo materno, fue afinador de pianos. Nació en Valencia, Edo. Carabobo, el 21 de junio de 1883, creció en Villa de Cura, Edo. Aragua y murió en Caracas, a la edad de 88 años, el 29 de noviembre de 1971. Por muchos años, hasta 1943, residió en la parroquia San Juan (Caracas), frente a la plaza de Capuchinos. Desde ese año fue vecino de la parroquia La Pastora, de Gloria a Sucre 23, hasta el día de su fallecimiento. Se casó con Clara Rosa Díaz (Rosita), caraqueña de la parroquia San Juan descendiente directa de isleños (Islas Canarias), unión en la que procrearon cuatro varones y tres hembras; mi madre, Olga Teresa, fue la mayor de las hembras. Cuando nos referíamos a mi abuela materna, los Loreto Rodríguez le decíamos la abuelota, porque era algo robusta y mucho más si se la comparaba con mi abuelita.
Mi padre era bajo de estatura pero bastante fornido y camorrero, como todo hombre bajito. A él y a varios de sus hermanos, por su cabello rubio oscuro semejante al pelo del león, los llamaban araguatos. Apenas llega al Liceo San José, un bachillerato para muchachos mayores ubicado en Los Teques, durante el primer recreo los compañeros de estudio empiezan a mofarse del catire que no podía negar que era un campesino. Uno de los estudiantes, que tenía ciertos conocimientos y destrezas en el arte del boxeo, le busca pleito y empieza a apabullarlo, conectándole jabs y bailoteando alrededor de él. Mi papá trató de esquivar el aguacero, pero ante el primer derechazo que recibió, reaccionó y llevó el combate a su terreno. Acostumbrado a lidiar con novillos, a tumbarlos por los cachos para darles vuelta y caparlos, se abalanzó sobre el mozalbete, lo levantó en vilo y lo dejó caer sobre el piso del patio, que por fortuna era de tierra. Ahí se acabó la pelea y los estudios de mi progenitor. Las comunicaciones de cualquier tipo eran difíciles en ese entonces, por lo que me imagino que tardó cierto tiempo para que a mi abuelo le llegara la notificación y fuera a buscar a su hijo que había sido expulsado del colegio. Posiblemente fue el mismo doctor José de Jesús “El Tigre” Arocha, fundador y director del plantel, quién le hizo entrega a mi abuelo de mi padre; en sus palabras dejó ver que Francisco de Paula sólo sabía bregar con bestias y que por poco no había matado a su contendor. Como castigo, mi abuelo no se llevó a mi padre con él para Calabozo, sino que lo dejó en el camino, en Cagua, trabajando esta vez sí como peón, en la hacienda de su cuñado don José Gorrín, un acaudalado ganadero casado con María Teresa Loreto Quintana, a quien todos mis hermanos llamábamos mi tía Teresa.
            La historia de los Loreto Rodríguez empieza a comienzos de 1936, cuando muere en Caracas don José Gorrín, en su casa de habitación de la parroquia San Juan, aledaña a la plaza de Capuchinos. Al velorio asistió Olga Teresa Rodríguez a acompañar a sus amigas las González, unas vecinas que también eran amigas de la familia del difunto. Allí ve por primera vez Francisco de Paula a Olga y se prenda de ella al punto que va a pedirle la mano a su padre Julio César sin ni siquiera haber hablado con la que a la postre sería mi madre. Afortunadamente el general Juan Vicente Gómez había muerto en diciembre del 35, porque según contaba mi papá, en tiempos de Gómez no había a quién ganarle un centavo. Una vez muerto el dictador se abrieron fuentes de trabajo y en el 36 mi papá empezó a trabajar como caporal en la construcción, a pico y pala, de la carretera de Sebastopol y Las Adjuntas, a la salida de Antímano.  Ya de novio con mi madre, se lleva a mis tíos Eliseo y Fernando a trabajar en la carretera, empleo que les dura poco, porque a cuenta de ser cuñados del supervisor se pusieron a echar carro y mi padre no tuvo más remedio que botarlos. Desde ese momento en la familia Rodríguez Díaz empezó a correr el rumor, ampliamente confirmado con el correr de los años, de que Loreto —como todos ellos lo llamaban—era un hombre bastante fregado.
            Mis padres Francisco de Paula y Olga tuvieron ocho hijos, seis varones y dos hembras. Los tres primeros nacimos en Caracas, en la parroquia San Juan, en tres casas diferentes: Cochera a Puente, Horno Negro a Puente Casacoima y Horno Negro a Río. Los cinco siguientes fueron concebidos en San Juan de los Morros, donde se avecinda mi papa en 1941 como Director Seccional de Estadísticas. Como mi papá confiaba más en los médicos caraqueños y en los cuidos post parto que le iba a prodigar su suegra a la madre y al recién nacido, los tres del medio, un varón y las dos hembras, nacen en la parroquia La Pastora, dos en la casa de mi abuelo de Gloria a Sucre y la mayor de mis hermanas de Sucre a Cola de Pato, donde vivía alquilada una hermana de mi mamá. Los dos últimos sí nacieron en San Juan de los Morros. De mis hermanos, Julio Vicente, psicólogo y abogado, fue un prolífico escritor pero el más conocido es Félix, el actor de teatro y televisión. Cuando me preguntan si Félix es familia mía, yo contesto que soy su hermano, pero que antes él era hermano mío, por el hecho de ser menor, el penúltimo de todos. A tal punto llega la fama de la farándula, que cuando mi hija se casó vine a saber que mi consuegra había sido alumna mía, al ella expresar que uno de sus profesores que había tenido en el postgrado era hermano de Félix Loreto. Eso había ocurrido treinta años atrás y no es tarea fácil aún para la mejor memoria, recordar los nombres o la fisonomía de una plétora de antiguos alumnos.
           
            Mi abuelo Julio César debería tener un sitio reservado en la historia de Venezuela, pues fue la primera persona que importó pianolas a nuestro país y también el primero que aquí fabricó rollos para dicho artefacto. Esta información la leí en la contra carátula de un disco de acetato que grabó uno de sus tantos amigos, entre los que se contaban Vicente Emilio Sojo y José Antonio Calcaño. Su prodigioso oído musical, del cual no heredé nada, le permitió ganarse la vida como afinador de pianos. Sus innegables dotes de artesano, de las cuales sí creo que heredé algo, le permitieron también reparar pianos y construir cuatros, esto último como simple hobby. La casa de La Pastora estaba llena de pianos que requerían de alguna reparación de envergadura, pero algunas veces hacía reparaciones menores a domicilio, caso en el cual a su equipo habitual de la llave de afinar y el diapasón agregaba una pesada caja de herramientas, no tan pesada porque muchas veces yo, en las vacaciones que pasaba en Caracas y siendo un mozalbete macilento, me iba con él y lo ayudaba a cargarla. Honrado hasta la pared de enfrente, más de una vez conseguía objetos de relativo valor dentro de las cajas de resonancia de los pianos que reparaba a domicilio, los cuales entregaba con presteza a los dueños. El caso más emblemático fue cuando encontró un valioso collar de perlas en el piso de la caja del piano, tapiado por el sucio y las telarañas, el cual la propietaria había dado por perdido, sin saber cómo ni cuándo se lo habían robado. Hasta una recompensa quiso darle la señora, pero él no la aceptó.
           
La Escuela de Música.
            Mi abuelo Julio César afinó y reparó los pianos de casi toda la aristocracia caraqueña de su época, hasta pocos días antes de fallecer. A una avanzada edad a la cual quizás anhelaba descansar, seguía en plena actividad para subsistir con dignidad. Además seguía siendo buscado y preferido para afinar los pianos en las celebraciones de algún evento musical importante en los escenarios caraqueños. Mis tíos Eliseo y Julio César, herederos de las aptitudes y el talento para la música de mi abuelo, también trabajaron afinando pianos, aunque Julio César se dedicó más que todo a la enseñanza de ese instrumento y Eliseo, de quien decían que era tan buen afinador o aún mejor que su padre, murió joven. Mi tío Julio César recibió clases de piano a domicilio y luego fue a la Escuela de Música, entre las esquinas de Veroes y Santa Capilla. Mi madre también recibió clases de piano en la casa de la parroquia San Juan, pero su profesora, una señora llamada Dolores, se quedaba dormida en plena clase y se despertaba preguntando “¿Por dónde íbamos?”, con lo cual el progreso era muy lento. Mi mamá no pudo asistir a la Escuela de Música, ya que en los años treinta era impensable que una muchacha saliera sola a la calle, ni siquiera de día, en una Caracas que se podía catalogar de bucólica. Mi abuelo era el afinador oficial de los pianos de la Televisora Nacional (canal 5), de los teatros Municipal y Nacional, de la Casa de la Cultura Popular, de Radio Continente y de Radio Caracas Televisión. También iba a Maracay a afinarle los pianos al general Gómez; una vez que fue a esa ciudad salió del hotel y fue a dar una caminata por la plaza Bolívar. Un chácharo lo vio con malos ojos y manoseando la peinilla, le preguntó que hacía por ahí, pero casi inmediatamente otro chácharo de mayor jerarquía le dijo al primero que no molestara al visitante, que “el señor era de la causa”. Nunca le conocí causa política alguna a mi abuelo, aun cuando él, a veces, usaba el término “godo” para referirse a alguna persona que le caía mal. Quizás ésta fue la única expresión “demodé” que le oí, porque cuando decía que iba para los lados de la quinta de Crespo, tan sólo estaba usando el nombre empleado durante muchos años de su vida para el sitio donde el general Joaquín Crespo construyó su residencia. Después, esos terrenos fueron donados a la nación por el presidente Crespo y en ellos el gobierno de Eleazar López Contreras empezó a edificar el mercado de Quinta Crespo, el cual sólo vino a ser inaugurado en 1951 por Marcos Pérez Jiménez.
El mercado de Quinta Crespo.
            En la Televisora Nacional empezaron a pedirle la cédula a la hora de ir a cobrar su sueldo y él contestaba que no la tenía, lo cual era verdad. Para noviembre de 1942 cuando se ceduló el primer venezolano, el presidente Isaías Medina Angarita, mi abuelo ya tenía 59 años y se había desenvuelto a cabalidad sin ese, en su criterio, entorpecedor invento. Pero al informarle la secretaria, la tercera ocasión que le pidió el número de cédula, que la próxima vez no iban a pagarle la quincena si no presentaba la cédula, se apresuró a sacarla. En el otro extremo mi papá, que era un funcionario gubernamental de muy bajo rango, fue uno de los primeros tres mil venezolanos que tuvo cédula, la 2933. Estas cuatro cifras, unidas a hecho de que mi papá vivió más de noventa años, causó que cuando le pedían el número de cédula, después de él enunciar los cuatro guarismos la gente se quedaba esperando el resto y él tenía que decirles que eso era todo.
            Mi abuelo Julio no fue amigo de beber licor, pero sí fumaba. Dejó de hacerlo cuando sus hijos llegaron a la adolescencia, para que no tomaran el mal ejemplo de él, pero al ver que había fracasado en el intento ya que mi madre fue la única de sus hijos que nunca fumó, volvió a tomar el vicio. Fue un gran fanático de la lucha libre profesional, espectáculo que vino a Venezuela junto con las transmisiones de televisión. Cuando tenía pesadillas se despertaba dándole a la pared con el canto de la mano, emulando su inconsciente a los luchadores que había visto en blanco y negro en la pantalla de Televisa (Canal 4), que fue donde primero se presentó el también llamado “Catch as catch can”, con la animación de Blas Federico Jiménez. Desde la parte baja de una esquina el narrador promocionaba al whisky Old Original, campaneando un trago que se servía de una botella que al principio de la transmisión estaba llena; al final era palmario para los televidentes que la botella estaba vacía y que la dicción del animador había ido desmejorando con el progreso del espectáculo. Cuando empezó la competencia entre canales en ese renglón del pancracio y el Canal 8 —CVTV, que era para ese entonces una emisora privada— empezó sus emisiones en vivo los sábados por la noche, con la animación de Antonio del Nogal, a mi abuelo no había quien lo moviera de su poltrona de mimbre, mientras se entretenía con las peripecias de Dark Búfalo, Bernardino Lamarca, Jaime El Fantasma, Bassil Batahy el Gran Lotario, bautizado este último no en honor al emperador carolingio sino al inseparable amigo de Mandrake el mago. Mi abuelo decía que si alguien se metía con él en la calle, le iba a meter un tackle. A mi papá le causaba mucha gracia imaginarse a aquel viejito flaco ejecutando una patada voladora: desplazándose por los aires para golpear a su oponente en el pecho con ambos pies. Mi abuelo nunca me habló de boxeo; al parecer el arte de los puñetazos no le llamaba la atención y ni siquiera se unió al corro de hijos y nietos que vimos en su casa de La Pastora la transmisión en vivo, algo poco común en ese entonces, de la pelea entre Ramoncito Arias y Pascual Pérez. Pacífico por naturaleza, sin embargo siempre cargaba encima la llave de afinar terciada en el cinturón del pantalón, fuera o no a trabajar, para defenderse.
            Mi abuelo fue una persona afable, espontánea y comunicativa, lo que le hacía ganar el afecto de las personas con las que trataba. Siempre andaba silbando, era chusco, ocurrente y bromista.
—Loreto: ¿Sabes quién se murió? —le preguntó una vez a mi papá estando yo presente.
—No Julio, ¿quién?
—Simón Bolívar.
Lo que siguió fue una sarta de reproches de mi padre, pidiéndole a mi abuelo que se comportara con seriedad y recalcándole que él podía ser su padre. Mi abuelo, por su parte, no podía dejar de reírse, ya que él decía que mi padre se tomaba todas la cosas demasiado en serio.
            Julio César fue muy dado a contar anécdotas del general Gómez y a los decires. Ante los infortunios de los recién casados y las duras pruebas existenciales de las parejas expresaba “cásate y verás”, pero al ver la severa cara de mi abuela Rosa, aclaraba: “Y no es que yo diga que a mi me ha ido mal en el matrimonio”. Cuando alguien comenzaba a verse envuelto en problemas decía que “ya empezó Cristo a padecer”. “Hasta cuándo Gómez, paisano” y “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista” se explican por sí solas. Cuando se enteraba de la existencia de algún enemigo suyo gratuito, recordaba el proverbio árabe “Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo”. Aquellas personas ásperas y renuentes a tratar a sus semejantes, lo movían a contar el caso de un individuo a quien tuvieron que contratarle parihueleros para que cargasen la urna cuando falleció.
“Los gatos no comen fieltro”, entrada de esta bitácora de diciembre de 2006, gira básicamente en torno a mi abuelo el afinador. Ahí destaco que él también fabricaba bordones para los pianos, en una máquina de su propiedad que tenía en el sótano de la casa y en la cual perdió un ojo a temprana edad, al soltarse la espiral de alambre fino que estaba tejiendo sobre un alambre más grueso. A los pianos que reparaba les reemplazaba cuerdas, correitas y martinetes. El blanqueo de los teclados lo hacían mi abuela Rosa y mi tía abuela María Teresa Rodríguez (Teté), con un hisopo impregnado en Zonite, un producto para duchas vaginales que no diluido era un blanqueador eficaz. Como ya lo mencioné, en casa de mi abuelo también duplicaban rollos de pianola, en una máquina que él trajo de Nueva York junto con las primeras pianolas. En ese entonces los viajes a la metrópoli del norte se hacían por barco y los reales para el pasaje y el adiestramiento los consiguió jugándose a Rosalinda: hipotecando la casa. En ese entonces y antes de la aparición de la banca hipotecaria a mediados de los sesenta, al obtener real prestado los pagos mensuales que se hacían eran puros intereses, ya que el capital de la deuda nunca disminuía. Si por alguna razón cada vez que alguien no podía pagar la mensualidad, el prestamista sumaba los intereses morosos al capital, con lo que la deuda seguía creciendo al igual que el monto de los intereses. El objetivo final del agiotista era quedarse con el bien dado en prenda. Pero el abuelo, un trabajador incansable, a su regreso puso a producir tanto el entrenamiento recibido como los conocimientos adquiridos en el ombligo del mundo y pudo pagar la riesgosa deuda.
            Mi abuelo nunca dejó de sellar su cuadrito del 5 y 6, con la ilusión de ganarse unos buenos centavos, pero la alegría le duraba hasta que se caía en dos carreras. En sus días postreros había que obligarlo a que comiera algo, ya que se mostraba renuente a hacerlo y expresaba “Que fastidio, esa comedera”. Como si fuera un niño, lo único que todavía le llamaba la atención era comer churros y tomar jugo de guanábana. Por las noches se acostaba diciendo “Amaneciera yo tieso mañana” y los lunes, después de no haberse ganado un cuadro de caballos con 6 o con 5, amanecía descorazonado y exclamaba: ‘Mi hermano Lino sí hizo carrera, se murió cuando los faroles de kerosén”.

Referencias:
Semblanza de Julio César Rodríguez. El Pastoreño, página 15. Caracas: 18 de julio de 1985.

Mis boleros y sus autores. De Agustín Lara a José Luis Rodriguez y un poquito más.

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Por lo general la gente identifica las canciones con sus intérpretes, al punto que si no fuera por la Internet, yo mismo ignoraría los nombres de los compositores de muchos de los boleros que mi garganta ha maltratado en tres cuatros de siglo de periplo vital. Empecé a ser cautivado por este género musical de origen cubano en San Juan de los Morros, siendo todavía un niño. A mi pueblo la música llegaba en las películas mexicanas que los cines exhibían a diario, a través de las emisoras de radio y de las rockolas; por alguna razón Agustín Lara y María Grever eran los únicos autores que conocía. Pero cuando menciono al compositor e intérprete mexicano como punto de partida de esta pequeña historia personal del bolero, lo hago recordando su interpretación de María Bonita. Así como la primera poesía que recité en público, frente a mis familiares, fue Rosalinda de Ernesto Luis Rodríguez, la primera canción que recuerdo haber entonado fuera del baño de mi casa fue María Bonita. Los versos de Rosalinda me los había enseñado mi papá y me los sabía perfectamente de memoria. La canción me la aprendí oyéndola por la radio, ya que para ese entonces todavía no había tocadiscos en la casa y faltaba mucho para que la televisión hiciera su aparición. Con mi poquita voz de asmático, padecimiento que me abandonó cuando me desarrollé pero que dejó sus secuelas, lo mejor que me salía era la letra, salvo por la cabra “María alcalete” que metía donde decía “nave al garete”. Pero en eso de meter cabras, mi hermano mayor Fran me sacaba una morena. Con el vozarrón que tenía y con lo mucho que le gustaba dar serenatas, cantó muchísimo más que yo y no le paraba si no se sabía las letras. Al cantar El hijo de nadie  decía “de apellido batinés” por “mi apellido va a tener” y si se trataba de Jinetes celestiales, “quedelebec lamor” reemplazaba a “que lúgubre clamor”.
Ya que mencioné las rockolas, no puedo dejar de describir a esas máquinas tragamonedas de metal plateado, blindadas por una jaula que las protegía de los posibles botellazos (más rápido que botellazo de mesonera) y que contenían discos de acetato de 45 revoluciones por minuto (rpm). Tales discos estaban diseñados para alojar dos canciones, una en cada cara. En las rockolas, por un medio (veinticinco céntimos de bolívar, algo menos de ocho centavos de dólar), al pulsar una tecla y un número el brazo mecánico te permitía seleccionar una de las múltiples canciones, que eran todas rockoleras. Aquí este término no tiene nada que ver con la música rock, pero sí con despechos, traiciones, desengaños, reclamos y madrecitas santas. La opulenta estructura del artefacto contrastaba con lo modesto de los sitios donde se le instalaba: restaurantes de carretera, mabiles en las afueras del pueblo y algunos bares dentro del mismo pueblo. Amén de las rancheras mexicanas, de las cuales recibíamos una buena ración en las películas que a diario se exhibían en los cines, en las rockolas se oían los boleros de Agustín Lara, uno que otro tango en la voz de Carlos Gardel y las sentidas interpretaciones de Pedro Infante, Daniel Santos (el inquieto anacobero), Alberto Beltrán (el negrito del batey), Olimpo Cárdenas y Julio Jaramillo. Como bien dice el escritor ecuatoriano Abdón Ubidia: “Aquel hombre, en la cantina, frente a la botella de aguardiente, escucha en la rockola una voz que le cuenta que un hombre, en una cantina, frente a una botella de aguardiente…” (En la cantina de la esquina de tu casa,/ estoy dejando mis mejores lágrimas,/ pues tienes otro amor,/ que te ofrece un calor,/ mejor que el mío), identificándose así con las letras y con todos los que sienten como él.
El primer recuerdo que tengo del bolero en vivo es durante unas vacaciones en Calabozo, en 1950. Mientras yo jugaba trompo con mi primo hermano Abel (el hijo menor de mi tía Ana Rita) y mis primos Vitoco y Lalalo, nietos de mi tía María Luisa de Cedeño, Gustavo, el hermano mayor de Abel, seis años mayor que yo y que ya estaba estudiando medicina, le llevaba serenatas a una de las Changir, no sé si a Edmée o a Tirsa, dos beldades cuyos padres habían cambiado las arenas arábigas por las no menos calurosas tierras del llano adentro. Guitarra en bandolera, mi primo entonaba los boleros Evocación  y Pesar. El hecho de que ambas canciones, de autores dominicanos, fueron popularizados por la voz de Alci Sánchez, me hace pensar que seguramente formaron las dos caras de algún disco de acetato de 78 rpm, que mi primo escucharía más de una vez en el picó (pick-up o fonocaptor) de mi tía Ana Rita, en la casa que habitaban en el callejón Pedroza de la caraqueña urbanización de La Florida. Estos gruesos y pesados discos, de diez pulgadas de diámetro, precedieron a los más pequeños de 45 rpm, en los cuales también se grababa un tema en cada cara y a los de larga duración, long play, elepé o LP de 33 y 1/3 rpm, hechos de vinilo con un diámetro de doce pulgadas; el giro más lento y los surcos más finos les permitía alojar hasta veinticinco minutos de sonido en cada cara, equivalentes a unas diez o doce canciones en total, según la duración de cada una de ellas. Lo que sí es cierto, y lo afirmo gracias a Internet, es que los boleros de este cuento fueron grabados con la orquesta Billo's Caracas Boysdel maestro Luis María “Billo” Frómeta, a quien me cuesta describir como dominicano. Alci Sánchez había nacido en 1925 en la República Dominicana y se domicilió en Venezuela en 1947. Las canciones de aquella época viajaban a los más recónditos rincones del país en las rockolas, después de haber ganado  popularidad a través de las ondas hertzianas de las pocas radioemisoras que existían y existieron por mucho tiempo. Radio Caracas tenía dos programas al aire que contaban con la Billo'scomo atracción musical principal: “Fiesta Fabulosa” y “A gozar muchachos”. Para ese entonces esta estación de radio, que empezó a operar en diciembre de 1930 bajo la identificación de “Broadcasting Caracas” no era todavía Radio Caracas Radio, nombre que tomó en 1945, cuando faltaban algunos años para la llegada de la televisión. A continuación transcribo las letras de ambos boleros, señalando al compositor y dando el enlace de la música.
Evocación (Ramón Antonio “Papá” Molina)
Cuando suelo evocar
con marcada inquietud,
tu boca sin igual
que me roba la vida.
No hago más que anhelar
la historia de tus besos
y entregarte mi corazón.
Quiero tenerte así
a mi lado por siempre,
siendo dueño de ti
y amarte locamente.
Y lograr al fin sobre tu boca,
darte un beso y entregarte
todo mi amor.
Pesar (Rafael Bullumba Landestoy)
El dolor que has dejado en mi vida
con tu indiferencia,
no lo puedo apartar
ni un momento de mi.
Y tan solo el inmenso pesar
que tortura mi alma,
se ha quedado en mi vida
después de negarme tu amor.
Sin motivos ninguno rechazas
mi amor que es sincero,
sin tener compasión me desprecias
y me das tu olvido.
Me abandonas y al abandonarme
me mata la pena,
de perder para siempre tu amor
que soñé eternamente.
Si en mi historia personal de los inicios del bolero el primer lugar lo ocupan los cantantes dominicanos, el siguiente peldaño es para los mexicanos, con la jarocha María Antonia del Carmen Peregrino Álvarez, Toña La Negra y Humo en los ojos de Agustín Lara http://www.youtube.com/watch?v=HJVOAU4CPbIy Fernando Fernández con Hipócrita del zacatecano Carlos Crespo. Siguen la argentina Libertad Lamarque interpretando Júrame de María Grever y el trío Los Panchos original, integrado por los manitos Alfredo Gil y Chucho Navarro y el portorriqueño Hernando Avilés, cantando Bésame mucho de Consuelo Velásquez. Los últimos de estos primeros peldaños los ocupan las numerosas canciones de los compositores boricuas Pedro Flores, y Rafael Hernández, interpretados por cantantes de variadas nacionalidades. La lista que sigue pretende tener como límite temporal las interpretaciones que he escuchado en la voz de José Luis Rodríguez, lo cual no es del todo cierto y sólo sirve como excusa para justificar algunas omisiones involuntarias.
A continuación va la lista, surgida de mi memoria pero ayudada por la navegación en Internet, de los boleros que mi voz ha maltratado y de los cuales me sé más o menos las letras y la correspondiente música. He indicado los tangos versionados como boleros y de Niña Isabel aprendí que es originalmente un tanguillo, género musical que desconocía. Ya presiento creo que es la más nueva de todas y Renunciación la más ranchera dentro de los llamados boleros rancheros. Las composiciones son en su gran mayoría de autores nacidos en la América hispana, aunque los hay gringos, italianos, brasileños, españoles y hasta un trinitario. Borra (Risque) es brasileña; yo hubiera preferido la traducción tacha: “Tacha mi nombre en tu cuaderno,/ ya no soporto este infierno,/ de nuestro amor fracasado”. También viene de Brasil la simpar Maringá; la pastora de esta última canción se llamaba María y vivía en la región de Paraiba, donde abundan las guamas (ingá), el fruto del guamo (ingazeiro), así que Maringá es un nombre compuesto. Jamás te olvidaré es la versión en español de Can’t Stop Loving You de Don Gibson. En la red se consiguen los enlaces de todas ellas salvo el de Pobre trotacalles, de la cual ni siquiera está la letra; esta canción fue el tema musical de la película mexicana Trotacalles (1951). Lo más difícil y lo que me consumió más tiempo fue la búsqueda de los compositores. Traté de ser exhaustivo, no obstante algunas, no tan pocas como hubiera querido, van sin la merecida mención de los autores. La más emblemática es Egoísmo, ya que hay dos boleros con ese título y de ninguno de los dos aparece el compositor. El menos conocido empieza como “Desde el fondo del alma me sale un ardiente te quiero” que lo cantaba Miguelito Itriago y el más popular, que se inicia con “Tu vida va encerrándose en mi vida”, lo vocalizaron entre otros Orlando Contreras y Bienvenido Granda. Algunas canciones aparecen en la red con nombres errados, como es el caso de Negrura, la cual es identificada en algún enlace por sus primeras palabras: “Tengo una pena”. De unas pocas no sabía el titulo, pero lo ubiqué gracias a las letras. Tal es el caso de Deuda (¿Por qué tu eres así,/ si el alma entera te di?), Hoja seca(Tan lejos de ti/ no puedo vivir) e Imágenes(Como en un sueño sin yo esperarlo te me acercaste). De Pedacito de papel tengo un recuerdo particular, que dice mucho de mis pocas habilidades como cantante. A fines de los años cincuenta regresaba al apartamento que mi familia ocupaba en la avenida Roosevelt, después de recibir clases en  la Universidad Central y entré cantando “pedacito de papel,/ que yo tenía guardado”; de inmediato el menor de mis hermanos, que era un niño, me entregó un papelito que tenía en la mano diciéndome —Yo no te lo iba a romper, manito—. Tengo  otro recuerdo musical más remoto, de cuando tenía unos catorce años y vivía en San Juan de los Morros. Vine para casa de mis abuelos en Caracas, en la parroquia La Pastora, y fui hasta la quincalla que mi tía abuela Luisa Amelia (Memé) tenía por la esquina de Torrero. Al salir me topé con una muchachita bonita y avispada, como de mi edad, que al verme empezó a cantar, medio dándome la espalda como quien quiere y no quiere. Terminó su versión de Condición con “hay que olvidar lo que nos ofendimos y date cuenta que hoy nos conocimos”. Yo, tímido y pueblerino, me quedé todo cortado y apresuré mis pasos hacia la esquina de Natividad. En San Juan, cuando me ponía a escribir poemas, pensando en mi amada que cual Dulcinea del Toboso no sabía nada de mis pretensiones, entonaba en voz muy queda En nombre de Dios (Ahorita/ tu serás mi esposa,/ cantará la gloria en mi corazón). Seguiré sin ti está asociada a mi poca habilidad para el dominó, juego que para mi sólo era una excusa para beberme unas cervezas con los amigos. Ante mi primera jugada garrafal, mis compañeros de partida, vibrando la voz como Panchito Riset me cantaban la primera estrofa de ese bolero: Tú tienes una forma de querer/ un poco extraña./ No Puedo acostumbrarme/ a tu manera.  Y, ahora sí, la lista:
Abrázame así (Mario Claver). Acércate más (Osvaldo Farrés). Adelante (Mario de Jesús). Adiós Mariquita linda (Marcos A. Jiménez). Adoro (Armando Manzanero). Ahora seremos felices (Rafael Hernández). A la orilla del mar (José Benito Barros). Algo contigo (Chico Novarro). Alma, corazón y vida (Adrián Flores). Allí (Héctor Flores). Amanecí en tus brazos (José Alfredo Jiménez). Amigo (Rafael Hernández). Amigo de qué (Arty Valdez). Alma mía (María Grever). Amor, amor (Gabriel Ruiz y Ricardo López). Amorcito corazón (Manuel Esperón). Amor de cobre (José González Giralt). Amor de la calle (Fernando Z. Maldonado). Amor de mis amores (Agustín Lara). Amor de pobre. Amor mío (Álvaro Carrillo). Amor perdido (Pedro Flores). Amor por ti (Marco Aurelio). Amor que malo eres (Luis Marqueti). Angustia (Orlando Brito). Aquel diecinueve (Radhamés Reyes Alfau). Aquel lugar secreto (Yordano). Aquellos ojos verdes (Adolfo Utrera y Nilo Menéndez). Arráncame la vida (Agustín Lara). Así (María Grever). Aunque me cueste la vida (Luis Kalaff). Ausencia (Rafael Hernández). Aventurera (Agustín Lara). Ayúdame Dios mío (Mario de Jesús). Bailando tan cerca (Yordano). Bajo un palmar (Pedro Flores). Bésame mucho (Consuelo Velásquez). Besos de Fuego (letra de Mario de Jesús, sobre el tango “El choclo” de Ángel Villoldo), Blancas Azucenas (Pedro Flores). Boda gris (Plácido Acevedo). Borra (Ary Barrosos). Brindaremos por ti (José Luis Perales). Busco tu recuerdo (José Benito Barros). Cabaretera (Bobby Capó). Callejera (Carlos Crespo). Caminemos (HeriveltoMartins y Alfredo Gil). Camino verde (Camilo Larrea). Caminos de ayer (Gonzalo Curiel). Capullito de alhelí (Rafael Hernández). Campanitas de cristal (Rafael Hernández). Canción del dolor (Rafael Hernández). Caribe soy (Luis Alday). Cariñito azucarado (Enriquillo Cerón). Cariño malo (Augusto Polo). Cariño mío. Cataclismo (Esteban Taronji). Celos, malditos celos (Rafael Hernández). Celos sin motivo (Carlos Manuel Lozano). Cien años (Rubén Fuentes y Alberto Cervantes). Cita a las seis (Adolfo Domínguez Salas). Clave azul (Agustín Lara). Cobardía (Don Fabián). Compromiso (Hermanos García Segura). Contigo (Claudio Estrada). Cómo fue (Ernesto Duarte). Condición (Gabriel Ruiz). Con mi corazón te espero (Pepe Delgado). Conozco a los dos (Pablo Valdez Hernández). Contigo aprendí (Armando Manzanero). Contigo en la distancia (César Portillo de la Luz). Copa de vino (Luis Demetrio). Corazón a corazón (Gabriel Ruiz). Corazón de Dios (Don Fabián). Corazón loco (Bobby Capó). Cosas como tú (S. Alvarado y E. Hoffman). Cuatro cirios (Federico Baena). Cuatro vidas (Justo Carreras). Cuando no sé de ti (Chelique Sarabia). Cuando calienta el sol (Rafael Gastón Pérez). Cuando tu me quieras (Raúl Shaw Moreno y Mario Barrios). Cuando vivas conmigo (José Alfredo Jiménez). Cuando vuelva a tu lado (María Grever). Cuando vuelvas (Agustín Lara). Cuando ya no me quieras (Los Cuates Castilla). Damisela encantadora (Ernesto Lecuona). Debut y despedida (Chico Novarro). De cigarro en cigarro (Luis Bonfá y F. García Jiménez). Delirio (César Portillo de la Luz). ¿De qué manera te olvido? (Federico Méndez). Desesperación (Rafael Hernández). Desesperadamente (Gabriel Ruiz y Ricardo López Méndez). Desesperanza (María Luisa Escobar). Despedida (Pedro Flores). Despierta (Gabriel Ruiz). Desvelo de amor (Rafael Hernández). Deuda (Luis Marquetti). Dímelo. ¿Dónde estás corazón? (sobre el tango de Luis Martínez Serrano y Augusto Berto). Dos almas (Don Fabián). Dos cruces (Carmelo Larrea). Dos Gardenias (Isolina Carrillo). Dulce veneno (Plácido Acevedo). Échame a mí la culpa (José Ángel Espinoza). Egoísmo (2). El anillo (Régulo Ramírez). El cuartito (Raymond “Mundito” Medina). El retrato de mamá. El crucifijo de piedra (Roberto Cantoral). El loco (Víctor Cordero). El malquerido (Soriano Goncalvez). El preso (Daniel Santos). El reloj (Roberto Cantoral). El tiempo que te quede libre (José Ángel Espinoza). El triste (Roberto Cantoral). El último acto (Chico Novarro). El vagabundo (Víctor Simón y Alfredo Gil). Embrujo (Napoleón Baltodano). Enamorada (Agustín Lara). Enamorado de ti (Rafael Hernández). Encadenados (Carlos Briz). En el juego de la vida (Raymond “Mundito” Medina). En la cantina. En nombre de Dios. Entre tu amor y mi amor (Juan Pomati y  Leopoldo Díaz Vélez). Entrega total (Abelardo Pulido). En un beso la vida. Escándalo (Rubén Fuentes y Rafael Cárdenas). En un rincón del alma (Alberto Cortez). Esclavo y amo (José Vaca Flores). Escríbeme (Guillermo Castillo Bustamante). Ese bolero es mío (Mario de Jesús). Espérame en el cielo (Francisco López Vidal). Esperanza inútil (Pedro Flores). Esperaré (Armando Manzanero). Espinita (Ñico Jiménez). Espumas (Jorge Villamil). Esta noche la paso contigo (Ricardo Fuentes). Esta noche me emborracho (sobre el tango de Enrique Santos Discepolo). Esta tarde gris (José María Contursi). Esta tarde vi llover (Armando Manzanero). Estás en mi corazón (Ernesto Lecouna). Estrellita del sur. Farolito (Agustín Lara). En mi viejo San Juan (Noel Estrada). Envidia (Hermanos García Segura). Evocación (Ramón Antonio “Papá” Molina). Evocación (René Rojas). Falsaria (Manuel Corona). Fichas negras (Johnny Rodríguez). Flores negras (Sergio de Karlo). Flor de azalea (Manuel Esperón). Flor sin retoño (Rubén Fuentes Gassón). Franqueza (Consuelo Velásquez). Frenesí (Alberto Domínguez). Frío en el alma (Miguel Ángel Valladares). Hambre (Rosendo Montiel). Hasta siempre (Mario Clavell). Hay que vivir el momento (Miguel Ángel Valladares). He sabido que te amaba (Luigi Tenco). Hilos de plata (Alberto Domínguez). Hipócrita (Carlos Crespo). Historia de un amor (Carlos Eleta Almarán). Hoja seca (Roque Carbajo). Hola soledad (Palito Ortega). Humanidad (Abel Domínguez). Humo en los ojos (Agustín Lara). Imágenes (Frank Domínguez). Incertidumbre (Gonzalo Curiel). Inconsolable (Rafael Muñoz). Injusto despecho (Felipe Pirela). Inolvidable (Julio Gutiérrez). Jamás te olvidaré (Don Gibson). Júrame (María Grever). La barca (Roberto Cantoral). La bikina (Rubén Fuentes). La copa rota (Benito de Jesús). La enramada (Graciela Olmos). La gloria eres tu (José Antonio Méndez). La hiedra (Saverio Seracini y Vincenzo D'Acquisto). La media vuelta (José Alfredo Jiménez). La mentira (Álvaro Carrillo). La nave del olvido (Dino Ramos). La noche de anoche (René Touzet). La paloma. La pared (Roberto Angleró). La última noche (Bobby Collazo). Lágrimas de Amor (Raúl Shaw Moreno). Lágrimas del alma (Bonny Villaseñor). Lágrimas de sangre (Agustín Lara). Lágrimas negras (Miguel Matamoros). La puerta (Luis Demetrio). Las perlas de tu boca (Eliseo Grenet). La que se fue (José Alfredo Jiménez). Linda (Pedro Flores). Lo mismo que a usted (Dino Ramos y Palito Ortega). Lo que es la vida (Felipe Pirela). Lo siento por ti (Rafael Hernández). Los aretes de la luna (José Dolores Quiñonez). Luz de luna (Álvaro Carrillo). Luz y sombras (R. Fuentes y R. Cárdenas). Llanto de luna (Julio Gutiérrez). Llegaste tarde (Wello Rivas). Llorando me dormí (Bobby Capó). Lloraste ayer (Jacobo Ender). Madrecita (Osvaldo Farrés). Madrigal (Rafael Hernández). Mala y traicionera (Guillermo Muñoz Mendoza). Malditos celos (Rafael Hernández). Manantial de corazón (Yordano). María Elena (Lorenzo Barcelata). Maringá (Joubert de Carvalhoy Manuel Salina). Mar y cielo (Julio Rodríguez Reyes). Marta (Moisés Simons). Me castiga Dios (Alfredo Gil). Me queda el consuelo (Aldemaro Romero). Miénteme más (Báez y Sosa).Mil besos (Emma Elena Valdelamar). Mi pecado (Gilberto Coles y Carlos Ulloa Díaz). Mi propio yo (Chelique Sarabia). Mi Puerto Cabello (Italo Pizzolante). Miseria (M. A. Maldonado). Mis noches sin ti (Olga Chorens). Mi último fracaso (Alfredo Gil ). Motivos (Italo Pizzolante ). Mucho corazón (Emma Elena Valdelamar). Mujer (Agustín Lara). Muñequita linda (María Grever). Necesito pensar (Chelique Sarabia). Negrura. Ni que sí, ni quizás, ni que no (Alfredo Gil). Niégalo todo (Germán Rosario). Niña Isabel (Alejo Montoro y Juan Solano). No (Amando Manzanero). No, no y no (Osvaldo Farrés). Noches de ronda (Agustín Lara). Nocturnal (José Mojica y José Sabre Marroquí). Noche azul (Ernesto Lecuona). Noche de mar (José Reyna). No me quieras tanto (Rafael Hernández). No me vayas a engañar (Osvaldo Farrés). No puedo ser feliz (Adolfo Guzmán). Nosotros (Pedro Junco). Nostalgias (sobre el tango de Juan Carlos Cobián y Enrique Cadícamo). No toques ese disco (Mario de Jesús). No trates de mentir (Alfredo Gil). No vale la pena (Orlando de la Rosa). Nuestras vidas (Orlando de la Rosa). Nuestro amor (Rafael Ramírez). Nuestro balance (Chico Novarro). Nuestro juramento (Benito de Jesús). Nube gris (Eduardo Martínez Talledo). Nunca (Guty Cárdenas). Nunca sabré (Juan Mari Montes y Pepe Robles). No me platiques más (Vicente Garrido). No me quieras tanto. Nocturnal. Obsesión (Pedro Flores). Ódiame. Olvídame. Palabras de mujer (Agustín Lara). Palmeras (Agustín Lara). Para que no me olvides (Oscar Castro y Ariel Arancibia). Parece que fue ayer (Armando Manzanero). Payaso (Fernando Z. Maldonado). Pecado (Bahr, Francini y Pontier). Pecadora (Agustín Lara). Pedacito de papel. Pequeña (Osmar Maderna y Homero Expósito). Perdámonos (Mario de Jesús). Perdida (Chucho Navarro). Perdón (Pedro Flores). Perdóname, mi vida (J. A. Zorrilla y Gabriel Ruiz). Peregrino de amor (Guty Cárdenas y Emilio Padrón). Perfidia (Alberto Domínguez). Perfume de gardenias (Rafael Hernández). Pesar (Rafael Bullumba Landestoy). Piel canela (Bobby Capó). Piensa en mi (Ovidio Hernández). Plazos traicioneros (Luis Marqueti ). Poema (Fernando Díaz). Pobre del pobre (Adolfo Salas). Pobre trotacalles (Carlos Crespo y Gonzalo Curiel). Poema (Fernando Díaz). Poquita fe (Bobby Capó). Por equivocación (Charlie López). Por eso no debes (Margarita Lecuona). Por la vuelta (sobre el tango de Tinelli y Cadícamo). ¿Por qué ahora? (Bobby Capó). ¿Por qué eres así? (Teddy Fregoso). Por si no te vuelvo a ver (María Grever). Preciosa (Rafael Hernández). Presentimiento (Pedro Mata y Emilio Pacheco). Prisionero del mar (Ernesto Cortázar y Luis Alcaraz). Prohibido (Enrique Elías Campo). ¿Qué cosas te hice yo? (Omar Arriagada). ¿Qué es lo que pasa? (Julio Gutiérrez). Quémame los ojos (Nelson Navarro). Que nadie sepa mi sufrir (Enrique Dizeo y Ángel Cabral). ¿Qué quieres tú de mí? (Jair Amorim y Evaldo Gouveia). ¿Qué sabes tú? (Mirtha Silva). Que seas feliz (Consuelo Velásquez). Que se mueran de envidia (Mario de Jesús). Qué te pedí. ¿Quién será? (Pablo Beltrán Ruíz). Quiéreme mucho (Gonzalo Roig y J. M. Lacalle). Quiero verte una vez más (José María Contursi). Quinto patio (Mario Molina Montes y Luis Alcaraz). Quisiera ser (Mario Clavell). Quizás, quizás, quizás (Osvaldo Farrés). Rayito de luna (J. Jesús y Joe Davis). Regálame esta noche (Roberto Cantoral). Retirada (José Alfredo Jiménez). Rival (Agustín Lara). Renunciación (Antonio Valdez Herrera). Rondando tu esquina (sobre el tango de Enrique Cadícamo y Carlos Pérez “Charlo”). Sabor a mi (Álvaro Carrillo). Sabor de engaño. Sabrá Dios (Álvaro Carrillo). Sabrás que te quiero (Teddy Fregoso). Seguiré sin ti (Juan Pablo Miranda). Se me olvidó que te olvidé (Lolita de la Colina). Se me olvidó tu nombre (Raúl René Rosado). Señora (Orestes Santos). Señora bonita (Adolfo Domínguez Salas). Se te olvida (Álvaro Carrillo). Si Dios me quita la vida (Luis Demetrio). Sigamos pecando (Benito de Jesús). Silencio (Rafael Hernández). Sin ella (Emilio Tuero y José Sabré Marroquín). Si no eres tú (Pedro Flores). Sin remedio (Chucho Navarro). Sin ti (Pepe Guizar). Sin un amor (Alfredo Gil y Chucho Navarro). Si te contara (Félix Reina). Solamente una vez (Agustín Lara). Sombra verde (Mario Molina Montes y Luis Alcaraz). Sombras (Amílcar Díaz y Carlos Brito). Sombras… nada más (sobre el tango de José María Contursi y Francisco Lomuto). Somos (Mario Clavell). Somos diferentes (Pablo Beltrán Ruiz). Somos novios (Armando Manzanero). Soy lo prohibido (Roberto Cantoral). Te lo juro yo (M. López Quiroga y R. De León). Temeridad (Manuel Jiménez). Temes (Tite Curet Alonso). Tengo que acostumbrarme (Mirtha Silva). Te odio y te quiero(Raymond “Mundito” Medina). Te quiero, dijiste (María Grever). Te seguiré queriendo (Omar Arriagada). Te vendes (Agustín Lara). Toda una vida (Osvaldo Farrés). Todo me gusta de ti (Cuto Estévez). Tonterías (Gilberto Urquizo). Total (R. G. Perdomo). Traicionera (Gonzalo Curiel). Tres palabras (Osvaldo Farrés). Tristeza marina ((sobre el tango de José Dames y Horacio Sanguinetti). Triunfamos (Rafael Cárdenas y Francisco Baena). Tu me acostumbraste (Frank Domínguez). Tu me haces falta (Armando Cabrera). Tu no comprendes (Rafael Hernández). Tu precio (Chucho Navarro). Tus promesas de amor (Miguel Ángel Amadeo). Tu retrato (Agustín Lara). Tu sabes (Johnny Quiroz). Tu solo tu. Un año más sin ti (Oscar Chávez). Una aventura más (Oscar Kinleiner). Una copa más (Alfredo Gil y Chucho Navarro). Únicamente tú (Manuel S. Acuña). Un compromiso. Un gran amor (Gonzalo Curiel). Un mundo raro (José Alfredo Jiménez). Un poquito de tu amor (Julio Gutiérrez). Un siglo de ausencia (Alfredo Gil). Un viejo amor (Alfonso Esparza). Usted (Gabriel Ruiz y Morris Zorrilla). Vanidad (Armando González Malbrán). Ven (José Reyna). Vendaval sin rumbo (José Dolores Quiñonez). Vereda tropical (Gonzalo Curiel). Verdad amarga (Consuelo Velásquez). Vete de mi (Virgilio y Horacio Expósito). Viajera (Mario Molina Montes y Luis Alcaraz). Vida consentida (Homero Parra). Vieja carta (Salvador Flores). Vieja luna (Orlando de la Rosa). Virgen de medianoche (Plácido Galindo). Volveré (María Grever). Voy (Luis Demetrio). Voy a perder la cabeza por tu amor (Manuel Alejandro y Ana Magdalena). Vuélveme a querer (Mario Álvarez ). Y… (Mario de Jesús). Ya es muy tarde (Alfredo Gil). Ya la pagarás (Mario de Jesús). Ya lo verás. Ya no me quieres (María Grever). Ya presiento tu partida. Ya tú verás (Mario de Jesús). Yo también soy sentimental (Tite Curet).Yo vivo mi vida (Federico Baena).
A continuación doy una lista de los compositores, por su país de origen y ordenados alfabéticamente, habiendo separado las duplas música/letra. Aquí no aparecen todos los citados en el aparte de las canciones, porque de un grupo importante no se consigue información alguna en la red. Yo diría que los más cuidadosos en la divulgación de este renglón son los mexicanos, seguidos por los portorriqueños. Como aprendí desde pequeño, no todo lo escrito es palabra de Dios e igual sucede con la información que se obtiene en la red. Algunos nombres propios aparecen con distintas grafías, algunos temas aparecen con autores diferentes, según sea la fuente consultada. En este último caso he tomado la información que me ha parecido más sólida, lo cual ya implica un juicio de valor que bien puede estar errado. Es interesante el caso de Teddy Fregoso, el compositor de ¿Por qué eres así? y Sabrás que te quiero, al cual en Wikipedia lo describen como publicista, escritor, compositor y empresario de radio y televisión estadounidense, a pesar de haber nacido en Degollado, Jalisco. Me imagino que durante su larga estancia en Estados Unidos adquirió esa nacionalidad, porque de Luis María “Billo” Frómeta, la mejor descripción que he encontrado en la red dice que era dominicano de nacimiento y venezolano de corazón.
Argentina: Augusto Berto.  Enrique Cadícamo. José María Contursi. Juan Carlos Cobián. José Dames. Homero Expósito. Don Fabián (Domingo Fabiano). Oscar Kinleiner. Osmar Maderna. Luis Martínez Serrano. Horacio Sanguinetti
Bolivia: Raúl Shaw Moreno.
Brasil: Jair Amorim. Joubert de Carvalho. Evaldo Gouveia.Herivelto Martins (Herivelto de Oliveira Martins). Manuel Salina.
Chile: Omar Arriagada. Armando González Malbrán. Carlos Ulloa Díaz.
Cuba: Mario Álvarez. Orlando Brito. José González Giralt. Sergio de Karlo. Orlando de la Rosa. Pepe Delgado (José Delgado Pérez). Frank Domínguez. Ernesto Duarte. Ernesto Lecuona. Luis Marquetti. Miguel Matamoros. Nilo Menéndez. Juan Pablo Miranda. César Portillo de la Luz. José Dolores Quiñonez. Gonzalo Roig. Orestes Santos. Moisés Simons (Moisés Simón Rodríguez). Gilberto Urquizo. Adolfo Utrera.
Colombia: José Benito Barros
España: Hermanos García Segura (Alfredo y Gregorio García Segura). Pedro Mata. José Luis Perales.
Estados Unidos de América: Teddy Fregoso. Don Gibson
Italia: Vincenzo D'Acquisto.Saverio Seracini. Luigi Tenco.
México: Luis Alcaraz. Federico Baena. Lorenzo Barcelata. Pablo Beltrán Ruiz. Carlos Briz. Roberto Cantoral. Roque Carbajo. Rafael Cárdenas. Álvaro Carrillo. Alberto Cervantes. Víctor Cordero. Ernesto Cortázar. Los Cuates Castilla (Miguel Ángel y José Ángel Díaz y González de Castilla). Adolfo Domínguez Salas. Manuel Esperón. Gonzalo Curiel. Luis Demetrio. Alberto Domínguez Borras. José Ángel Espinoza “Ferrusquilla”. Rubén Fuentes Gassón. María Grever. José Alfredo Jiménez. Agustín Lara. Armando Manzanero. Mario Molina Montes. Rosendo Montiel. Guillermo Muñoz Mendoza. Emilio Pacheco. Abelardo Pulido. Dino Ramos. Gabriel Ruiz. José Vaca Flores. Miguel Ángel Valladares. Consuelo Velásquez.
Nicaragua: Napoleón Baltodano
Panamá: Carlos Eleta Almarán.
Perú: Augusto Polo.
Puerto Rico: Plácido Acevedo. Miguel Ángel Amadeo. Roberto Angleró. Bobby Capó (Félix Miguel Rodríguez Capó). Enriquillo Cerón. Tite Curet (Catalino Curet Alonso). Benito de Jesús. Pedro Flores. Rafael Hernández. Charlie López (Carlos Juan López). Francisco López Vidal. Raymond “Mundito” Medina. Julio Rodríguez Reyes. Germán Rosario. Myrta Silva.
República Dominicana: Armando Cabrera. Mario de Jesús. Radhamés Reyes Alfau.
Trinidad: Félix Reina.
Venezuela: María Luisa Escobar. Homero Parra. Italo Pizzolante. Felipe Pirela. Johnny Quiroz. José Enrique “Chelique” Sarabia. José Reyna. Aldemaro Romero. Yordano (Giordano Di Marzo).
En el renglón de los intérpretes, he puesto aquellas voces que posiblemente traté de imitar la primera vez que las oí. La imitación no es un pecado atribuible sólo a los aficionados. Se dice que muchos cantantes profesionales empezaron imitando las voces de algunos famosos, antes de encontrar su estilo personal. Tal fue el caso de Javier Solís y más recientemente el de Charlie Zaa, quien empezó siendo la versión dos de Julio Jaramillo, repertorio incluido. En la mente parece prevalecer la primera sensación y a pesar de la alta calidad de ejecución de Danny Rivera, Madrigal en la voz de Alfredo Sadel me parece insuperable.
Argentina: Carlos Argentino (Israel Vitenszteim Vurm). Mario Clavell. Leo Marini (Alberto Batet Vitali). Estela Raval. Daniel Riolobos (Pedro Nicasio Riolobos). Ramón "Palito" Ortega. Roberto Yanes (Roberto César Iannacone).
Brasil: Altemar Dutra. Roberto Carlos (Roberto Carlos Braga). Miltinho (Milton Santos de Almeida). Nelson Ned (Nelson Ned Dvila Pinto). Simone (Simone Bitencourt De Oliveira). Los Indios Tabajaras (Antenor y Natalicio Moreyra Lima). A estos últimos los escuché en vivo en el cine Plaza, frente a la plaza de La Pastora. Al finalizar la función se retiraban del escenario pretendiendo que estaban apenados, como indios que realmente eran.
Bolivia: Raúl Shaw Moreno.
Chile: Mona Bell (Nora Escobar). Lucho Gatica (Luis Enrique Gatica). Los Hermanos Arriagada. El Indio Araucano (Oswaldo Gómez), quien tuvo su propio negocio en Caracas, llamado “El Rincón del Indio”, por el sector de Chacao. Antonio Prieto. Sonia y Myriam (las hermanas Sonia y Myriam von Schrebler); de ellas recuerdo su presentación en Radio Caracas Televisión, en “El show de Renny”, y la inconfundible voz de  Ottolina diciéndoles “Muchas gracias Sonia y Myriam” al ellas terminar su canción. 
Colombia: Alci Acosta (Alcibíades Acosta). Claudia de Colombia (Blanca Caldas). Odilio González. Nelson Pinedo (Napoleón Nelson Pinedo). Carlos Julio Ramírez. Charlie Zaa (Carlos Alberto Sánchez Ramírez).
Cuba: Fernando Albuerne. Xiomara Alfaro. Ramón Armengod. Bola de Nieve (Ignacio Villa). Orlando Contreras. Bertha Dupuy. Blanca Rosa Gil. Bienvenido Granda.Olga Guillot. La Lupe (Lupe Yolí Raymond). René Cabel (se presentó en el teatro Colón, en la esquina del mismo nombre en Caracas; al entonar la frase “¿Y yo, quién soy?” del público alguien le contestó “Tú eres René Cabel”). Lino Borges. Rolando Laserie. Roberto Ledesma. Benny Moré (Bartolomé Maximiliano Moré).  Los hermanos Rigual (Pedro, Carlos y Mario Rigual). Panchito Riset (Francisco Riser).
Ecuador: Olimpo Cárdenas. Julio Jaramillo.
España: Gregorio Barrios. Plácido Domingo (José Plácido Domingo). Julio Iglesias. Martirio (María Isabel Quiñones). Massiel (María de los Ángeles Félix Santamaría Espinosa). Juan Mari Montes. José Luis Perales. Pepe Robles.
Estados Unidos de América: Nat King Cole (Nathaniel Adams Cole). Bing Crosby (Harry Lillis Crosby). Perry Como (Pierino Ronald Como). Eydie Gormé (Edith Gormezano). Andy Russell. Frank Sinatra (Francis Albert Sinatra).
México: Juan Arvizu. Fernando Fernández. Pedro Infante. José José (José Sosa). Toña La Negra (María Antonia del Carmen Peregrino Álvarez). Sonia López. María Luisa Landín. Agustín Lara. Armando Manzanero. Amalia Mendoza (La Tariácuri). José Mojica. Marco Antonio Muñiz. Jorge Negrete. Alfonso Ortiz Tirado. Los Panchos. Javier Solís (Gabriel Soria). Genaro Salinas (Asesinado en Caracas, a la salida del puente de la avenida Victoria que da a la iglesia de San Pedro, en tiempos de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Dicen que fue la Seguridad Nacional, por celos de su director el negro Miguel Silvio Sanz, pero Zoe Ducós, a quien conocí años después y fue mi amiga personal, siempre negó haber tenido relación alguna con el cantante). Pedro Vargas. María Victoria (María Victoria Cervantes).
Puerto Rico: Johnny Albino y su trío San Juan. Chucho Avellanet. Vitín Avilés. Bobby Capó. Carmen Delia Dipiní. José Feliciano. Charlie Figueroa. Virginia López. José Luis Moneró. Danny Rivera. Tito Rodríguez. Daniel Santos.
República Dominicana: Alberto Beltrán. Alcy Sánchez.
Venezuela: Héctor Cabrera. Mirla Castellanos. Rosa Virginia Chacín. Rafael "Rafa" Galindo. Miguel Itriago. Luisín Landáez. Estelita del Llano (Berenice PerroneHuggins). Marco Tulio Maristani. Graciela Naranjo. Raúl Naranjo (el pirata de la canción). Cherry Navarro (Alexis Enrique Navarro). Felipe Pirela. José Luis Rodríguez. Alfredo Sadel (Alfredo Sánchez Luna). Mario Suarez. Yordano (Giordano Di Marzo).
Fuentes utilizadas:
Terán-Solano, Daniel (Dantesol): “La historia del bolero latinoamericano”. El autor, historiador, humanista y educador venezolano, ha escrito  en cuatro entradas de su blog historiatotal-dantesol.blogspot.com correspondientes al mes de agosto de 2009 ese excelente trabajo sobre el bolero. Esta valiosa fuente la vine a descubrir cuando ya había escrito gran parte de esta entrada de mi bitácora electrónica, y debo dejar constancia que me ayudó a encontrar los autores de no pocos boleros.
Loreto, Luis: “Entre gigantes de piedra” Editorial Equinoccio, 2005. En esa pequeña historia de los quince años que viví en San Juan de los Morros desde 1943 hasta 1958, hay un esbozo muy similar al presente en los capítulos “Colación de retazos” y “Con la música otra parte”. Después de hacer referencia al cine y sus canciones, paso al tema de la radio, los boleros y las rumberas. Revisando el libro, veo que el él di su debido crédito a Terán-Solano, cuya historia del bolero consulté en ese entonces en un enlace de www.analitica.com. Lo plasmado en Entre gigantes… es más corto por el tiempo que abarca la narración y porque para inicios del presente siglo no había mucha información  en la internet y YouTube, donde no sólo he buscado música sino sus autores (en el renglón de los comentarios), vino a hacer su aparición en 2005.

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