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La edad de los libros de texto

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Cuando yo ingresé a la Universidad Central de Venezuela en 1957, las materias se cursaban por año, aun cuando algunas como Humanidades I estaban divididas en dos partes que las dictaban dos profesores distintos, pero la nota final era una sola. Los dos primeros años eran comunes a todas las especialidades, al punto que a pesar de estar inscrito en ingeniería eléctrica, pasé un año completo dibujando cabillas, encofrados, isometrías y todo lo relacionado con la ingeniería civil. Con el advenimiento de la democracia y bajo las ideas innovadoras del decano Isava, empezó el régimen de semestres. Nomogramas y Ábacos, que dictó el propio Héctor Isava, fue la primera materia que cursé bajo esa modalidad en el primer semestre de segundo año. La cátedra de Circuitos I se dictó por primera vez por semestres y también por vez primera a nivel de segundo año ese año escolar 58-59. El profesor de la asignatura, Melchor Centeno Vallenilla, recomendó como libro de texto el "Electric Circuits", que en ese entonces se conseguía sólo en inglés, en una edición gruesa impresa en un papel de óptima calidad y encuadernada en azul. Con toda seguridad era una reimpresión de la edición original que data de 1940. Hoy en día se escriben libros en inglés teniendo en mente que el mercado es internacional, pero cuando los miembros del MIT EE Staff redactaron ese clásico, jamás pensaron en el sufrimiento que causaría por estas latitudes. Porque algunos, muy contados, manejaban bien el inglés y la mayoría no. Para mí, que estudié los primeros cuatro años de bachillerato en el bucólico San Juan de los Morros, la materia más difícil que enfrenté en quinto año en el Liceo Carlos Soublette en Caracas fue precisamente inglés. Todo lo atribuyo a la falta de rigor en la enseñanza que recibí, porque los profesores iban y venían y nunca tuve un curso completo de inglés con el mismo profesor. En primer año de bachillerato (1952) empecé a recibir las clases de inglés con la exigente y excelente profesora Celia Ortiz de Urbina, quién nos dejó a mitad de curso, ya que su esposo, el también profesor Castor Urbina había sido designado miembro por el estado Guárico de la Asamblea Constituyente que se instaló en la capital y promulgó, el 15 de abril de 1953, la nueva Constitución de los Estados Unidos de Venezuela. Ese año lo terminó la profesora colombiana Lucrecia de Lamus, con un nuevo método y un nuevo libro
Volviendo al meollo de la narración, el lenguaje del texto del MIT era denso, al igual que los conceptos matemáticos requeridos. Pero pude sobrevivir gracias al idioma universal de las ecuaciones y los gráficos, manejando un vocabulario mínimo en el cual las palabras "lead¨ o "lag" no eran sino sinónimos de las posiciones relativas de los vectores corriente y voltaje. En la cátedra de Magnetismo y Transformadores también dictada por Melchor, el texto fue el "Magnetic Circuits and Transformers", quizás en su versión de 1961 y no la original de 1944. Por cierto que cuando estuve de año sabático en 1979, todavía ese era el libro de texto en el postgrado de ingeniería eléctrica del Instituto Tecnológico de Georgia. En luminotecnia Melchor nos mencionó el libro de Parry Moon y de la doctora Domina Spencer, pero los apuntes del propio Melchor eran insuperables y contenían contribuciones originales de nuestro querido profesor. En la materia Líneas de Transmisión empleamos la segunda edición del “Electric Power Transmission” de L. F Woodruff, publicado por primera vez en 1938. Éste, a diferencia de los anteriores, tenía carátula empastada roja y era delgadito, lo cual no decía nada de las veces que tuvimos que darle vuelta a la regla de cálculo, leyendo ambas caras contra reloj, evaluando funciones hiperbólicas que describían la línea que va desde Boulder Dam, Colorado, hasta Los Ángeles, California.
Cuando yo regresé de postgrado, en 1964, la primera materia que dicté en la Universidad Central de Venezuela fue Teoría Electromagnética, por el libro de Plonsey y Collin, que era nuevo (1961) y por el cual yo había estudiado en el Instituto Tecnológico de Illinois . En Comunicaciones I usé la primera edición del Lathi, que me recomendó el director de la escuela Roberto Chang, pero al año siguiente me cambié a la también primera edición del Carlson. Pero en Comunicaciones II y como buen alumno de Centeno, recomendé un libro de texto de 1950, el "Transmission Lines and Networks" de Walter C. Johnson. Yo había estudiado esa materia por el Everitt y Anner, que sólo analiza las líneas de comunicaciones en régimen sinusoidal permanente (o estado estacionario, como dicen, pero a mi no me gusta el término). Resulta que en la primera clase de la materia "UHF Waves and Transmission" que tomé en el Illinois Institute of Technology en Chicago, el profesor puso un problemita de una batería que se conectaba a través de un interruptor a una línea de transmisión sin pérdidas de parámetros distribuidos L y C, terminada en un circuito abierto. Para mi eso era chino y mientras los demás compañeros dibujaban ondas a lo largo de la línea o en el extremo receptor, yo pensaba en como iba salir del atolladero. Le pedí prestado a Manolo Oliva, un amigo cubano que estudiaba pregrado en eléctrica, el texto que ellos usaban en esa materia, el cual resultó ser el de Johnson. Ahí aprendí que la impedancia característica de una línea no es un concepto exclusivo del régimen sinusoidal permanente y supe atacar problemas de transitorias en líneas de transmisión. Creo que este curso de Comunicaciones II que dicté en la UCV les fue útil a mis alumnos que se fueron por la rama de potencia y que trabajaron como ingenieros en el proyecto de la línea de corriente continua del Guri, sobre todo en las "switching surges" u "ondas de choque" que en ese entonces eran palabras nuevas en el léxico de los ingenieros electricistas.
Quiero cerrar esta nota mencionando que en quinto año fue cuando vine a saber que existían unas ecuaciones de Maxwell, a pesar de que ya había aprobado teoría electromagnética, porque mi profesor de Sistemas de Comunicaciones, Hernán Pérez Belisario, las mencionó y le sorprendió nuestra crasa ignorancia. En ese entonces Clemente Gooding, ingeniero de la OPD (Oficina de Planificación y Desarrollo de las Comunicaciones, la precursora de la CANTV) que guió la tesis que hicimos Gonzalo Van der Dys, el catire Christiansen y yo, nos recomendó el libro de Mischa Schwartz "Information Transmission, Modulation and Noise". Gonzalo, que siempre se lo pasaba fregando la paciencia (para no usar un gerundio que empieza por jota y termina en diendo), se ponía a imitar la pronunciación del bueno de Clemente y decía algo como "Micha Chuá". De paso, todavía en el 2009 venden en las librerías la traducción de la segunda edición del Carlson, que no sólo está obsoleta sino que es pésima, pero esto es un material más que abundante para unas nuevas reflexiones.

Uniformado de pelotero en la playa

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Esta crónica se refiere a un viaje que el equipo de béisbol de los profesores de la USB hizo a Maracaibo a principios de 1973. Un apreciado colega, cuyo nombre recuerdo perfectamente pero no voy a mencionar, contó hace pocos años en la terraza de la Casa del Profesor y en medio del tradicional brindis asociado a algún acto académico, la historia de un equipo de béisbol de estudiantes de la USB, en la cual aparecía el Dr. Mayz jugando la segunda base de dicho equipo y luego dándoles a los jóvenes un agasajo en el Hotel del Lago. Habiendo sido yo miembro de esa comitiva (y también de la bebitiva) recordaba todos sus detalles, pero juzgué que no era apropiado corregir al narrador en ese momento. Él, aun cuando recibió la información de segunda mano, había conservado lo substancial del relato, así que decidí escribir Uniformado en la playa, mi primera versión de los acontecimientos. A finales de abril de 2009, hurgando en los archivos de Cenda en mi condición de Cronista de la USB, pude localizar la Carta Semanal donde Ernesto Mayz narra los pormenores del juego, nota que incluyo textualmente debidamente entrecomillada. El rector Mayz no sólo era el segunda base titular del equipo, sino el cronista de todas las actividades deportivas de la Simón Bolívar, tanto de profesores como de estudiantes, empleados y obreros. Le he dado un título ligeramente diferente a esta segunda versión, ya que a pesar de no haber eliminado muchas de las repeticiones que habían entre lo que escribí de memoria más de treinta años después y la nota que el Dr. Mayz había escrito en caliente, si cambié algunas imprecisiones, como la de que el short stop lo había jugado Osmar Issa, cuando a esas alturas ya había sido destronado por Edicio Ramírez, aquel catire que bateaba a la zurda y que me la sacaba de jonrón cada vez que yo lanzaba en las prácticas de bateo.

Todos los peloteros viajamos en autobús, incluyendo al Dr. Mayz, aun cuando el automóvil oficial del rector, su chofer y su guardaespaldas formaban parte de la comitiva. Los maracuchos, encabezados por el profesor Tito Useche, nos recibieron a cuerpo de rey y nos agasajaron en una discoteca hasta altas horas de la madrugada. La mañana siguiente, cuando llegamos al campo de juego de la Fábrica de Cemento, conocimos a un hermano del Dr. Mayz que era médico y ejercía en Maracaibo. No se olviden que el Dr. Mayz es marabino. Los anfitriones apenas calentaron el brazo justo antes de empezar el encuentro y a nosotros nos dejaron practicar todo lo que quisimos, más de media hora. Una vez iniciado el juego, lo estuvimos ganando hasta la quinta entrada, cuando sobrevino la debacle y nos cayeron a batazos. Ellos lo atribuyeron a que a esa altura del juego ya se habían acostumbrado a la pelota chiquita, ya que normalmente era softball lo que practicaban. La verdad era que el agotamiento físico causado por el viaje y la trasnochada, la intensa práctica previa y el agobiante calor reinante, nos venció. Así que cuando yo entré de bateador emergente, no fue por estrategia sino porque muchos de los peloteros no podían con su alma. El receptor Emilio Guevara, quien además de estar agachado la mitad del juego (que es más de la mitad del tiempo, cuando tu equipo es el que está recibiendo leña), tenía que forrarse el cuerpo con el peto, el casco, la careta y las espinilleras; así, cuando nos tocaba batear se metía de cabeza debajo de un chorro de agua que había a un lado del dugout. Los jardineros Jacinto Morales Bueno, Daniel Pilo y José Adames o Marcelo Guillén, porque cuando uno lanzaba el otro cubría una posición del outfield, tuvieron que correr de lo lindo. No hubo muchos batazos por el short, defendido por Edicio Ramírez, ni muchos tiros a la primera que era propiedad de Jacinto Gómez Vilaseca. Porque cada posición tenía su dueño y la segunda era del Dr. Mayz y eventualmente de Daniel Pilo. Yo, para poder jugar en ese equipo, me puse a practicar la posición de tercera base que nunca había defendido, porque el tercera habitual, Néstor Ollarves, las cogía todas pero no tenía fuerza en el brazo como para que sus tiros llegaran a primera y otros que se atrevieron a jugar en la esquina caliente, como Esteban Luis Berta, tenían más voluntad y valor que conocimientos o condiciones natas. Una vez el recordado colega Luis Bruzual intentó incorporarse al equipo, pero en las prácticas no agarraba los batazos elevados porque ponía el guante a un lado del cuerpo, esquivando la pelota. Yo le dije que el truco era no quitarle la vista a la pelota y así lo hizo, tan literalmente que recibió un pelotazo en un ojo que marcó su debut y despedida. Para salirme de esta digresión, incluyo el relato del Dr. Mayz, aclarando previamente que el Manager Rojas que se menciona es Salvador Rojas, en ese entonces empleado administrativo de la Universidad Simón Bolívar y que no recuerdo nada acerca del López que allí aparece, pero que por cuestión de fechas sé que no es Rafael “El negro” López.

“Un cordial acto de intercambio deportivo realizó el equipo de beisbol de los Profesores de la Universidad Simón Bolívar con sus colegas de la Universidad del Zulia. Acompañados del rector de nuestra Universidad quien juega la 2da. Base del equipo, se trasladaron el autobús a Maracaibo, donde se llevó a cabo un encuentro a nueve entradas.

“Brillante actuación tuvieron todos los integrantes de nuestra novena deportiva. Y si los resultados no fueron del todo favorables, ello se debió al cansancio del viaje, a la influencia del cálido sol marabino y a la inteligente pero demoledora estrategia social que pusieron en práctica los anfitriones. Por lo demás, en el equipo zuliano aparecían 4 ó 5 jugadores de categoría AA, entre ellos el pitcher, cuya especialidad es la hipnología en el área psiquiátrica. El árbitro, que descollaba por su generosa humanidad física, era también el chofer de uno de los autobuses de la Universidad del Zulia…

“A pesar de todas estas adversas circunstancias, nuestros profesores dejaron muy en alto el nombre de la Universidad Simón Bolívar y demostraron una vez más su clase beisbolera. Si entrar en detalles, este cronista quiere destacar la brillante actuación que como pitcher tuvo el profesor Marcelo Guillén, quien abrió las acciones desde el montículo. Guillén pretendió dominar los bateadores contrarios empleando su célebre curva rabo e´cochino; pero los de Maracaibo como que se han especializado en dar palos cochineros. El profesor Guillén tuvo, en consecuencia, que ser auxiliado por su colega Pilo, quien a decir verdad no estaba en su mejor forma, por haber perdido, durante el viaje, sus lentes de contacto. Por esta razón no veía muy claro el home, lo que obligó al Manager Rojas a sustituirlo por el profesor Adames, después que Pilo recibió una pila de palos. Adames sufrió los rigores del sol marabino y aunque tuvo momentos estelares, donde brilló su innegable clase, sufrió continuos parpadeos en su control. Esta circunstancia y una serie de errorcillos cometidos por algunos de los otros titulares – a quienes no viene al caso nombrar descortesmente – hicieron que los de Maracaibo se envalentonaran en el oficio de correr continuamente las bases.

“Entre las ejecutorias más inesperadas del juego cabe destacar la impecable defensiva que lució el 2a. base Mayz, aunque su actuación al bate dejó mucho que desear, ya que sorbió tremendo ponche maracucho propinado por el pitcher psiquiatra. Sin embargo, haciendo llave con el profesor Edicio Ramírez, quien defendía el campo corto, intervino en 4 ó 5 lances sin la menor sombra de error. Era domingo y estaba en su tierra. Por eso, este cronista no sabe todavía el motivo que tuvo el Manager Rojas para sustituirlo en el 5° episodio, cuando el Dr. Jacinto Gómez –aquejado de un doloroso esguince que le produjo una audaz carrera con la que quería llegar a primera, con un simple rolincito– haciendo gala de vergüenza, presentó su irrevocable renuncia y le pidió al Manager Rojas que lo sustituyera. La salida de estos dos brillantes jugadores del equipo fue aprovechada, indudablemente, por los zulianos, quienes comenzaron a batear pérfidamente entre primera y segunda, aprovechándose en el manifiesto overtraining que exhibía el profesor Issa, sustituto del Rector. Sin embargo, en descargo del mencionado profesor Issa, hay que decir que alguien observó que el campo deportivo no tenía las condiciones requeridas y que una y otra vez la pelota disparada en roling o en flai, parecía tropezar maliciosamente con piedritas colocadas en la trayectoria del mingo.

“En los campos de fildear sobresalieron todos – López, Loreto, el importado Mc Knight – pero se comentó insistentemente que el profesor Morales Bueno no parecía tan Bueno en Maracaibo como en Sartenejas. Guevara impecable como catcher, aunque sus tiros a segunda – por la potencia del brazo – llegaron muchas veces al centrofield. Ollarves cometió uno que otro pecadillo en tercera. Sus tiros a primera eran una pesadilla para Jacinto Gómez, quien le adjudica gran responsabilidad en el traicionero esguince que decretó su salida del juego.

“La sorpresa del evento la dio el Profesor Loreto, quien largó un mandarriazo de dos bases por el centro field. Fue el primer hit de Loreto en 35 turnos al bate. Pero con algo se empieza…

“Al fin del encuentro la pizarra eléctrica marcaba 7 x 4, aunque después del 4° episodio parece que hubo un corto circuito en Maracaibo.

“Aparte del encuentro deportivo hubo un extraordinario programa de actividades sociales, donde la cordialidad y el compañerismo reinaron entre los Profesores zulianos y los usebistas.”

Lo del batazo de dos bases lo recuerdo vivamente, porque cuando me deslicé en la segunda base en un campo tan duro que parecía estar cubierto de cemento, me lesioné pero no dije nada, porque acababa de entrar a jugar y yo siempre he sido un fiebrúo. A la larga (bien larga, a principios del siglo XXI) tuve que operarme de los meniscos de la rodilla derecha para poder seguir jugando. Por la noche, el mismo Dr. Mayz me ayudó a calmar el dolor, recetándome el linimento de Sloan, que él usaba a pesar de que a doña Lucía, su esposa, le producía alergia. Lo de los 35 turnos sin hit es una exageración, pero sus crónicas siempre gozaban de este elemento, para bien o para mal. Un tiempo después, cuando debuté como pitcher en el softball, dijo que yo había ponchado a ocho contrarios, incierta hazaña bien difícil de lograr por cualquier pitcher, aun en la modalidad de lanzamiento rápido (mis lanzamientos nunca han sido rápidos, más bien mañosos) que se practicaba en esa época.

Esta crónica se refiere al béisbol (o beisbol, como lo escribió el Dr. Mayz, que es la forma como se pronuncia en Venezuela y que es la que yo prefiero, pero que el procesador de palabras me la corrige automáticamente) y no softball, porque eso era lo que jugábamos, ya que en la Universidad Simón Bolívar no se había construido todavía el campo de softball. Los zapatos con ganchos de metal (los ganchos) contribuyeron a que me lesionara, en lo que fue el último deslizamiento de mi vida. No que dejé de jugar, sino que siempre advierto: ¨Si depende de que me deslice o no para que ganemos o que perdamos, perderemos porque no voy a hacerlo¨. Lo cual me recuerda a Nerio Olivares Nava, buen tercera base y buen jardinero pese a su corpulencia, a quien cuando le pedían que ocupara la receptoría decía: ¿qué quieren, que no juegue?

Una vez terminado el partido, los profesores de la Universidad del Zulia nos invitaron a una tarde de playa en unas instalaciones que la Asociación de Profesores de LUZ tiene en las inmediaciones de Isla de Toas, en el Lago de Maracaibo. Tomamos el autobús uniformados, para cambiarnos en la playa. El Dr. Mayz, como de costumbre, se vino con el equipo. No así Daniel Pilo, quien convenció al chofer del Dr. Mayz para que lo llevara a visitar a unos amigos antes de ir para la playa. Llegamos y nos cambiamos, todos menos el Dr. Mayz cuyo traje de baño andaba en la maleta del carro. El vehículo nada que aparecía y el disgusto del Dr. Mayz, paseándose en la playa en uniforme de pelotero, era palmario y creciente. Yo seguramente andaba dándome un chapuzón cuando llegaron los del carro, pero me contaron que el Dr. Mayz le armó tremendo zaperoco al chofer. Quizás esto influyó en la beca de postgrado que luego recibió Daniel, una especie de exilio dorado que a la vez eliminaba competencia en la segunda base.

De regreso para Caracas, con una visita a la zona colonial de Coro, ya que en ese entonces la ruta de Barquisimeto era casi intransitable en la zona de Puente Torres, cuando nos aproximábamos a la alcabala de Sanare les advertí a todos, basado en la experiencia adquirida en los años que trabajé en la refinería de Amuay, que se portaran bien, que esa era una alcabala sumamente fregada. Apenas hizo presencia en el interior del autobús el guardia nacional y dio las buenas noches, José Adames se despertó, se puso de pie y dirigiéndose a mí, que estaba sentado en la primera fila, me preguntó con lengua de trapo: "¿No quieres un traguito Luis?", frase que acompañó con un vaso en una mano y una botella en la otra. La reacción del guardia fue bajarse inmediatamente del autobús, diciéndonos con firmeza: "¡Sigan señores! "

La fiesta del cuarto año “A”

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La fiesta del cuarto año “A”
Cuando empecé a trabajar en la Escuela de Ingeniería Eléctrica de la Universidad Central de Venezuela, a mediados de 1964, el primer curso teórico que me tocó dictar fue Teoría Electromagnética. La mayoría de los ingenieros electricistas egresados en 1966, cuya nómina incluyo al final de estas notas, fueron mis alumnos en esa materia. Valga la pena mencionar que ninguna mujer formó parte de esa promoción, mientras que la nuestra (1962) batió un record al contar con Frances Applewhite Gutiérrez, Beatriz Nieto Chicco y Nelly Whanón Pinto entre los veinte graduandos También anexo una lista de sobrenombres, en la cual no sólo aparecen los miembros de la promoción, sino todos las personas que menciono, incluyendo los profesores. La lista no es tan completa como yo quisiera, pero quizás pueda recibir retroalimentación a través de la red. La del 66 es la promoción masiva más antigua a la cual le he dado clases, aun cuando en forma individual a comienzos de 1965 y como parte de los egresados del año 64 se graduaron Natalio Mandelblum K. (fallecido lamentablemente en 2004) y Marco Tulio Naranjo Gómez. Ambos habían sido mis compañeros de estudio y habían dejado, voluntaria o involuntariamente, el coco del electromagnetismo para el último año de estudios y formaron parte del curso antes mencionado. De la promoción del 65 egresaron mis dos primeros tesistas José Miguel Ávila y Miguel Limongi y también lo hicieron Bernardo Nouel Perera, quien ese año vio conmigo un laboratorio de comunicaciones que tenía pendiente, Carlos De La Cantera Antón, quien cursó conmigo Comunicaciones II y Antonio Ramiro Francés Cabrera, (trágicamente fallecido en 2008), a quien identifico más con la promoción del 66. Cheo Izaguirre no fue mi alumno sino mi compañero de estudio en algunas materias, ya que entró a la Universidad Central por el mecanismo de las equivalencias, el cual le hizo la vida algo menos que imposible.

De ese cuarto año de ingeniería los más jóvenes, que eran muy pocos, tendrían 19 años y había algunos pocos mayores que yo. Creo que yo tendría unos cuatro años más que el promedio del curso, ya que mi cumpleaños 26 lo celebré con mis alumnos el viernes 16 de octubre del 64, en una improvisada reunión que se llevó a cabo en la casa de Enrique Chacín en Los Rosales, iniciativa que promovió Ricardo Rivas Sánchez, quien luego haría su tesis junto con Ubaldo García Palomares, bajo mi tutela. Pero la fiesta del cuarto año “A” a la que obedece el título de esta crónica, no se refiere a esa pequeña reunión sino a otra que ocurrió en el segundo semestre de ese año escolar, en 1965.

El número de alumnos que estudiaba ingeniería eléctrica en esos tiempos no era muy elevado y por supuesto que en los cursos más avanzados sólo había una sección. En la Escuela de Ingeniería Eléctrica, condición que adquirió el Departamento en septiembre de 1962, el salón del primer piso tenía capacidad para unos cincuenta estudiantes. Los tres últimos pupitres de la primera fila, vistos de izquierda a derecha desde la tarima del profesor, estaban ligeramente separados de los otros cinco de esa fila; en el piso una poligonal hecha con tiza demarcaba el área y la identificaba como “Cuarto Año B”. Ahí se sentaban, indefectiblemente y en ese orden, Javier Bonet, Carlos Hail y Jorge Hazos.

Javier, quien se formó bajo la tutela de su padre el Ingeniero Industrial Javier Bonet Guilayn (Madrid 29/11/1909, Caracas 9/11/1979), siempre sacaba las mejores notas del curso. A título anecdótico, yo vine a ver por primera vez una regla de cálculo en primer año de ingeniería, justo antes de la primera sesión del laboratorio de Física I. Teníamos que hacer unos cálculos previos y John Balzán (que estaba repitiendo primer año) sacó una portátil que cargaba en el bolsillo del pecho de la camisa; yo le pregunté qué era eso y para qué servía. Pero a Javier su padre lo enseñó a manejar la regla de cálculo cuando estaba en 5to grado y también le enseñó que estaba basada en los logaritmos. Eso mismo intentó hacer con nosotros, en la segunda sesión del laboratorio de física ya mencionado el profesor Danilo Toradse, en un salón que tenía una gigantesca regla de cálculo adosada al segmento de pared que había entre el techo y la pizarra. Este notable científico, recién llegado de Rusia en 1957, a duras penas podía decir unas pocas palabras en castellano. Javier todavía conserva su primera regla de cálculo, una Faber-Castell de bolsillo, al igual que yo conservo la mía, de la misma marca, pero de 30 cm. El profesor Ángel Palacios Gros decía que tal regla no servía ni siquiera para trazar líneas, por el estorbo del cursor. No sé si esto llegó a oídos del profesor Melchor Centeno Vallenilla, pero en los exámenes de cualquier materia que él dictara, era indispensable trabajar con este instrumento.

Así como Javier se destacaba como estudiante con Antonio Pérez Colina pisándole los talones, Enrique Chacín descollaba como cantante y Ubaldo García Palomares era (y sigue siendo) un gran jugador de dominó. En tenis de mesa Jorge Hazos les ganaba a todos sus compañeros, pero por suerte no tenía que enfrentarse a su hermano Hubba, cuyo nivel de juego era muy superior. A la hora de echar un pie, Ricardo Rivas Sánchez sacaba a lucir su sangre dominicana, sobre todo si de bailar un merengue se trataba. El gran levantador, y no precisamente de pesas, era Simón Hernández.

Los docentes del curso que menciono fueron casi todos profesores míos con la excepción de Juan Carlos Milone, ya que a mí las Máquinas Eléctricas me las dictó Moisés Szponka. Cada uno de ellos tenía sus características distintivas: a Raúl Arreaza había que adivinarle lo que quería preguntar, en tanto que Raúl Valarino llegaba al extremo de omitir palabras en los enunciados, con lo cual se adelantaba en la enseñanza de la teoría de la información. De Roberto Halmoguera Palma el comentario era lo críptico de sus exposiciones teóricas. Las evaluaciones de Melchor Centeno Vallenilla era contra reloj. Los exámenes de Roberto Chang Mota y de Milone eran duros mas no ambiguos, mientras que contra Juan José Martini, Emilio Tébar Carrasco y Luis Bertrand Soux no se alzaban quejas. Y sí para Palacio Gros el veinte era del profesor y su nota máxima era diecinueve, que se puede pensar de José María Farrán, que no ponía más de diecisiete en los laboratorios que dictaba, práctica ajena a Francisco López del Rey, a Paul Fischel y a Volodimir Koval

Ora como estudiante o ya como profesor, uno va aprendiendo que hay dos tipos de preguntas de examen que son extremas: las de enunciado sumamente breve y las de enunciado sumamente largo. En ambos casos, la longitud de la respuesta es inversamente proporcional a la extensión de la pregunta. Durante el primer semestre del año lectivo 1965 y en el curso de Comunicaciones II (que se daba en el segundo semestre de cuarto año), una de las preguntas que hice tenía un enunciado largo, de esos que van guiando paso a paso hacia la solución y que son un reto a la paciencia más que a la inteligencia. La mente inquieta de Javier se escapó del camino de bachacos que tracé y por primera vez no obtuvo la mejor nota del curso. Ni siquiera fue que raspó, porque esa pregunta sólo valía seis puntos sobre veinte, pero Antonio Pérez Colina se apoderó de la máxima calificación.

Yo ya tenía catalogado a Javier como un alumno brillante, opinión que reafirmé después que él vino a revisar su examen. Apenas le esbocé cual era la solución, simplemente me dijo que no había entendido el enunciado y se retiró con toda tranquilidad. Valga la pena mencionar que él sacaba las mejores notas porque era bueno, no porque ese fuera el objetivo primordial de sus estudios. Pero para el resto de los estudiantes, al menos para los de la sección A, el acontecimiento era tan inusitado que merecía celebrarse. Me invitaron a bebernos unas cervezas, quizás en alguno de los bares vecinos a la Plaza de las Tres Gracias: La Creolita, El Águila, El Carioca o más probablemente El Coimbra, frente al restaurante chino Ling-Nam, bar en el cual aceptaban los cheques de la preparaduría (gloriosos trescientos bolívares, que en mis años de estudiante junto con los cuatrocientos bolívares de la beca de la Shell, me permitieron ayudar a mi papá en el sustento de la familia). Allí se dio lo que yo he dado en llamar la fiesta del cuarto año A, tomando la sexta acepción de la palabra según la Real Academia: reunión de gente para celebrar algún suceso, o simplemente para divertirse.

Con el transcurrir de los años, Javier cataloga sus relaciones con los del 4to año A como excelentes, habiendo perdonado a Simón Hernández el haberle pinchado los cauchos de su Volkswagen. Sé que la reconciliación ocurrió a la salida de una de las reuniones aniversarias de la promoción, quizás frente a Tarzilandia, bajo el influjo de unos cuantos escoceses menores de edad. Pero igual vale y para bien, ya que como lo dijo Confucio: Aquel que busque venganza deberá cavar dos tumbas: la de su enemigo y la suya propia.

En cuanto a los sobrenombres, Quickly solo aparecía cuando hacia equipo con Chuleta; algunos como Benitín y Eneas iban en pareja; el Chivo (no el que más meaba) ascendió de rango después de graduado y pasó a ser el Dr. Zhivago; otro, por su perseverancia se tornó en L'enfant terrible. No todos los mencionados tenían apodos y algunos calzaban más de uno. Juanito no es un diminutivo, sino que se corresponde a la semejanza física con uno de los personajes del dúo televisivo de Uge y Juanito Moreno. En orden alfabético están: Ángel de España (el), Bacilo (el), Benitín, Buchy, Cabeza de Penetro, Che (el), Cheo, Chino (el), Chivo (el), Chuleta, Coyote (el), Eneas, Garbanzo, Gordo (el), Johnny La Grúa, Juanito, Kilopondio, Mocho (el), Oso (el), Pepo, Perro (el), Pocholo, Poeta (el), Pollero (el), Potro Loco, Prefecto de Camatagua (el), Quickly.

Los integrantes de la promoción de1966 fueron: Applewhite Gutiérrez, Virgil Calvin; Bonet González, Francisco Javier; Cabanzo Díaz, Pedro Eduardo; Caires Siegert, Mario Carlos; Chacín Riera, Enrique Rafael; De Armas Moreno, Mario Salvador; Díaz García, Freddy Augusto; Ferro Maggi, Oswaldo José (†?); Fornez Tamayo, Enrique Guillermo; García Palomares, Ubaldo; González Urdaneta, Gustavo Enrique; Granadillo Tori, Gilberto Vicente; Hail Lubke, Carlos Enrique; Hazos S., Jorge; Hernández Zambrano, Simón Rafael; Itriago Machado, José Teodoro; Izaguirre Sánchez, José Babel; Manzi Infante, Armando José; Martínez Díaz, Ismael Rolando; Millán Abreu, César Augusto
Molina Maggi, Pablo Enrique; Obadía Lossada, Gilberto José; Parra Bortot, José Germán; Perera Álvarez, Víctor Jesús; Pérez Colina, Antonio; Pinto Pinto, Rafael Salvador; Rivas Sánchez, Ricardo; Rosa Branco, Víctor Manuel; Siegert Figueroa, José Jesús; Solares Estrella, Luis Eduardo (†?); Stefani Vescovi, Antonio; Stiassni Necko, Eduardo Iván; Tognella Nannini, Bruno y Trejo Foulcault, Héctor José.

El espía que vino de Rusia.

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Cuando yo ingresé en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela en septiembre de 1957 me tocó estudiar en la sección C. Éramos alrededor de trecientos estudiantes repartidos en tres secciones. Empezando el año siguiente, justo después de la caída de Pérez Jiménez, se creó una nueva sección, la D, donde fueron inscritos tanto los estudiantes que estaban exiliados en el exterior por razones políticas como aquellos que no habían podido hacerlo en septiembre por carecer de los 750 bolívares que representaba el 50% de la matrícula y que no eran conchas de ajo con un tipo de cambio de 3.35 bolívares por dólar. Yo estudié hasta cuarto año de bachillerato en el liceo Roscio de San Juan de los Morros y me tuve que venir a terminar en Caracas el bachillerato, pues en la ciudad donde me crié el liceo oficial era la única institución de educación superior y en él no se dictaba el quinto año. En Caracas mis abuelos maternos me acogieron en la casita que tenían de Gloria a Sucre 23 en la parroquia La Pastora. Por la zonificación escolar me tocaba estudiar en el liceo Fermín Toro, pero éste había sido cerrado por la dictadura ya que su proximidad al palacio de Miraflores lo había convertido en un verdadero polvorín revolucionario. La infructuosa búsqueda de un cupo en los prestigiosos liceos públicos como el Andrés Bello y el de Aplicación la narré hace muchos años en la prensa nacional en un artículo que titulé “La militarización del Fermín Toro”, el cual está en las entradas del 2007 de esta bitácora. La publicación se refiere a la solución que el gobierno encontró para la población flotante que había surgido del Fermín Toro, de los liceos del interior y de algunos institutos privados de Caracas en los cuales tampoco se dictaba quinto año. Nos dieron la oportunidad de inscribirnos en el liceo “Provisional No. 2”, asentado en una pequeña quinta en San Bernardino y en el cual sólo se dictaban cuarto y quinto año. Durante nuestra estancia en San Bernardino el nuevo liceo fue bautizado con el nombre de Carlos Soublette, en honor a los méritos cívicos del militar guaireño. Allí descubrí que lo único improvisado era el local, ya que los profesores eran personas con bastante experiencia, que provenían del clausurado Fermín Toro. Me acuerdo de los nombres de todos ellos, incluyendo los apodos, pero quisiera hacer mención especial a mi profesor de Mineralogía y Geología, Rodolfo Loero Arismendi, fundador del Instituto Universitario de Tecnología Industrial que hoy se conoce con las siglas de IUTIRLA. En el diminuto patio del liceo trabé amistad con Abraham Abreu, quien estaba terminando su bachillerato en humanidades y era mi vecino de La Pastora. Muchos de los estudiantes de bachillerato en Física y Matemáticas, única vez que se otorgó tal título en Venezuela, una vez graduados fuimos a parar a las aulas de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela. Tanto Raúl Leoni Flores como yo formamos parte cinco años después, en agosto de 1962, de la undécima promoción de ingenieros electricistas de la UCV.
Al ingresar a la Universidad Central me dieron clases un selecto grupo de profesores, algunos experimentados y un par de jóvenes que cobraron excelente fama con el curso de los años, a saber: en Análisis Matemático me tocó Enrique Castillo Pinto, en Geometría Analítica Alonso Pérez Luciani, Harry Osers en Geometría Descriptiva, Reclus Roca Vila en Física I, Isaac Budowsky en Química, Clemente Pereda en Inglés, Antonio Carranza en Dibujo I y José Antonio Calcaño y Clemente Pereda en Humanidades I. En ese entonces todos los cursos se dictaban por año, pero Humanidades la daban por semestre dos profesores que al final entregaban una sola nota. A mi sección le tocó en el primer semestre el profesor Calcaño, que apoyado en los acordes que sacaba de un desvencijado piano que había en el aula, nos hablaba de música y de los coros gregorianos. En el segundo semestre, en los albores de la democracia, el profesor Clemente Pereda se deleitaba hablándonos de la caverna socrática y a nosotros nos encantaba escucharlo. He señalado a Carranza como mi profesor de dibujo, pero nunca lo vimos por los salones de dibujo ya que el curso lo manejó un estudiante que estaba finalizando la carrera de ingeniería eléctrica. Este preparador era un catire mala sangre de quien ni siquiera mencionaré su apodo, que me cogió tirria desde el primer día de clases. Todo se originó porque el rubio instructor nos pidió que en un recuadro de la primera lámina escribiéramos cualquier cosa. Como si fuéramos muchachitos de primaria y no universitarios, un grupito formado por gente que venía del Soublette nos pusimos a asentar los nombres de Anselmo Jones, Telomé Terán Delgado y toda esa fauna de personajes con nombres equívocos y a reírnos de nuestra gracia. Más vale que no, tal fue su injustificado y eterno encono, que el trece que saqué en dibujo fue mi nota más baja en primer año y eso que me ayudaron el 19 y el 20 que obtuve en las dos láminas que corrigió Julio el peruano, otro preparador que era bastante conocido en la facultad por ser muy buen jugador de fútbol; Julio quedó a cargo del curso durante una visita de dos semanas que el catire hiciera a alguna instalación industrial ubicada en el interior de la república. Mi promedio en primer año fue de algo más de 16 y fui uno de los pocos estudiantes que aprobó las ocho materias sin ir a reparación, o sea que pasó liso. Se dice que fuimos ocho dentro de una población de casi cuatrocientos estudiantes, lo cual a mi me suena como una leyenda urbana, pero la cifra no debe estar muy alejada de la realidad.

En el profesor Pereda encontré a una persona que se esforzaba por conocer y aprenderse el nombre y el apellido de cada uno de nosotros. Para él un alumno era un ser humano y no un nombre en una lista al cual había que ponerle una nota. Esta conducta yo mismo la he puesto en práctica en los cuarenta y ocho años que he transitado por las aulas como profesor universitario. También soy irreverente y llamo al pan, pan y al vino, vino cuando hace falta. El ingeniero civil y escritor Gustavo Flamerich, quien también cursó primer año de ingeniería en la UCV en 1957 pero en una sección distinta a la mía, fue alumno del profesor Pereda y recogió en su novela “Todo sucedió en un año: julio 1957-julio1958” algunas anécdotas sobre él. Notable es aquella de que el primer día de clases gritó “Al último le cae…” y emprendió veloz carrera hacia el aula que le correspondía, con los alumnos siguiéndolo a tropel. Pereda es uno de los pocos personajes que Gustavo menciona en su obra sin disfrazarlo tras un seudónimo. Dicho sea de paso “Todo sucedió…”, publicada en 2012 está ambientada en el entorno de la caída de Pérez Jiménez y los interesados pueden adquirirla de manos del propio autor en el sitio www.todosucedio.com. Para los lectores jóvenes debo aclarar que lo que le iba a caer al perdedor era la madre, expresión no siempre muy ofensiva. No me imaginaba que aún de estudiante iba a trabar una profunda amistad con aquel imponente señor, que lucía una poblada barba de perilla acompañada de un no menos frondoso bigote, corbata de pajarita, o de lacito que es el término más común en mi país, y que siempre vestía un elegante terno (saco, pantalón y chaleco, o flux de tres piezas como diríamos en Venezuela), hiciera frío o calor. Estos rasgos los he tratado de captar en la ilustración que acompaña esta breve crónica, en cuya elaboración he vuelto con aprehensión pero con alegría, a mi más temprana vocación: la de dibujante.
Organizando los libros que he atesorado con el curso de los años, me encontré con un ejemplar de “La hora veinticinco”, del escritor rumano C. Virgil Gheorghiu. La novela, publicada en 1949, es una de las escasas aproximaciones literarias que se han hecho sobre la participación de los países satélites de Alemania en la persecución de los judíos durante la segunda guerra mundial. El ejemplar que yo poseo corresponde a la 23ª impresión de setiembre de 1955 de la primera edición en español realizada en Buenos Aires por Emecé Editores y me fue obsequiada en 1961 por el profesor Pereda, quien estaba consciente de mi condición de estudiante de ingeniería apasionado por la lectura. La dedicatoria escrita en la primera página reza: “A mi buen amigo Luis F. Loreto R. en testimonio de perdurable afecto. Clemente Pereda. UCV, 1961.” Yo anoté, en la última página, la fecha en que recibí el ejemplar: el 22 de abril de 1961, que hoy en día es muy fácil determinar que fue sábado. No me acuerdo muy bien de los detalles, pero debe haber sido en el pequeño apartamento que él ocupaba en la vecindad de la iglesia de San Pedro, sitio en el cual algunos de sus más afectos pupilos íbamos a visitarlo. Allí pudimos contemplar una muestra más extensa de sus “manchas”, producción artística que basaba en el derrame de tinta china a la aguada sobre cartulinas previamente tratadas al azar con algún material grasoso. También exhibía entre las paredes atestadas de libros algunos óleos de su autoría, realizados en pequeño formato, pero todos de un alto contenido erótico. Lo de las manchas me trae a la memoria un doce de febrero cuando lo detuvieron en La Victoria, estado Aragua, por ser un espía ruso infiltrado entre los estudiantes, acontecimiento del cual saqué el título de estas líneas. En esa fecha en Venezuela se celebra el día de la juventud, en conmemoración a la batalla de La Victoria, ganada en 1814 por José Félix Ribas con el respaldo de jóvenes del Seminario y de la Universidad de Caracas. Lo de los rusos era en ese entonces la única forma que los ignaros funcionarios de la Dirección General de Policía (DIGEPOL) tenían para combatir la condición de afectos al imperialismo yanqui que a ellos les atribuían. La Digepol vino a llenar el vacío que había dejado la desaparición de la policía política de Pérez Jiménez, la Seguridad Nacional y fue la antecesora de la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención, DISIP, hoy reemplazada por el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN). Mi apreciado compañero de tesis y amigo de tantos años Gonzalo Van Der Dys realizó una parodia de la canción Don Quijote que popularizaron Los Cinco Latinos, un grupo argentino de rock and roll creado en 1957, considerado como el precursor del rock latino. Si desean ponerle música a los versos que siguen, abran el enlace http://youtu.be/T56kI16z5dM. Gonzalo también fue el autor de una parodia de Violetas Imperiales a la cual llamó Violetas Integrales, que era un recurso nemotécnico para grabarse el concepto de integral según Riemann. De las estrofas de Don Clemente, recuerdo estas:
Los libros cuentan la historia/ del caballero y señor/ que en tierras de La Victoria/ lo rodó la, lo rodó la Digepol./ Don Clemente, don Clemente,/ jamás vendía sus manchas…
Esto del espía ruso me lo contaron cuando la noticia era fresca y lo creí por completo, a pesar de no haber estado ahí. Más adelante me convencí que no pequé de crédulo cuando viví personalmente una experiencia similar, pues me tomaron por el traductor de un grupo que de rusos sólo tenían la estatura o la tez, mas no los apellidos: Niremberg, Stockhausen, Grimaldi, Christiansen. Sucedió en 1962, camino al complejo hidroeléctrico de Guri, días antes de recibir nuestros títulos de ingenieros, pero es una historia que amerita su propia crónica. Volviendo a los avatares del profesor Pereda todos sabíamos, sin habérselo preguntado a nadie, que él era un autoexiliado portorriqueño, que se oponía fieramente a que su tierra natal la convirtieran en un Estado Libre Asociado que para él no era ni estado, ni libre, ni asociado. Debo decir que si el profesor Pereda estuviera vivo en este siglo XXI, tampoco regresaría a Puerto Rico, porque nada ha cambiado desde ese entonces; la querida Borinquen, en 2013, es uno de los tres estados de la Unión en los cuales sus ciudadanos no tienen derecho a elegir al presidente de la nación. Por los trabajos del profesor Benigno Trigo, de la Vanderbilt University, he venido a saber que en 1934 el profesor Pereda ayunó siete días en protesta contra la Resolución en Solicitud de la Estadidad de Puerto Rico, realizada en ese entonces por el presidente de la Cámara de Representantes. El trabajo del profesor Trigo puede consultarse en el enlace http://es.dir.groups.yahoo.com/group/noticias-universitarias/message/57172?l=1, en donde también incluye la entrevista que le realizara vía SKYPE al ingeniero Clemente Pereda Berríos, el mayor de los cuatro hijos que tuvo don Clemente. Coincido con el colega Pereda Berríos en que su papá no era ningún antiyanqui, pero si un amante de la democracia que sólo deseaba ver un Puerto Rico libre que conservara su carácter hispano. Nosotros, que nos llenábamos la boca gritando “abajo el imperialismo yanqui”, jamás oímos al profesor Pereda emitir tan infantil consigna. En La Victoria seguro que se había unido a las protestas que los estudiantes realizaban en contra de las desviaciones que las tribus políticas introducían sutilmente en el sistema democrático. Esta conducta abusiva del poder lo que hizo fue crecer sin medida a lo largo de la llamada vida democrática de Venezuela y hoy cosechamos lo que antes sembramos.

Mis amigos me acusan de que mi memoria es mi mayor virtud y a la vez mi mayor defecto, pero creo que estoy muy lejos de haber podido almacenar en mi cerebro una data tan amplia como la del profesor Pereda. Quisiera cerrar estas líneas mencionando que a mediados de los años setenta, cuando ya yo había realizado mi posgrado, había trabajado en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela y en la Creole Petroleum Corporation y me encontraba laborando en la Universidad Simón Bolívar, desde mi carro y en los alrededores de la panadería La Mansión de La Trinidad divisé a través de la isla divisoria la inconfundible figura del profesor Pereda. Casi saliéndome del vehículo le grité “Clemente Pereda, Clemente Pereda”. Él volteó, dudo por unos pocos segundos y luego, subiendo y bajando el brazo derecho un par de veces me señaló y con una sonrisa que le cruzaba el rostro me contestó a viva voz: “Luis Loreto, Luis Loreto”

Con la inteligencia hemos topado

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El inicio de la década de los sesenta estuvo caracterizado por el recalentamiento de la llamada “guerra fría”. En febrero de 1960 el ministro soviético Anastás Mikoyán, con su visita a La Habana inició el acercamiento entre Cuba y la Unión Soviética, hecho que vino a empeorar las relaciones entre el gobierno del presidente Eisenhower y el nuevo gobierno revolucionario de Cuba. En mayo de ese mismo año un avión espía estadounidense fue derribado en pleno territorio soviético y en octubre el líder de la URSS, Nikita Jrushchov, golpeó con uno de sus zapatos el estrado de delegado que ocupaba en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Posiblemente el premier soviético ignoraba que en la Universidad Central de Venezuela ya se había empleado el poder disuasivo del zapatazo.
A fines de los años cincuenta el espacio que separaba al edificio de Eléctrica y el siguiente hacia el oeste, que en ese entonces lo ocupaba la Facultad de Ciencias, había sido habilitado como área deportiva para la práctica del baloncesto y el voleibol, pero sólo fuera de horas de clases. Sin embargo los estudiantes poco caso le hacían a esa prohibición y jugaban cada vez que podían. Sabiendo que estaban violando una clara disposición, los jóvenes trataba de no hacer mucho ruido, pero el fragor de la contienda iba subiendo el volumen hasta límites intolerables. El profesor José Ladislao Andara se encontraba dando clases en el edificio de eléctrica y en repetidas oportunidades, trepándose en un pupitre y asomándose por una de las ventanas, les había pedido a los mozos que hicieran silencio, sin que le pararan en lo más mínimo. De repente se quitó un zapato y de un envión lo lanzó contra el vidrio de una de las ventanas, que ya estaba resquebrajado, rompiéndolo. El estruendo y la presencia del zapato en la improvisada cancha hizo que los estudiantes tomaran las de Villadiego. A raíz de la enérgica acción del profesor el espacio deportivo volvió a su condición inicial de reducido estacionamiento para vehículos.
En los años sesenta la precaria paz mundial estaba en manos de las dos superpotencias que eran los Estados Unidos de América y la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas. En Venezuela se suponía que el ciudadano común estaba en libertad de manifestar su simpatía por uno u otro de los bandos formados por ambos países y su afectos, pero eso sólo era una verdad de los dientes para afuera. A raíz de la revuelta cívico militar del Carupanazo, el 10 de mayo de 1962 Betancourt y su gabinete emiten un decreto suspendiendo las actividades del Partido Comunista y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. (D. Zabala http://www.aporrea.org/actualidad/a43584.html.) El diputado Eloy Torres fue despojado de su inmunidad parlamentaria y condenado a prisión. La defensa que de su camarada hiciera Guillermo García Ponce, convirtió a la yunta de sus nombres en un emblema de la lucha de la izquierda contra el gobierno de Acción Democrática presidido por Rómulo Betancourt.
En el lapso de espera entre la terminación de los exámenes del quinto año de ingeniería, incluyendo la exitosa defensa de la tesis, y el acto académico los pichones de ingenieros recibimos una invitación para visitar las instalaciones del complejo de Guri. La logística para los de eléctrica estuvo a cargo del profesor Roberto Chang Mota, quien nos explicó que sólo teníamos que trasladarnos al sitio, que el alojamiento y uno que otro agasajo correrían por cuenta de los anfitriones. Nos fuimos por tierra en caravana, en los carros de algunos de los compañeros y uno manejado por el profesor Chang, que se lo había prestado otro profesor. Las tres muchachas de la promoción de eléctrica, Frances Applewhite, Beatriz Nieto Chicco y Nelly Whanónviajaron en un avión de la Corporación de Guayana, en compañía del profesor Antonio Álamo Bartolomé, quien ocupaba un alto cargo en esa empresa y había programado la invitación y la visita. También asistió un nutrido grupo de ingenieros mecánicos y creo que alguno que otro ingeniero civil, pero esto último no sé de dónde lo saqué. La foto que encabeza esta crónica corresponde al evento que se realizó el 16 de agosto de 2012 en el Colegio de Ingenieros de Venezuela para celebrar los cincuenta años de graduados. Hace un tiempo recibí por vía electrónica una serie de fotos de la visita al Guri, pero creo que me va a ser difícil encontrarlas en el disco duro de mi Mac.
Entrando la noche ya habíamos rodado bastante y el hambre empezaba a hacerse presente, así que nos detuvimos en un restaurante de la carretera, entre El Tigre y Ciudad Bolívar, a comernos algo. Formaban parte del grupo de viajeros algunos rubios como Wolfgang Stockhausen, Moisés Niremberg y Luis Ernesto Christiansen y algunos bastante altos o de regular estatura como Francisco Ripepi, Sandro Grimaldi y Gonzalo Van Der Dys. Wolfgang y Pancho Ripepi eran algo mayores que el resto de la comitiva y se habían unido a nuestro grupo a la altura de segundo año. Ello se debió a que el ser altos incidió en que ambos fueran expulsados de la Universidad Central de Venezuela antes de que nosotros ingresáramos y sólo pudieron regresar y reincorporarse a la UCV después de la caída de la dictadura. Ojo, no estoy diciendo que los botaron por altos, pero los hechos que rodearon sus expulsiones merecen una crónica aparte, así que como Sherezade los dejaré para otra oportunidad.
Lo que sigue quizás les suene más a ficción que a una versión real de los hechos y puede que acierten. A tantos años de distancia sólo recuerdo las cosas más importantes, no creo que pueda ser completamente fiel a los hechos y no hay manera de que me pueda meter en la mente de las personas que aquí aparecen. Si recuerdo muy bien que estábamos en la barra del restaurante, cuando se me acercó una persona de aspecto humilde, no mucho mayor que nosotros. De inmediato indagó hacia dónde nos dirigíamos y yo, siempre conversador, le contesté que íbamos a visitar Guri. Bajando un poco la voz, me comentó que los señores no parecían ser gringos. Yo le dije que no, que no eran gringos, pero no me dio tiempo para aclararle que todos éramos venezolanos, nativos o reencauchados. Me dijo que quería asegurarse de que no eran gringos, por si acaso oían lo que me iba a comentar. Me dijo que Guri estaba muy bonito, pero que era una verdadera lástima que se lo hubieran entregado a los gringos. Todo pendejo es malicioso y mucho más un llanero zamarro como yo, así que decidí seguirle la corriente y fingí aceptar lo que decía, pero sin manifestar mucho entusiasmo. Por un momento se apartó de mi y fue a hablar con otra persona de aspecto muy similar al suyo. Le hablaba casi al oído, ambos volteaban hacia la barra, paseaban su mirada sobre los comensales y afirmaban con la cabeza, como diciéndose que no se habían equivocado.
Como la fisonomía de los gringos era por todos conocida a través de las películas, metodología que no recomiendo para que no vayan a sufrir un desencanto si pisan tierras mexicanas en busca de mujeres bellas, el estereotipo del enemigo, de los rusos, era muy similar. Se pensaba que también eran rubios e igual de altos, pero que se los podía distinguir porque hablaban un idioma incomprensible y poco agradable a los oídos, nada parecido al poquito inglés que ha visto todo el que ha pasado por un aula de bachillerato. Los que piensan que el ruso es un idioma que hiere a los oídos andan bien equivocados, a mi la pronunciación de ese idioma me parece más bien dulce.
El hombre retomó su charla conmigo, pero le fastidiaba que yo le prestara más atención a la arepa que me estaba comiendo que a él y que además fuera tan guabinoso y no le revelara los detalles de nuestros planes. Alguno de nosotros dijo que debíamos seguir, que todavía teníamos que rodar mucho. En ese momento me di cuenta que nos habíamos topado con el oxímoron de la inteligencia policial, ya que el tipo no nos podía dejar ir sin decirnos algo que revelara su pequeña importancia. Cuando estábamos por abordar los vehículos se asomó a la puerta y nos gritó: ¡Saludos a los compañeros Eloy Torres y García Ponce!

Ingenieros Electricistas UCV 1950 a 1971.

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Esta lista fue tomada del trabajo "Melchor Centeno Vallenilla. Mentor de la Ingeniería Eléctrica en Venezuela" publicado en 1975 bajo las siglas de J.R.A.G. El trabajo fue reproducido con la debida autorización de su autor Juan R. Altimari G. y con un preámbulo del académico César Quintini Rosales en el número 16 del Boletín de la Academia Nacional de la Ingeniería y el Hábitat. A la lista sólo he contribuido anotando las lamentables defunciones de las cuales he tenido noticia. El contenido del Boletín número 16 completo puede ser consultado en formato de documento portátil en el enlace http://www.acading.org.ve/info/publicaciones/boletines/pubdocs/BOLETIN_16.pdf

1950
Martínez, Andrés Eloy
Naranjo Escobar, Alberto
1951
López Ortega, Edmundo
Tellería Villapol, Rodolfo
1953
Arreaza Colizza, Raúl
Carrero Benedetti, José Gaspar
Jacir S, Ernesto B.
Toth Hasz, Barna
Villasmil Harris, José Luis
1954
Abreu Arenas, Francisco
Caamaño, Matilde
Szponka, Moisés ( 19/10/2004)
Valladares, Domingo Jesús
1956
Rodríguez Soto, Carlos
Rodríguez Soto, Efraín
Rodríguez Tamayo, Antonio José ( 5/1/2013)
Valarino Hernández, Raúl ( 1995)
1957
Aepli Prados, Jacobo ( ¿)
Chacín Borrego, Gustavo
Fonseca A, Francisco ( ¿)
Machado Segovia, Diógenes
Ponte Borjas, Fernando
1958
Alvaray Dreyer, Luis Alfonso ( 2005)
Arqué Almaraz, Helenio ( ¿)
Barreto Ravell, José
Escobar Fernández, Daniel Ricardo( ¿)
González Tarraza, Roberto
Hernández Olivares, Rafael Alfredo
Landino Lovera, Andrés Augusto
Maman Aniyar, Alberto
May Stanzani, Giorgio
Noguera Mora, Ramón Isidro( 2007)
Pagés Rodríguez, Jaime José
Rada Aristigueta, Gustavo José( 2007)
Stapulionis Kristutis, Antanas
Tomadin Lenarduzzi, Ricardo
Vurgait Adler, Mauricio
1959
Aguerrevere Ruiz, Santiago
Casanova Travieso, Pablo Rafael
Chiesara Gironi, Gianfranco
Elola Felez, Alfonso
Figueroa Santiago, Luis Rafael
Garcés Doval, Carlos
Gooding Dalrymple, Clemente Eduardo
Hueso Mora, Héctor
Maristany Smither, Augusto (¿)
Rivas Sosa, Jorge
Rodríguez Marciales, Alberto
Schorr, León
Suez Gutiérrez, José Leopoldo
Tovar Almenar, Rafael Argenis (¿)
Vernet Roura, Carlos
Vidal Sansinenea, Rafael (¿)
Vivas Casanova, Jesús Enrique
1960
Boulton Toro, Pedro Luis
Bello E., César Aníbal
Castro Becerra, Guillermo
Córdova G., Jesús Argenis
Chacín Bates, Rafael Omar
Chang Mota, Roberto
Esteves Piñero, Florencio Antonio
Fernández López, Félix Jorge
Gainzarain, José Ignacio (¿)
Giner C., Antonio
Gómez Fernández, Aquiles Manuel
Hernández Orta, Humberto
Klein, Hans
López Alonzo, Régulo Antonio
Linares, Mercedes
Lima de Sa, Carlos Alberto
Reinhart Pull, Peter
Romero Zambrano, Jorge Vidal
Torrealba P., Luis Eduardo
Villalba Carrasquero, Freddy José
Villafañe, José
Villasmil Atencio, Julio Enrique
Wohlstein D., Iván
1961
Fábregas Travería, Luis (1970)
Garantón Nicolai, José Ernesto
Gerov Kalceva, Michail
González Pérez, Francisco Jaime
Halfen Hoires, Rubén
Pacheco, Ausencio José
Puleo Pizani, Francisco
Rivas Melean, Antonio Jesús
1962
Applewhite Gutiérrez, Frances Lois
Balzán Morel, John
Briceño Calcaño, Álvaro (?)
Christiansen Nielsen, Luis Ernesto
Echeverría Manso, Genaro (?)
Farrán Palacios, José María (?)
Grimaldi Micozzi, Sandro (2007)
Leoni Flores, Raúl (?)
Loreto Rodríguez, Luis Florentino
Nieto Chicco, Beatriz Mireya
Niremberg Brandwain, Moisés
Páez Pedroza, Jesús Alberto (?)
Ripepi Alliegro, Francisco J. C.
Rizzuti Ferrari, Vicente A. Mario
Rodríguez Álvarez, Víctor Hugo
Rodríguez Mulet, Luis Enrique
Sánchez Correa, Héctor José
Stockhausen Dallmer, Wolfgang (5/2009)
Van der Dys Ruiz, Gonzalo Alberto
Whanón Pinto, Nelly
1963
Altimari Gásperi, Juan Rafael
Armitano Matheus, Oswaldo (?)
Baquero Aristigueta, Ricardo (?)
Belfort Yibirín, Nelson Enrique (2000)
Benzo Osorio, Manuel M.
Beraja Mizrahi, Clemente S.
Carvallo Buyón, Francisca A.
Gavidia Fuenmayor, Nicanor
Mendelovici Matess, Jacobo
Osorio Colmenares, Fabio Aquiles (12/2006)
Pérez Machado, Raúl Alberto (2008?)
Rodríguez Viso, Rolando
Wainberg Gelman, Abraham (?)
Zavarce Giménez, Humberto Jesús
1964
Aranda Malavé, Alberto José
Baum Eldlstein, Salomón
Caamaño Suárez, Sirio
Castillo Badaraco, Emilio José
Dalcol F., Marcelo (1990)
Díaz, Rafael Ángel
Domiter Gawel, Andrés Román (2004)
Dortolina Rodríguez, Carlos Alberto
Ghelman Benarroche, David
Giménez Rodríguez, Manuel Enrique
Guerra, Hugo Jesús
Hidalgo Galíndez, Cecilio Antonio
Llatas Salvador, Vicente
Mandelblum Kobrinska, Natalio (2004)
Martínez Cabrero, José Manuel
Musso Quintero, Andrés Avelino (¿)
Naranjo Gómez, Marco Tulio
Ruiz, César Rodolfo
Sanavia Escobar, Víctor José (1990)
Sánchez Celis, Humberto José
Sebastián Lloria, Luis
Slesarew Devciko, Leo
Solórzano R., Carmelo Rafael (2011)
Spósito Eliaz, Simón Romualdo (¿)
Uztaris Quintero, Pedro José
Vincens Martínez, Antonio
1965
Acosta Cazaubon, Manuel
Ávila Bayola, José Miguel
Barrientos Mendoza, Carlos Alberto
Calderón, Francisco
Caressi, Oswaldo
De La Cantera Antón, Carlos
De Santis Doobosarsky, Alberto
Francés Cabrera, Antonio Ramiro (2008)
Gómez Muñohierro, José Carlos
González Blanco, Gerardo
Levy Mizrahi, Joseph Arie (2010)
Limongi C., Miguel
Mata, Luis
Nouel Perera, Bernardo Augusto
Ontiveros, Rafael Leonardo (1995)
Padilla Lovera, Manuel Ricardo
Pérez Martínez, Juan Ángel
Primak Waszczenko, Jurij
Rivas Márquez, Mario (2001)
Sainz Pelegri, Antonio
Scope Leal, Kenneth Enrique
Sieira Martínez, José (20/9/2008)
Varela R., Jesús
1966
Applewhite Gutiérrez, Virgil Calvin
Bonet González, Francisco Javier
Cabanzo Díaz, Pedro Eduardo
Caires Siegert, Mario Carlos
Chacín Riera, Enrique Rafael
De Armas Moreno, Mario Salvador
Díaz García, Freddy Augusto
Ferro Maggi, Oswaldo José (1985)
Fornez Tamayo, Enrique Guillermo
García Palomares, Ubaldo
González Urdaneta, Gustavo Enrique
Granadillo Tori, Gilberto Vicente
Hail Lubke, Carlos Enrique
Hazos S., Jorge
Hernández Zambrano, Simón Rafael
Itriago Machado, José Teodoro
Izaguirre Sánchez, José Babel
Manzi Infante, Armando José
Martínez Díaz, Ismael Rolando
Millán Abreu, César Augusto
Molina Maggi, Pablo Enrique (1997)
Obadía Lossada, Gilberto José
Parra Bortot, José Germán
Perera Álvarez, Víctor Jesús
Pérez Colina, Antonio
Pinto Pinto, Rafael Salvador
Rivas Sánchez, Ricardo
Rosa Branco, Víctor Manuel (1/7/2012)
Siegert Figueroa, José Jesús
Solares Estrella, Luis Eduardo (¿)
Stefani Vescovi, Antonio
Stiassni Necko, Eduardo Iván
Tognella Nannini, Bruno
Trejo Foulcault, Héctor José
1967
Alfonso R., Justo
Álvarez P., Alfonso
Avella Guevara, Alfredo Stephen
Cañas Olarte, Miguel
Cárdenas Patiño, Juan Eliseo
Celius Cinicas, Steponas
Centeno Tirado, Enrique
Cisneros Zerpa, Eddie Rafael
Crespo Calzada, Luis Mauricio
Crespo Insúa, Demócrito
Duque Galvis, Luis Ramón
Gavotti Bethencourt, Nicolás
Gassan Mogna, Alexis Guillermo
Laya Mimo, Carlos Delfín
López Pastor, Francisco
Macías Ramos, Edgar Marcel
Martínez de Lima, Nelson
Martínez Velásquez, Héctor Manuel (2/12/2005)
Meier Echeverría, Guillermo Gustavo
Montenegro Martínez, José Manuel
Pérez Ortega, Marta
Rodríguez Mendoza, Andrés
Solórzano, Luis
Súnico M., Saúl (¿)
Torrealba Tovar, José Nicolás (¿)
Ugarte B., Gregorio
1968
Acquatella Monserrate, Roberto Rafael
Aldrey Cuesta, Raúl
Antunez Bracho, Luis Augusto
Anzola Gainzarain, Iker
Avila Salcedo, Pedro Rubén
Baruzzi Buscaroli, Juan
Barrios Baptista, Pedro José
Beluche Madorran, Cecilio Manuel
Benaiges Munne, Buenaventura
Bernal Monroy, Enrique de Jesús
Bracho Yciarte, Luis Alberto (¿)
Callaos Farra, Nagib Charlie
Canabal Rajoy, Carlos Francisco(2009)
Castro Robles, Rubén G.
Combellas Lares, Ignacio Alberto
Copello París, Martín
Cubek Kutner, Francisco Adán
Chacín Larecca, Augusto Ramón
Escalona Abreu, José Antonio (2013)
Fernández Russo, Reinaldo Augusto
Fung Nieves, Carlos Enrique
Gherbassi Miletti, Guerrino
Goldenstein Yanovici, Franklin
González Granado, Leopoldo José
González Suárez, Roberto Alexis
Hernández Siles, Ithamar
Hernández Millán, Rafael
Iahr, Martín
Izaguirre Demayo, José Luis
Luna Rad, Luis Alberto
Manduca Carlomagno, Cristóbal José
Márquez Pérez, Juan Oscar
Martínez Maradei, Guillermo José
Matteo Russo, Raffaele
Mendoza Ferrer, Germán Rafael(1/2/2010)
Mendoza Olavarria, José Antonio
Moreno Balza, Javier José
Olabarrieta Aguirre, Jon Mikel
Olivares Calatrava, Alberto
Penso Leañez, Raúl Isaac
Peraza Melean, Jesús Manuel (15/10/09)
Pérez Porteles, Francisco Hernán (¿)
Price León, José Tomás (¿)
Pimentel Sánchez, Ángel Eduardo
Pulido Santana, José Ignacio
Ramírez Isava, Daniel
Ramírez Molina, William Antonio
Rangel Cárdenas, Luis Francisco
Rodríguez, Arquímedes Antonio
Rodríguez Espinoza, Carlos José
Rodríguez González, Jesús Ignacio
Sánchez González, José Alberto
Silbesz Peña, Gerardo Antonio
Sierra H., Ángel
Silva Sánchez, Julio César
Silveira Blanco, Pedro Miguel
Soto Tamayo, Nelson
Urdaneta Acosta, Edgar Enrique
Valero López, Enrique
Vásquez Escobar, Edgar Jesús
Zavarce Garmendia, Reinaldo
1969
Aguerrevere Ruiz, Gonzalo
Albanese, Andrés
Applewhite Gutiérrez, John
Artiles Centeno, Oswaldo José
Barroso Alfaro, Luis
Boloix Abad, Germinal
Boscán Milani, Asdrúbal Alberto
Caruso Morabito, Pedro Juan
Cegarra Cegarra, Johny Enrique
Coll Meneghim. José Rafael
Conesa Martínez, Juan José
Charles Birmingham, Manuel Ismael
Chaparro Navarro, Eliseo Alfonso
Espinel Cabrera, José Luis
Fernández Rodríguez, Gustavo Enrique
García Palma, Celso
García Ramírez, Saúl
Gheller, Salomón
Génova Arruego, Miguel Ángel
Gibbs Gil, Tomás Gerbacio
González Espinosa, Roberto José
González Rugeles, José Gregorio
Guillén Palermo, Ramón
Iza Lera, Mauricio
Koeneke, Oswald
Levy Mizrahi, Judá Aslan
Lippo, Carlos
Loyola Caminos, Juan Antonio
Mata Angarita, José Rafael
Marcano Rojas, Rodolfo
Mendoza Aranguren, José Santana
Mijares Peña, Juan de Dios
Milá de la Roca, José
Niedermeyer Zaloudik, Peter
Paredes Pisani, Edgar Humberto
Pinal, Eladio
Plitman Zuckerman. Freddy (¿)
Plato Araujo, Luis Enrique
Rodríguez Iribarren, Santiago José
Saizarbitoria Beristain, Joseba Andoni
Salonia Distefano, Rosario
Tundidor, Ernesto
Walder, Esteban
Zaldumbide García, José Luis
1970-71
Ablan Jaua, Nagib José (2013)
Aguirre Morales, Oswaldo Enrique
Alfonzo, Máximo
Alfonso Rojas, Andrés Emilio
Arrieta Mediavilla, Eduardo Germán (2005)
Arroyo, Félix
Badiola Durbán, Basilio
Burguera Hernández, Elio César
Campos Fernández, Raquel
Carrera Bravo, Pedro Antonio
Carrillo Perdomo, Marcial
Castañeda Lanza, Antonio Rafael
Castro Cabeza, Miguel Luis
Cobo Hernández, Orlando José
Fahnert Schroder, Friedrich Wilhelm
Fernández González, Luis Jacinto
Fortoul Pompa, Celso Luis
Froment Fernández, Claude José
Gamboa, José
Giannatassio D’Amato, Salvador
Gil Ríos, José Rafael
Jiménez, Leopoldo
Guerra Betancourt, Juan Manuel
Guevara Tillero, Franklin
Gómez Oropeza, Alberto Rafael
Gómez Guzmán, Adalberto José
Gómez Ratti, Edgar José
Hernández Tovar, Efraín Antonio
Ipolliti, Armando
Iza Lera, José Antonio
Jacobs Everon, Rufus Neakon
Lander Rodríguez, Enrique Rafael
Lara Figueroa, Herman Enrique
López Lazo, Rafael Ernesto
Magallanes, Rafael Ignacio
Martí Saura, José R.
Martínez Núñez, José Santiago
Martínez Palacios, Gustavo Alberto
Mendoza Castro, Tomás (2011)
Mejías Vera, Gustavo Enrique
Mijares Rodríguez, Oscar Ismael
Miranda Grijalba, Ángel
Pastor Goiri, Álvaro
Pérez Figueroa, Fernando
Pineda R., Antonio
Posse Muñoz, Yolanda Emilia
Pradas Pérez, Manuel
Provenzali Cárdenas, Elbano Gerardo
Ramos Cardona, Ildemaro Alexis
Ríos Lecau, Beatriz Eugenia
Rivero Díaz, José Ramón
Rivero Garrido, Alexis
Rodríguez Recaredo, Rubén
Ruda Orta, Julio Rafael
Sánchez, Eduardo
Siso Quintero, Sandro José (2006)
Ubieda Belisario, Guillermo
Urosa Páez, Félix Rafael
Valdivieso, José Augusto
Villaroel Mujica, Geber
Wherner H., Theddy A.

El regreso de los comunistas.

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Creo que a mi me entró el gusanito por la electricidad en mis años mozos, en las aulas del Liceo Roscio de San Juan de los Morros, cuando el profesor Teodoro Tabares nos expuso los primeros rudimentos de esa materia en los cursos de física. A esa edad todos somos soñadores y románticos; así como muchos pensaban abrazar la carrera de medicina para preservar la salud de la humanidad, yo, por vivir en una tierra de apagones y tener cierta habilidad matemática, en tercer año me dije que iba a estudiar ingeniería eléctrica. Me gradué de bachiller en 1957 y para poder estudiar ingeniería en la Universidad Central de Venezuela, tuve que aprobar la prueba especial de admisión que administraba la Facultad. Una vez cumplido tal requisito me inscribí en ingeniería eléctrica, carrera entonces poco popular que sólo contaba para esa fecha con 22 egresados distribuidos en seis promociones, de las cuales la primera había ocurrido en 1950. Los egresados hasta 1971 se puede ver en la entrada anterior de esta bitácora Ingenieros Electricistas UCV 1950 a 1971. El cortede la lista, la cual fue tomada de la publicación de Juan Altimari de 1975 citada en el enlace anterior, abarca hasta 1971, cuando ya no prestaba mis servicios en la Universidad Central y estaba en mi segundo año de trabajo en la refinería de Amuay. Sin embargo muchos de los egresados en la promoción denominada como 1970-71 fueron alumnos míos cuyos actos de graduación se retardaron debido a los coletazos de la mal llamada renovación académica, que en realidad no fue más que un gran paso hacia atrás en la enseñanza de la ingeniería en la Universidad Central de Venezuela. Huelga decir que con todos esos egresados y los que han seguido, provenientes de prestigiosas universidades nacionales e internacionales, en abril de 2013 los apagones siguen a la orden del día, pero los ingenieros no tienen la culpa. En el enlaceLic. Nelson Méndez, Historia de la enseñanza de la Ingeniería en ...hay un apretado resumende la enseñanza de la ingeniería en el país y para acceder a una minuciosa y bien narrada historia de la Facultad de Ingeniería se puede descargar la página http://neutron.ing.ucv.ve/historia/HISTORIA.HTM. De esa fuente extraigo que en 1946 las dependencias de ingeniería, arquitectura y ciencias fueron las primeras que se trasladaron desde la sede histórica del Convento de San Francisco en el centro de Caracas, hasta las instalaciones en las oficinas del Trapiche de la antigua Hacienda Ibarra; de ésta sólo sobrevive la torre del trapiche donde hoy está el Gimnasio Cubierto. Para tener una idea de lo que ha cambiado la ciudad capital con el paso del tiempo, basta con mencionar que los estudiantes se quejaron porque los estaban enviando a un ambiente rural. La erección de la nueva sede de Los Chaguaramos, o Ciudad Universitaria como se le vino a conocer, fue decretada en 1943 por el presidente Isaías Medina Angarita, proyectada arquitectónicamente por el maestro Carlos Raúl Villanueva y construida, en gran parte, durante el gobierno del general Marcos Pérez Jiménez. La mudanza total de las instalaciones de la Universidad Central de Venezuela se realizó durante los años 54 y 55. La antigua edificación del centro es todavía la sede del Palacio de las Academias y lo fue, hasta hace un poco más de un par de décadas, de la Biblioteca Nacional. Las suspensiones de actividades en la Universidad Central de Venezuela se intensificaron en esa época, como secuela de la represión del régimen contra muchos estudiantes por su participación en la lucha antidictatorial. Como se verá en la siguiente narración, todo el que salía expulsado de la Universidad Central se iba etiquetado como comunista, a pesar de que la oposición estudiantil al régimen era variopinta e incluía no sólo a los militantes de los partidos de izquierda, sino también a los simpatizantes de Acción Democrática y de Copei.


Las instalaciones de la plaza cubierta, el aula magna y la biblioteca de la Universidad Central de Venezuela fueron inauguradas por Marcos Pérez Jiménez en marzo de 1954, con el propósito cierto de alojar a la Décima Conferencia Interamericana, realizada en Caracas en la actual sede entre los días primero y 29 de ese mes. El compromiso de ser sede de la conferencia había sido asumido en la IX Conferencia de Bogotá en 1948 por Rómulo Betancourt, pero para el momento de su materialización fue un firme oponente al evento, usando todos los medios a su alcance, ya fueran políticos, diplomáticos, sindicales y la opinión pública. Basaba su posición en que la realización de esa cumbre no era compatible con la figura de un gobernante que había logrado su legitimación de manera fraudulenta, que tenía las cárceles de Venezuela llenas de numerosos presos políticos y que mantenía una rígida censura de prensa. La dictadura se amparaba bajo la coartada del anticomunismo, posición que era vista con buenos ojos por el gobierno de los Estados Unidos. Al parecer Franklin Delano Roosevelt había dicho, refiriéndose al dictador de Nicaragua: “Somoza may be a son of a bitch, but he is our son of a bitch.” Sin embargo no hay una prueba fehaciente de esta cita.

Los distinguidos visitantes, alojados en el recién inaugurado Hotel Tamanaco, empezaron a llegar y se iban distribuyendo a lo largo de la plaza cubierta para esperar que empezaran los actos oficiales. El área también se había llenado de estudiantes de ingeniería, arquitectura y ciencias, que venían desde los salones de clases y se habían congregado en la vecindad de la entrada principal del aula magna. Por su especialización, lo más seguro era que ninguno de ellos estaba interesado en participar en las deliberaciones, pero sí en manifestar ante los delegados internacionales su oposición al régimen. La alborotadora presencia de los jóvenes no fue del agrado del Vicerrector Muci, quien les ordenó que circularan. Francisco Ripepi, estudiante de primer año de ingeniería, empezó a caminar en cerrados círculos alrededor del profesor, tomando al pie de la letra las palabras de éste. Pancho, que ya era bastante alto y con facilidad doblaba en estatura al poco espigado Vicerrector, se desplazaba mirándolo fijamente a los ojos. Más que una gracejada su acto fue una verdadera afrenta que no duró mucho, ya que el área estaba plagada por miembros de los organismos de seguridad del estado, regados sin ningún disimulo por todos los rincones. Casi de inmediato fue detenido por un par de funcionarios y enviado, por comunista, a los calabozos de la Seguridad Nacional. Por suerte en el grupo de estudiantes andaba Ángel, el hermano mayor de Pancho, quien salió a toda prisa en su vehículo para Altamira, a avisarle a la familia. La señora Juanita Alliegro de Ripepi, la madre de Pancho, de inmediato llamó por teléfono a su hija Concepción, mejor conocida como Conchita, que estaba casada con el entonces Comandante General de la Guardia Nacional (1948/1956), el teniente coronel Oscar Tamayo Suárez. Como se ve, el estudiante preso no era ningún pata en el suelo, vivía en una amplia quinta de una urbanización de ricos y además tenía buenos contactos. Ripepi no duró mucho en la chirona, lo expulsaron de por vida de la Universidad Central, con la etiqueta de comunista y le cambiaron la cárcel por exilio. Su padre quiso enviarlo al norte pero Pancho, tomándose muy en serio lo de comunista, no quiso irse al imperio y escogió Argentina como destino. Una vez derrocada la dictadura, se incorporó en segundo año a nuestro curso y terminó formando parte de nuestra promoción. En las aulas de clases trabamos una amistad que todavía conservamos, aunque no nos vemos con la frecuencia que desearíamos. Quizás con unas cervezas entre pecho y espalda, en una de las tantas juergas estudiantiles, fue cuando contó lo de su expulsión. Eso de que fuera comunista jamás me lo creí; no porque tuviera un alto estándar de vida, sino porque jamás le he visto una actitud revolucionaria o contestataria. Muchos jerarcas del comunismo venezolano eran personas con plata, siendo el abogado Gustavo Machado (1898/1983) el caso más emblemático. Machado fue integrante de una de las familias más conservadoras y adineradas de su época y fue, junto con su hermano Eduardo, uno de los fundadores del Partido Comunista Venezolano.

Otro “comunista” que regresó a las aulas de la Universidad Central después de la caída de la dictadura fue Wolfgang Stockhausen. Su expulsión se originó en los acontecimientos del 21 de noviembre de 1957, cuando los estudiante de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad Católica Andrés Bello se lanzaron a protestar abiertamente contra la dictadura y contra el plebiscito propuesto por Pérez Jiménez el cuatro de ese mes y mansamente aprobado por el Consejo Supremo Electoral (nada nuevo bajo el sol) el 17 del mismo mes. Las dos primeras horas de clases las tuvimos de siete a nueve y al salir del auditorium del edificio de Geología, Minas y Metalurgia para dirigirnos hacia la siguiente clase, notamos que el ambiente estaba muy ruidoso y agitado. Vimos en el flanco oeste, en las adyacencias al auditorium de la facultad, a un joven un poco mayor que nosotros montado en un cajón arengando a los bachilleres que se iban aglomerando a su derredor. Hace muy poco vine a saber que se trataba del estudiante de derecho de 24 años de edad y militante de Copei Enrique AristiguetaGramcko. Eduardo Picón Badaracco, estudiante de primer año de ingeniería y testigo de los hechos, dice que muy cerca de Aristigueta y trepado en una caja más pequeña José Ignacio Cabrujas también se dirigía a los atónitos bachilleres, muchos de los cuales eran pueblerinos recién llegados. En “Los estudiantes contra la dictadura”, http://luisloreto.blogspot.com/2007/08/los-estudiantes-contra-la-dictadura.html, entrada de esta bitácora del 2007, identifiqué al personaje del cajón como Américo Martín, pero Gustavo Flamerich (gflamerichr@gmail.com), autor de la novela, o historia novelada “Todo sucedió en un año” que se desarrolla en el entorno del 23 de enero, me dijo que para esa fecha a Américo ya lo habían capturado y estaba preso, seguramente en las instalaciones de la Seguridad Nacional. Aquí necesariamente tengo que repetir algunos de los pasajes de esa entrada, pero sólo los referentes a Wolfgang.

¿Qué hacía  un alemán a quién además tildaban de nazi, en una manifestación de la izquierda? Me imagino que fue por aquello que dijera Winston Churchill que “Quien no es liberal a los veinte no tiene corazón. Quien no es conservador a los cuarenta, no tiene cerebro” (Anyone who isn’t a liberal by age 20 has no heart. Anyone who isn’t a conservative by age 40 has no brain). O quizás su motivo
principal era desenvolverse entre las hermosas muchachas que participaban en la manifestación, ora marchando o aupando a los demás desde las puertas de las residencias femeninas. Los que salieron hacia la plaza Venezuela se apostaron sobre el puente y empezaron a caerle a pedradas a las patrullas que habían llegado por la autopista y se habían estacionado bajo el puente. Al ver los jóvenes que los esbirros seguían llegando como moscas y aun cuando no los superaban en número blandían el convincente argumento de las armas largas, decidieron replegarse hacia el recinto universitario. En la rampa que va hacia la autopista, en donde ahora está el mural de Zapata, dos chicas dudaban entre seguir o devolverse, ya que a una de ellas, presumiblemente la estudiante de economía Gladys Lander, se le había torcido un tobillo. Sintiéndose como la reencarnación aria de Superman, Wolfgang la cargó y trató de devolverse a toda velocidad, pero no pudo alzar vuelo y lo agarraron mansito. Cuando lo metieron en la jaula, uno de los policías lo reconoció como el catire altote que le había roto la cara de una pedrada e intento entrar a vengarse. Por suerte los otros agentes no lo dejaron desquitarse.
A Max Constatile tocó comunicarle a los padres de Wolfgang, en el modesto apartamento que ocupaban en el conjunto residencial “Caciques de Venezuela” de Los Totumos del Cementerio, la mala nueva de la detención de éste. Un funcionario que trabajaba en el área administrativa de la Seguridad Nacional era vecino de los Stockhausen y a él acudió el papá de Wolfgang, a buscar una ayuda que consiguió. Esta vez no fue un poderoso, sino un hombre de a pie, quien intercedió para lograr la liberación de su vecino. Wolfgang estuvo preso cinco días en la plaza Morelos y fue liberado tras las gestiones del embajador de Alemania, pero también había sido expulsado de por vida de la Universidad Central de Venezuela. Su exilio lo fue a pasar en Alemania y él, que ya estaba en segundo año, allá tuvo que empezar de nuevo la carrera, pero se sentía sobrado ya que la preparación matemática que llevaba de Venezuela era de primera. Cuando regresó, después de la caída de Pérez Jiménez, volvió a ser ubicado en segundo año. Ahí nos conocimos, entablamos una gran amistad y a veces estudiábamos juntos e íbamos a beber cervezas con las amigas, en el Citroen que tenía. Nuestra amistad sólo fue interrumpida por su repentina muerte en mayo de 2009, y digo repentina porque sólo duró diez días desde el momento en que me dijo por teléfono que tenía cáncer. Sin embargo él está presente en los dos árboles de fresno que adornan el frente de mi casa, traídos desde La Haciendita, una pequeña finca cafetalera que él tenía por Tejerías.

Créditos: La foto de la plaza Morelos que acompaña estas notas, donde estaban las instalaciones de la seguridad nacional, fue tomada de la bitácora electrónicahttp://orachapellincaracasvenezuela.blogspot.com/2008/08/plazas-y-parques-de-la-vieja-caracas.html, mientras que la del trapiche está publicada en  el trabajo realizado por José Álvarez Cornett: Rafael Grinfeld y Nicolás Szczerban - infoCIUDADANO,

El equilibrio racial

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En una típica conversación de cafetín, en una madrugada previa al dictado de las clases, un joven profesor e investigador, con doctorado en su especialidad obtenido en una prestigiosa universidad sueca, me comentó que cada vez que se identificaba en algún sitio del país como profesor de la Universidad Simón Bolívar, le preguntaban que si era profesor de deportes. Por supuesto que no es por el físico atlético, que sí lo tiene, sino por el color oscuro de su piel y por el cabello rizoso. Esto me recuerda que a pesar del cacareado equilibrio racial de la nación venezolana, la discriminación va más allá de los consabidos chistes (blanco con bata, médico; negro con bata, chichero). De paso quiero mencionar que si en la USB hay algún entrenador deportivo barrigón, esa es más bien la excepción que confirma la regla. Para muestras positivas desde los inicios de la Universidad Simón Bolívar hasta el presente, ahí están John Muñoz, Pancho Seijas (la figura más feliz de la delegación venezolana en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004), Ramón Montezuma (el maloso), Humberto Liendo y Jesús Fuentes.
James Meredith escoltado.
Cuando llegué a Nueva York a finales de septiembre de 1962 a estudiar inglés durante un trimestre para después emprender un postgrado, la gran noticia en la gran manzana era la pretensión de un estudiante de color (como si los demás fueran incoloros, en las palabras del cubano Manolo Oliva) de estudiar en Ole Miss, una clasista universidad sureña. Tengo grabada en mi mente la frase que escuche por la radio en los primeros días de octubre de ese año: “Negro James Meredith is now attending University of Mississippi”. Y escribo la palabra “Negro” con mayúsculas no porque esté al principio de la oración, sino porque así apareció entonces en los medios impresos, como si fuera parte del nombre y el apellido, tal como se puede verificar a través de los documentos de la época recogidos en la Internet. “Nigro” era la forma como los locutores pronunciaban la palabra negro. Para Meredith asistir a su primera clase, no sólo se necesitó de una posición clara y definida por parte del presidente Kennedy, sino que el estudiante tuvo que hacerlo escoltado por agentes federales. Abundaron las manifestaciones en contra y se registró la detención de doscientos amotinados.
En los pasillos de alguno de los pequeños edificios del Queens Collegede la ciudad de Nueva York y de boca de un compañero de Puerto Rico, aprendí que esa metrópolis está habitada por tres razas: negros, blancos y portorriqueños.
—No tienes sino que fijarte en lo que dice el periódico, Luis: The tension escalated in riots between whites, blacks and Puerto Ricans…
Bajo esa óptica, me imagino que en Chicago habría que añadir la raza de los Mexicans. Se supone que en inglés la palabra “negro” no es peyorativa, como sí lo es su derivada “nigger", pero hay que tener cuidado al usar la primera. Estando yo estudiando en Chicago fue a visitarme mi hermano Carlos Daza. Me llamó por teléfono desde Nueva York, nos pusimos de acuerdo para encontrarnos en “TheLoop” donde lo iba a dejar el transporte terrestre que él tomaría en el aeropuerto de O’Hare. Del centro abordamos un autobús hacia el sur, en el cual los únicos blancos éramos los dos hermanos. Recordando a diversos miembros de la familia, surgió en la conversación nuestro primo Juan Bautista Rodríguez Loreto, a quien le decimos con cariño “El negro” simplemente por que sus otros dos hermanos, Gustavo y Abel, son catires y él no. Algo similar pasa con el colega Rafael López, el conocido Negro López del softbol, el baloncesto y las bicicletas. Cuando Carlos pronunció las palabras “el negro”, los pasajeros del colectivo mostraron su incomodidad tratando de reacomodarse en sus asientos casi al unísono y parecía como si el autobús hubiera caído en un inexistente bache.
Los hispanoparlantes del Illinois Institute of Technology(IIT) cuando hablábamos en español, si nos referíamos a alguna mujer negra, generalmente por sus buenos atributos físicos, le decíamos “la colorada” por aquello de “color people”. Una vez andábamos caminando por las afueras del IIT el italiano Giovanni “Nino” Marzullo, el japonés Noboru Hattori, el cubano Manolo Oliva, el mexicano Santiago Chuck, el hindú Ramashankar Sing (mi compañero de habitación en las residencias) y yo. Cuando pasamos por una calle de una manzana vacía que separaba las residencias principales de otro lote de alojamiento más pequeño, apareció un grupo de negros que apartaron a Mr. Sing de nosotros, quizás identificándolo como hermano de raza por su tez obscura a pesar de lo lacio de su cabellera, y empezaron a lanzarnos objetos. Íbamos hablando en inglés, pero cuando los latinos reaccionamos en forma automática profiriendo insolencias en español, encabezadas por alguna referencia a sus madres, nos vieron con ojos raros y nos dejaron tranquilos.
Tres comunidades negras ocupaban igual número de puntos cardinales alrededor del IIT. Hacia el oeste y después de pasar la línea del tren, habitaba una comunidad de blancos, mayoritariamente de origen italiano. A esta última zona nos desplazábamos cuando queríamos bebernos unas cervecitas o comernos una hamburguesa distinta a las de McDonald's, que en ese entonces salían en un solo formato: carne delgadita, pan sencillo, pero eso sí, con las mejores papitas fritas. Las de los italianos venían con una laja de carne gruesa y el pan tenía semillas de ajonjolí. Cuando los latinos comíamos pizza, lo cual no ocurría con mucha frecuencia por lo vacío de nuestros bolsillos, nos las enviaban a domicilio. Una vez Nino, el salvadoreño Luis René Cáceres y yo salíamos de un sitio de la localidad oeste, después de habernos tomado algo y nos preguntó un negro de aspecto muy humilde, en tono temeroso, que si ahí le despachaban a los negros. Le contestamos que no sabíamos, pero que tenían que atenderle, a juro. Quizás arrepentido de haber preguntado, por lo belicoso de nuestra respuesta, nos dijo:
Look men, I mean no trouble.
Afortunadamente no discriminaban, porque con el furor de los tragos (a veces lo que aflora es una pena sensiblera, como dice la canción) quién sabe que barrabasada hubiéramos cometido.

Estando yo visitando en Atlanta al colega y amigo Jesús Peña, que estaba sacando su doctorado en Georgia Tech, terminamos reuniéndonos varios venezolanos y un colombiano, salimos y nos bebimos más de una cerveza. Alguien propuso ir a Underground Atlanta, un área histórica de cinco cuadras que quedó sepultada bajo la vialidad de concreto que se construyó en los años veinte para aliviar el tránsito vehicular. En el 78 faltaban todavía dos años para que la zona fuera afectada por la construcción del metro de Atlanta y se había convertido en un lugar bastante peligroso en horas nocturnas. Esa noche estacionamos sin ponerle monedas al parquímetro y descendimos, cada uno con una botella medio llena o medio vacía en la mano. Había muy poca gente en las calles subterráneas y en cada esquina un robusto policía recordaba que había que portarse bien. Yo diría que todos estaban borrachos menos yo, pero no porque sea el que está contando el cuento, sino porque a ellos los trastornó el bajo contenido alcohólico de la insípida cerveza gringa, pero no a mí, que acababa de llegar de Venezuela e iba bien entrenado por la bebida del oso. Apenas bajamos la primera escalera y vislumbramos la ciudad subterránea, a uno de nosotros se le cayó de la mano la botella de cerveza y el ruido que hizo al romperse fue amplificado por la resonancia del ambiente cerrado. Mas fuerte resonaron, sin embargo,  las imprecaciones que soltó en español. Esto, unido a nuestro innegable aspecto de latinos y al hecho de que se entendía que hablábamos en español, provocó la fuga de los pocos presentes. Esta vez fuimos nosotros los discriminados, porque a pesar de que ninguno era de tez obscura, todos nos expresábamos en la lengua de los violentos.
Para los angloparlantes, la palabra negro se refiere a una persona cuyas raíces están en el África negra. El término fue aceptado como menos ofensivo que “black” hasta la época de los movimientos de los derechos civiles, años cincuenta y sesenta del pasado siglo. La palabra fue objetada, por su asociación con una larga historia de esclavitud, segregación y discriminación que trataba a los afrodescendientes norteamericanos como ciudadanos de segunda clase y aún peor. Desde finales de la década de 1960 se propusieron términos como “Black African”, “Afro-American”, “African American” y “Afro Descendant”. La historia contemporánea recoge a Barak Obama como el primer afroamericano en ejercer el cargo presidencial en los Estados Unidos de América. En Hispanoamérica y por su mayor alcance ha prevalecido la expresión “Afrodescendiente”, aunque en nuestras latitudes nadie se enreda por decirle negro(a) o negrito(a) a su amigo(a) de piel obscura, aun cuando los antepasados no hayan venido del África subsahariana.
Termino en tono jocoso. Un compatriota venezolano que me visitó cuando yo estaba en Atlanta de año sabático, después de haberse paseado por la ciudad, me dijo que había identificado dos problemas muy graves: la discriminación racial y la gran cantidad de negros que había por todas partes.
Referencias:

Las buenas cervezas.

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  1. Una botella de vino Sylvaner y un chateaubriand casi crudo son el punto de partida de 62 Modelo para armar, novela de Julio Cortázar que adquirí hace algunos años y que versa sobre el vampirismo. Junto a Recuento de Luis Goytisolo, por la cual pagué en 1975 cien bolívares, 62… cae en la categoría de los libros que he comprado, he leído una buena porción y no los he terminado. “Herzog” de Saul Bellow, cuya edición de bolsillo compré el 30 de marzo de 1969 en el aeropuerto Kennedy también entraba en ese grupo. Empecé a leerlo en un vuelo de Nueva York a Caracas de ese día, pero sólo vine a terminar de leer sus 416 páginas el 17 de diciembre de 2004, más de 35 años después. Había pagado por el libro 95 centavos de dólar (a 4.40) y me imagino que no quería desperdiciar mi dinero. Pero cuando termine de leer “Recuento” o “62…” no habré batido ningún record personal, ya que en 1950 y con sólo 12 años de edad me leí, en una edición en papel biblia que me prestaron, la parte primera de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” y, a pesar de que lo he intentado varias veces, no he avanzado casi nada en la parte segunda. De paso, la cantidad de cien bolívares marca un hito, pues fue la primera vez que desembolsé una cifra de tres dígitos por un libro. Pero en esta nota la literatura sólo sirve para explicar su génesis, ya que gira en torno a la cerveza. El juicio que emití en la entrada anterior de esta bitácora, sobre la calidad del espumoso líquido al hablar de una gira de ebrios hacia Underground Atlanta, ha disparado mi memoria hacia Calabozo, Caracas, Chicago, Santo Domingo, Maiquetía y finalmente Atlanta. Espero que algunos puedan hacer memoria  de su primera borrachera o de su protagonismo en situaciones similares a las aquí presentadas.
Recuerdo muy bien la fecha y el lugar en el cual bebí mis primeras cervezas: Calabozo, Estado Guárico, un sábado de noviembre de 1950. Aun cuando Google es un buen bálsamo para hacer memoria en cosas del dominio público tales como cantantes y canciones, esta fecha la recuerdo porque mi abuela paterna María cumplía setenta años y se lo celebraron por todo el cañón. Mi abuela nació en 1880 y yo en 1938, así que sólo tenía doce años recién cumplidos el día de la parranda que se celebró en la amplia casona colonial de los Loreto Loreto. Recuerdo haber visto entre los invitados a monseñor Arturo Celestino Álvarez, Obispo de la Diócesis de Calabozo, una figura que no podía pasar inadvertida por la singular vestimenta púrpura y porque todos los asistentes le besamos el anillo. La bebida fina circulaba dentro de la casa, pero en el patio había un grupo de barriles llenos de panelas de hielo picadas con punzón y botellones de cerveza, los cuales como si se tratara de San Juan Evangelista en semana santa, quedaron en manos de los muchachos. Jóvenes y mayores amanecimos en la fiesta y a las seis de la mañana nos dirigimos todos hacia la Iglesia Catedral, a dos cuadras de la casa, a la celebración de la santa misa. Faltando una media cuadra para llegar a la puerta lateral del templo, sentí que todo me daba vuelta y decoré el centro de la calle con el contenido sólido y líquido que había estado albergado en mi estómago. Ese día juré que más nunca bebería licor, promesa que por supuesto he incumplido reiteradamente. De paso quisiera mencionar que los cien años de la abuela se los celebramos en 1980 tanto en Caracas como en El Tapiz, la hacienda de los Loreto en las afueras de Calabozo. Ella falleció en diciembre de 1988, con 108 años cumplidos.
El año escolar 57-58 estudiaba yo primer año de ingeniería en la Universidad Central y vivía con mis abuelos maternos en una casita de la parroquia La Pastora. La modesta vivienda también la compartían mi tía abuela María Teresa Rodríguez (Teté), mis tías Elba y Gladys y mi tío Carlos. Vino de visita desde el interior mi tío Fernando y salimos, los dos tíos y el sobrino, a tomarnos unas cervezas. Fernando, que toda su vida prefirió la cerveza, nos llevó a un sitio entre las esquinas de Bolsa y Pedrera, a lado del cine Palace. Las polarcitas costaban un bolívar, estaban más frías que espalda de foca y nos atendía una mesonera no muy agraciada pero bastante amable. Bastó que yo comentara lo buenas que estaban las cervezas para que mi tío Carlos, más mujeriego que bebedor aun cuando se excedía en los dos campos, propusiera mudarnos a otro lugar en el cual las cervezas eran superiores. Llegamos al nuevo bar, no muy alejado del anterior,  donde las cervezas estaban menos frías y costaban medio más, uno veinticinco. Eso sí, las mesoneras eran unas hembras  de concurso. Años más tarde en Chicago, la mejor cerveza era la de sifón (draft beer) que destilaban unos alemanes en Sieben's en la parte norte de la ciudad y ahí íbamos si la idea era bebernos unas frías. Sin embargo, si también se buscaba la compañía de féminas, había que desplazarse hacia el sur del Instituto Tecnológico de Illinois, IIT, a los bares de los alrededores de la Universidad de Chicago, en donde expedían las insípidas cervezas gringas convencionales.
Estuve en la República Dominicana en abril de 1965, una semana antes de que cayera el triunvirato presidido por el rubio Donald Ried Cabral. Mis anfitriones me llevaron a un local nocturno que era una versión a menor escala de “El Campito”, célebre lupanar que estaba en Maiquetía, en las inmediaciones   del estadio César Nieves, y al cual mis alumnos del postgrado de la Marina de Guerra llamaban "Les ChampsElysées". Aparte de las dimensiones, la única diferencia era que en Maiquetía las mujeres se desnudaban en privado. En el local de Santo Domingo presentaron un show musical en el cual cantaban hombres y mujeres. Un cantante venezolano sudó la gota gorda al tratar de interpretar "Barlovento", porque para los del acompañamiento musical eso estaba muy lejos del merengue. Alrededor del escenario bailaba una comparsa de nativas, cuyas pacatas vestiduras muy poco dejaban ver de sus atractivas figuras. El número final, con el solo de saxo de “SummerTime” como telón de fondo, estaba a cargo de una venezolana, la cual se desnudaba con lentitud para terminar mostrando los senos. Nadie es profeta en su tierra, en "La Taberna del Puerto" que estaba a media cuadra de la Calle Real de Sabana Grande, llegando al cine Broadway, muchas mujeres se desnudaron mas ninguna era venezolana. Como se verá, esto último viene más al cuento a pesar de que las cervezas abundaron.
Susana Duijm
A finales de octubre de 1978 estuve tomando un curso corto en el Instituto Tecnológico de Georgia, en Atlanta. La fecha la recuerdo con precisión porque el 30 de ese mes y ya de regreso a Venezuela, nació en Caracas mi primera hija. También recuerdo que esa fue la primera vez que vi un cajero automático, el cual entregaba los dólares dentro de unos sobres que todo el mundo descartaba de inmediato y con descuido, contaminando el ambiente. La noche anterior a mi regreso me reuní con Jesús Peña, otros venezolanos y un colombiano en el apartamento de Jesús. Salimos a tomarnos unas cervezas, yendo primero a un lugar bastante placentero llamado “Colorado MiningCompany”. El bar estaba ubicado en una cabaña de madera, rodeada de abundante vegetación, sobre una de las tantas avenidas PeachTree que hay en las afueras de Atlanta. Las sosas cervezas estaban bastante frías y la chica que cortésmente atendía la sección de la barra donde yo estaba sentado, era una especie de Susana Duijm en su máximo esplendor. Pero el colombiano propuso que fuéramos a un sitio mejor, el “Mongo Room”. De la pastoril cabaña, fuimos a parar a DownTown Atlanta, a un bar de mala muerte que se alojaba en el primer piso de una destartalada casa. Las cervezas estaban calientes y la mesa la atendía una señora vietnamita bastante mayor, pero pude entender los motivos del colombiano cuando al final empezó un show musical en el cual se desnudaba una argentina. De ahí terminamos en la cercana “Underground Atlanta”, tal como lo narré en “El equilibrio racial”, la entrada anterior de este blog.

Nacido en Sartenejas

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Carretera vieja de Baruta

Mi primer contacto con la zona de Baruta y La Trinidad lo tuve a finales de los años sesenta, cuando fui de pasajero en el Volkswagen de Luis Ernesto Christiansen a visitar a nuestra amiga Carmencita Sotillo, que vivía en La Trinidad, en una zona desolada cercana a la subestación eléctrica de la calle La Cantera, donde la quintas que se habían construido se podían contar con los dedos de una mano y sobraban. Para llegar a esos parajes había que tomar la carretera vieja de Las Minas de Baruta, que empezaba al final de urbanización Las Mercedes, por donde hoy está el centro comercial Tolón, pasaba por el barrio El Güire y empezaba a subír por el sector La Naya. El enlace entre El Güire y La Naya era prácticamente perpendicular a la actual autopista de Prados del Este, la cual por supuesto no existía. Prados del Este (Los Prados, para los pobladores originales) se anunciaba en ese entonces como “Una ciudad en el campo y un campo en la ciudad” mientras que La Trinidad era “La ciudad satélite de Caracas”.
El aviso metálico que daba la bienvenida a los visitantes se puede ver hoy en día a la salida del túnel de La Trinidad, después de haber sido rescatado y restaurado por los vecinos y mudado desde el sitio original, donde estaba escarapelado, oxidado y oculto detrás de unos matorrales. Según las cuñas promocionales en la televisión en blanco y negro, en La Trinidad el agua súper abundante saltaba a la vista. Los caraqueños parranderos y levantadores de féminas se adentraban hasta Mi Vaca y Yo, en el sector La Naya, ignoto paraje preferido por los hombres casados infieles, donde era bien difícil que los agarraran con las manos en la masa. Muchos grupos, después de alguna celebración familiar y poseídos de un espíritu aventurero terminaban sus noches de diversión en el Montmartre, en la calle Bolívar de Baruta con la calle Ricaurte, al fondo de la iglesia. Ahí podían echar un pie y disfrutar de la actuación musical del famoso organista Kurth Löwenthal.

La hacienda Sartenejas
Si llegar a Baruta era toda una hazaña, qué se puede decir de la hacienda Sartenejas. En esos años el acceso desde y hacia Sartenejas, tanto en vehículos rústicos como en carretas y a caballo era por El Valle, un pequeño pueblo de las afueras de Caracas. El fuerte del movimiento estaba en el arreo de semovientes hacia el matadero que estaba en el sitio donde luego se construyó, entre 1946 y 1949, el embalse de La Mariposa. Los ganaderos aprovechaban el viaje para llegarse hasta El Valle, el cual se comunicaba con los poblados mirandinos de San Antonio de los Altos y San Diego de los Altos y también con Charallave, por La Cortada del Guayabo y a través de los caminos construidos por el general Juan Vicente Gómez. En la ruta de La Mariposa a Sartenejas, apenas se pasaba por la represa, empezaban a verse las humildes viviendas erigidas en donde hoy está el Laboratorio de Alta Tensión, con matas de cambur morado aflorando en los patios. Los tripones se asomaban a ver pasar las caravanas, guareciéndose del sol bajo las matas, las gallinas se alborotaban, los perros ladraban y los dueños de alguna pequeña pulpería salían a atender a los viajeros, quienes aprovechaban para aprovisionarse. Desde Baruta sólo se podía acceder a Sartenejas a lomo de bestia, por un camino de recuas que terminó siendo el trazado de la actual vía hacia El Placer. De ahí partía la única ruta hacia Gavilán, Turgua y Sisispa al este. Los habitantes de estas últimas zonas preferían llevar sus productos hasta Santa Lucía, por la fila de Quintana, donde los embarcaban en el Ferrocarril Central de Venezuela, para llevarlos hasta la estación de Maripérez, ubicado donde hoy está el edificio de la CANTV en la avenida Libertador. Desde Sartenejas existía un ruta para bestias por El Hoyo de la Puerta hacia La Cortada del Guayabo, muy similar a la actual, salvo que era bastante estrecha para ese entonces. Todavía no se había construido la carretera de la gran curva que pasa por el vivero, sino que había que para evitar los zanjones se subía por dentro de la hacienda hacia la segunda etapa de Monte Elena, saliendo hacia Hoyo de la Puerta por donde ahora está IDEA. Está ruta era la que preferían los jinetes que alojaban a sus monturas en el Club Campestre Sartenejas. De ahí partió más de una vez a cabalgar el colega Eduardo Capiello, quien a la larga terminó siendo uno de los profesores fundadores de la Universidad Simón Bolívar y el primer docente de esa institución que compró su casa de habitación en la urbanización El Placer. Según cuenta Eduardo, quien recogió mucha de la información histórica de la zona de boca de Luis Herrera, uno de los pisatarios más antiguos que conoció en sus travesías, para ese entonces las zonas altas servían para engorde del ganado y éste, a fuerza de dentelladas, las convertían en cerros pelones. Por eso hoy en día y a pesar de la invasión del asfalto y de las edificaciones, hay mucho más verdor, gracias a la siembra de pinos que acompañó al nacimiento de la universidad.
Eduardo Capiello en 2013
A finales de los años cincuenta y principios de los sesenta empezó la urbanización de la zona aledaña a El Placer y a los Guayabitos y la construcción de la autopista Coche–Tejerías. El transporte de materiales de construcción y de personal especializado hacia esas obras impulsó la transformación en carretera del camino de recuas que salía desde Baruta hacia El Placer, pasando por la zona alta de Barrialito, donde hoy en día está la calle Orinoco de la urbanización Piedra Azul. La parte baja, donde se empalma la carretera hacia El Placer con la variante Piedra Azul–La Trinidad, era en ese entonces una zona anegable y todavía lo es en tiempos de lluvia, al igual que el tramo donde la autopista de Prados del Este cortó en forma perpendicular a la vieja carretera de Caracas a Baruta, la cual iba bordeando las quebradas. A pesar de lo pintoresco que pudiera resultar, para los pasajeros que abordaban en Baruta los carritos por puesto que los llevarían a Hoyo de la Puerta, el desvío hacia la Casa Grande (la sede actual del Rectorado de la Universidad Simón Bolívar) no era más que un retardo adicional, el cual era aún mayor en época de lluvias. Para los pisatarios asentados hacia la parte oeste del enorme latifundio la existencia de esa línea de automóviles, cuya actividad se intensificó en abril de 1965 con la inauguración de la primera etapa de la autopista Coche—Tejerías entre el distribuidor de Hoyo de la Puerta y la Cortada de Maturín, les permitía enviar a los hijos a estudiar. Así que muchas veces se cruzaban en uno u otro sentido los carruajes movidos por invisibles caballos de hierro que se contaban por centenas, con las bestias en cuyos lomos bajaban hacia Baruta las rosas y las hortalizas que se cultivaban en Sartenejas. De éstas formó parte el famoso el salsifí, ese delicioso nabo de delicado sabor semejante al de las ostras hoy prácticamente desaparecido de los mercados caraqueños. La promesa de que el futuro de la papa en Venezuela estaba en estas húmedas tierras aledañas a Caracas, sólo se vino a cumplir como una metáfora, ya que muchos han metido los pies bajo la mesa gracias a las labores que desarrollan en las aulas, en los laboratorios y en las oficinas que cambiaron no sólo el verdor del valle sino también su clima. El verde se desplazó hacia las cumbres con la llegada de los pinos, cuyos primeros ejemplares se plantaron en jornadas voluntarias de siembra de fines de semana en la cual participaron por igual profesores, estudiantes, empleados y obreros. Vino el asfalto y se fue la neblina, pero como dicen en mi tierra “no se puede repicar y andar en la procesión”.
No sé si el agricultor Cruz González era un pisatario en el sentido estricto de la palabra, es decir que ignoro si él le pagaba arrendamiento a don Antonio Santaella por el terreno que cultivaba en la finca rústica de gran extensión que ocupaba el valle de Sartenejas, terrenos en los cuales también se alojaba el Club Campestre del mismo nombre. Esto, sin embargo se lo podría preguntar al mismo Cruz o a su hijo Edito, ambos jubilados de la Universidad Simón Bolívar. Lo que no pongo en duda es la condición de latifundista y de pérezjimenista de Santaella. Porque es la caída del dictador de Michelena la que origina el declive de las actividades del Club Campestre y la ulterior expropiación de los terrenos por razones de utilidad pública. La Casa Grande, en donde durmieron en épocas muy distantes entre sí Simón Bolívar y Nelson Henry Geigel Lope–Bello, pasó a ser en 1969 la casa del Rectorado y en sus salones ya no se reunían el mismo Marcos Pérez Jiménez, Laureano Vallenilla Planchart y Pedro Estrada, sino que las familias avecindadas en el valle empezaron a encontrarse con nuevos personajes, sobre todo con los empleados administrativos que alternaban sus actividades entre el Centro Comercial El Placer y la casa colonial: Nelson Suárez Figueroa, Miguel Caputti, Perucho González (Carretera), Alicia de Padrón y Roldán Mendoza. Los pasajeros de los carritos que se desviaban hasta la fachada de la Casa Grande, en donde daban la vuelta en U, vieron como esta empezó a trasformarse con la torre de doble techo que permitió adosar armónicamente el paraninfo a la antigua construcción. La transición puede apreciarse fácilmente desde el interior del rectorado, no sólo por el nivel más elevado de los techos del ala oeste, sino que en éstos las tejas reposan sobre madera contrachapada, mientras que en el lado izquierdo se ve la armazón de caña brava y bahareque. Para el año de 1952 en la zona actualmente ocupada por el laboratorio de alta tensión, popularmente conocido como “la jaula de King Kong”, habitaban entre 15 y 17 familias, la mayoría integradas por criollos y algunas por portugueses. El 26 de junio de ese año nace en Sartenejas, de manos de una partera, Edito González. Su madre era cocinera del Club Sartenejas y los fogones funcionaban del otro lado de la carretera, donde primero estuvo INTECMAR en tiempos de Kaldone Nweihed y de Hernán Pérez Nieto y donde ahora funciona la Unidad Educativa. La piscina del Club estaba ubicada detrás del sitio donde hoy está la guardería. Estas instalaciones, según Edito, conservan el mismo aspecto que tenían en los años cincuenta. Edito empezó el bachillerato a finales de los años sesenta en el liceo Alejo Fortique, que estaba ubicado frente a la plaza de Baruta y concluyó sus estudios de Perito en Electrónica en la Escuela Técnica Industrial (ETI) de Campo Rico entre los años 1971 y 1973. Para ir al liceo caminaba hasta la Casa Grande, en donde tomaba un carrito de a real, de los que cubrían la ruta de Baruta a Hoyo de la Puerta.  El horario de la ETI era nocturno, pero ya para ese entonces el transporte automotor en la zona se había intensificado con el advenimiento de la Universidad Simón Bolívar. En agosto de 1974 Edito conoce a Flor Sosa, la jefa de personal, a Carlos Flores el jefe de nómina y a Benjamín Mendoza, el alma del rectorado, cuando Nelson Suárez lo recluta para laborar en la Universidad Simón Bolívar. Durante un mes trabajó con Jesús Olivier, el recordado “compai”, quien era el capataz del edificio Básico I, porque cada edificio tenía su capataz y el del Básico II era el señor Escobar. Luego pasa a ser mensajero del Rector y recepcionista del rectorado, haciéndole una suplencia a Miguel Montezuma. En 1978 pasa a trabajar en la sección de correspondencia, que dependía de Cenda, en las instalaciones de Los Guayabitos, bajo la supervisión de Julio César Lizarraga. Cuando el correo se instala en el año 81 en el edificio de Comunicaciones, ya esas labores estaban adscritas a Servicios Generales. Allí llegó a ser Jefe de la Oficina de Correspondencia, hasta que el profesor Juan Carlos De Agostini lo pone a trabajar como técnico en computación, una rama afín a sus estudios de electrónica. Como tal se jubiló y no es de extrañar que una de las personas de las cuales guarda los más gratos recuerdos sea precisamente el profesor De Agostini. De Juan Carlos yo puedo decir que es una dama, usando esa expresión de alabanza tan venezolana que hace unos años me recordara la apreciada colega Lourdes Sifontes.

Mi abuelo, el afinador de pianos.

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Francisco de Paula Loreto Quintana
Estas líneas giran en torno al abuelo que conocí, mi abuelo materno, pero primero haré una breve referencia a mi abuelo paterno, a quien que no conocí. Mis raíces paternas vienen del estado Guárico, de Calabozo, mientras que las maternas son caraqueñas. Mi abuelo paterno, el hacendado Francisco de Paula Loreto Quintana, murió joven. En su matrimonio con María Eugenia Loreto Martí, su prima hermana, procrearon once vástagos de los cuales Francisco de Paula, mi padre, fue el mayor. A mi abuela paterna todos la trataban de doña María, menos los numerosos nietos, que la llamábamos abuelita por su delgada figura. Del abuelo llanero las malas lenguas decían que cómo no iba a estar rico, si María le paría un peón todos los años. Que yo sepa, mi papá ayudó en las tareas propias de la finca “El Tapiz” desde muy niño, pero cuando alcanzó la edad adecuada mi abuelo lo mandó a estudiar al liceo San José de Los Teques, donde duró muy poco tiempo y no precisamente por bajo rendimiento estudiantil.
Julio César Rodríguez, mi abuelo materno, fue afinador de pianos. Nació en Valencia, Edo. Carabobo, el 21 de junio de 1883, creció en Villa de Cura, Edo. Aragua y murió en Caracas, a la edad de 88 años, el 29 de noviembre de 1971. Por muchos años, hasta 1943, residió en la parroquia San Juan (Caracas), frente a la plaza de Capuchinos. Desde ese año fue vecino de la parroquia La Pastora, de Gloria a Sucre 23, hasta el día de su fallecimiento. Se casó con Clara Rosa Díaz (Rosita), caraqueña de la parroquia San Juan descendiente directa de isleños (Islas Canarias), unión en la que procrearon cuatro varones y tres hembras; mi madre, Olga Teresa, fue la mayor de las hembras. Cuando nos referíamos a mi abuela materna, los Loreto Rodríguez le decíamos la abuelota, porque era algo robusta y mucho más si se la comparaba con mi abuelita.
Mi padre era bajo de estatura pero bastante fornido y camorrero, como todo hombre bajito. A él y a varios de sus hermanos, por su cabello rubio oscuro semejante al pelo del león, los llamaban araguatos. Apenas llega al Liceo San José, un bachillerato para muchachos mayores ubicado en Los Teques, durante el primer recreo los compañeros de estudio empiezan a mofarse del catire que no podía negar que era un campesino. Uno de los estudiantes, que tenía ciertos conocimientos y destrezas en el arte del boxeo, le busca pleito y empieza a apabullarlo, conectándole jabs y bailoteando alrededor de él. Mi papá trató de esquivar el aguacero, pero ante el primer derechazo que recibió, reaccionó y llevó el combate a su terreno. Acostumbrado a lidiar con novillos, a tumbarlos por los cachos para darles vuelta y caparlos, se abalanzó sobre el mozalbete, lo levantó en vilo y lo dejó caer sobre el piso del patio, que por fortuna era de tierra. Ahí se acabó la pelea y los estudios de mi progenitor. Las comunicaciones de cualquier tipo eran difíciles en ese entonces, por lo que me imagino que tardó cierto tiempo para que a mi abuelo le llegara la notificación y fuera a buscar a su hijo que había sido expulsado del colegio. Posiblemente fue el mismo doctor José de Jesús “El Tigre” Arocha, fundador y director del plantel, quién le hizo entrega a mi abuelo de mi padre; en sus palabras dejó ver que Francisco de Paula sólo sabía bregar con bestias y que por poco no había matado a su contendor. Como castigo, mi abuelo no se llevó a mi padre con él para Calabozo, sino que lo dejó en el camino, en Cagua, trabajando esta vez sí como peón, en la hacienda de su cuñado don José Gorrín, un acaudalado ganadero casado con María Teresa Loreto Quintana, a quien todos mis hermanos llamábamos mi tía Teresa.
            La historia de los Loreto Rodríguez empieza a comienzos de 1936, cuando muere en Caracas don José Gorrín, en su casa de habitación de la parroquia San Juan, aledaña a la plaza de Capuchinos. Al velorio asistió Olga Teresa Rodríguez a acompañar a sus amigas las González, unas vecinas que también eran amigas de la familia del difunto. Allí ve por primera vez Francisco de Paula a Olga y se prenda de ella al punto que va a pedirle la mano a su padre Julio César sin ni siquiera haber hablado con la que a la postre sería mi madre. Afortunadamente el general Juan Vicente Gómez había muerto en diciembre del 35, porque según contaba mi papá, en tiempos de Gómez no había a quién ganarle un centavo. Una vez muerto el dictador se abrieron fuentes de trabajo y en el 36 mi papá empezó a trabajar como caporal en la construcción, a pico y pala, de la carretera de Sebastopol y Las Adjuntas, a la salida de Antímano.  Ya de novio con mi madre, se lleva a mis tíos Eliseo y Fernando a trabajar en la carretera, empleo que les dura poco, porque a cuenta de ser cuñados del supervisor se pusieron a echar carro y mi padre no tuvo más remedio que botarlos. Desde ese momento en la familia Rodríguez Díaz empezó a correr el rumor, ampliamente confirmado con el correr de los años, de que Loreto —como todos ellos lo llamaban—era un hombre bastante fregado.
            Mis padres Francisco de Paula y Olga tuvieron ocho hijos, seis varones y dos hembras. Los tres primeros nacimos en Caracas, en la parroquia San Juan, en tres casas diferentes: Cochera a Puente, Horno Negro a Puente Casacoima y Horno Negro a Río. Los cinco siguientes fueron concebidos en San Juan de los Morros, donde se avecinda mi papa en 1941 como Director Seccional de Estadísticas. Como mi papá confiaba más en los médicos caraqueños y en los cuidos post parto que le iba a prodigar su suegra a la madre y al recién nacido, los tres del medio, un varón y las dos hembras, nacen en la parroquia La Pastora, dos en la casa de mi abuelo de Gloria a Sucre y la mayor de mis hermanas de Sucre a Cola de Pato, donde vivía alquilada una hermana de mi mamá. Los dos últimos sí nacieron en San Juan de los Morros. De mis hermanos, Julio Vicente, psicólogo y abogado, fue un prolífico escritor pero el más conocido es Félix, el actor de teatro y televisión. Cuando me preguntan si Félix es familia mía, yo contesto que soy su hermano, pero que antes él era hermano mío, por el hecho de ser menor, el penúltimo de todos. A tal punto llega la fama de la farándula, que cuando mi hija se casó vine a saber que mi consuegra había sido alumna mía, al ella expresar que uno de sus profesores que había tenido en el postgrado era hermano de Félix Loreto. Eso había ocurrido treinta años atrás y no es tarea fácil aún para la mejor memoria, recordar los nombres o la fisonomía de una plétora de antiguos alumnos.
           
            Mi abuelo Julio César debería tener un sitio reservado en la historia de Venezuela, pues fue la primera persona que importó pianolas a nuestro país y también el primero que aquí fabricó rollos para dicho artefacto. Esta información la leí en la contra carátula de un disco de acetato que grabó uno de sus tantos amigos, entre los que se contaban Vicente Emilio Sojo y José Antonio Calcaño. Su prodigioso oído musical, del cual no heredé nada, le permitió ganarse la vida como afinador de pianos. Sus innegables dotes de artesano, de las cuales sí creo que heredé algo, le permitieron también reparar pianos y construir cuatros, esto último como simple hobby. La casa de La Pastora estaba llena de pianos que requerían de alguna reparación de envergadura, pero algunas veces hacía reparaciones menores a domicilio, caso en el cual a su equipo habitual de la llave de afinar y el diapasón agregaba una pesada caja de herramientas, no tan pesada porque muchas veces yo, en las vacaciones que pasaba en Caracas y siendo un mozalbete macilento, me iba con él y lo ayudaba a cargarla. Honrado hasta la pared de enfrente, más de una vez conseguía objetos de relativo valor dentro de las cajas de resonancia de los pianos que reparaba a domicilio, los cuales entregaba con presteza a los dueños. El caso más emblemático fue cuando encontró un valioso collar de perlas en el piso de la caja del piano, tapiado por el sucio y las telarañas, el cual la propietaria había dado por perdido, sin saber cómo ni cuándo se lo habían robado. Hasta una recompensa quiso darle la señora, pero él no la aceptó.
           
La Escuela de Música.
            Mi abuelo Julio César afinó y reparó los pianos de casi toda la aristocracia caraqueña de su época, hasta pocos días antes de fallecer. A una avanzada edad a la cual quizás anhelaba descansar, seguía en plena actividad para subsistir con dignidad. Además seguía siendo buscado y preferido para afinar los pianos en las celebraciones de algún evento musical importante en los escenarios caraqueños. Mis tíos Eliseo y Julio César, herederos de las aptitudes y el talento para la música de mi abuelo, también trabajaron afinando pianos, aunque Julio César se dedicó más que todo a la enseñanza de ese instrumento y Eliseo, de quien decían que era tan buen afinador o aún mejor que su padre, murió joven. Mi tío Julio César recibió clases de piano a domicilio y luego fue a la Escuela de Música, entre las esquinas de Veroes y Santa Capilla. Mi madre también recibió clases de piano en la casa de la parroquia San Juan, pero su profesora, una señora llamada Dolores, se quedaba dormida en plena clase y se despertaba preguntando “¿Por dónde íbamos?”, con lo cual el progreso era muy lento. Mi mamá no pudo asistir a la Escuela de Música, ya que en los años treinta era impensable que una muchacha saliera sola a la calle, ni siquiera de día, en una Caracas que se podía catalogar de bucólica. Mi abuelo era el afinador oficial de los pianos de la Televisora Nacional (canal 5), de los teatros Municipal y Nacional, de la Casa de la Cultura Popular, de Radio Continente y de Radio Caracas Televisión. También iba a Maracay a afinarle los pianos al general Gómez; una vez que fue a esa ciudad salió del hotel y fue a dar una caminata por la plaza Bolívar. Un chácharo lo vio con malos ojos y manoseando la peinilla, le preguntó que hacía por ahí, pero casi inmediatamente otro chácharo de mayor jerarquía le dijo al primero que no molestara al visitante, que “el señor era de la causa”. Nunca le conocí causa política alguna a mi abuelo, aun cuando él, a veces, usaba el término “godo” para referirse a alguna persona que le caía mal. Quizás ésta fue la única expresión “demodé” que le oí, porque cuando decía que iba para los lados de la quinta de Crespo, tan sólo estaba usando el nombre empleado durante muchos años de su vida para el sitio donde el general Joaquín Crespo construyó su residencia. Después, esos terrenos fueron donados a la nación por el presidente Crespo y en ellos el gobierno de Eleazar López Contreras empezó a edificar el mercado de Quinta Crespo, el cual sólo vino a ser inaugurado en 1951 por Marcos Pérez Jiménez.
El mercado de Quinta Crespo.
            En la Televisora Nacional empezaron a pedirle la cédula a la hora de ir a cobrar su sueldo y él contestaba que no la tenía, lo cual era verdad. Para noviembre de 1942 cuando se ceduló el primer venezolano, el presidente Isaías Medina Angarita, mi abuelo ya tenía 59 años y se había desenvuelto a cabalidad sin ese, en su criterio, entorpecedor invento. Pero al informarle la secretaria, la tercera ocasión que le pidió el número de cédula, que la próxima vez no iban a pagarle la quincena si no presentaba la cédula, se apresuró a sacarla. En el otro extremo mi papá, que era un funcionario gubernamental de muy bajo rango, fue uno de los primeros tres mil venezolanos que tuvo cédula, la 2933. Estas cuatro cifras, unidas a hecho de que mi papá vivió más de noventa años, causó que cuando le pedían el número de cédula, después de él enunciar los cuatro guarismos la gente se quedaba esperando el resto y él tenía que decirles que eso era todo.
            Mi abuelo Julio no fue amigo de beber licor, pero sí fumaba. Dejó de hacerlo cuando sus hijos llegaron a la adolescencia, para que no tomaran el mal ejemplo de él, pero al ver que había fracasado en el intento ya que mi madre fue la única de sus hijos que nunca fumó, volvió a tomar el vicio. Fue un gran fanático de la lucha libre profesional, espectáculo que vino a Venezuela junto con las transmisiones de televisión. Cuando tenía pesadillas se despertaba dándole a la pared con el canto de la mano, emulando su inconsciente a los luchadores que había visto en blanco y negro en la pantalla de Televisa (Canal 4), que fue donde primero se presentó el también llamado “Catch as catch can”, con la animación de Blas Federico Jiménez. Desde la parte baja de una esquina el narrador promocionaba al whisky Old Original, campaneando un trago que se servía de una botella que al principio de la transmisión estaba llena; al final era palmario para los televidentes que la botella estaba vacía y que la dicción del animador había ido desmejorando con el progreso del espectáculo. Cuando empezó la competencia entre canales en ese renglón del pancracio y el Canal 8 —CVTV, que era para ese entonces una emisora privada— empezó sus emisiones en vivo los sábados por la noche, con la animación de Antonio del Nogal, a mi abuelo no había quien lo moviera de su poltrona de mimbre, mientras se entretenía con las peripecias de Dark Búfalo, Bernardino Lamarca, Jaime El Fantasma, Bassil Batahy el Gran Lotario, bautizado este último no en honor al emperador carolingio sino al inseparable amigo de Mandrake el mago. Mi abuelo decía que si alguien se metía con él en la calle, le iba a meter un tackle. A mi papá le causaba mucha gracia imaginarse a aquel viejito flaco ejecutando una patada voladora: desplazándose por los aires para golpear a su oponente en el pecho con ambos pies. Mi abuelo nunca me habló de boxeo; al parecer el arte de los puñetazos no le llamaba la atención y ni siquiera se unió al corro de hijos y nietos que vimos en su casa de La Pastora la transmisión en vivo, algo poco común en ese entonces, de la pelea entre Ramoncito Arias y Pascual Pérez. Pacífico por naturaleza, sin embargo siempre cargaba encima la llave de afinar terciada en el cinturón del pantalón, fuera o no a trabajar, para defenderse.
            Mi abuelo fue una persona afable, espontánea y comunicativa, lo que le hacía ganar el afecto de las personas con las que trataba. Siempre andaba silbando, era chusco, ocurrente y bromista.
—Loreto: ¿Sabes quién se murió? —le preguntó una vez a mi papá estando yo presente.
—No Julio, ¿quién?
—Simón Bolívar.
Lo que siguió fue una sarta de reproches de mi padre, pidiéndole a mi abuelo que se comportara con seriedad y recalcándole que él podía ser su padre. Mi abuelo, por su parte, no podía dejar de reírse, ya que él decía que mi padre se tomaba todas la cosas demasiado en serio.
            Julio César fue muy dado a contar anécdotas del general Gómez y a los decires. Ante los infortunios de los recién casados y las duras pruebas existenciales de las parejas expresaba “cásate y verás”, pero al ver la severa cara de mi abuela Rosa, aclaraba: “Y no es que yo diga que a mi me ha ido mal en el matrimonio”. Cuando alguien comenzaba a verse envuelto en problemas decía que “ya empezó Cristo a padecer”. “Hasta cuándo Gómez, paisano” y “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista” se explican por sí solas. Cuando se enteraba de la existencia de algún enemigo suyo gratuito, recordaba el proverbio árabe “Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo”. Aquellas personas ásperas y renuentes a tratar a sus semejantes, lo movían a contar el caso de un individuo a quien tuvieron que contratarle parihueleros para que cargasen la urna cuando falleció.
“Los gatos no comen fieltro”, entrada de esta bitácora de diciembre de 2006, gira básicamente en torno a mi abuelo el afinador. Ahí destaco que él también fabricaba bordones para los pianos, en una máquina de su propiedad que tenía en el sótano de la casa y en la cual perdió un ojo a temprana edad, al soltarse la espiral de alambre fino que estaba tejiendo sobre un alambre más grueso. A los pianos que reparaba les reemplazaba cuerdas, correitas y martinetes. El blanqueo de los teclados lo hacían mi abuela Rosa y mi tía abuela María Teresa Rodríguez (Teté), con un hisopo impregnado en Zonite, un producto para duchas vaginales que no diluido era un blanqueador eficaz. Como ya lo mencioné, en casa de mi abuelo también duplicaban rollos de pianola, en una máquina que él trajo de Nueva York junto con las primeras pianolas. En ese entonces los viajes a la metrópoli del norte se hacían por barco y los reales para el pasaje y el adiestramiento los consiguió jugándose a Rosalinda: hipotecando la casa. En ese entonces y antes de la aparición de la banca hipotecaria a mediados de los sesenta, al obtener real prestado los pagos mensuales que se hacían eran puros intereses, ya que el capital de la deuda nunca disminuía. Si por alguna razón cada vez que alguien no podía pagar la mensualidad, el prestamista sumaba los intereses morosos al capital, con lo que la deuda seguía creciendo al igual que el monto de los intereses. El objetivo final del agiotista era quedarse con el bien dado en prenda. Pero el abuelo, un trabajador incansable, a su regreso puso a producir tanto el entrenamiento recibido como los conocimientos adquiridos en el ombligo del mundo y pudo pagar la riesgosa deuda.
            Mi abuelo nunca dejó de sellar su cuadrito del 5 y 6, con la ilusión de ganarse unos buenos centavos, pero la alegría le duraba hasta que se caía en dos carreras. En sus días postreros había que obligarlo a que comiera algo, ya que se mostraba renuente a hacerlo y expresaba “Que fastidio, esa comedera”. Como si fuera un niño, lo único que todavía le llamaba la atención era comer churros y tomar jugo de guanábana. Por las noches se acostaba diciendo “Amaneciera yo tieso mañana” y los lunes, después de no haberse ganado un cuadro de caballos con 6 o con 5, amanecía descorazonado y exclamaba: ‘Mi hermano Lino sí hizo carrera, se murió cuando los faroles de kerosén”.

Referencias:
Semblanza de Julio César Rodríguez. El Pastoreño, página 15. Caracas: 18 de julio de 1985.

Mis boleros y sus autores. De Agustín Lara a José Luis Rodriguez y un poquito más.

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Por lo general la gente identifica las canciones con sus intérpretes, al punto que si no fuera por la Internet, yo mismo ignoraría los nombres de los compositores de muchos de los boleros que mi garganta ha maltratado en tres cuatros de siglo de periplo vital. Empecé a ser cautivado por este género musical de origen cubano en San Juan de los Morros, siendo todavía un niño. A mi pueblo la música llegaba en las películas mexicanas que los cines exhibían a diario, a través de las emisoras de radio y de las rockolas; por alguna razón Agustín Lara y María Grever eran los únicos autores que conocía. Pero cuando menciono al compositor e intérprete mexicano como punto de partida de esta pequeña historia personal del bolero, lo hago recordando su interpretación de María Bonita. Así como la primera poesía que recité en público, frente a mis familiares, fue Rosalinda de Ernesto Luis Rodríguez, la primera canción que recuerdo haber entonado fuera del baño de mi casa fue María Bonita. Los versos de Rosalinda me los había enseñado mi papá y me los sabía perfectamente de memoria. La canción me la aprendí oyéndola por la radio, ya que para ese entonces todavía no había tocadiscos en la casa y faltaba mucho para que la televisión hiciera su aparición. Con mi poquita voz de asmático, padecimiento que me abandonó cuando me desarrollé pero que dejó sus secuelas, lo mejor que me salía era la letra, salvo por la cabra “María alcalete” que metía donde decía “nave al garete”. Pero en eso de meter cabras, mi hermano mayor Fran me sacaba una morena. Con el vozarrón que tenía y con lo mucho que le gustaba dar serenatas, cantó muchísimo más que yo y no le paraba si no se sabía las letras. Al cantar El hijo de nadie  decía “de apellido batinés” por “mi apellido va a tener” y si se trataba de Jinetes celestiales, “quedelebec lamor” reemplazaba a “que lúgubre clamor”.
Ya que mencioné las rockolas, no puedo dejar de describir a esas máquinas tragamonedas de metal plateado, blindadas por una jaula que las protegía de los posibles botellazos (más rápido que botellazo de mesonera) y que contenían discos de acetato de 45 revoluciones por minuto (rpm). Tales discos estaban diseñados para alojar dos canciones, una en cada cara. En las rockolas, por un medio (veinticinco céntimos de bolívar, algo menos de ocho centavos de dólar), al pulsar una tecla y un número el brazo mecánico te permitía seleccionar una de las múltiples canciones, que eran todas rockoleras. Aquí este término no tiene nada que ver con la música rock, pero sí con despechos, traiciones, desengaños, reclamos y madrecitas santas. La opulenta estructura del artefacto contrastaba con lo modesto de los sitios donde se le instalaba: restaurantes de carretera, mabiles en las afueras del pueblo y algunos bares dentro del mismo pueblo. Amén de las rancheras mexicanas, de las cuales recibíamos una buena ración en las películas que a diario se exhibían en los cines, en las rockolas se oían los boleros de Agustín Lara, uno que otro tango en la voz de Carlos Gardel y las sentidas interpretaciones de Pedro Infante, Daniel Santos (el inquieto anacobero), Alberto Beltrán (el negrito del batey), Olimpo Cárdenas y Julio Jaramillo. Como bien dice el escritor ecuatoriano Abdón Ubidia: “Aquel hombre, en la cantina, frente a la botella de aguardiente, escucha en la rockola una voz que le cuenta que un hombre, en una cantina, frente a una botella de aguardiente…” (En la cantina de la esquina de tu casa,/ estoy dejando mis mejores lágrimas,/ pues tienes otro amor,/ que te ofrece un calor,/ mejor que el mío), identificándose así con las letras y con todos los que sienten como él.
El primer recuerdo que tengo del bolero en vivo es durante unas vacaciones en Calabozo, en 1950. Mientras yo jugaba trompo con mi primo hermano Abel (el hijo menor de mi tía Ana Rita) y mis primos Vitoco y Lalalo, nietos de mi tía María Luisa de Cedeño, Gustavo, el hermano mayor de Abel, seis años mayor que yo y que ya estaba estudiando medicina, le llevaba serenatas a una de las Changir, no sé si a Edmée o a Tirsa, dos beldades cuyos padres habían cambiado las arenas arábigas por las no menos calurosas tierras del llano adentro. Guitarra en bandolera, mi primo entonaba los boleros Evocación  y Pesar. El hecho de que ambas canciones, de autores dominicanos, fueron popularizados por la voz de Alci Sánchez, me hace pensar que seguramente formaron las dos caras de algún disco de acetato de 78 rpm, que mi primo escucharía más de una vez en el picó (pick-up o fonocaptor) de mi tía Ana Rita, en la casa que habitaban en el callejón Pedroza de la caraqueña urbanización de La Florida. Estos gruesos y pesados discos, de diez pulgadas de diámetro, precedieron a los más pequeños de 45 rpm, en los cuales también se grababa un tema en cada cara y a los de larga duración, long play, elepé o LP de 33 y 1/3 rpm, hechos de vinilo con un diámetro de doce pulgadas; el giro más lento y los surcos más finos les permitía alojar hasta veinticinco minutos de sonido en cada cara, equivalentes a unas diez o doce canciones en total, según la duración de cada una de ellas. Lo que sí es cierto, y lo afirmo gracias a Internet, es que los boleros de este cuento fueron grabados con la orquesta Billo's Caracas Boysdel maestro Luis María “Billo” Frómeta, a quien me cuesta describir como dominicano. Alci Sánchez había nacido en 1925 en la República Dominicana y se domicilió en Venezuela en 1947. Las canciones de aquella época viajaban a los más recónditos rincones del país en las rockolas, después de haber ganado  popularidad a través de las ondas hertzianas de las pocas radioemisoras que existían y existieron por mucho tiempo. Radio Caracas tenía dos programas al aire que contaban con la Billo'scomo atracción musical principal: “Fiesta Fabulosa” y “A gozar muchachos”. Para ese entonces esta estación de radio, que empezó a operar en diciembre de 1930 bajo la identificación de “Broadcasting Caracas” no era todavía Radio Caracas Radio, nombre que tomó en 1945, cuando faltaban algunos años para la llegada de la televisión. A continuación transcribo las letras de ambos boleros, señalando al compositor y dando el enlace de la música.
Evocación (Ramón Antonio “Papá” Molina)
Cuando suelo evocar
con marcada inquietud,
tu boca sin igual
que me roba la vida.
No hago más que anhelar
la historia de tus besos
y entregarte mi corazón.
Quiero tenerte así
a mi lado por siempre,
siendo dueño de ti
y amarte locamente.
Y lograr al fin sobre tu boca,
darte un beso y entregarte
todo mi amor.
Pesar (Rafael Bullumba Landestoy)
El dolor que has dejado en mi vida
con tu indiferencia,
no lo puedo apartar
ni un momento de mi.
Y tan solo el inmenso pesar
que tortura mi alma,
se ha quedado en mi vida
después de negarme tu amor.
Sin motivos ninguno rechazas
mi amor que es sincero,
sin tener compasión me desprecias
y me das tu olvido.
Me abandonas y al abandonarme
me mata la pena,
de perder para siempre tu amor
que soñé eternamente.
Si en mi historia personal de los inicios del bolero el primer lugar lo ocupan los cantantes dominicanos, el siguiente peldaño es para los mexicanos, con la jarocha María Antonia del Carmen Peregrino Álvarez, Toña La Negra y Humo en los ojos de Agustín Lara http://www.youtube.com/watch?v=HJVOAU4CPbIy Fernando Fernández con Hipócrita del zacatecano Carlos Crespo. Siguen la argentina Libertad Lamarque interpretando Júrame de María Grever y el trío Los Panchos original, integrado por los manitos Alfredo Gil y Chucho Navarro y el portorriqueño Hernando Avilés, cantando Bésame mucho de Consuelo Velásquez. Los últimos de estos primeros peldaños los ocupan las numerosas canciones de los compositores boricuas Pedro Flores, y Rafael Hernández, interpretados por cantantes de variadas nacionalidades. La lista que sigue pretende tener como límite temporal las interpretaciones que he escuchado en la voz de José Luis Rodríguez, lo cual no es del todo cierto y sólo sirve como excusa para justificar algunas omisiones involuntarias.
A continuación va la lista, surgida de mi memoria pero ayudada por la navegación en Internet, de los boleros que mi voz ha maltratado y de los cuales me sé más o menos las letras y la correspondiente música. He indicado los tangos versionados como boleros y de Niña Isabel aprendí que es originalmente un tanguillo, género musical que desconocía. Ya presiento creo que es la más nueva de todas y Renunciación la más ranchera dentro de los llamados boleros rancheros. Las composiciones son en su gran mayoría de autores nacidos en la América hispana, aunque los hay gringos, italianos, brasileños, españoles y hasta un trinitario. Borra (Risque) es brasileña; yo hubiera preferido la traducción tacha: “Tacha mi nombre en tu cuaderno,/ ya no soporto este infierno,/ de nuestro amor fracasado”. También viene de Brasil la simpar Maringá; la pastora de esta última canción se llamaba María y vivía en la región de Paraiba, donde abundan las guamas (ingá), el fruto del guamo (ingazeiro), así que Maringá es un nombre compuesto. Jamás te olvidaré es la versión en español de Can’t Stop Loving You de Don Gibson. En la red se consiguen los enlaces de todas ellas salvo el de Pobre trotacalles, de la cual ni siquiera está la letra; esta canción fue el tema musical de la película mexicana Trotacalles (1951). Lo más difícil y lo que me consumió más tiempo fue la búsqueda de los compositores. Traté de ser exhaustivo, no obstante algunas, no tan pocas como hubiera querido, van sin la merecida mención de los autores. La más emblemática es Egoísmo, ya que hay dos boleros con ese título y de ninguno de los dos aparece el compositor. El menos conocido empieza como “Desde el fondo del alma me sale un ardiente te quiero” que lo cantaba Miguelito Itriago y el más popular, que se inicia con “Tu vida va encerrándose en mi vida”, lo vocalizaron entre otros Orlando Contreras y Bienvenido Granda. Algunas canciones aparecen en la red con nombres errados, como es el caso de Negrura, la cual es identificada en algún enlace por sus primeras palabras: “Tengo una pena”. De unas pocas no sabía el titulo, pero lo ubiqué gracias a las letras. Tal es el caso de Deuda (¿Por qué tu eres así,/ si el alma entera te di?), Hoja seca(Tan lejos de ti/ no puedo vivir) e Imágenes(Como en un sueño sin yo esperarlo te me acercaste). De Pedacito de papel tengo un recuerdo particular, que dice mucho de mis pocas habilidades como cantante. A fines de los años cincuenta regresaba al apartamento que mi familia ocupaba en la avenida Roosevelt, después de recibir clases en  la Universidad Central y entré cantando “pedacito de papel,/ que yo tenía guardado”; de inmediato el menor de mis hermanos, que era un niño, me entregó un papelito que tenía en la mano diciéndome —Yo no te lo iba a romper, manito—. Tengo  otro recuerdo musical más remoto, de cuando tenía unos catorce años y vivía en San Juan de los Morros. Vine para casa de mis abuelos en Caracas, en la parroquia La Pastora, y fui hasta la quincalla que mi tía abuela Luisa Amelia (Memé) tenía por la esquina de Torrero. Al salir me topé con una muchachita bonita y avispada, como de mi edad, que al verme empezó a cantar, medio dándome la espalda como quien quiere y no quiere. Terminó su versión de Condición con “hay que olvidar lo que nos ofendimos y date cuenta que hoy nos conocimos”. Yo, tímido y pueblerino, me quedé todo cortado y apresuré mis pasos hacia la esquina de Natividad. En San Juan, cuando me ponía a escribir poemas, pensando en mi amada que cual Dulcinea del Toboso no sabía nada de mis pretensiones, entonaba en voz muy queda En nombre de Dios (Ahorita/ tu serás mi esposa,/ cantará la gloria en mi corazón). Seguiré sin ti está asociada a mi poca habilidad para el dominó, juego que para mi sólo era una excusa para beberme unas cervezas con los amigos. Ante mi primera jugada garrafal, mis compañeros de partida, vibrando la voz como Panchito Riset me cantaban la primera estrofa de ese bolero: Tú tienes una forma de querer/ un poco extraña./ No Puedo acostumbrarme/ a tu manera.  Y, ahora sí, la lista:
Abrázame así (Mario Claver). Acércate más (Osvaldo Farrés). Adelante (Mario de Jesús). Adiós Mariquita linda (Marcos A. Jiménez). Adoro (Armando Manzanero). Ahora seremos felices (Rafael Hernández). A la orilla del mar (José Benito Barros). Algo contigo (Chico Novarro). Alma, corazón y vida (Adrián Flores). Allí (Héctor Flores). Amanecí en tus brazos (José Alfredo Jiménez). Amigo (Rafael Hernández). Amigo de qué (Arty Valdez). Alma mía (María Grever). Amor, amor (Gabriel Ruiz y Ricardo López). Amorcito corazón (Manuel Esperón). Amor de cobre (José González Giralt). Amor de la calle (Fernando Z. Maldonado). Amor de mis amores (Agustín Lara). Amor de pobre. Amor mío (Álvaro Carrillo). Amor perdido (Pedro Flores). Amor por ti (Marco Aurelio). Amor que malo eres (Luis Marqueti). Angustia (Orlando Brito). Aquel diecinueve (Radhamés Reyes Alfau). Aquel lugar secreto (Yordano). Aquellos ojos verdes (Adolfo Utrera y Nilo Menéndez). Arráncame la vida (Agustín Lara). Así (María Grever). Aunque me cueste la vida (Luis Kalaff). Ausencia (Rafael Hernández). Aventurera (Agustín Lara). Ayúdame Dios mío (Mario de Jesús). Bailando tan cerca (Yordano). Bajo un palmar (Pedro Flores). Bésame mucho (Consuelo Velásquez). Besos de Fuego (letra de Mario de Jesús, sobre el tango “El choclo” de Ángel Villoldo), Blancas Azucenas (Pedro Flores). Boda gris (Plácido Acevedo). Borra (Ary Barrosos). Brindaremos por ti (José Luis Perales). Busco tu recuerdo (José Benito Barros). Cabaretera (Bobby Capó). Callejera (Carlos Crespo). Caminemos (HeriveltoMartins y Alfredo Gil). Camino verde (Camilo Larrea). Caminos de ayer (Gonzalo Curiel). Capullito de alhelí (Rafael Hernández). Campanitas de cristal (Rafael Hernández). Canción del dolor (Rafael Hernández). Caribe soy (Luis Alday). Cariñito azucarado (Enriquillo Cerón). Cariño malo (Augusto Polo). Cariño mío. Cataclismo (Esteban Taronji). Celos, malditos celos (Rafael Hernández). Celos sin motivo (Carlos Manuel Lozano). Cien años (Rubén Fuentes y Alberto Cervantes). Cita a las seis (Adolfo Domínguez Salas). Clave azul (Agustín Lara). Cobardía (Don Fabián). Compromiso (Hermanos García Segura). Contigo (Claudio Estrada). Cómo fue (Ernesto Duarte). Condición (Gabriel Ruiz). Con mi corazón te espero (Pepe Delgado). Conozco a los dos (Pablo Valdez Hernández). Contigo aprendí (Armando Manzanero). Contigo en la distancia (César Portillo de la Luz). Copa de vino (Luis Demetrio). Corazón a corazón (Gabriel Ruiz). Corazón de Dios (Don Fabián). Corazón loco (Bobby Capó). Cosas como tú (S. Alvarado y E. Hoffman). Cuatro cirios (Federico Baena). Cuatro vidas (Justo Carreras). Cuando no sé de ti (Chelique Sarabia). Cuando calienta el sol (Rafael Gastón Pérez). Cuando tu me quieras (Raúl Shaw Moreno y Mario Barrios). Cuando vivas conmigo (José Alfredo Jiménez). Cuando vuelva a tu lado (María Grever). Cuando vuelvas (Agustín Lara). Cuando ya no me quieras (Los Cuates Castilla). Damisela encantadora (Ernesto Lecuona). Debut y despedida (Chico Novarro). De cigarro en cigarro (Luis Bonfá y F. García Jiménez). Delirio (César Portillo de la Luz). ¿De qué manera te olvido? (Federico Méndez). Desesperación (Rafael Hernández). Desesperadamente (Gabriel Ruiz y Ricardo López Méndez). Desesperanza (María Luisa Escobar). Despedida (Pedro Flores). Despierta (Gabriel Ruiz). Desvelo de amor (Rafael Hernández). Deuda (Luis Marquetti). Dímelo. ¿Dónde estás corazón? (sobre el tango de Luis Martínez Serrano y Augusto Berto). Dos almas (Don Fabián). Dos cruces (Carmelo Larrea). Dos Gardenias (Isolina Carrillo). Dulce veneno (Plácido Acevedo). Échame a mí la culpa (José Ángel Espinoza). Egoísmo (2). El anillo (Régulo Ramírez). El cuartito (Raymond “Mundito” Medina). El retrato de mamá. El crucifijo de piedra (Roberto Cantoral). El loco (Víctor Cordero). El malquerido (Soriano Goncalvez). El preso (Daniel Santos). El reloj (Roberto Cantoral). El tiempo que te quede libre (José Ángel Espinoza). El triste (Roberto Cantoral). El último acto (Chico Novarro). El vagabundo (Víctor Simón y Alfredo Gil). Embrujo (Napoleón Baltodano). Enamorada (Agustín Lara). Enamorado de ti (Rafael Hernández). Encadenados (Carlos Briz). En el juego de la vida (Raymond “Mundito” Medina). En la cantina. En nombre de Dios. Entre tu amor y mi amor (Juan Pomati y  Leopoldo Díaz Vélez). Entrega total (Abelardo Pulido). En un beso la vida. Escándalo (Rubén Fuentes y Rafael Cárdenas). En un rincón del alma (Alberto Cortez). Esclavo y amo (José Vaca Flores). Escríbeme (Guillermo Castillo Bustamante). Ese bolero es mío (Mario de Jesús). Espérame en el cielo (Francisco López Vidal). Esperanza inútil (Pedro Flores). Esperaré (Armando Manzanero). Espinita (Ñico Jiménez). Espumas (Jorge Villamil). Esta noche la paso contigo (Ricardo Fuentes). Esta noche me emborracho (sobre el tango de Enrique Santos Discepolo). Esta tarde gris (José María Contursi). Esta tarde vi llover (Armando Manzanero). Estás en mi corazón (Ernesto Lecouna). Estrellita del sur. Farolito (Agustín Lara). En mi viejo San Juan (Noel Estrada). Envidia (Hermanos García Segura). Evocación (Ramón Antonio “Papá” Molina). Evocación (René Rojas). Falsaria (Manuel Corona). Fichas negras (Johnny Rodríguez). Flores negras (Sergio de Karlo). Flor de azalea (Manuel Esperón). Flor sin retoño (Rubén Fuentes Gassón). Franqueza (Consuelo Velásquez). Frenesí (Alberto Domínguez). Frío en el alma (Miguel Ángel Valladares). Hambre (Rosendo Montiel). Hasta siempre (Mario Clavell). Hay que vivir el momento (Miguel Ángel Valladares). He sabido que te amaba (Luigi Tenco). Hilos de plata (Alberto Domínguez). Hipócrita (Carlos Crespo). Historia de un amor (Carlos Eleta Almarán). Hoja seca (Roque Carbajo). Hola soledad (Palito Ortega). Humanidad (Abel Domínguez). Humo en los ojos (Agustín Lara). Imágenes (Frank Domínguez). Incertidumbre (Gonzalo Curiel). Inconsolable (Rafael Muñoz). Injusto despecho (Felipe Pirela). Inolvidable (Julio Gutiérrez). Jamás te olvidaré (Don Gibson). Júrame (María Grever). La barca (Roberto Cantoral). La bikina (Rubén Fuentes). La copa rota (Benito de Jesús). La enramada (Graciela Olmos). La gloria eres tu (José Antonio Méndez). La hiedra (Saverio Seracini y Vincenzo D'Acquisto). La media vuelta (José Alfredo Jiménez). La mentira (Álvaro Carrillo). La nave del olvido (Dino Ramos). La noche de anoche (René Touzet). La paloma. La pared (Roberto Angleró). La última noche (Bobby Collazo). Lágrimas de Amor (Raúl Shaw Moreno). Lágrimas del alma (Bonny Villaseñor). Lágrimas de sangre (Agustín Lara). Lágrimas negras (Miguel Matamoros). La puerta (Luis Demetrio). Las perlas de tu boca (Eliseo Grenet). La que se fue (José Alfredo Jiménez). Linda (Pedro Flores). Lo mismo que a usted (Dino Ramos y Palito Ortega). Lo que es la vida (Felipe Pirela). Lo siento por ti (Rafael Hernández). Los aretes de la luna (José Dolores Quiñonez). Luz de luna (Álvaro Carrillo). Luz y sombras (R. Fuentes y R. Cárdenas). Llanto de luna (Julio Gutiérrez). Llegaste tarde (Wello Rivas). Llorando me dormí (Bobby Capó). Lloraste ayer (Jacobo Ender). Madrecita (Osvaldo Farrés). Madrigal (Rafael Hernández). Mala y traicionera (Guillermo Muñoz Mendoza). Malditos celos (Rafael Hernández). Manantial de corazón (Yordano). María Elena (Lorenzo Barcelata). Maringá (Joubert de Carvalhoy Manuel Salina). Mar y cielo (Julio Rodríguez Reyes). Marta (Moisés Simons). Me castiga Dios (Alfredo Gil). Me queda el consuelo (Aldemaro Romero). Miénteme más (Báez y Sosa).Mil besos (Emma Elena Valdelamar). Mi pecado (Gilberto Coles y Carlos Ulloa Díaz). Mi propio yo (Chelique Sarabia). Mi Puerto Cabello (Italo Pizzolante). Miseria (M. A. Maldonado). Mis noches sin ti (Olga Chorens). Mi último fracaso (Alfredo Gil ). Motivos (Italo Pizzolante ). Mucho corazón (Emma Elena Valdelamar). Mujer (Agustín Lara). Muñequita linda (María Grever). Necesito pensar (Chelique Sarabia). Negrura. Ni que sí, ni quizás, ni que no (Alfredo Gil). Niégalo todo (Germán Rosario). Niña Isabel (Alejo Montoro y Juan Solano). No (Amando Manzanero). No, no y no (Osvaldo Farrés). Noches de ronda (Agustín Lara). Nocturnal (José Mojica y José Sabre Marroquí). Noche azul (Ernesto Lecuona). Noche de mar (José Reyna). No me quieras tanto (Rafael Hernández). No me vayas a engañar (Osvaldo Farrés). No puedo ser feliz (Adolfo Guzmán). Nosotros (Pedro Junco). Nostalgias (sobre el tango de Juan Carlos Cobián y Enrique Cadícamo). No toques ese disco (Mario de Jesús). No trates de mentir (Alfredo Gil). No vale la pena (Orlando de la Rosa). Nuestras vidas (Orlando de la Rosa). Nuestro amor (Rafael Ramírez). Nuestro balance (Chico Novarro). Nuestro juramento (Benito de Jesús). Nube gris (Eduardo Martínez Talledo). Nunca (Guty Cárdenas). Nunca sabré (Juan Mari Montes y Pepe Robles). No me platiques más (Vicente Garrido). No me quieras tanto. Nocturnal. Obsesión (Pedro Flores). Ódiame. Olvídame. Palabras de mujer (Agustín Lara). Palmeras (Agustín Lara). Para que no me olvides (Oscar Castro y Ariel Arancibia). Parece que fue ayer (Armando Manzanero). Payaso (Fernando Z. Maldonado). Pecado (Bahr, Francini y Pontier). Pecadora (Agustín Lara). Pedacito de papel. Pequeña (Osmar Maderna y Homero Expósito). Perdámonos (Mario de Jesús). Perdida (Chucho Navarro). Perdón (Pedro Flores). Perdóname, mi vida (J. A. Zorrilla y Gabriel Ruiz). Peregrino de amor (Guty Cárdenas y Emilio Padrón). Perfidia (Alberto Domínguez). Perfume de gardenias (Rafael Hernández). Pesar (Rafael Bullumba Landestoy). Piel canela (Bobby Capó). Piensa en mi (Ovidio Hernández). Plazos traicioneros (Luis Marqueti ). Poema (Fernando Díaz). Pobre del pobre (Adolfo Salas). Pobre trotacalles (Carlos Crespo y Gonzalo Curiel). Poema (Fernando Díaz). Poquita fe (Bobby Capó). Por equivocación (Charlie López). Por eso no debes (Margarita Lecuona). Por la vuelta (sobre el tango de Tinelli y Cadícamo). ¿Por qué ahora? (Bobby Capó). ¿Por qué eres así? (Teddy Fregoso). Por si no te vuelvo a ver (María Grever). Preciosa (Rafael Hernández). Presentimiento (Pedro Mata y Emilio Pacheco). Prisionero del mar (Ernesto Cortázar y Luis Alcaraz). Prohibido (Enrique Elías Campo). ¿Qué cosas te hice yo? (Omar Arriagada). ¿Qué es lo que pasa? (Julio Gutiérrez). Quémame los ojos (Nelson Navarro). Que nadie sepa mi sufrir (Enrique Dizeo y Ángel Cabral). ¿Qué quieres tú de mí? (Jair Amorim y Evaldo Gouveia). ¿Qué sabes tú? (Mirtha Silva). Que seas feliz (Consuelo Velásquez). Que se mueran de envidia (Mario de Jesús). Qué te pedí. ¿Quién será? (Pablo Beltrán Ruíz). Quiéreme mucho (Gonzalo Roig y J. M. Lacalle). Quiero verte una vez más (José María Contursi). Quinto patio (Mario Molina Montes y Luis Alcaraz). Quisiera ser (Mario Clavell). Quizás, quizás, quizás (Osvaldo Farrés). Rayito de luna (J. Jesús y Joe Davis). Regálame esta noche (Roberto Cantoral). Retirada (José Alfredo Jiménez). Rival (Agustín Lara). Renunciación (Antonio Valdez Herrera). Rondando tu esquina (sobre el tango de Enrique Cadícamo y Carlos Pérez “Charlo”). Sabor a mi (Álvaro Carrillo). Sabor de engaño. Sabrá Dios (Álvaro Carrillo). Sabrás que te quiero (Teddy Fregoso). Seguiré sin ti (Juan Pablo Miranda). Se me olvidó que te olvidé (Lolita de la Colina). Se me olvidó tu nombre (Raúl René Rosado). Señora (Orestes Santos). Señora bonita (Adolfo Domínguez Salas). Se te olvida (Álvaro Carrillo). Si Dios me quita la vida (Luis Demetrio). Sigamos pecando (Benito de Jesús). Silencio (Rafael Hernández). Sin ella (Emilio Tuero y José Sabré Marroquín). Si no eres tú (Pedro Flores). Sin remedio (Chucho Navarro). Sin ti (Pepe Guizar). Sin un amor (Alfredo Gil y Chucho Navarro). Si te contara (Félix Reina). Solamente una vez (Agustín Lara). Sombra verde (Mario Molina Montes y Luis Alcaraz). Sombras (Amílcar Díaz y Carlos Brito). Sombras… nada más (sobre el tango de José María Contursi y Francisco Lomuto). Somos (Mario Clavell). Somos diferentes (Pablo Beltrán Ruiz). Somos novios (Armando Manzanero). Soy lo prohibido (Roberto Cantoral). Te lo juro yo (M. López Quiroga y R. De León). Temeridad (Manuel Jiménez). Temes (Tite Curet Alonso). Tengo que acostumbrarme (Mirtha Silva). Te odio y te quiero(Raymond “Mundito” Medina). Te quiero, dijiste (María Grever). Te seguiré queriendo (Omar Arriagada). Te vendes (Agustín Lara). Toda una vida (Osvaldo Farrés). Todo me gusta de ti (Cuto Estévez). Tonterías (Gilberto Urquizo). Total (R. G. Perdomo). Traicionera (Gonzalo Curiel). Tres palabras (Osvaldo Farrés). Tristeza marina ((sobre el tango de José Dames y Horacio Sanguinetti). Triunfamos (Rafael Cárdenas y Francisco Baena). Tu me acostumbraste (Frank Domínguez). Tu me haces falta (Armando Cabrera). Tu no comprendes (Rafael Hernández). Tu precio (Chucho Navarro). Tus promesas de amor (Miguel Ángel Amadeo). Tu retrato (Agustín Lara). Tu sabes (Johnny Quiroz). Tu solo tu. Un año más sin ti (Oscar Chávez). Una aventura más (Oscar Kinleiner). Una copa más (Alfredo Gil y Chucho Navarro). Únicamente tú (Manuel S. Acuña). Un compromiso. Un gran amor (Gonzalo Curiel). Un mundo raro (José Alfredo Jiménez). Un poquito de tu amor (Julio Gutiérrez). Un siglo de ausencia (Alfredo Gil). Un viejo amor (Alfonso Esparza). Usted (Gabriel Ruiz y Morris Zorrilla). Vanidad (Armando González Malbrán). Ven (José Reyna). Vendaval sin rumbo (José Dolores Quiñonez). Vereda tropical (Gonzalo Curiel). Verdad amarga (Consuelo Velásquez). Vete de mi (Virgilio y Horacio Expósito). Viajera (Mario Molina Montes y Luis Alcaraz). Vida consentida (Homero Parra). Vieja carta (Salvador Flores). Vieja luna (Orlando de la Rosa). Virgen de medianoche (Plácido Galindo). Volveré (María Grever). Voy (Luis Demetrio). Voy a perder la cabeza por tu amor (Manuel Alejandro y Ana Magdalena). Vuélveme a querer (Mario Álvarez ). Y… (Mario de Jesús). Ya es muy tarde (Alfredo Gil). Ya la pagarás (Mario de Jesús). Ya lo verás. Ya no me quieres (María Grever). Ya presiento tu partida. Ya tú verás (Mario de Jesús). Yo también soy sentimental (Tite Curet).Yo vivo mi vida (Federico Baena).
A continuación doy una lista de los compositores, por su país de origen y ordenados alfabéticamente, habiendo separado las duplas música/letra. Aquí no aparecen todos los citados en el aparte de las canciones, porque de un grupo importante no se consigue información alguna en la red. Yo diría que los más cuidadosos en la divulgación de este renglón son los mexicanos, seguidos por los portorriqueños. Como aprendí desde pequeño, no todo lo escrito es palabra de Dios e igual sucede con la información que se obtiene en la red. Algunos nombres propios aparecen con distintas grafías, algunos temas aparecen con autores diferentes, según sea la fuente consultada. En este último caso he tomado la información que me ha parecido más sólida, lo cual ya implica un juicio de valor que bien puede estar errado. Es interesante el caso de Teddy Fregoso, el compositor de ¿Por qué eres así? y Sabrás que te quiero, al cual en Wikipedia lo describen como publicista, escritor, compositor y empresario de radio y televisión estadounidense, a pesar de haber nacido en Degollado, Jalisco. Me imagino que durante su larga estancia en Estados Unidos adquirió esa nacionalidad, porque de Luis María “Billo” Frómeta, la mejor descripción que he encontrado en la red dice que era dominicano de nacimiento y venezolano de corazón.
Argentina: Augusto Berto.  Enrique Cadícamo. José María Contursi. Juan Carlos Cobián. José Dames. Homero Expósito. Don Fabián (Domingo Fabiano). Oscar Kinleiner. Osmar Maderna. Luis Martínez Serrano. Horacio Sanguinetti
Bolivia: Raúl Shaw Moreno.
Brasil: Jair Amorim. Joubert de Carvalho. Evaldo Gouveia.Herivelto Martins (Herivelto de Oliveira Martins). Manuel Salina.
Chile: Omar Arriagada. Armando González Malbrán. Carlos Ulloa Díaz.
Cuba: Mario Álvarez. Orlando Brito. José González Giralt. Sergio de Karlo. Orlando de la Rosa. Pepe Delgado (José Delgado Pérez). Frank Domínguez. Ernesto Duarte. Ernesto Lecuona. Luis Marquetti. Miguel Matamoros. Nilo Menéndez. Juan Pablo Miranda. César Portillo de la Luz. José Dolores Quiñonez. Gonzalo Roig. Orestes Santos. Moisés Simons (Moisés Simón Rodríguez). Gilberto Urquizo. Adolfo Utrera.
Colombia: José Benito Barros
España: Hermanos García Segura (Alfredo y Gregorio García Segura). Pedro Mata. José Luis Perales.
Estados Unidos de América: Teddy Fregoso. Don Gibson
Italia: Vincenzo D'Acquisto.Saverio Seracini. Luigi Tenco.
México: Luis Alcaraz. Federico Baena. Lorenzo Barcelata. Pablo Beltrán Ruiz. Carlos Briz. Roberto Cantoral. Roque Carbajo. Rafael Cárdenas. Álvaro Carrillo. Alberto Cervantes. Víctor Cordero. Ernesto Cortázar. Los Cuates Castilla (Miguel Ángel y José Ángel Díaz y González de Castilla). Adolfo Domínguez Salas. Manuel Esperón. Gonzalo Curiel. Luis Demetrio. Alberto Domínguez Borras. José Ángel Espinoza “Ferrusquilla”. Rubén Fuentes Gassón. María Grever. José Alfredo Jiménez. Agustín Lara. Armando Manzanero. Mario Molina Montes. Rosendo Montiel. Guillermo Muñoz Mendoza. Emilio Pacheco. Abelardo Pulido. Dino Ramos. Gabriel Ruiz. José Vaca Flores. Miguel Ángel Valladares. Consuelo Velásquez.
Nicaragua: Napoleón Baltodano
Panamá: Carlos Eleta Almarán.
Perú: Augusto Polo.
Puerto Rico: Plácido Acevedo. Miguel Ángel Amadeo. Roberto Angleró. Bobby Capó (Félix Miguel Rodríguez Capó). Enriquillo Cerón. Tite Curet (Catalino Curet Alonso). Benito de Jesús. Pedro Flores. Rafael Hernández. Charlie López (Carlos Juan López). Francisco López Vidal. Raymond “Mundito” Medina. Julio Rodríguez Reyes. Germán Rosario. Myrta Silva.
República Dominicana: Armando Cabrera. Mario de Jesús. Radhamés Reyes Alfau.
Trinidad: Félix Reina.
Venezuela: María Luisa Escobar. Homero Parra. Italo Pizzolante. Felipe Pirela. Johnny Quiroz. José Enrique “Chelique” Sarabia. José Reyna. Aldemaro Romero. Yordano (Giordano Di Marzo).
En el renglón de los intérpretes, he puesto aquellas voces que posiblemente traté de imitar la primera vez que las oí. La imitación no es un pecado atribuible sólo a los aficionados. Se dice que muchos cantantes profesionales empezaron imitando las voces de algunos famosos, antes de encontrar su estilo personal. Tal fue el caso de Javier Solís y más recientemente el de Charlie Zaa, quien empezó siendo la versión dos de Julio Jaramillo, repertorio incluido. En la mente parece prevalecer la primera sensación y a pesar de la alta calidad de ejecución de Danny Rivera, Madrigal en la voz de Alfredo Sadel me parece insuperable.
Argentina: Carlos Argentino (Israel Vitenszteim Vurm). Mario Clavell. Leo Marini (Alberto Batet Vitali). Estela Raval. Daniel Riolobos (Pedro Nicasio Riolobos). Ramón "Palito" Ortega. Roberto Yanes (Roberto César Iannacone).
Brasil: Altemar Dutra. Roberto Carlos (Roberto Carlos Braga). Miltinho (Milton Santos de Almeida). Nelson Ned (Nelson Ned Dvila Pinto). Simone (Simone Bitencourt De Oliveira). Los Indios Tabajaras (Antenor y Natalicio Moreyra Lima). A estos últimos los escuché en vivo en el cine Plaza, frente a la plaza de La Pastora. Al finalizar la función se retiraban del escenario pretendiendo que estaban apenados, como indios que realmente eran.
Bolivia: Raúl Shaw Moreno.
Chile: Mona Bell (Nora Escobar). Lucho Gatica (Luis Enrique Gatica). Los Hermanos Arriagada. El Indio Araucano (Oswaldo Gómez), quien tuvo su propio negocio en Caracas, llamado “El Rincón del Indio”, por el sector de Chacao. Antonio Prieto. Sonia y Myriam (las hermanas Sonia y Myriam von Schrebler); de ellas recuerdo su presentación en Radio Caracas Televisión, en “El show de Renny”, y la inconfundible voz de  Ottolina diciéndoles “Muchas gracias Sonia y Myriam” al ellas terminar su canción. 
Colombia: Alci Acosta (Alcibíades Acosta). Claudia de Colombia (Blanca Caldas). Odilio González. Nelson Pinedo (Napoleón Nelson Pinedo). Carlos Julio Ramírez. Charlie Zaa (Carlos Alberto Sánchez Ramírez).
Cuba: Fernando Albuerne. Xiomara Alfaro. Ramón Armengod. Bola de Nieve (Ignacio Villa). Orlando Contreras. Bertha Dupuy. Blanca Rosa Gil. Bienvenido Granda.Olga Guillot. La Lupe (Lupe Yolí Raymond). René Cabel (se presentó en el teatro Colón, en la esquina del mismo nombre en Caracas; al entonar la frase “¿Y yo, quién soy?” del público alguien le contestó “Tú eres René Cabel”). Lino Borges. Rolando Laserie. Roberto Ledesma. Benny Moré (Bartolomé Maximiliano Moré).  Los hermanos Rigual (Pedro, Carlos y Mario Rigual). Panchito Riset (Francisco Riser).
Ecuador: Olimpo Cárdenas. Julio Jaramillo.
España: Gregorio Barrios. Plácido Domingo (José Plácido Domingo). Julio Iglesias. Martirio (María Isabel Quiñones). Massiel (María de los Ángeles Félix Santamaría Espinosa). Juan Mari Montes. José Luis Perales. Pepe Robles.
Estados Unidos de América: Nat King Cole (Nathaniel Adams Cole). Bing Crosby (Harry Lillis Crosby). Perry Como (Pierino Ronald Como). Eydie Gormé (Edith Gormezano). Andy Russell. Frank Sinatra (Francis Albert Sinatra).
México: Juan Arvizu. Fernando Fernández. Pedro Infante. José José (José Sosa). Toña La Negra (María Antonia del Carmen Peregrino Álvarez). Sonia López. María Luisa Landín. Agustín Lara. Armando Manzanero. Amalia Mendoza (La Tariácuri). José Mojica. Marco Antonio Muñiz. Jorge Negrete. Alfonso Ortiz Tirado. Los Panchos. Javier Solís (Gabriel Soria). Genaro Salinas (Asesinado en Caracas, a la salida del puente de la avenida Victoria que da a la iglesia de San Pedro, en tiempos de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Dicen que fue la Seguridad Nacional, por celos de su director el negro Miguel Silvio Sanz, pero Zoe Ducós, a quien conocí años después y fue mi amiga personal, siempre negó haber tenido relación alguna con el cantante). Pedro Vargas. María Victoria (María Victoria Cervantes).
Puerto Rico: Johnny Albino y su trío San Juan. Chucho Avellanet. Vitín Avilés. Bobby Capó. Carmen Delia Dipiní. José Feliciano. Charlie Figueroa. Virginia López. José Luis Moneró. Danny Rivera. Tito Rodríguez. Daniel Santos.
República Dominicana: Alberto Beltrán. Alcy Sánchez.
Venezuela: Héctor Cabrera. Mirla Castellanos. Rosa Virginia Chacín. Rafael "Rafa" Galindo. Miguel Itriago. Luisín Landáez. Estelita del Llano (Berenice PerroneHuggins). Marco Tulio Maristani. Graciela Naranjo. Raúl Naranjo (el pirata de la canción). Cherry Navarro (Alexis Enrique Navarro). Felipe Pirela. José Luis Rodríguez. Alfredo Sadel (Alfredo Sánchez Luna). Mario Suarez. Yordano (Giordano Di Marzo).
Fuentes utilizadas:
Terán-Solano, Daniel (Dantesol): “La historia del bolero latinoamericano”. El autor, historiador, humanista y educador venezolano, ha escrito  en cuatro entradas de su blog historiatotal-dantesol.blogspot.com correspondientes al mes de agosto de 2009 ese excelente trabajo sobre el bolero. Esta valiosa fuente la vine a descubrir cuando ya había escrito gran parte de esta entrada de mi bitácora electrónica, y debo dejar constancia que me ayudó a encontrar los autores de no pocos boleros.
Loreto, Luis: “Entre gigantes de piedra” Editorial Equinoccio, 2005. En esa pequeña historia de los quince años que viví en San Juan de los Morros desde 1943 hasta 1958, hay un esbozo muy similar al presente en los capítulos “Colación de retazos” y “Con la música otra parte”. Después de hacer referencia al cine y sus canciones, paso al tema de la radio, los boleros y las rumberas. Revisando el libro, veo que el él di su debido crédito a Terán-Solano, cuya historia del bolero consulté en ese entonces en un enlace de www.analitica.com. Lo plasmado en Entre gigantes… es más corto por el tiempo que abarca la narración y porque para inicios del presente siglo no había mucha información  en la internet y YouTube, donde no sólo he buscado música sino sus autores (en el renglón de los comentarios), vino a hacer su aparición en 2005.

Cuarenta años haciendo historia

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Para finales de 1966 ya la Universidad Central de Venezuela había llenado todas las plazas disponibles con un gran número de los bachilleres que a lo largo del país habían culminado exitosamente sus estudios secundarios en julio de ese año. Sin embargo, no todos los que salieron “lisos” habían conseguido inscribirse en alguna universidad; además, el contingente de los sin cupo aumentó notablemente una vez que los liceos realizaron en septiembre los exámenes de reparación. Así que al reiniciarse las actividades en la Central en enero de 1967, la primera reunión ordinaria del Consejo Universitario que se convocó tuvo como tema central la imposibilidad de que esa institución pudiera atender la creciente demanda de cupos en la Educación Superior en el área metropolitana. A escasos nueve años del derrocamiento de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, la consolidación de la reapertura de la Universidad del Zulia y la creación de las universidades experimentales de Oriente y de la Región Centro Occidental, no daban una respuesta cuantitativa satisfactoria a los deseos del régimen democrático de lograr una sociedad igualitaria, objetivo en el cual juega un papel preponderante el acceso cada vez mayor de los venezolanos a las instituciones universitarias. El problema del cupo, que no da asomos de perder vigencia en la vida nacional a pesar de los intentos de aumentar desmedidamente el número de admitidos, afectaba a todas las universidades venezolanas que eran, además de las ya mencionadas, la Universidad de los Andes, la Universidad de Carabobo, la Universidad Católica “Andrés Bello” y la Universidad Santa María, privadas estas dos últimas.

Esperando que se completara el quórum reglamentario, el Rector Jesús María Bianco se paseaba impaciente por el recinto. Tratando de aprovechar el tiempo y para librarse un poco de la carga que lo agobiaba, el Rector informó a los presentes, entre los que se encontraban el Decano de la Facultad de Ingeniería Héctor Isava y la Representante del Ministerio de Educación Mercedes Fermín, que se habían preinscrito dos mil bachilleres y que la universidad no tenía ni el espacio suficiente ni contaba con el profesorado necesario para atender a tantos estudiantes. Una vez iniciada la sesión, el debate rápidamente se caldeó. Cuando le tocó el derecho de palabra, el Decano Isava dijo que si esa era la situación, se debería dirigir una comunicación al Ministro de Educación para informarle del problema y sugerirle la creación de otra universidad nacional en el área metropolitana para aliviar a la Universidad Central. La discusión se hizo más acalorada, el rechazo fue similar al que recibiera en el mismo Cuerpo el proyecto de creación de la Universidad de los Andes en una fecha mucho más remota, quedando la sensación de que la idea sólo había tenido una vida fugaz, de menos de un día. Se argumentó que si ya a la Universidad Central se le estaba restringiendo el presupuesto, al crearse otra universidad sería imposible conseguir los recursos porque la partida resultaría insuficiente por la cantidad que debería dársele a la nueva universidad, la cual de paso no sería autónoma.

La profesora Fermín le dijo al Decano Isava que no se preocupara por la negativa, que ella misma se reuniría con el presidente Leoni y le llevaría la proposición. En los prolegómenos de la siguiente reunión del Consejo Universitario, la profesora Fermín le informó al decano Isava que ya había hablado con el presidente y que a éste le había gustado mucho la idea, que ese era el regalo que él le iba a hacer a la ciudad de Caracas en los cuatrocientos años de su fundación. Así la chispa se propagó desde el Presidente de la República Raúl Leoni a través del Ministro de Educación José Manuel Siso Martínez y del Viceministro Humberto Rivas Mijares, quien a la postre firmaría el Decreto de creación como Ministro Encargado. Los días 10 y 15 de mayo de 1967 el despacho de Educación emite sendas resoluciones de creación y designación de la Comisión que realizaría el estudio sobre un futuro centro de Educación Superior en el área metropolitana. Integraron la Comisión los doctores Luis Manuel Peñalver, quien la presidió, Luis Manuel Carbonell, Mercedes Fermín, Héctor Isava y Miguel Ángel Pérez. Lógicamente todos eran o militantes de Acción Democrática o simpatizantes de ese partido, salvo Héctor Isava a quien se le identificaba con el Partido Socialcristiano COPEI. Por esta razón al 18 de julio se conoce como el aniversario adeco de la Universidad Simón Bolívar, ya que en ese día del año 1967 y mediante Decreto N° 878 de la Presidencia de la República, el Dr. Leoni da inicio a la vida jurídica de la Universidad de Caracas, nombre que recibió la nueva institución en homenaje a la ciudad cuatricentenaria y que no pudo conservar ya que fue reivindicado como suyo por la Universidad Central de Venezuela. Y es así como surge, por Decreto del 9 de julio de 1969 del Presidente Rafael Caldera, la denominación definitiva de Universidad Simón Bolívar, nombre que crea en todos los miembros de la Institución el compromiso de garantizar con sus acciones, que la proyección y relevancia de la Universidad sean siempre dignas de nuestro libertador.

Cuarenta años atrás la Universidad Simón Bolívar no era más que unas pocas líneas en la Gaceta Oficial de la República de Venezuela del 22 de julio de 1967, un embrión cuyo texto no superaba en extensión el espacio ocupado por los nombres y cargos de los integrantes del Gabinete Ejecutivo que refrendaban el Decreto: Reinaldo Leandro Mora, Ignacio Iribarren Borges, Benito Raúl Losada, Ramón Florencio Gómez, Luis Hernández Solís, Leopoldo Sucre Figarella, Humberto Rivas Mijares, Alfonso Araujo Belloso, Alejandro Osorio, Simón Antoni Paván, J. M. Domínguez Chacín, José S. Núñez Aristimuño y José Antonio Mayobre. Pero los cuatro considerandos y los siete breves artículos allí contenidos empezaron a dar sus frutos apenas siete años después del soplo inicial, en forma de graduados de alta calidad. El prestigio que alcanzó con suma rapidez la Institución, tuvo sus más profundas raíces en la renovación académica ocurrida en la Universidad Central de Venezuela en 1968, el año del “mayo francés”. Pero antes de hablar del elemento humano, debemos mencionar brevemente la búsqueda de los terrenos en los cuales se asentaría la Institución.

En agosto de 1967 el Director de Edificios del Ministerio de Obras Públicas, Ingeniero Enrique Sánchez Vegas, designó al siempre bien recordado ingeniero Wilhelm Mächler Fehr (Don Guillermo, como lo llamábamos con cariño), para que se dedicara a estructurar los programas educacionales y los principios básicos a través de los cuales se habría de regir la Universidad Experimental de Caracas. Ese mismo mes se establece el presupuesto para 1968; se reafirma el carácter experimental de la Institución, dentro de una concepción de sistema regional universitario, no sometida al régimen autonómico; se delinean el gobierno universitario y su estructura académica y se plantea el inicio de las actividades para el segundo semestre de 1968. Según el proyecto, las primeras clases se dictarían en una sede provisional, posiblemente habilitando edificaciones para viviendas que estaban siendo construidas por el Banco Obrero. Para la ubicación definitiva se mencionaban las alternativas de La Urbina y Sartenejas. El 11 de diciembre de 1967 la Comisión Organizadora discute en detalle el número de alumnos en los cursos de teoría y en los grupos de laboratorios de física, química, biología, geografía e idiomas. Se señala la conveniencia de incluir un laboratorio de matemáticas (computadoras) y un laboratorio de tecnología de materiales. Se habla del edificio de la biblioteca, el cual tendría una capacidad inicial de 60.000 volúmenes.

El segundo punto de la reunión del 11 de diciembre de 1967 versó sobre la ubicación definitiva de la universidad. Los Teques constituía la primera de cuatro opciones, en terrenos que ya habían sido ofrecidos a la Universidad Central de Venezuela, con buenas facilidades de transporte y de construcción. Las zonas más altas de los Valles del Tuy seguían el orden de prioridades, en el área de Santa Lucía. Las dos opciones finales también se enmarcaban dentro del concepto de ciudad satélite, aun cuando estaban más próximas al área metropolitana: Sartenejas y La Urbina. La última fue desechada por el elevadísimo costo del terreno. En Sartenejas el precio también era alto y se presentaban dificultades de transporte. De cómo se solventaron los aspectos económicos escapa del alcance de este breve recuento. Es de Perogrullo mencionar que los problemas de transporte han empeorado, al punto de que para mayo de 2007 la situación es realmente caótica. La comunicación vial sigue siendo a través de estrechas carreteras vecinales hacia Baruta, La Trinidad, La Boyera y Hoyo de la Puerta, éste último en la Autopista Regional del Centro. La única vía que se ha construido en la zona, la variante La Trinidad-Piedra Azul, sólo ha contribuido a crear un embudo a la entrada de esta última urbanización. El volumen del tránsito automotriz ha aumentado considerablemente, tanto por la influencia de la universidad como por los gigantescos desarrollos habitacionales de la hoya de El Hatillo. La densidad de construcción permitida en Los Guayabitos se ha multiplicado legalmente por diez, pero sus efectos no se han visto ya que muchas de las construcciones previstas no han arrancado por razones económicas. Afortunadamente los terrenos de La Limonera no son aptos para edificaciones de cierta envergadura, pero sin embargo aportan su pequeña cuota al desorden habitacional. Además, los vehículos que se dirigen hacia el este de Caracas provenientes de los Valles del Tuy, de los Valles de Aragua y de parte de los Altos Mirandinos prefieren tomar la vía de Sartenejas para evitar el increíble embotellamiento que se presenta a diario en la autopista Valle-Coche. Lo cierto es que el bucólico Valle de Sartenejas de fines de los años sesenta, con sus sembradíos, sus arroyos y su fauna silvestre, se ha transformado en una pequeña ciudad donde más de treinta edificaciones comparten estrechamente el terreno disponible aunque, y esto gracias al terco empeño de los fundadores, los parques de la entrada constituyen todavía un hermoso recuerdo de ese cercano pasado.

El Decreto de la Presidencia de la República que declara a Sartenejas como zona especialmente afectada para la construcción de la Universidad Experimental de Caracas, es firmado por el Presidente Leoni el 27 de agosto de 1968, afectación que se transfiere a la Universidad Simón Bolívar –una vez que recibió el nombre definitivo- mediante Decreto del 19 de noviembre de 1969 del Presidente Caldera. El 30 de diciembre de 1968 había sido designado Rector de la Institución el Dr. Eloy Lares Martínez; seis meses y medio después, el 15 de julio de 1969, asume el Rectorado el Dr. Ernesto Mayz Vallenilla, quien ejercería el cargo durante nueve años y ocho meses, lapso durante el cual le imprimió a la Universidad Simón Bolívar muchas de las características que ella tiene, tanto en lo físico como en lo académico y en lo administrativo. Fue durante los primeros meses de la gestión del Dr. Mayz Vallenilla, cuando quien esto escribe vino por primera vez al Valle de Sartenejas, en septiembre de 1969 y en compañía de los profesores Roberto Chang Mota y Luis Fábregas, a entrevistarse con el entonces Vicerrector Administrativo, el profesor Federico Rivero Palacios. La intervención por parte del Rector Bianco de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela, punto crucial de la tristemente célebre renovación académica, impulsó a muchos de sus profesores a buscar panoramas más alentadores en dónde cristalizar sus anhelos de formar a las generaciones del futuro. Mediante la intervención se desconocieron las legítimas autoridades de la Facultad, y decimos legítimas con toda propiedad, ya que a la postre y cuando ya nuestra Alma Mater estaba severamente herida, la Corte Suprema de Justicia vino a darnos la razón a los ocho profesores que impugnamos ante el Alto Tribunal la intervención. De esa época son los primeros recuerdos que tenemos de Sartenejas, muy similares a los del catirito que pocos meses antes había llegado al Valle manejando un Volkswagen y acompañado por el menor de sus hijos. El Jefe de Servicios Generales Nelson Suárez Figueroa atendió cordialmente al visitante, sin saber en ese momento que se trataba del nuevo Rector, el Dr. Mayz. Mencionamos a Suárez porque los nombres son parte de la historia de la Universidad, así como también debemos mencionar a Benjamín Mendoza, María Quintero, Roberto Chang Mota, Miguel Caputti, el “galleguito” Manolo Otero, José Santos Urriola, Alicia de Padrón, Marcelo Guillén, Segundo Serrano Poncela, Elena Granell, Senta Essenfeld Yahr, Eleonora Vivas, Wilhelm Mächler, Ignacio Leopoldo Iribarren Terrero, Roger Carrillo, Argimiro Berrío, Eduardo Vásquez, Lil Campos, Sabás Díaz, María Elena Fragachán, “Perucho” González, Reina Barrios de Maldonado, Roldán Mendoza y Víctor Rodríguez.

En septiembre de 1969 vimos, entrando por lo que hoy es la salida de la Universidad, los sembradíos de hortalizas y los cultivos de rosas y salsifí a nuestra derecha; a la izquierda, sobre una pequeña colina, los restos de las columnas de la plaza de toros del club Sartenejas y más adelante, en el mismo lado, la casa de la hacienda, con sus caballerizas hacia el patio. Ya, bajo las piquetas de los obreros y el concurso de la argamasa que desplazaba a los equinos, las caballerizas empezaban a tomar la fisonomía de galpones (perdón Dr. Mayz, pabellones) que albergarían aulas. Fue en ese fértil Valle de Sartenejas donde, el 19 de enero de 1970, el presidente Caldera y el Rector Mayz dictaron las primeras clases a los quinientos ocho alumnos que empezarían a egresar en julio de 1974. El elemento humano calificado, encabezado por un universitario de incuestionable trayectoria como Mayz Vallenilla, secundado por un grupo de trabajo que se había fogueado durante largos años en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela y que fue literalmente transplantado sin rechazo a Sartenejas, fue la clave del temprano éxito de la Institución. Transcurridos apenas cuatro años y medio desde el dictado de las primeras clases, los ingenieros de la Simón Bolívar empezaron a darse a respetar en los círculos profesionales. Decimos ingenieros, ya que las carreras científicas y las de técnicos superiores vinieron después y también con el tiempo se diversificaron las fuentes de origen de los profesores. Al influjo de una universidad de creciente reputación en un país que gozaba de una moneda fuerte, llegaron numerosos profesores de distintas partes del orbe. Muchos de ellos ya se han marchado, pero una cantidad significativa, tanto por el número como por la calidad, ha afianzado sus raíces en Venezuela. Los egresados, en un beneficioso incesto, han ampliado sus conocimientos dentro y fuera del país a través de cursos de Maestría y Doctorado y se han ido incorporando con el correr del tiempo a la planta profesoral, al punto que todos los integrantes del equipo rectoral que actualmente rige los destinos de la Universidad Simón Bolívar obtuvieron su primer título en esta institución.

No queremos cerrar esta líneas sin hacer mención de Núcleo Universitario del Litoral, iniciativa de la Universidad Simón Bolívar que satisfizo, en parte, una vieja aspiración del Litoral Central, de contar con una Institución de Educación Superior. Antes del deslave de fines de 1999, hecatombe que borró del mapa gran parte del campus universitario de Camurí Grande, éste compartía con Sartenejas el esplendor de las instalaciones. También es un denominador común entre los dos programas el prestigio de sus egresados. En sus treinta años de funcionamiento, los cuales se cumplieron el pasado 12 de febrero, el Núcleo ha entregado al país una pléyade de técnicos superiores que han venido a llenar con creces el vacío que existía en importantes ramas técnicas y administrativas. Dice la conseja que lo que sucede es lo mejor, cuando sucede lo mejor. Los avatares de la naturaleza han permitido demostrar la factibilidad de que los programas de formación de técnicos superiores se realicen a cabalidad en el Valle de Sartenejas. Y en estos momentos críticos, cuando se habla de un éxodo forzoso y condicionado de los profesores hacia la sede de Camurí, yo me atrevería más bien a proponer una refundación diversificada. Que no se hable del Núcleo en términos geográficos exclusivamente, sino más bien de un Núcleo de Carreras Técnicas, las cuales pueden dictarse en cualquiera de las sedes de nuestra querida universidad.

La sección Venezuela del IEEE

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En Venezuela, al igual que en los Estados Unidos de América, el Instituto de Ingenieros Electricistas y Electrónicos (IEEE) se desarrolla apoyado en dos bastiones: la academia y la industria. A principios de 1967, veinte años después de haberse iniciado los estudios de ingeniería eléctrica en nuestro país, un grupo de ingenieros electricistas encabezados por el entonces Director de la Escuela de Ingeniería Eléctrica de la Universidad Central Roberto Chang Mota y del cual yo formaba parte junto con Gonzalo Van der Dys, constituyó el Comité Organizador de la Sección Venezuela del IEEE. El punto clave fue la visita que a nuestro país hiciera el entonces presidente del Instituto, Walter MacAdam. En la primera reunión preparatoria que se celebró supimos que nuestro visitante era descendiente de John MacAdam, el inventor del procedimiento de pavimentar carreteras conocido como macadam. Armando Enrique Guía, quien había sido profesor de Roberto Chang, fue el artífice de la visita de MacAdam. Las gestiones del ilustre visitante culminaron con éxito el 18 de marzo de 1967, fecha que se recoge como la de la fundación de la Sección Venezuela del IEEE. Guía, quien había obtenido, creo que en 1950, el grado de Doctor en Ingeniería Civil en la Universidad Central de Venezuela, sacó luego una maestría en ingeniería eléctrica en la Universidad de Illinois y presumo que fue uno de los primeros miembros venezolanos del IEEE. Mucho antes debe haberlo sido Melchor Centeno Vallenilla, cuyas primeras publicaciones vieron la luz en “Radio World” en 1933, pero su especialización en el campo de la luminotécnica hizo que sus no escasas publicaciones aparecieran en el “Journal of the Optical Society of America”.Yo por mi parte fui miembro estudiantil del IEEE en 1963, cuando realizaba mis estudios de maestría en ingeniería eléctrica en Chicago, en el Illinois Institute of Technology.

Para 1967 existía, en proceso de consolidación, la Asociación Venezolana de Ingenieros Eléctricos (sic) y Mecánicos, AVIEM, y se abrigó el temor de que la presencia de la prestigiosa sociedad internacional pudiera afectar las actividades de una asociación cuya membresía era bastante reducida. Sirva como ilustración el hecho de que cuando en agosto de 1962 egresé de la escuela de Ingeniería Eléctrica y me inscribí en el Colegio de Ingenieros de Venezuela, me tocó ser el miembro 4028 de una lista que se inicia con Antonio José de Sucre. En 1964, cuando regreso a Venezuela después de haber terminado la maestría y me inscribo en la AVIEM aconsejado por mi antiguo profesor Raúl Valarino Hernández, fui apenas el miembro 143. Sin embargo y con toda su juventud, ya en la AVIEM se hablaba de la vieja guardia y de la nueva guardia. Con la inscripción masiva de nuevos miembros el grupo de la nueva guardia, al cual yo pertenecía por razones etarias y el cual encabezaba el ingeniero mecánico Alberto Méndez Arocha (el viti Méndez) ganó las elecciones de 1966, dando al traste con las aspiraciones hegemónicas de los más antiguos. Como nota pintoresca debo mencionar que en unos pocos años nos convertimos en la vieja guardia de la AVIEM y confiábamos en la victoria de nuestro candidato, Gonzalo Van der Dys, con base en su trayectoria y dedicación a la AVIEM, parte de ese servicio gremial obligatorio (parafraseando al amigo y académico de la lengua Luis Barrera Linares) que algunos nos imponemos. La victoria fue para Roberto Chang Mota, por la avalancha de votos de los nuevos miembros que se inscribieron a raíz de los comicios, recordándonos de paso que lo que es igual no es trampa.

Retomando la senda principal, en 1967 presidía la AVIEM el ingeniero electricista Luis Alfonso Alvaray Dreyer, mientras que Gonzalo Van der Dys y yo éramos los otros dos representantes de esa rama , estando los mecánicos representados por Francisco Barea y Manuel Díaz Hermoso. Fue de Roberto Chang la idea de escoger como primer presidente de la sección Venezuela del IEEE al presidente de la AVIEM, obviando de paso la organización de elecciones dentro del reducido número de miembros que residían en Venezuela, que seguramente no llegaba a los cuarenta exigidos por los reglamentos del IEEE para la creación de una sección. Sin embargo, estando la creación fomentada por el propio presidente del IEEE, el directorio del instituto procesó la petición al verla como un mecanismo que justamente permitiría incrementar el número de socios. Así que Luis Alvaray, fallecido en 2005 e integrante de la séptima promoción de ingenieros electricistas de la UCV (1958), fue el primer presidente de la Sección Venezuela del IEEE y ésta tuvo su sede en el parque Los Caobos, en las instalaciones que la AVIEM tenía en el Colegio de Ingenieros. Tanto la rama estudiantil de la UCV como la de la Universidad de Carabobo fueron fundadas ese mismo año y sus primeros consejeros fueron el profesor Alberto Rodríguez Marciales, a la sazón Director de Coordinación de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela y el profesor Wilfredo Mesa, respectivamente. Cuando se pensó por primera vez en la publicación de una revista del IEEE para la Región 9, en Nueva York escogieron a Armando Enrique Guía para tal responsabilidad, pero sus ocupaciones no le permitieron asumirla. El maestro Guía, quien me conocía por haber sido jurado de mi primer trabajo de ascenso y por ser yo el editor de “Ingeniería Eléctrica y Mecánica”, el órgano divulgativo de la AVIEM, me recomendó ante el IEEE y asistí como representante de nuestro país a la reunión preparatoria que se realizó en Ciudad de México, donde nuestro espléndido anfitrión fue el bien recordado Francisco Hawley, presidente de esa sección (creada en 1922 como filial del American Institute of Electrical Engineers, AIEE) y luego presidente de la Región 9 (1968-1969). A mi regreso al país fui confirmado como editor asociado por Venezuela de “IEEE Electrolatina”, revista que tuvo una corta existencia y un éxito relativo, pero que al menos y a diferencia de muchas publicaciones, fue más allá de la primera edición. La razón fundamental por la cual este esfuerzo que no continuó lo fue la baja producción de artículos técnicos, base esencial de cualquier publicación periódica.

Durante la carrera había usado, además de los clásicos, los libros de más reciente publicación en sus versiones originales en inglés, empastadas e impresas en papel de alta calidad, que nos recomendaban los profesores y que adquiríamos en la librería que la Organización de Bienestar Estudiantil (OBE) mantenía en la plaza del rectorado, manejada por la gente que luego fundó Técniciencia Libros o en la Librería Técnica Vega, que en ese entonces estaba en la avenida Urdaneta, vecina al mercado Guaicaipuro y no muy lejos del Colegio de Ingenieros, en la zona donde luego construyeron la avenida Libertador. En la calurosa y estrecha biblioteca de la Facultad de Ingeniería también se conseguían ejemplares de reciente data. Recuerdo haber consultado en esa biblioteca en 1961 el libro “The Theory of Optimum Noise Immunity” de V.A. Kotelnikov, un clásico de las comunicaciones eléctricas publicado en 1959 por la McGraw-Hill y cuyos resultados serían incorporados a los libros de texto sólo en 1966. Mi primer contacto con las publicaciones del AIEE y del Institute of Radio Engineers, IRE, sociedades que se fusionarían el 1° de enero de 1963 para crear el IEEE, fue en las bibliotecas de La Electricidad de Caracas en San Bernardino y del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, IVIC, en los altos de Pipe, respectivamente. De esa época es el logo del IEEE que muchas veces lucimos con orgullo en la solapa del saco: la cometa de Benjamín Franklin, que simboliza el espíritu de investigación e innovación, decorada con una regla gráfica básica del electromagnetismo, la de la mano derecha. En Chicago consulté tanto las publicaciones del IRE como del IEEE cuando tuve que realizar un trabajo en la materia Antenas, que versó sobre antenas de diagrama de radiación periódico en el logaritmo de la frecuencia, o simplemente “Antenas log-periodic”. Tal trabajo lo publiqué luego en español en el “Boletín de la Facultad de Ingeniería”, traducción que considero bastante deficiente, pues estaba demasiado cerca de su versión original en inglés y además en ese entonces yo desconocía el grueso de la terminología castellana de esa área. Más adelante tuve tesistas en el área de las antenas y las fotocopias de las publicaciones periódicas del IEEE que necesitaba, las traía yo mismo de Nueva York. Con el tiempo y bajo el auge de las ramas estudiantiles, la biblioteca de la Facultad de Ingeniería se suscribió a las diversas publicaciones del IEEE.

El grueso de los que laborábamos inicialmente en el IEEE proveníamos de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela. En 1969 la renovación académica sacudió los cimientos de la Facultad de Ingeniería, causando el éxodo de muchos profesores. Yo, que me desempeñaba como Coordinador General del Proyecto UNESCO VEN-3, emigré hacia la península de Paraguaná y trabajé como ingeniero de campo en la refinería de Amuay de la Creole Petroleum Corporation. El cargo de coordinador de un proyecto internacional me daba todas las facilidades para realizar mis labores relacionadas con el IEEE, incluyendo apoyo secretarial y logístico. Es más, las visitas que tenía que hacer a Nueva York en asuntos relacionados con el proyecto las coordinaba con los congresos del IEEE y de paso visitaba la Casa Principal del IEEE, pero no iba a entrevistarme con el Gerente General Donald G. Fink, sino con las “viejitas” que manejaban los diversos asuntos. Las actividades estudiantiles estaban a cargo de Emma White, Una B. Lennon trabajaba con los premios y a la polifacética Emily Sirjane le tocaban la membresía, las trasferencias, las secciones y los socios honorarios (Fellows). Al llegar a Amuay simplemente me había alejado, no sólo física sino hasta postalmente, del grueso de los miembros y tuve que renunciar a mi condición de Editor Asociado de Electrolatina, cargo para el cual recomendé a otro miembro de la Creole residenciado en Caracas: Henri Allais. Sin embargo, ya para ese entonces esta revista había caído en picada. Igual suerte corrió la sección venezolana, creándose un vacío que a duras penas trataron de llenar alrededor de 1974-1975 Enrique Jorge Tejera Rodríguez y Gilberto Granadillo, ambos profesores de la nueva Universidad Simón Bolívar. Después de un período de inactividad de duración desconocida un grupo de colegas de Valencia, estimulados por el Ing. Ruperto Jiménez, Pasado Director Regional, tomó la tarea de reactivar la Sección Venezuela. Le tocó al Ing. Francisco Naveira, entonces en CADAFE, ejercer la Presidencia durante 1982-84. Posteriormente el Prof. Aldo Bianchi, quien durante muchos años había mantenido la presencia activa del IEEE como Profesor Consejero de la Rama Estudiantil de la Universidad de Carabobo, ejerció la Presidencia de la Sección en el período 85-87.

Cabe destacar que en el año 1985 se realizó la Reunión Regional en Caracas, siendo Director Regional el Ing. Ramiro García de México. En esa Reunión fueron premiados con la "Medalla del Centenario", en reconocimiento a sus destacadas trayectorias profesionales, los Ingenieros Melchor Centeno, Mario Morales, Alberto Naranjo, Luis Pablo Poli y Oscar Machado Zuloaga. En el año 1988 la Presidencia recayó en el Ing. Pedro Martínez que fue sucedido en 1990 por el Ing. Asdrúbal Romero, posteriormente Rector de la Universidad de Carabobo; y como lo resalta Aldo Bianchi, fue la primera vez que en Venezuela un ex Presidente de Sección accedía a tan alta investidura. En 1992 retomó la Presidencia de la Sección Venezuela el Prof. Aldo Bianchi quien en 1993 fue sucedido por el Ing. José Gregorio Díaz de la Universidad de Carabobo. El 18 de agosto de 1983 se creó la Rama Estudiantil del Instituto Universitario Politécnico de las Fuerzas Armadas-IUPFAN (cuyos primeros Profesores Consejeros fueron: 84-85 Mario Petrizelli; 86-87 Vicente Tanasis; 90 Enzo Carpentiero). El 8 de abril de 1986 nace el Capítulo de Comunicaciones y Microondas cuyo Chairman desde esa fecha es el Profesor Aldo Bianchi. En marzo de 1989 se funda la Rama Estudiantil de la Universidad Simón Bolívar, la cual tuvo como primer Profesor Consejero al Profesor Germán González. Poco después se establece el Chapter de Potencia liderado por los Profesores Juan Bermúdez y Ramón Villasana de la USB y más tarde las Ramas Estudiantiles de la Universidad de Los Andes-ULA, cuyo primer Consejero fue el Profesor Rubén Molina y UNEXPO-Universidad Experimental Politécnica de Barquisimeto. En ese entonces se decidió tratar de darle al IEEE una mayor presencia nacional y se acordó escoger la Directiva de la Sección con colegas principalmente de Caracas, con la idea de crear una sección Valencia-Occidente y otra Caracas-Oriente coordinadas por el Consejo Venezuela; así en 1995 accedió a la Presidencia de la Sección el Profesor Alberto Urdaneta de la USB quien promoviera la creación del Consejo Andino y en 1999 la asume el Prof. Juan Bermúdez, quien lideró la organización de la I Conferencia Internacional del Área Andina del IEEE - ANDESCON99 (Premio del Mayor Logro de la Región 9 en 1999, otorgado por el IEEE Mundial), la creación de las Ramas Estudiantiles de la Universidad del Zulia, la Universidad Fermín Toro y la Universidad Bicentenaria de Aragua.
Como otros datos importantes pueden recordarse el “II Simposio sobre Redes Locales” en 1991, la presencia del Ing. Rubén Kustra para dictar cursos sobre Comunicaciones Digitales en Valencia y Caracas en 1992, el primer Boletín Electrónico emitido por la Rama Estudiantil de la ULA a través de Carolina Casanova en marzo de 1993, seguido por el Boletín Electrónico de la Sección Venezuela y por el Boletín del Capítulo de Comunicaciones y Microondas que se emite actualmente, el convenio con el Centro de Información y Documentación de la Universidad de Carabobo para la instalación de un sistema en banda C para recibir video conferencias, la visita de Conferencistas Distinguidos de IEEE, que comenzaron en 1986 y se repitieron en varias ocasiones, y la organización en 1997 de otros Capítulos Técnicos (Control Systems and Industrial Applications). Destacan a su vez, las conferencias internacionales del Capítulo de Computación, lideradas por el Prof. Nagib Callaos y las versiones del ICCDS del capítulo de electrónica, cuyo chairman es el Prof. Francisco García Sánchez.

De la cooperación académica internacional entre los profesores de la Universidad Simón Bolívar (USB) y la University of Central Florida (UCF) surgió la realización de la “IEEE International Caracas Conference on Devices, Circuits and Systems” (ICCCDS), cuyo objetivo es suministrar un foro internacional para establecer y mantener contactos profesionales para el intercambio y la discusión de información técnica, conocimientos y experiencias recientes en diversas áreas de la ingeniería eléctrica y electrónica. La conferencia tiene como sede el área del caribe; su primera reunión se efectuó en diciembre de 1995 en la Universidad Simón Bolívar, luego en Porlamar en marzo de 1998, en Cancún en el 2000, en Aruba en el 2002, en República Dominicana en el 2004 y en Cozumel en el 2006. Detrás de esta labor han estado Roberto Callarotti del INTEVEP y los profesores de la USB Adelmo Ortiz Conde, Francisco J. García Sánchez y Víctor Manuel Guzmán Arguis. Valga la pena mencionar que para el 2007 las siglas de la conferencia no han cambiado, pero la palabra Caracas ha sido sustituida por Caribbean, quizás por estar enmarcada dentro de la concepción original y ser más cónsona con la variedad de sedes que ha tenido.

Nunca he compartido la tesis de que si uno no habla bien de su propia persona, nadie más lo va a hacer. Sin embargo, a lo largo de estas líneas no he podido dejar de mencionar mi participación personal. Quisiera finalizar diciendo que alrededor de 1972 o 1973 fui el primer Senior Member venezolano del IEEE, distinción que otorga el instituto a solicitud del interesado y previo examen de las credenciales; este grado lo recibió varios años después y con sobrados méritos, otro miembro de la academia prestado a la industria: Roberto Callarotti. Por su parte, el sector industrial nos dio la satisfacción de contar con el primer Fellow venezolano del IEEE, Antonio Vicentelli. El grado de Fellow es conferido por el Board of Directors, por iniciativa de los mismos directores y debe recaer sobre una persona con un record extraordinario de logros en cualquiera de los campos de interés del IEEE. El número de miembros seleccionados en un año no excede del uno por mil de la membresía total del IEEE.

Referencias:
Bianchi, Aldo N.: [en línea]: “Historia del IEEE, sección Venezuela hasta 1998”
www.ewh.ieee.org/reg/9/noticieeero/edicion.htm

Proceedings of the Second IEEE International Caracas Conference on Devices, Circuits and Systems. Isla de Margarita. Marzo 2 al 4 de 1998.
About the IEEE [en línea]: “IEEE Fellow Program History.”
http://www.ieee.org/portal/site/mainsite/menuitem.818c0c39e85ef176fb2275

La Universidad de Caracas nunca estuvo en Sartenejas

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            A pesar de que el decreto de creación de la nueva universidad para el área metropolitana de Caracas fue firmado el 18 de julio de 1967, fue recién a principios de 1969 cuando se vinieron a escuchar las más airadas protestas contra la naciente Universidad de Caracas. Aun cuando se señaló que la nueva institución mermaría los ya de por sí escasos recursos que el Ejecutivo asignaba a la Universidad Central de Venezuela, que simplemente se estaba desvistiendo a un santo (impuro según la óptica de muchos) para vestir a otro (inmaculado por no haber intentado todavía cruzar el pantano), el grueso de la polémica giró en torno al nombre. Nunca se imaginaron ni Héctor Isava ni Mercedes Fermín, en la turbulenta sesión del Consejo Universitario de la Universidad Central de Venezuela de enero de 1967, donde de hecho nació la Universidad Simón Bolívar, que los lazos entre ambas universidades iban a ser tan estrechos. En Sartenejas no sólo se dio el trasplante sin rechazo de un fogueado grupo de trabajo proveniente de la Facultad de Ingeniería de la Central, sino que la nueva institución llevó durante casi dos años el nombre bajo el cual fue fundada el 22 de diciembre de 1721 la Universidad Central de Venezuela: Real y Pontificia Universidad de Caracas.
            De muchachos, los alumnos de la Escuela Aranda de San Juan de los Morros
gritábamos alborozados ¡hoy no hay escuela! cuando se suspendían por alguna razón las clases y no creíamos equivocarnos, a pesar de que los mayores insistían en que nadie había derribado la escuela. Tal criterio, arraigado en mí desde muy joven, de que son las aulas y los laboratorios llenos de estudiantes, es decir las clases, lo que le da vida a una institución educativa, fue el que usé para acuñar el título de esta crónica. La versión original, publicada en 1988 con ocasión del vigésimo primer aniversario del Decreto de creación, salió impresa con ese mismo nombre. Como no conservé la versión electrónica original, lo cual me pasa hasta con los archivos más recientes, decidí hacer una versión algo más ligera, animado por mi participación en la serie de programas de televisión “Así lo recuerdo…” que el Decanato de Extensión de la Universidad Simón Bolívar ha empezado a lanzar al aire desde enero del presente año 2014. Las caricaturas de los rectores Jesús María Bianco y Eloy Lares Martínez son de mi autoría e ilustraron la publicación original.
            Para enero de 1969 todavía no se habían edificado las primeras aulas para albergar a los estudiantes de la nueva universidad, pero el anuncio de que las clases se iniciarían en octubre de ese año, la casi certeza de que pronto “habría escuela”, provocó en la Universidad Central de Venezuela, mi alma mater, una apasionada reacción cuyo clímax lo constituyó un enfrentamiento entre los rectores de ambas instituciones, que por poco convierte a las antiguas instalaciones del Ministerio de Educación, allá en la esquina del Conde, en la propia Calle Real, en un improvisado ring de boxeo. En ese enero, compás de espera para la entonces inédita transmisión de mando entre dos presidentes de diferentes toldas políticas, el clima en la Universidad Central estaba caldeado por la hoy tristemente célebre renovación académica, coletazo del mayo francés de 1968. Ya hablaré del incidente, pero antes les contaré como descubrí en 1969, siete años después de haber egresado de la Universidad Central de Venezuela, que también era egresado de la Universidad de Caracas.
            En la edición del diario El Nacional del 9 de enero de 1969, Idelfonso Leal, quien en 1963 había publicado el libro “Historia de la Universidad de Caracas”, reclama lo que consideraba un nuevo despojo contra esa universidad: “…Le quitaron su casa, le transformaron sus sellos, sus viejas tradiciones, le han cambiado sus ceremoniales y hasta le cambiaron su nombre. Ahora lo van a poner en otra institución…” En esas declaraciones, el historiador aclara que después de la Independencia, al desparecer los nexos con el Monarca y con la Santa Sede, la universidad deja de ser real y pontificia y empieza a llamarse Universidad de Caracas, nombre que conservó hasta 1821. En ese año se redacta la Constitución Nacional de la Gran Colombia y en 1822, una Ley expedida en Bogotá dispone el funcionamiento de sendas Universidades Centrales para los tres Departamentos que formaban ese país. En la ley no explicaba si lo de Central era por jerarquía o por localización geográfica.  Surge entonces el nombre de Universidad Central del Departamento de Venezuela, junto con las homónimas de Cundinamarca y de Ecuador. A partir de 1830, con la separación de Venezuela de la Gran Colombia, los documentos oficiales empiezan a referirse por igual a la Universidad Central y a la Universidad de Caracas. El doctor Joaquín Gabaldón Márquez, en una exposición razonada que hiciera el 6 de enero de 1969 al Rector Jesús María Bianco, propuso el nombre de Simón Bolívar para la nueva Universidad Técnica de Caracas. En su exposición deslinda con claridad lo esencial y lo accidental, lo permanente y lo pasajero, al citar la frase lapidara “Esta ilustre Universidad de Caracas, Central de Venezuela” pronunciada en 1837 por el doctor Andrés Narvarte, considerado como uno de los más ilustres rectores y ciudadanos venezolanos.
            El doctorGabaldón Márquez, en su carácter de Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia,  se dirige el 8 de enero de 1969 al Director de esa organización Cristóbal L. Mendoza, para pedirle que tuviera a bien incluir en el orden del día de la próxima sesión dos puntos, que a mi entender se pueden resumir de la siguiente manera: 1. Sobre la conveniencia de que la nueva universidad creada por el Ejecutivo reciba el nombre de “Universidad Simón Bolívar” y 2. Que se declare que el nombre “Universidad de Caracas” corresponde histórica, filosófica, académica y lingüísticamente a la Universidad Central de Venezuela”. La Academia le dio su apoyo en la sesión del 9 de enero de 1969, el cual fue destacado en la rueda de prensa que el Rector Bianco ofreció junto con los doctores Joaquín Gabaldón Márquez e Idelfonso Leal, un día después, víspera de la reunión ordinaria del Consejo Nacional de Universidades en la cual se distribuiría la partida global del presupuesto de las universidades para el año 69. En esas declaraciones el doctor Bianco destacó que las autoridades de la Universidad Central de Venezuela veían con agrado la creación de un nuevo Centro de Estudios Superiores y que estaban dispuestos a brindarle, tal como se había hecho con las demás universidades del país, la mayor colaboración posible; únicamente objetaban que hubiesen utilizado el nombre que corresponde histórica y filológicamente a la Universidad Central de Venezuela. Añadió que la nueva universidad anunciada por el Ministerio de Educación respondía a las necesidades del país y serviría para proporcionar plazas a numerosos estudiantes que cada año se enfrentaban a la escasez de cupos; lamentándose únicamente el que se hubiese escogido el nombre que por patrimonio espiritual e histórico, le pertenecía a la Universidad Central.
            El 10 de enero pasadas las cuatro de la tarde se inició, bajo la presidencia del Ministro de Educación J. M. Siso Martínez, la reunión del Consejo Nacional de Universidades. Cuando el doctor Eloy Lares Martínez, Rector de la Universidad de Caracas, se incorporó a la reunión ya se había realizado la distribución del presupuesto. Apenas tomó asiento, el doctor Jesús María Bianco, Rector de la Universidad Central de Venezuela, pidió la palabra para manifestar que la delegación de esa Universidad —que integraban además el Vicerrector Académico José Lucio González Rivero, el Decano de la Facultad de Economía Armando Alarcón Fernández y el Delegado Estudiantil Juvencio Pulgar— se retiraba de la sesión, en protesta por la presencia de la representación de la Universidad de Caracas, en virtud de que por razones de principio, no podían aceptar otra institución con el nombre de Universidad de Caracas, por cuanto éste le correspondía histórica y jurídicamente, a la Universidad Central de Venezuela. Después de alegar las diversas razones que lo asistían, el Rector Bianco advirtió que esa actitud, en ningún caso, constituía un agravio al doctor Lares Martínez, quien había sido su maestro y a quien lo ligaba una amistad de más de treinta años. El Ministro Siso Martínez hizo uso de la palabra para indicar que el nombre dado al Nuevo Instituto Experimental de Educación Superior era inobjetable desde el punto de vista jurídico, señalando que cualquier acción de nulidad debía ventilarse ante la Corte Suprema de Justicia. El Rector Bianco recordó que la Universidad Central había sostenido la misma posición en 1963, cuando un grupo de inversores privados intentó usar el nombre de Universidad de Caracas y finalmente adoptó el de Universidad Metropolitana. Reiteró que la actitud asumida no significaba ni  una oposición a la creación  de nuevos institutos superiores de enseñanza que tanto necesitaba el país, y mucho menos la más leve repulsa al doctor Lares Martínez, distinguido profesor de la Universidad Central.
           
Eloy Lares Martínez

Jesús María Bianco
Cuando la delegación de la Universidad Central intentó abandonar el recinto, el doctor Lares Martínez, que estaba sentado en un extremo de la mesa de la sala de conferencias, se levantó e interceptó el paso al doctor Bianco, increpándole enérgicamente que su actitud era un agravio personal. El doctor Lares Martínez avanzó dos pasos, batiendo la mano derecha hacia el doctor Bianco, repitiendo en tono severo que se sentía profundamente agraviado. El doctor Bianco trato de calmarlo, expresándole que en ningún caso, y así lo había dicho antes, pretendía agraviarlo. Pero el doctor Lares Martínez le reclamó que cuando él le había informado, como su amigo, que le habían propuesto el cargo de Rector de la nueva Universidad, no le había formulado tales objeciones y, al contrario, lo había estimulado para que aceptase. Una vez calmados los ánimos la representación de la Universidad Central se retiró y al término de la reunión, el doctor Lares Martínez manifestó a los periodistas que consideraba un agravio a su persona la actitud del doctor Bianco, ya que si bien la Universidad Central de Venezuela estaba en su derecho de reclamar, por razones históricas, el nombre de Universidad de Caracas como patrimonio suyo, petición que el Consejo Universitario había decidido hacer llegar al Presidente de la República, lo correcto no era que se retiraran sino que esperaran la respuesta del presidente Leoni. La solución al problema que ese día se planteó en forma por demás dramática y apasionada, sin embargo no trajo otras consecuencias, como ya veremos, pues ni siquiera debió recurrirse a la Corte Suprema de Justicia.
            En una nueva rueda de prensa que se efectuó el día siguiente, el 11 de enero de 1969, el Rector Bianco anunció que la Universidad Central iba a incoar ante la Corte Suprema de Justica, una demanda de nulidad del nombre de Universidad de Caracas que se pretendía dar a la nueva universidad del área metropolitana. Bianco abundó sobre las razones históricas que apoyaban la posición de la Universidad Central y advirtió que si se quería rendir un homenaje a Caracas con motivo de la celebración del IV Centenario de su fundación, lo ideal era que nuestra ciudad capital mantuviera el nombre de Universidad de Caracas para la antigua institución erigida hacía más de 247 años por la monarquía hispánica. Al preguntársele si podía considerarse la creación de una nueva universidad como una medida con trasfondo político, para neutralizar la acción de la Universidad Central, el doctor Bianco contestó que no debía interpretarse de esa manera, pero que la nueva universidad tendría un mal comienzo si su funcionamiento y su posterior desarrollo pretendiera promoverse a expensas de los recursos que se restaran a la Universidad Central de Venezuela. Preguntó a su vez el doctor Bianco por qué el Ejecutivo Nacional, en lugar de crear una nueva universidad, no procedía a ampliar las instalaciones de la Universidad Central, dotándola de los recursos necesarios para su mejor funcionamiento y desarrollo. Expresó que para evitar futuras fricciones o ambigüedades entre la vieja y la nueva universidad, bien podría dársele a esta última una designación o título diferente, utilizando alguno de los grandes nombres que son legítimo orgullo de la nacionalidad, como por ejemplo “Universidad Técnica Simón Bolívar”, “José María Vargas”, “Juan Manuel Cajigal”, o “Simón Rodríguez” y no empeñarse en mantener un nombre que por derecho de su propia creación y por una tradición centenaria, correspondía legítimamente a la Universidad Central de Venezuela.
            El incidente entre los doctores Bianco y Lares Martínez trajo como secuela una solicitud de convocatoria urgente del Consejo Nacional de Universidades, emanada de los rectores de las cuatro universidades nacionales y autónomas: Jesús María Bianco (Universidad Central de Venezuela), Pedro Rincón Gutiérrez (Universidad de Los Andes), José Manuel Delgado Ocanto (Universidad del Zulia) y José Luis Bonnemaison(Universidad de Carabobo). La idea era aclarar, a la luz de una declaración jurídica con base en el texto de la Ley de Universidades, la situación de las universidades experimentales (Universidad de Oriente, Universidad Centro-Occidental y Universidad de Caracas) en el seno de un organismo que de conformidad con la citada Ley, estaba integrado por las universidades nacionales autónomas y las privadas. Ese mismo día el doctor Rafael Pizani, ex Ministro de Educación y ex Rector de la Universidad Central de Venezuela, emitió unas declaraciones que, como se vería después, contenían conceptualmente la solución que se dio a la controversia de los nombres. Abogó el doctor Pizani por una educación para los venezolanos con mayor énfasis en el aspecto técnico, justificando la creación de un Instituto de esa naturaleza para la Capital de la República. Señaló que el nombre de Universidad de Caracas, desde el punto de vista legal no podía ser impugnado con éxito por las autoridades de la Universidad Central de Venezuela, pero que el problema podía y debía ser resuelto dentro del mayor espíritu universitario, marco en el cual estaba justificada la reclamación  que venía haciéndose.
            El 16 de enero de 1969 la Academia Nacional de la Historia, en Junta Ordinaria, aprobó una proposición donde ve con simpatía e interés la idea de que a la nueva universidad se le de el nombre de Simón Bolívar, como merecidísimo homenaje al Padre de la Patria, quien tanto se preocupó por la instrucción y condensó su pensamiento en la histórica fórmula “Moral y Luces son los polos de la República, Moral y Luces son nuestras primeras necesidades”. Para el momento de esa declaración copa la atención del Consejo Nacional de Universidades la posición de la autónomas respecto a la participación en ese cuerpo de las universidades experimentales. Juvencio Pulgar, Delegado Estudiantil ante el Consejo Universitario de la Universidad Central, hablando en nombre de la Federación de Centros Universitarios respaldó el planteamiento de los rectores y señaló que las nuevas instituciones no constituían verdaderas universidades, ya que sus autoridades no eran electas, el profesorado no poseía estabilidad, no imperaba la libertad de cátedra, no existía el cogobierno ni la autonomía, ni el régimen democrático. El doctor José Pérez Guevara, en un artículo que apareció el 20 de enero, respondió a los autonomistas a ultranza, señalando el bajo rendimiento de las universidades tradicionales y vislumbrando, en el reto a la tradición que eran las universidades experimentales, una alternativa hacia la modernización de las doctrinas universitarias; el docente daba su bienvenida a la Universidad de Caracas, ya sea con este nombre o el de Universidad Metropolitana Simón Bolívar o simplemente Universidad Sartenejas. El doctor Luis Manuel Peñalver, Presidente de la Comisión Organizadora de la nueva universidad, en un artículo publicado el 24 de enero, defendió la legitimidad tanto del nombre de Universidad de Caracas y como de la existencia de las universidades experimentales, creadas por el Estado Venezolano al amparo del artículo 12 de la Ley de Educación.
            Desde fines de enero del 69 hasta principios de julio de ese año la cuestión del nombre de la universidad aparentemente no causó más revuelo, ya que el archivo histórico del Centro de Documentación y Archivo de la Universidad Simón Bolívar (CENDA) no recoge nuevas reseñas al respecto. El miércoles 9 de julio de 1969 el doctor Rafael Caldera, según Decreto número 94 de la Presidencia de la República, otorga a la nueva universidad el nombre definitivo de “Universidad Experimental Simón Bolívar”. Así el profesor Caldera, desde la más alta magistratura, ponía fin universitariamente a la controversia sobre el nombre de la quinta universidad del área metropolitana. El primero de los cinco considerandos que anteceden al Decreto que refrenda el Ministro de Educación, doctor Héctor Hernández Carabaño, señala las reiteradas solicitudes de numerosos integrantes de la comunidad universitaria sobre el cambio del nombre; el segundo considerando establece que, efectivamente, denominar Universidad de Caracas a otra universidad distinta a la Universidad Central de Venezuela, que históricamente ha sido identificada con ese nombre, podía originar confusiones y fricciones entre ellas; consideraba que la Academia Nacional de la Historia y la Sociedad Bolivariana de Venezuela habían manifestado su deseo de que la Universidad Experimental fuera vinculada al nombre del Libertador Bolívar y, finalmente, que al erigir la Universidad Experimental de Caracas se quiso honrara la capital del país, ciudad natal de Simón Bolívar, con motivo del Cuatricentenario de su fundación y que el Libertador Bolívar es la expresión más alta del patrimonio moral e histórico de la Nación venezolana. Seis días después, el 15 de ese mismo mes, es designado Rector de la Universidad Simón Bolívar el doctor Ernesto Mayz Vallenilla. Los hechos indican con claridad que el primer rector de la efímera Universidad de Caracas, embrión de la Universidad Simón Bolívar, fue el doctor Eloy Lares Martínez y que Ernesto Mayz Vallenilla nunca fue rector de esa Institución, pero sí el primer rector de la Universidad Simón Bolívar. En consonancia con los hechos aquí narrados, en nuestra querida universidad se conmemora el 18 de julio de 1967, fecha en la cual se firmó el decreto de creación de la nueva universidad, pero también se celebra el 19 de enero de 1970, cuando se dio inicio a las actividades académicas. A la primera fecha, identificada plenamente con el partido Acción Democrática se le conoce como el aniversario “adeco”, mientras que a la segunda y por las mismas razones, pero esta vez con el Partido Social Cristiano Copei como protagonista, se le denomina el aniversario “copeyano”.



Los dos aniversarios de la Universidad Simón Bolívar.

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Cada enero algunos colegas, con Roger Carrillo a la cabeza, acostumbran llamar la atención sobre los dos aniversarios que la Universidad Simón Bolívar celebra: el 18 de julio de 1967, fecha del decreto de creación que yo llamo el aniversario adeco y el 19 de enero de 1970, el aniversario copeyano. En esta última fecha el entonces primer mandatario Rafael Caldera dictó la lección inaugural, que le corresponde ser la primera clase magistral. Pero tal clase magistral no fue una sola, nada extraño en una institución que gozó de dos nombres, dos banderas y también de dos personas que se conocieron como el “Primer Rector”. Al día siguiente, el martes 20 de enero, el rector Ernesto Mayz Vallenilla dictó la primera clase magistral. Para clasificar los eventos y no entrar en estériles controversias, a la clase del Dr. Caldera se le puede llamar la lección inaugural y a la del Dr. Mayz, la primera clase magistral. El ejercicio del rectorado del Dr. Eloy Lares Martínez abarcó el lapso comprendido entre el 30 de diciembre de 1968, fecha de su designación, y el 15 de julio de 1969, cuando el Dr. Mayz Vallenilla fue designado rector. La “Universidad de Caracas”, de la cual Lares Martínez fue el primer rector, existió legalmente hasta el nueve de julio de 1969,  fecha en la cual la nueva institución de educación superior recibió el nombre definitivo de Universidad Simón Bolívar. Así que el Dr. Lares Martínez sólo fue rector de Universidad Simón Bolívar durante una semana, cuando él ya estaba de salida. Sin que nadie me lo haya preguntado, diré que el Dr. Lares tenía corriendo el preaviso desde el mismo momento de su designación, porque ésta la hizo el gobierno adeco del Dr. Raúl Leoni, cuando ya el partido Acción Democrática había perdido las elecciones presidenciales. A pesar de que el Dr. Lares Martínez gozaba de altas calificaciones académicas y quizás sólo era simpatizante de Acción Democrática, el gobierno Social Cristiano procedió a designar al Dr. Mayz, quien dicho sea de paso nunca militó en Copei. Ya sea desde un punto de vista pragmático, o aplicando la lógica de que una semana de transición no cuenta, o que la primera persona que recibió el nombramiento de rector de la nueva universidad bajo su denominación final fue Ernesto Mayz Vallenilla, a éste último bien se le puede llamar el primer rector de la Universidad Simón Bolívar. Tiene carácter anecdótico la coincidencia de la fecha de toma de posesión del  Dr. Mayz Vallenilla como Rector de la Universidad Simón Bolívar en sustitución del Dr. Lares Martínez; ésta  se llevó a cabo el 18 de julio de 1969, exactamente dos años después de la fecha del decreto de creación de la nueva universidad.
Se tenía previsto que la primera cohorte estudiantil iniciara sus clases el miércoles 15 de octubre de 1969, pero la culminación de la instalación del circuito cerrado de televisión en los dieciséis salones del Pabellón I, sumado a  la disponibilidad de tiempo del Presidente de la República para el acto inaugural, hizo que éste fuera diferido para el lunes 19 de enero de 1970. Los profesores bromeaban diciendo que sería el sábado 24 de enero, fecha en la cual el Presidente Caldera cumpliría 54 años de edad. Existe una interesante comunicación del Dr. Eloy Lares Martínez del 16 de marzo de 1969, dirigida al Dr. Rafael Caldera, donde le pone el cargo a su orden, para dejarlo en entera libertad de dar a la nueva universidad  la organización y orientación que estimase conveniente a los intereses del país. En esa misiva, el Dr. Lares Martínez aclara un poco las diversas fechas propuestas para el inicio de clases.
Aparte de la materia relacionada con el  inicio de las actividades, las actas de la Comisión Organizadora de la Universidad correspondientes a los primeros días de enero de 1970 recogen la renuncia de tres directivos: el Vicerrector Académico Francisco Kerdel Vegas, el Vicerrector Administrativo Federico Rivero Palacios y el Director de la División de Ciencias Biológicas Pablo A. Pulido M. Éste fue un efecto dominó, en un juego con muy pocas fichas. El primero en hacerlo fue el doctor Rivero Palacios, por su desacuerdo con la decisión de la Comisión Organizadora de negar la creación de la División de Ciencias de la Salud, cuyo proyecto había sido elaborado por los doctores Kerdel Vegas y Pulido, ambos profesionales de la medicina. Aun cuando las razones aludidas por estos últimos fueron de índole personal y las correspondientes misivas estaban redactadas en términos amistosos, las renuncias de Kerdel Vegas  y de Rivero Palacios son clasificadas en forma unánime por la Comisión Organizadora, en reunión del 21 de enero, como abandono de los cargos, como una acción injustificable desde todo punto de vista.
Vista de la casa del rectorado y del estacionamiento, circa 1970. Cortesía de Roger Carrillo 

Por muchos años sólo hubo una vía de entrada y salida a la zona en la cual se vino a asentar la nueva universidad: la senda recta bordeada de chaguaramos que recorría la hacienda de este a oeste y que seguía hasta El Valle, un pequeño pueblo en las afueras de Caracas. Para el primer día de actividades académicas existía un solo estacionamiento, contiguo al lado este de la casona de la vieja hacienda, que era de tierra y se le conocía como el chiquero. El profesor Carrillo recuerda que ese fin de semana llovió copiosamente en Sartenejas y el lunes 19 el cielo amaneció encapotado y el día estaba particularmente frío. Lógicamente el estacionamiento estaba totalmente anegado y más que un establo para cerdos, parecía una verdadera piscina de barro. Así que para los actos protocolares, el otrora camino de recuas que iba hacia la casa grande ahora transformada en rectorado, ese día fue transitado por modernos carruajes, que no eran movidos por tracción de sangre, sino por novedosos caballos de vapor, mas no de agua sino de gasolina. Los profesores y los 508 estudiantes fueron concentrados en el estacionamiento del centro comercial El Placer, sitio donde operaban desde mayo de 1969 varias oficinas académicas y administrativas. En la Universidad no existía ningún espacio apropiado para realizar actos masivos, al punto que las primeras graduaciones se escenificaron en toldos colocados entre los pabellones 1 y 2, luego migraron al gimnasio cubierto y sólo a fines de los años ochenta se empezaron a realizar en el conjunto de auditorios. La logística del acto se manejó a través del novedoso sistema del circuito cerrado de televisión en blanco y negro instalado en cada salón de clases. Los estudiantes fueron bajados en autobuses por secciones de 32 para que, conjuntamente con uno o más profesores, escucharan desde sus pupitres el discurso del Ministro de Educación Héctor Hernández Carabaño, las palabras del Rector Mayz Vallenilla y la clase magistral del Dr. Rafael Caldera. Ese día al profesor Roger Carrillo le tocó el honor de integrar, junto con los profesores José Santos Urriola, Ignacio Iribarren y Rene Khiel, la comisión profesoral que recibió al Presidente Caldera y a su comitiva en la pequeña puerta de entrada de la casona de la vieja hacienda; de ahí los condujeron hasta la Sala Andrés Bello donde aguardaban las autoridades. El martes 20 de enero el doctor Mayz Vallenilla dictó su primera lección magistral “Sentido y objetivos de la enseñanza superior”. Para el resto de esa semana estaba planificada la realización de las actividades de iniciación universitaria, pero a mi entender los estudiantes no regresaron hasta el 26 de enero, cuando arrancaron formalmente las clases bajo el régimen de semestres.


De izquierda a derecha: Manuel Rafael Rivero (Presidente del Consejo Supremo Electoral), José Humberto Cardenal Quintero, José Antonio Pérez Díaz (Presidente del Congreso Nacional), el rector Mayz Vallenilla y el presidente Caldera; el último de los que están sentados es el doctor Eloy Lares Martínez. Archivos de Cenda.

El Ministerio de Educación, para llenar el vacío creado por las renuncias de los vicerrectores, designó el viernes 16 de enero de 1970 al doctor en Ingeniería Agronómica Antonio José Villegas, (19/02/2010), quien era miembro de la Comisión Organizadora de la Universidad Simón Bolívar, como Vicerrector Académico y al economista Freddy Arreaza Leañez (28/12/2007), ex director de la Comisión de la Administración Pública, como Vicerrector Administrativo. El 10 de septiembre de 1969 habían sido designados como Directores de División Ignacio Leopoldo Iribarren (Física y Matemáticas) y Pablo A. Pulido M. (Ciencias Biológicas). Para ocupar este último cargo, a raíz de la renuncia del doctor Pulido ya mencionada en estas notas, el 14 de enero de 1970 fue designado el doctor Rafael Teodoro Hernández, quien formaba parte de la Comisión Organizadora de la Universidad Simón Bolívar. A principios del año 1970, el 21 de enero se designan como Coordinadores a: Segundo Serrano Poncela (Ciclo de Estudios Generales), José Giménez Romero (Ciclo Básico de Ingeniería), José Roberto Bello (Ingeniería Química), Roberto Chang Mota (Ingeniería Eléctrica), Eduardo Capiello(Ingeniería Mecánica) y Simón Lamar (Cursos de Post Grado). Para fines de ese año, el 11 de noviembre se definen los Departamentos como entidades dedicadas a crear y almacenar conocimientos y a las Coordinaciones Docentes como entidades dedicadas a la distribución y dosificación de los conocimientos almacenados en los Departamentos. El 2 de diciembre son aprobados los nombramientos de los Jefes de Departamento y Laboratorios recientemente creados para la División de Física y Matemáticas, a saber: José Antonio Pimentel (Termodinámica y Fenómenos de Transferencia), Juan León (Mecánica y Ciencia de Materiales), Simón Spósito (Electrónica y Circuitos), Eduardo Capiello (Laboratorio A), Roberto Halmoguera (Laboratorio C) y Celestino Muriel (Laboratorio G).
El tema de las dos banderas, que para mi son tres, aparece en 1987 mucho después de los hechos aquí narrados y está descrito en la obra La Universidad Simón Bolívar a través de sus símbolos de María Teresa Jurado de Baruch. La necesidad de adoptar una bandera surge en 1972, a fin de dotar de un emblema a las delegaciones deportivas. El diseño estuvo a cargo de la profesora Senta Enssenfeld, Directora de Servicios Estudiantiles, junto con los profesores John Muñoz, Argimiro Berrío y Miguel Ángel Gómez Álvarez. Ellos escogieron un rectángulo amarillo con el logotipo de la Universidad en el centro y las siglas U.S.B. bajo éste, en color negro. En la oportunidad de su oficialización, en abril de 1987, el Consejo Directivo nombró una comisión para el diseño de la bandera. Yo formé parte de tal comisión, en mi carácter de Secretario de la Universidad, junto con los profesores Fernando Fernández, Aglays Oliveros y un representante estudiantil. Del diseño anterior se cambió a azul el color del logotipo y se eliminaron las siglas, quizás necesarias en los albores de la universidad cuando nadie conocía el emblema diseñado por Gerd Leufert que todos llaman la cebolla, pero que es un pórtico inspirado en la reproducción fotográfica de un circuito impreso. Esta sería la segunda bandera, recogida en 1987 en la primera edición del libro de la profesora Jurado. A través de la segunda edición de dicha obra, aparecida en 2005, me vine  enterar que en febrero de 1994 el Consejo Directivo modificó la resolución al respecto del 10 de junio de 1987, oficializando el color negro para el logotipo.
Para concluir esta nota, quisiera referirme de nuevo a la enseñanza audiovisual, novedosa labor en la cual la Universidad Simón Bolívar quiso ser pionera. El viernes 25 de septiembre de 1970, cuando se inauguró el edificio del Ciclo Básico I, cuyo  nombre original era Ciencias Básicas I, los salones estaban dotados de televisores unidos al sistema cerrado de televisión, el cual nunca respondió a las altas expectativas que abrigaban Ángel Ara, Roberto Chang Mota y Enrique Tejera Rodríguez. Por la forma en la cual fueron encofrados los techos, los salones tanto del Básico I como del Básico II tienen una acústica pésima, pero ese no fue el único problema al cual hubo que enfrentarse. Los esfuerzos para adiestrar a los profesores en el uso del medio, en dotarlos de la correspondiente metodología de enseñanza, no llegaron a cristalizar. En último lugar, pero no por eso menos importante, el nivel freático que impera en la hacienda de Sartenejas hizo inoperante el cable que unía a los pabellones con las nuevas edificaciones. Valga mencionar que ese mismo nivel freático, esas tierras que se inundaban con facilidad, fue lo que también determinó la migración hacia lo que hoy es el complejo deportivo, del campo múltiple donde se jugaba béisbol y fútbol, el cual quedaba frente al rectorado, del lado norte de la vía de acceso y salida, la única que había. Donde hoy está el edificio de Comunicaciones hubo una cancha asfaltada que gozaba de una excelente iluminación artificial, en la cual se practicaba tanto baloncesto como volibol. Como me dijo una vez el colega José Luis Palacios, a quien se lo recordó su profesor de inglés de primer año en ese idioma, el lugar estuvo ocupado primero por frondosos chaguaramos. Para los jóvenes profesores, que son bastantes y ojalá fueran más, la zona que para el 2014 ocupa el laberinto cromovegetal de Carlos Cruz Diez era plana y fue excavada para construir los sótanos del aula magna, proyecto que quedó inconcluso. Si le echan un vistazo al lateral oeste del edificio de la biblioteca, el que dan hacia el laberinto, verán las cabillas que debidamente protegidas esperan por un futuro mejor.


Obtener los mejores profesores, evitar los peores alumnos.

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Para el año 1968 las actividades de la Comisión Organizadora de la naciente Universidad de Caracas estaban focalizadas en tres puntos: la búsqueda de los terrenos en los cuales se construiría la planta física de la Universidad, la contratación de personal docente idóneo y la captación de estudiantes. A medidos de junio dicha Comisión informó sobre la incorporación progresiva de personal administrativo, primero y luego docente, para las tareas de organización. Ante la primera decisión de contratar bajo la figura de permiso, a un profesor de una universidad del interior, el Dr. Héctor Isava manifestó que debía tenerse mucho cuidado, porque se corría el riesgo de que esas instituciones salieran perjudicadas, dada la atracción que ejercen las universidades de la capital sobre los docentes que trabajan en el interior. En el informe del 8 de julio se planteó la posibilidad de incorporar al Dr. Ignacio Iribarren; al respecto, el Dr. Isava manifestó que el Dr. Iribarren podría hacerlo a tiempo completo, siempre que pudiera dedicarse a tiempo parcial para regentar una cátedra en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central. Como veremos, ésta fue la modalidad que se aplicó a los profesores que se fueron reclutando en la Universidad Central: desde el principio se buscó que no perdieran su vinculación con la casa matriz, que vinieran a buscar nuevos horizontes en el Valle de Sartenejas pero sin quemar las velas, ya que nadie podía en ese entonces predecir cual sería el futuro de la naciente universidad. En esa misma reunión el Dr. Isava insistió en la necesidad de que, en lo relativo al proceso de admisiones se conversase con el Dr. Giménez Romero, Director de la Escuela Básica de Ingeniería de la Universidad Central, por su experiencia sobre el particular. El norte de la Comisión era obtener los mejores profesores, de manera que algunas ofertas de trabajo fueron rechazadas con base en las informaciones sobre las clasificaciones académicas y las características personales de los interesados. Esto me hace recordar que muchos años después, cuando participé como Secretario de la Universidad en los concursos de credenciales, en la revisión de los expedientes de los postulantes, siempre dije que faltaba el ingrediente de la entrevista personal. La contratación del personal docente empieza a cobrar mayor importancia a partir del 27 de agosto, cuando el Presidente de la República Raúl Leoni firma el decreto de expropiación de los terrenos de la hacienda Sartenejas.
El 24 de octubre la Comisión Organizadora discute con el personal docente la proposición de iniciar el año académico en el mes de enero de 1969. Al respecto, la profesora Rosa de Cañizales se inclina por el calendario tradicional, expone que la no coincidencia entre las vacaciones de los profesores y las de sus hijos en edad escolar, traería desajustes de orden psicosocial y que el calendario propuesto imposibilitaría aprovechar los meses de agosto y setiembre en cursos especiales de importancia para la superación del profesorado. El profesor José Santos Urriola complementa la proposición anterior, indicando que la oportunidad de iniciar actividades docentes después de un período de vacaciones, como el propuesto por la profesora Cañizales, es beneficioso por el estado de ánimo que caracterizaría a profesores y alumnos, después de un merecido descanso. Luego menciona el tema que yo he dado en llamar evitar los peores alumnos, al señalar que si la Universidad iniciaba actividades en el mes de enero, la mayoría de los estudiantes que se incorporarían serían aquellos que habían sido rechazados por otras universidades, lo cual hacía dudar de la calidad de los mismos.
Finaliza el año de 1968 con una comunicación que el 12 de diciembre hace el presidente de la Comisión Organizadora, Luis Manuel Peñalver al Ministro de Educación José Manuel Siso Martínez. En ella le consulta la posibilidad de que la incorporación del personal docente de la Universidad de Caracas se haga mediante contrato, por el término de un año. A su entender, esta modalidad ofrecía una mayor garantía de obtener profesores con las mejores condiciones académicas y humanas. Respalda su posición expresando que otorgar un nombramiento desde el comienzo tiene el defecto de garantizar hasta cierto punto la estabilidad de la persona nombrada y exige, para su remoción, el levantamiento de un expediente y la subsiguiente destitución, en caso de que su actuación fuese francamente inadecuada. Esto no ocurriría bajo la figura del contrato y si la actuación del evaluado es satisfactoria, se podría optar entre dos alternativas: renovar el contrato por un año más u otorgarle el nombramiento. Termina señalando que la modalidad, aplicable tanto al personal extranjero como al venezolano, tiene antecedentes en el país: la Universidad de Oriente lo tiene consagrado en su reglamento por el término de dos años.
         El 18 de abril de 1969 y bajo el sello de Editorial Arte sale publicado por el Ministerio de Educación un folleto de 36 páginas titulado “Información General sobre la Universidad de Caracas”, dirigido especialmente a los estudiantes de secundaria próximos a ingresar a la educación superior, a sus orientadores, profesores, directores y representantes. La publicación, cuyo tiraje no aparece registrado en la fotocopia que poseo, tenía como objetivo principal suministrar información acerca de lo que era la Universidad de Caracas y las oportunidades que ofrecería a sus futuros estudiantes. En ella se hace un llamado a la inscripción de los estudiantes, en el Edificio del Instituto de Mejoramiento Profesional del Magisterio, entrada posterior, planta baja. Avenida Rómulo Gallegos. Urbanización Monte Cristo. Los Dos Caminos. La información que encabeza la publicación son los nombres de las autoridades universitarias, el Rector Dr. Eloy Lares Martínez y el Vicerrector Dr. Francisco Kerdel Vegas, quienes habían sido juramentadas el 8 de enero de 1969. Esa misma página se refiere a la Comisión Organizadora nombrada el 10 de mayo de 1967, se indica que ésta había cesado en sus funciones el 7 de enero de 1969 y se presenta la lista de los miembros que la integraron: Luis Manuel Peñalver (Presidente), Miguel Ángel Pérez (Secretario General), los vocales Luis Manuel Carbonell, Mercedes Fermín y Héctor Isava y los asesores Lorenzo A. Vivas y Eduardo Rivas Casado. También se señala que el 27 de mayo de 1967  Lares Martínez y Kerdel Vegas habían sido incorporados en calidad de vocales. En la página 11 la Universidad está descrita como un sistema regional, con su sede principal en la Hacienda Sartenejas, Baruta. Se incluyen dos planos: uno de ubicación y acceso, por el Hoyo de la Puerta, y uno de distribución de las futuras instalaciones. Cualquier semejanza entre este último plano y lo que terminó siendo el campus universitario es pura coincidencia. Como nota anecdótica habría que mencionar que el plano contemplaba tres estacionamientos, uno para 28 vehículos, uno para 24 y uno para 68, lo que hacía un gran total de 116 puestos. El folleto termina con una nómina del personal que colaboraba en la organización del ciclo básico de estudios generales de la universidad. De las 31 personas que aparecen, sólo nueve terminaron haciendo vida académica en la Universidad Simón Bolívar, a saber: Argimiro Berrío Brito, Roger de Jesús Carrillo Castellanos, SentaEssenfeld, Juan José Espinoza Pino, Marcelo Guillén Ceballos, Ignacio Leopoldo Iribarren Terrero, Eleonora Vivas, José Santos Urriola y Eduardo Vásquez Germain.
En la reunión de la Subcomisión Académica de la Comisión Organizadora del 4 de agosto de 1969, se discutió lo referente a los docentes para el Ciclo de Estudios Generales, insistiéndose en que el Rector quería contar con profesores de la más alta calidad. Con tal propósito el Rector sectorizó la búsqueda y comisionó a René Kiehl para Ciencias Sociales, Ignacio L. Iribarren para Matemáticas y Física, Pablo Pulido para Biología y José Santos Urriola para Lenguaje y Literatura. Para mi es críptico el asiento del acta que sigue a lo antes citado, donde se expresa que el Dr. Mayz Vallenilla se reservaba las gestiones para la contratación del personal de Biología. Una semana después, el 11 de agosto los profesores Pulido, Iribarren y Kiehl informaron acerca de sus gestiones. Con respecto a la calificación de los profesores, el Dr. Pulido insistió que al lado de los más notables docentes cabían otros que aun cuando carecieran de las más altas calificaciones, podían resultar de extrema utilidad en los aspectos operativos de la enseñanza. En Lenguaje y Literatura la batuta la tomó el Rector, quien señaló la posibilidad de que el Dr. Arturo Uslar Pietri pudiera tener a su cargo dos secciones de Literatura. También mencionó a Ángel Rosenblat, Segundo Serrano Poncela y la poeta Ida Gramcko.
En ese mes de agosto de 1969 se dan dos acontecimientos que perfilarán el futuro de la Universidad Simón Bolívar. Por una parte, el 21 de ese mes el doctor Mayz Vallenilla envíauna comunicación escrita a todo el personal académico, en la cual les participa el nombramiento, por parte de la Comisión Organizadora de la Universidad Simón Bolívar, de una Comisión Evaluadora de las necesidades que en materia de personal docente requeriría el ciclo básico de estudios generales. Esta última Comisión determinaría la posible utilización que podía hacerse del personal con el cual contaba para ese entonces la Universidad Simón Bolívar. Puntualizaba la comunicación que del resultado de esa evaluación dependería la contratación del personal docente definitivo que para tal fin utilizaría la universidad durante el año académico 1969/1970. Otro grupo de relevancia se empezaría a gestar desde el principio de ese mes, cuando se consolida la ilegal intervención de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela, una fase de la hoy tristemente célebre renovación académica. En nuestra alma mater, un Decano Encargado y un Director de Coordinación espurios, designados por el Consejo Universitario entre gallos y madrugadas el sábado 2 de agosto, empiezan a desmembrar eficientes grupos de trabajo, reemplazando a fogueados directores de escuela por ilustres desconocidos. En ese entonces yo era Coordinador General del Proyecto UNESCO VEN-3, un programa para la modernización de la enseñanza en las escuelas de ingeniería eléctrica, ingeniería mecánica e ingeniería química. El cargo mencionado tenía nivel de director de escuela, pero era de libre nombramiento y remoción por parte del Ministro de Educación. Fue en ese entonces cuando visité Sartenejas un par de veces, la primera vez en compañía de dos colegas de ingeniería eléctrica: Roberto Chang Mota y Luis Fábregas y la segunda de nuevo con Roberto Chang y con José Roberto Bello. Estos últimos se desempeñaban como directores de las escuelas de eléctrica y de química de la Universidad Central, cargos que estaban en la mira de los llamados renovadores, mas no así el del director de la escuela de mecánica pues éste ya había dado señales de que se pasaría al otro bando, como en efecto lo hizo. En ese par de ocasiones nos reunimos bajo un auténtico techo colonial con el Vicerrector Administrativo Federico Rivero Palacio, entrevistas que en cabal cumplimiento del mandato de la Comisión Organizadora había gestionado Ignacio Iribarren con el “Chino” Chang. Así que el origen del Chang’sGang, como denomina StephenAndrea al grupo de profesoresque llegó en ese entonces,fue matemático, ya que el Br. Chang había sido preparador del Br. Iribarren (y también mío) en el curso de Análisis Matemático II del pensum de ingeniería que dictó Ángel Palacio Gros en la Universidad Central de Venezuela durante el año lectivo 1958-59. La amistad entre Chang e Iribarren surgió de la destacada actuación que tuvo este último, accidental estudiante de ingeniería y futuro matemático, en dicho curso. En publicaciones anteriores, impresas por la red, he afirmado que de Los Chaguaramos a Sartenejas se dio un trasplante sin el menor rechazo de toda una organización docente, que incluyó tanto profesores como personal técnico, secretarial, administrativo y obrero. Esta aseveración la quiero reafirmar al señalar que dentro del grupo de los primeros profesores aparece el matemático José Giménez Romero, quien para la época de los acontecimientos aquí narrados era Director de la Escuela Básica de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela.
Ernesto Mayz Vallenilla
La carta del Rector del 21 de agosto de 1969 marca el inicio de lo que es conocido como la razzia de Mayz. Para muchos era un primer aviso de despido, así que con este oficio en mano se constituyó una asamblea de profesores para considerar las implicaciones. Casi todos tenían otro trabajo en Caracas y aquellos que se sintieron vejados y ofendidos se fueron definitivamente. Entre los que se quedaron y a falta de un organismo que defendiera sus intereses, los docentes eligieron a Roger de J. Carrillo y Olga Zoraida Albarrán como sus representantes gremialistas. Mientras se consolidaba la limpieza masiva, el 3 de setiembre se discutió sobre el sueldo que devengarían los profesores y la forma como se haría la contratación de los mismos. Se designó una Comisión Revisora de Credenciales, para estudiar la clasificación que detentaban los profesores a contratar, a fin de que el sueldo fuera semejante al estipulado en la tabla de remuneraciones que regía en la Universidad Central de Venezuela. El 6 de setiembre son nombrados los Dres. Ignacio Leopoldo Iribarren y Pablo Pulido como Jefes de las Divisiones de Ciencias Físicas y Matemáticas y de Ciencias Biológicas, respectivamente. El 17 de setiembre se anunció la apertura del concurso de credenciales para todos los profesores universitarios interesados en participar en la enseñanza de las asignaturas programadas. En consecuencia, al día siguiente, los profesores recibieron una comunicación sobre el despido colectivo por cese de funciones, efectivo a partir del 31 de octubre de 1969. Algunos lo entendieron como un preaviso largo, de casi mes y medio, ya que la ley contemplaba solamente de 15 días. Pero unos ocho o diez de los que seguían recibieron un segundo sobre que contenía una misiva firmada por la Secretaria del Rector, Carmen Cecilia Porras, donde se invitaba a cada profesor a una reunión individual en privado con el Rector, a efectuarse el día siguiente a una hora específica y en la cual le harían una oferta para su continuación en el cargo que venía desempeñando. Las ofertas variaban según el profesor y más que de carácter privado, parecían ser secretas. Unos aceptaron y otros se fueron definitivamente. El llamado a concurso se realizó el 22 de setiembre.
El 24 de setiembre los profesores Olga Z. Albarrán y Roger de J. Carrillo, en ejercicio de la representación gremial que les habían asignado, enviaron una carta al Rector en la cual plantearon tres puntos: 1) La situación legal del profesorado. Destacan que en el cuerpo docente se daban dos situaciones: la de aquellos que habían sido nombrados por el Despacho de Educación y la de quienes no poseían esa credencial, pero aparecían en las nóminas de pago con cargos docentes. Al respecto señalaron la conveniencia de aclarar la situación en ambos casos. 2) Concurso de credenciales. Pidieron información sobre las condiciones mínimas exigidas, los créditos que en dichas pruebas merecerían los servicios ya prestados en esa Universidad y el posible cómputo de la antigüedad acumulada para los que resultaran contratados. 3) Vacaciones y bono de fin de año. Pidieron la opinión de las autoridades al respecto. Ese mismo día el Rector Mayz informa a la Comisión Organizadora sobre el contenido de la carta. Se acuerda dirigirse al Ministerio de Educación participándole las resoluciones tomadas, se encarga al Consultor Jurídico Dr. Rogelio Pérez Perdomo de informarse exactamente sobre el status jurídico de los profesores, se fijan los recaudos para el concurso y se acuerda que el examen y valoración de las credenciales serían realizados por la Comisión Organizadora, y en los casos en los que surgieran dudas se consultaría con algunos asesores o personas de confianza especialistas en la materia. El 25 de setiembre los representantes gremialistas presentaron el caso al Director General de Educación del Ministerio de Educación, Pedro Contreras Pulido, solamente para que ese despacho estuviese al tanto. Intentaron ser justos con la nueva Universidad y prefirieron no plantear una apelación colectiva del profesorado, por consideración con los personajes despedidos y en atención a que el Rector había aceptado dialogar.
En un largo dictamen, el 26 de setiembre el Consultor Jurídico responde al Rector sobre la consulta de los profesores Albarrán y Carrillo. Empieza hablando de la estabilidad docente, pero no dice nada distinto a lo que el Rector deseaba oír. Así que todos los profesores, sin distinción de la vía por la cual habían llegado a la Universidad, para permanecer en ella tenían que someterse al concurso de credenciales. El 1º de octubre, el Rector informó a los miembros de la Comisión Organizadora acerca de la forma como se había venido solucionando el problema de los profesores; señaló que algunos habían logrado ubicación en otras instituciones y algunos estaban preparando su documentación para entrar en el concurso de credenciales. Los miembros de la Comisión estuvieron de acuerdo en tratar de colaborar en la solución de los casos que presentaran dificultad. El 8 de octubre los representantes gremiales reciben una respuesta formal del Rector. Les anexó copia del informe presentado por el Consultor Jurídico, les informó que la Comisión había acordado estudiar detenidamente la posibilidad de pagar una bonificación conforme a los hábitos de la administración pública, en particular del Ministerio de Educación y les hizo saber que en el concurso establecido se contratarían a los aspirantes de mayores credenciales académicas.
Para la planificación de los estudios de Química, el Dr. Mayz Vallenilla informó el 8 de octubre que se había logrado la colaboración de un equipo de cuatro químicos de Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), entre ellos el Dr. Héctor Díaz, y sugirió que debería hacérseles sus nombramientos como miembros de la Comisión Planificadora de los Estudios de Química. El Dr. Kerdel Vegas opinó que a esa Comisión deberían añadirse los profesores Esteban Luis Bertha y Joaquín A. Lubkowitz, quienes venían del exterior contratados a partir de 1º de noviembre. El 22 de octubre se hizo una preselección de las personas que habían presentado credenciales para optar a los cargos ofrecidos por la Universidad y se encargó a los Dres. Ignacio L. Iribarren, Pablo Pulido, Senta Essenfeld, José Rafael Ravenga, Sabeth de Eljuri y el propio Rector, para que se entrevistaran con el personal preseleccionado y presentaran un informe. En esa misma sesión se discutió sobre los sueldos y se decidió: a) adoptar la escala de sueldos de la Universidad Central de Venezuela, b) no contratar por los momentos a profesores a dedicación exclusiva, sino a tiempo completo, c) encargar a los vicerrectores Kerdel Vegas y Rivero Palacio que estudiaran la posibilidad y los mecanismos para una bonificación adicional y d) respetar a los efectos del sueldo el escalafón que traigan de otras universidades. El 29 de octubre fueron estudiados y aprobados los informes sobre las entrevistas; se acordó que las contrataciones serían por un año y se reafirmó el respeto al sueldo que los profesores devengaban en la Universidad de origen, de acuerdo a su escalafón.
La operación canguro.
A finales del mes de octubre de 1969 el Gobierno Nacional, ante la ineficacia de los bien pensados y mejor escritos artículos que contra la renovación académica aparecían en los diarios El Universal y El Nacional, aderezada con la inutilidad de los altisonantes y frecuentes remitidos publicados en esos mismos medios, decidió abandonar las armas de la crítica y apelar al uso crítico de las armas. En la madrugada del 31 de octubre una columna de blindados irrumpió en la Plaza del Rectorado y la Universidad Central fue ocupada militarmente, en una acción que fue bautizada en clave castrense como Operación Canguro. El cerco fue tal que ni siquiera a los profesores se nos permitía acceder al recinto. Cada profesor normalmente recibía su sueldo a través de un cheque que retiraba en las taquillas de la administración de su respectiva Facultades, el cual lo hacía efectivo en la agencia del Banco Nacional de Descuento (BND) de la Plaza del Rectorado, frente al histórico reloj. Pero ahora hasta el no menos emblemático chichero había sido desplazado por los uniformados, había que retirar el cheque en las taquillas del Estadio Olímpico, canjearlo en la agencia del BND de la Gran Avenida, en Sabana Grande e irse para su casa. Esta aparente solución por parte del gobierno fue la gota que rebosó el vaso de muchos profesores. En la Facultad de Ingeniería el conflicto había sido encarnizado y en su cuerpo profesoral había una sustancial proporción de docentes que ya no soportaban la situación y fueron literalmente lanzados hacia la Universidad Simón Bolívar por las turbulencias de aquel instante.
El último asiento del año 1969 de los Documentos de la Universidad Simón Bolívar con relación al cuerpo profesoral tiene fecha 5 de noviembre. En él se habla del destino de seis profesores que habían quedado cesantes. Las soluciones eran variadas: gestiones de jubilación ante el Ministerio de Educación, repatriación al país de origen, apoyo a estudios de postgrado y prórroga del contrato hasta en 1º de junio de 1970. El profesor objeto de la prórroga fue Frank. G. Schepmans, docente de inglés y francés, a quien supongo le renovaron el contrato pues pasó el resto de su vida en la Universidad Simón Bolívar como profesor activo, hasta el día que se mató piloteando su propia avioneta, una aeronave construida por él mismo. El pintoresco Frank nunca ingresó en el escalafón académico, porque en los inicios de la Universidad Simón Bolívar y durante muchos años, a los profesores de idiomas se les consideró como personal de apoyo, sin derecho a optar a la categoría de profesor ordinario. De los que se fueron a realizar estudios de postgrado, el único que fue recibido de vuelta en la Universidad después de obtener su doctorado, fue Roger de Jesús Carrillo Castellanos.
         De información recogida de boca de algunos de los involucrados, sé que a fines del 69 ingresaron a través de la Oficina de Planificación, provenientes de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela, los profesores Darío Castellanos, José Giménez Romero, José Roberto Bello Santana, Roberto Chang Mota, Simón Lamar, Simón Spósito, Luís Fábregas Travería, Roberto Halmoguera Palma y José Antonio Pimentel Monteverde. También para esa fecha y para el dictado de los cursos de matemáticas ingresaron Santiago Antón, Arturo Camacho, Rafael Bayón, Luís Bruzual Uriola, Jorge Zegarra Bernal e Inocencio Aldanondo. En diversas fechas del año 70 y provenientes de la misma fuente ingresaron Juan León, Eduardo Capiello Llamozas, Marco Milisch y Reinaldo Penso. Como no dudo que la lista peca por omisión y que además debería contener todos los profesores que contribuyeron a crear lo que hoy es la Universidad Simón Bolívar, se me ocurre que un proyecto interesante podría ser la conversión a formato digital de las nóminas de pago de los primeros años, tanto del personal directivo y docente, como del administrativo y el obrero.
         Para concluir estas notas, quisiera resaltar que gracias a la situación que se vivió en la Universidad Central a mediados y fines del año 69, la Universidad Simón Bolívar no sólo pudo captar un grupo de excelentes profesores, sino también a los mejores alumnos del área metropolitana, porque en Caracas no había ninguna otra opción viable de cursar estudios universitarios para aquellos que no podían pagar una universidad privada. La representación gremial ejercida por la profesora Albarrán y el profesor Carrillo se puede ver como un primer paso hacia la creación de la Asociación de Profesores. La primera Junta Directiva de la APUSB se instaló el 25 de noviembre de 1970; los detalles pueden verse  en la página web de la Asociación http://www.apusb.usb.ve/portal/ en la sección de Historia, arriba y a la izquierda.

Uniformado de pelotero en la playa

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Esta crónica se refiere a un viaje que el equipo de béisbol de los profesores de la USB hizo a Maracaibo a principios de 1973. Un apreciado colega, cuyo nombre recuerdo perfectamente pero no voy a mencionar, contó hace pocos años en la terraza de la Casa del Profesor y en medio del tradicional brindis asociado a algún acto académico, la historia de un equipo de béisbol de estudiantes de la USB, en la cual aparecía el Dr. Mayz jugando la segunda base de dicho equipo y luego dándoles a los jóvenes un agasajo en el Hotel del Lago. Habiendo sido yo miembro de esa comitiva (y también de la bebitiva) recordaba todos sus detalles, pero juzgué que no era apropiado corregir al narrador en ese momento. Él, aun cuando recibió la información de segunda mano, había conservado lo substancial del relato, así que decidí escribir Uniformado en la playa, mi primera versión de los acontecimientos. A finales de abril de 2009, hurgando en los archivos de Cenda en mi condición de Cronista de la USB, pude localizar la Carta Semanal donde Ernesto Mayz narra los pormenores del juego, nota que incluyo textualmente debidamente entrecomillada. El rector Mayz no sólo era el segunda base titular del equipo, sino el cronista de todas las actividades deportivas de la Simón Bolívar, tanto de profesores como de estudiantes, empleados y obreros. Le he dado un título ligeramente diferente a esta segunda versión, ya que a pesar de no haber eliminado muchas de las repeticiones que habían entre lo que escribí de memoria más de treinta años después y la nota que el Dr. Mayz había escrito en caliente, si cambié algunas imprecisiones, como la de que el short stop lo había jugado Osmar Issa, cuando a esas alturas ya había sido destronado por Edicio Ramírez, aquel catire que bateaba a la zurda y que me la sacaba de jonrón cada vez que yo lanzaba en las prácticas de bateo.

Todos los peloteros viajamos en autobús, incluyendo al Dr. Mayz, aun cuando el automóvil oficial del rector, su chofer y su guardaespaldas formaban parte de la comitiva. Los maracuchos, encabezados por el profesor Tito Useche, nos recibieron a cuerpo de rey y nos agasajaron en una discoteca hasta altas horas de la madrugada. La mañana siguiente, cuando llegamos al campo de juego de la Fábrica de Cemento, conocimos a un hermano del Dr. Mayz que era médico y ejercía en Maracaibo. No se olviden que el Dr. Mayz es marabino. Los anfitriones apenas calentaron el brazo justo antes de empezar el encuentro y a nosotros nos dejaron practicar todo lo que quisimos, más de media hora. Una vez iniciado el juego, lo estuvimos ganando hasta la quinta entrada, cuando sobrevino la debacle y nos cayeron a batazos. Ellos lo atribuyeron a que a esa altura del juego ya se habían acostumbrado a la pelota chiquita, ya que normalmente era softball lo que practicaban. La verdad era que el agotamiento físico causado por el viaje y la trasnochada, la intensa práctica previa y el agobiante calor reinante, nos venció. Así que cuando yo entré de bateador emergente, no fue por estrategia sino porque muchos de los peloteros no podían con su alma. El receptor Emilio Guevara, quien además de estar agachado la mitad del juego (que es más de la mitad del tiempo, cuando tu equipo es el que está recibiendo leña), tenía que forrarse el cuerpo con el peto, el casco, la careta y las espinilleras; así, cuando nos tocaba batear se metía de cabeza debajo de un chorro de agua que había a un lado del dugout. Los jardineros Jacinto Morales Bueno, Daniel Pilo y José Adames o Marcelo Guillén, porque cuando uno lanzaba el otro cubría una posición del outfield, tuvieron que correr de lo lindo. No hubo muchos batazos por el short, defendido por Edicio Ramírez, ni muchos tiros a la primera que era propiedad de Jacinto Gómez Vilaseca. Porque cada posición tenía su dueño y la segunda era del Dr. Mayz y eventualmente de Daniel Pilo. Yo, para poder jugar en ese equipo, me puse a practicar la posición de tercera base que nunca había defendido, porque el tercera habitual, Néstor Ollarves, las cogía todas pero no tenía fuerza en el brazo como para que sus tiros llegaran a primera y otros que se atrevieron a jugar en la esquina caliente, como Esteban Luis Berta, tenían más voluntad y valor que conocimientos o condiciones natas. Una vez el recordado colega Luis Bruzual intentó incorporarse al equipo, pero en las prácticas no agarraba los batazos elevados porque ponía el guante a un lado del cuerpo, esquivando la pelota. Yo le dije que el truco era no quitarle la vista a la pelota y así lo hizo, tan literalmente que recibió un pelotazo en un ojo que marcó su debut y despedida. Para salirme de esta digresión, incluyo el relato del Dr. Mayz, aclarando previamente que el Manager Rojas que se menciona es Salvador Rojas, en ese entonces empleado administrativo de la Universidad Simón Bolívar y que no recuerdo nada acerca del López que allí aparece, pero que por cuestión de fechas sé que no es Rafael “El negro” López.

“Un cordial acto de intercambio deportivo realizó el equipo de beisbol de los Profesores de la Universidad Simón Bolívar con sus colegas de la Universidad del Zulia. Acompañados del rector de nuestra Universidad quien juega la 2da. Base del equipo, se trasladaron el autobús a Maracaibo, donde se llevó a cabo un encuentro a nueve entradas.

“Brillante actuación tuvieron todos los integrantes de nuestra novena deportiva. Y si los resultados no fueron del todo favorables, ello se debió al cansancio del viaje, a la influencia del cálido sol marabino y a la inteligente pero demoledora estrategia social que pusieron en práctica los anfitriones. Por lo demás, en el equipo zuliano aparecían 4 ó 5 jugadores de categoría AA, entre ellos el pitcher, cuya especialidad es la hipnología en el área psiquiátrica. El árbitro, que descollaba por su generosa humanidad física, era también el chofer de uno de los autobuses de la Universidad del Zulia…

“A pesar de todas estas adversas circunstancias, nuestros profesores dejaron muy en alto el nombre de la Universidad Simón Bolívar y demostraron una vez más su clase beisbolera. Si entrar en detalles, este cronista quiere destacar la brillante actuación que como pitcher tuvo el profesor Marcelo Guillén, quien abrió las acciones desde el montículo. Guillén pretendió dominar los bateadores contrarios empleando su célebre curva rabo e´cochino; pero los de Maracaibo como que se han especializado en dar palos cochineros. El profesor Guillén tuvo, en consecuencia, que ser auxiliado por su colega Pilo, quien a decir verdad no estaba en su mejor forma, por haber perdido, durante el viaje, sus lentes de contacto. Por esta razón no veía muy claro el home, lo que obligó al Manager Rojas a sustituirlo por el profesor Adames, después que Pilo recibió una pila de palos. Adames sufrió los rigores del sol marabino y aunque tuvo momentos estelares, donde brilló su innegable clase, sufrió continuos parpadeos en su control. Esta circunstancia y una serie de errorcillos cometidos por algunos de los otros titulares – a quienes no viene al caso nombrar descortesmente – hicieron que los de Maracaibo se envalentonaran en el oficio de correr continuamente las bases.

“Entre las ejecutorias más inesperadas del juego cabe destacar la impecable defensiva que lució el 2a. base Mayz, aunque su actuación al bate dejó mucho que desear, ya que sorbió tremendo ponche maracucho propinado por el pitcher psiquiatra. Sin embargo, haciendo llave con el profesor Edicio Ramírez, quien defendía el campo corto, intervino en 4 ó 5 lances sin la menor sombra de error. Era domingo y estaba en su tierra. Por eso, este cronista no sabe todavía el motivo que tuvo el Manager Rojas para sustituirlo en el 5° episodio, cuando el Dr. Jacinto Gómez –aquejado de un doloroso esguince que le produjo una audaz carrera con la que quería llegar a primera, con un simple rolincito– haciendo gala de vergüenza, presentó su irrevocable renuncia y le pidió al Manager Rojas que lo sustituyera. La salida de estos dos brillantes jugadores del equipo fue aprovechada, indudablemente, por los zulianos, quienes comenzaron a batear pérfidamente entre primera y segunda, aprovechándose en el manifiesto overtraining que exhibía el profesor Issa, sustituto del Rector. Sin embargo, en descargo del mencionado profesor Issa, hay que decir que alguien observó que el campo deportivo no tenía las condiciones requeridas y que una y otra vez la pelota disparada en roling o en flai, parecía tropezar maliciosamente con piedritas colocadas en la trayectoria del mingo.

“En los campos de fildear sobresalieron todos – López, Loreto, el importado Mc Knight – pero se comentó insistentemente que el profesor Morales Bueno no parecía tan Bueno en Maracaibo como en Sartenejas. Guevara impecable como catcher, aunque sus tiros a segunda – por la potencia del brazo – llegaron muchas veces al centrofield. Ollarves cometió uno que otro pecadillo en tercera. Sus tiros a primera eran una pesadilla para Jacinto Gómez, quien le adjudica gran responsabilidad en el traicionero esguince que decretó su salida del juego.

“La sorpresa del evento la dio el Profesor Loreto, quien largó un mandarriazo de dos bases por el centro field. Fue el primer hit de Loreto en 35 turnos al bate. Pero con algo se empieza…

“Al fin del encuentro la pizarra eléctrica marcaba 7 x 4, aunque después del 4° episodio parece que hubo un corto circuito en Maracaibo.

“Aparte del encuentro deportivo hubo un extraordinario programa de actividades sociales, donde la cordialidad y el compañerismo reinaron entre los Profesores zulianos y los usebistas.”

Lo del batazo de dos bases lo recuerdo vivamente, porque cuando me deslicé en la segunda base en un campo tan duro que parecía estar cubierto de cemento, me lesioné pero no dije nada, porque acababa de entrar a jugar y yo siempre he sido un fiebrúo. A la larga (bien larga, a principios del siglo XXI) tuve que operarme de los meniscos de la rodilla derecha para poder seguir jugando. Por la noche, el mismo Dr. Mayz me ayudó a calmar el dolor, recetándome el linimento de Sloan, que él usaba a pesar de que a doña Lucía, su esposa, le producía alergia. Lo de los 35 turnos sin hit es una exageración, pero sus crónicas siempre gozaban de este elemento, para bien o para mal. Un tiempo después, cuando debuté como pitcher en el softball, dijo que yo había ponchado a ocho contrarios, incierta hazaña bien difícil de lograr por cualquier pitcher, aun en la modalidad de lanzamiento rápido (mis lanzamientos nunca han sido rápidos, más bien mañosos) que se practicaba en esa época.

Esta crónica se refiere al béisbol (o beisbol, como lo escribió el Dr. Mayz, que es la forma como se pronuncia en Venezuela y que es la que yo prefiero, pero que el procesador de palabras me la corrige automáticamente) y no softball, porque eso era lo que jugábamos, ya que en la Universidad Simón Bolívar no se había construido todavía el campo de softball. Los zapatos con ganchos de metal (los ganchos) contribuyeron a que me lesionara, en lo que fue el último deslizamiento de mi vida. No que dejé de jugar, sino que siempre advierto: ¨Si depende de que me deslice o no para que ganemos o que perdamos, perderemos porque no voy a hacerlo¨. Lo cual me recuerda a Nerio Olivares Nava, buen tercera base y buen jardinero pese a su corpulencia, a quien cuando le pedían que ocupara la receptoría decía: ¿qué quieren, que no juegue?

Una vez terminado el partido, los profesores de la Universidad del Zulia nos invitaron a una tarde de playa en unas instalaciones que la Asociación de Profesores de LUZ tiene en las inmediaciones de Isla de Toas, en el Lago de Maracaibo. Tomamos el autobús uniformados, para cambiarnos en la playa. El Dr. Mayz, como de costumbre, se vino con el equipo. No así Daniel Pilo, quien convenció al chofer del Dr. Mayz para que lo llevara a visitar a unos amigos antes de ir para la playa. Llegamos y nos cambiamos, todos menos el Dr. Mayz cuyo traje de baño andaba en la maleta del carro. El vehículo nada que aparecía y el disgusto del Dr. Mayz, paseándose en la playa en uniforme de pelotero, era palmario y creciente. Yo seguramente andaba dándome un chapuzón cuando llegaron los del carro, pero me contaron que el Dr. Mayz le armó tremendo zaperoco al chofer. Quizás esto influyó en la beca de postgrado que luego recibió Daniel, una especie de exilio dorado que a la vez eliminaba competencia en la segunda base.

De regreso para Caracas, con una visita a la zona colonial de Coro, ya que en ese entonces la ruta de Barquisimeto era casi intransitable en la zona de Puente Torres, cuando nos aproximábamos a la alcabala de Sanare les advertí a todos, basado en la experiencia adquirida en los años que trabajé en la refinería de Amuay, que se portaran bien, que esa era una alcabala sumamente fregada. Apenas hizo presencia en el interior del autobús el guardia nacional y dio las buenas noches, José Adames se despertó, se puso de pie y dirigiéndose a mí, que estaba sentado en la primera fila, me preguntó con lengua de trapo: "¿No quieres un traguito Luis?", frase que acompañó con un vaso en una mano y una botella en la otra. La reacción del guardia fue bajarse inmediatamente del autobús, diciéndonos con firmeza: "¡Sigan señores! "

Del noreste a Sartenejas

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La primera mención sobre la ubicación física definitiva de la Universidad de Caracas que aparece en los “Documentos de la Universidad Simón Bolívar 1967-1969” data de finales de junio de 1967. Un informe de la Comisión Organizadora señala la inclinación por el este de la ciudad de Caracas, seguramente en tierras del estado Miranda. En noviembre de ese año se habla de operar los primeros dos o tres años habilitando edificaciones como unidades de vivienda del Banco Obrero o liceos,  las cuales se destinarían luego a su uso original o quedarían como bienes a rentar. Para la ubicación definitiva en la zona del este se mencionan La Urbina y Sartenejas. Ya con el concurso del asesor designado por el Ministerio de Obras Públicas (MOP) Wilhelm Mächler Fehr(Don Guillermo, como yo lo llamaba con cariño), en enero de 1968 se habla de Los Teques, de los Valles del Tuy y en particular Santa Lucía, de Sartenejas con bajas posibilidades debido a los problemas de transporte y al elevado costo del terreno y de La Urbina, que se desechó por el elevadísimo costo de los terrenos, 50 bolívares por metro cuadrado, cuando el Banco Obrero había ofrecido 20 bolívares, precio que todavía se consideraba bastante alto. Más adelante se habla de los terrenos de la Hacienda “Caicaguana” colindantes con la urbanización La Lagunita, que disponía de algunas vías de comunicación. En marzo el Dr. Mächler rechaza razonadamente la ubicación definitiva en El Helicoide propuesta por el Banco Obrero, la cual ni siquiera consideraba apropiada para su uso en forma temporal.Se menciona de nuevo a Sartenejas, con un costo que doblaba el precio estimado por la Comisión Organizadora de la Universidad, a Santa Rosa de Lima, a Los Teques y a la Hacienda Montalbán-La Vega, con un área aprovechable cercana a las cien hectáreas deseadas, pero con un costo muy elevado. En algún momento se mencionó la ubicación en la intercomunal de El Valle, o en el edificio Mereani en la avenida Andrés Bello. En ese mismo mes, en un informe general sobre la institución se detallaban los recursos económicos recibidos en 1967, los asignados para 1968 y los requeridos para 1969. En el último párrafo del documento se informaba que las cantidades mencionadas no incluían aporte alguno para solucionar el problema de adquisición de terrenos, ni para construcciones ni tampoco para alquileres de edificios. Se señalaba que tales recursos serían objeto de consideración especial por parte del Ejecutivo Nacional, por órgano del MOP y que se esperaba la pronta asignación de los recursos tanto para la adquisición de los terrenos, como para las construcciones provisionales.
El Helicoide, una posible sede
De la reunión posterior que sostuviera la Comisión Organizadora con el Ministro de Obras Públicas, se eligió la hacienda Sartenejas tanto para las instalaciones provisionales como para las definitivas. Se visitó el sitio el día 19 de marzo y se ratificó que los terrenos reunían las condiciones necesarias para la ubicación definitiva del Núcleo principal de la Universidad de Caracas; se señaló que la vialidad y otros servicio existentes permitirían, sin muchos gastos adicionales, la construcción de las edificaciones provisionales. El dueño, Antonio Santaella, ratificó su oferta de venta y su disposición a permitir la iniciación de las construcciones provisionales una vez que se llegara a un compromiso sobre la compra-venta. Informó que la parte de la hacienda dedicada a cultivos sería desocupada en un plazo de noventa días, conforme al convenio que él tenía con la Federación Campesina. También informó que de la venta quedaría excluida una extensión de unas veinte hectáreas a la entrada del valle en la parte plana de la hacienda, correspondiente al “Gran Coliseo de Caracas”, que estaría destinado a corridas de toros y a espectáculos de carácter cultural. Ya existían las bases de concreto del tendido norte de dicho coliseo, las cuales fueron aprovechadas hace muchos años para edificar la Casa del Estudiante.
Manga de coleo, al fondo la carretera que
          sube a la urbanización El Placer
Para el coso se había planificado un estacionamiento para cinco mil automóviles, cuyo uso podría convenirse con la Universidad de Caracas. También excluía la oferta la casa principal de la hacienda y otras construcciones adyacentes, pero que se podrían incluir en las negociaciones. El 21 de marzo el Presidente de la Comisión Organizadora, Luis Manuel Peñalver, recibió una comunicación del ingeniero José Sandoval del MOP, en la cual le comunicaba las resoluciones que había tomado ese Ministerio: 1) La preparación del decreto de expropiación de los terrenos de Sartenejas ofrecidos en venta al Banco Obrero, para llevarlo como Punto de Cuenta al Gabinete el 26 de marzo. 2) La encomienda a la Dirección de Bienes y Servicios para la preparación de un avalúo tentativo, en la forma más rápida posible. 3) La necesaria formación de una Comisión Negociadora integrada por el MOP y la Universidad Experimental, para tratar lo relativo a la adquisición y ocupación de los terrenos con los propietarios o sus apoderados. 4) La preparación del diseño de las instalaciones para mil estudiantes iniciales, con base en los elementos prefabricados existentes en el MOP. 5) La expedición de las órdenes pertinentes para que los Talleres del MOP comenzaran a preparar los elementos prefabricados requeridos para reponer los que se iban a emplear y para complementar la demanda de las instalaciones de la Universidad y 6) La instrucción de que instalaciones iniciales señaladas se ubicaran en el terreno de forma tal que no estorbasen las construcciones definitivas. En reunión de la Comisión Organizadora del 22 de abril, el Dr. Peñalver expresó que el Dr. Leopoldo Sucre
Figarella, Ministro de Obras Públicas, le manifestó que se estaba en el proceso de perfeccionamiento del avalúo de los terrenos de Sartenejas, para entrar en conversaciones con los dueños esa misma semana. Parecía que el procedimiento que utilizaría el MOP sería el de negociación, porque se pensaba que la expropiación podría alargarse y resultar costosa. El Ministro había insistido en que Gobierno tenía la intención de adquirir los terrenos y había manifestado a las altas autoridades ejecutivas la necesidad de solucionar ese problema en el mes de abril, a fin de que hubiera tiempo de construir los edificios provisionales para iniciar los cursos en octubre. Teniendo en cuenta que lascosas en palacio, van despacio, el 13 de mayo el Dr. Peñalver anunció que visitaría al Ministro de Obras Públicas, para acelerar las gestiones sobre los terrenos y las construcciones provisionales.
Como resultado de la entrevista sobre los terrenos antes planteada, a finales de mayo la Comisión Organizadora recibió de su Presidente los detalles pertinentes. El Ministro de Obras Públicas le había informado que el avalúo de los terrenos de Sartenejas alcanzaba un valor cercano a los 34 millones de bolívares, incluyendo los terrenos reservados por la Compañía Anónima Bosques de Sartenejas para el Coliseo de Caracas, e igualmente los terrenos y edificios correspondientes a las casas de habitación del Sr. Santaella y de sus familiares. El Ministro consideraba el precio bastante alto y señaló que el proyecto de Decreto de Expropiación estaba listo, pero que preferían llegar a un acuerdo, para lo cual había autorizado al Dr. Peñalver para hablar directamente con los interesados, a fin de ajustar un precio razonable. En consecuencia el Dr. Peñalver se había reunido con el Dr. José González González, representante de la firma Bosques de Sartenejas y había invitado a la Directiva de la misma a una reunión que se efectuaría esa misma tarde en el MOP con el ingeniero Manuel Corao. Después de la conversación con el Dr. González, se resolvió enviar una comunicación a la Compañía, manifestándoles que la Universidad de Caracas había recibido información del Ejecutivo de disponer de veinticinco millones para la adquisición de los terrenos, suma que se proponía como base de la negociación.
En el informe que el Presidente de la Comisión Organizadora presentó el 12 de junio, el primer punto se refirió especialmente al asunto de los terrenos para la Universidad. La Compañía Bosques de Sartenejas había rebajado el precio a 30 millones de bolívares y el MOP había elevado su oferta inicial de 22 millones a 25 millones. Vislumbrando que la negociación podría no darse, se habló de la búsqueda de otros terrenos. También se trató sobre el tipo de construcciones: estructuras prefabricadas para escuelas rurales o edificios de carácter más definitivo, de tres o cuatro pisos y la necesidad de tener un proyecto definido en el año 69. La oferta del MOP de 25 millones, según se informó en reunión de 1º de julio, fue aceptada por la Compañía Bosques de Sartenejas. Dado el estado de las negociaciones, en la misma reunión se habló de la necesidad de elaborar un informe para el Ministerio de Educación sobre apertura de cursos y organización de la Universidad. El 8 de julio se informó que la Compañía Bosques de Sartenejas estaba en quiebra y que posiblemente los acreedores no objetarían la negociación. Para el 15 de julio el ministro Sucre Figarella había pensado en la utilización o adquisición de los terrenos en Los Naranjos, alternativa que fue definitivamente descartada una vez realizados los estudios topográficos. En esa fecha se habló de nuevo sobre el precio de los terrenos de Sartenejas, estimándose que no valían más de 20 millones. En la reunión de la Comisión del 8 de agosto se informó de la ruptura de la negociación de los terrenos, por discrepancias en el número de hectáreas planas ofrecidas (50) y el número verificado por el MOP (30). El Ministro de Obras Públicas resolvió ir a la expropiación, mientras que la Compañía Bosques de Sartenejas buscaba un avenimiento a través de la Procuraduría General de la Nación, ratificaba la suma de 25 millones y detallaba las pendientes de todos los terrenos.
Cuando aparece el 27 de agosto de 1968 el Decreto 1.177 por el cual se declara como zona afectada por la construcción de la Universidad Experimental de Caracas, una extensión de terreno de propiedad particular ubicada en la jurisdicción del municipio Baruta, daba la impresión de que la materia había llegado a su punto final. Las coordenadas del campus especificadas en el decreto firmado por el Presidente Raúl Leoni, están referidas a la estación de triangulación Loma Quintana, cuyas coordenadas son 10°30’24” N 66°55’66” W. Una estación de triangulación es un punto de la tierra cuya posición ha sido determinada por triangulación. El punto origen antes descrito en grados, minutos y segundos, cae en la misma colina que desde 1888 aloja al Observatorio Cajigal, en pleno centro de la vieja Caracas, en las inmediaciones del cerro El Calvario, parroquia 23 de Enero. Al día siguiente aparece una nueva alternativa en los alrededores de Los Teques, correspondiente a los terrenos del Haras Shangri–La de los Hermanos Azpurua más unos vecinos pertenecientes al señor Alfredo Toledo. Se objetaba su situación remota, a una hora de Caracas y que su belleza no era comparable con la de Sartenejas. La gran ventaja era el precio total, unos cinco millones de bolívares, muy por debajo del costo de Sartenejas, lo que había impulsado al MOP a tratar de parar el decreto de expropiación de Sartenejas, pero no pudieron porque ya estaba publicado en la Gaceta Oficial. La opción de Los Teques se descarta a principios de setiembre, por varias razones: 1) En virtud a su nombre, la Universidad de Caracas debería estar en el área metropolitana. 2) Su ubicación cercana a Los Teques causaría confusión e interferencia con el núcleo allí creado por la Universidad Central de Venezuela. 3) La distancia desvirtuaría la idea original de su creación. 4) La inadecuada forma alargada, angosta y sinuosa de los terrenos y 5) La economía del costo sería contrarrestada por la necesidad de construir residencias para profesores y alumnos.
Para setiembre y habiéndose rechazado los terrenos de Los Teques, se esperaba un arreglo favorable con respecto a Sartenejas, gestiones que estaban en manos de la Procuraduría y se anunciaba la próxima firma del arreglo con los dueños. El 30 de setiembre el Dr. Eloy Lares Martínez, Procurador General de la República y miembro de la Comisión Organizadora de la Universidad de Caracas, informó sobre el convenio de avenimiento firmado con la Compañía Bosques de Sartenejas, indicado que el área a adquirir comprendía todo el valle, incluyendo la parte del Coliseo de Caracas. El convenio acordaba la designación de los peritos para el avalúo. Se conversó sobre un plazo mínimo de cinco a seis meses para terminar las construcciones iniciales, tomando en consideración la desocupación de los terrenos, el levantamiento topográfico y pruebas de suelo con estudios de laboratorio, el proyecto de fundaciones y movimiento de tierra, la necesidad o no de pilotaje, obra bruta con tres placas para cada edificio de dos plantas y el acabado final. En octubre, las gestiones ante el Ministerio de Educación condujeron a una visita del ministro Siso Martínez a Sartenejas, quien conversó con el señor Santaella y éste le ofreció la donación de los muebles coloniales de la casa. También se habló de efectuar el aviso de apertura de las preinscripciones y la rueda de prensa sobre la iniciación de los trabajos en Sartenejas, ocasión para la cual el señor Santaella ofreció una ternera. Para diciembre el informe de los peritos estaba retrasado, por la renuncia del que había designado el señor Santaella, al estar en desacuerdo con los otros dos. También había retardo en el avalúo ante la Contraloría de las bienhechurías de los pisatarios, los agricultores que pagaban arrendamiento por las tierras que cultivaban.
Los pisatarios no estaban muy dispuestos a marcharse

E 21 de marzo de 1969 el Dr. Lares Martínez, ya en su carácter de Rector de la Universidad de Caracas, informó que las conversaciones con el señor Santaella en busca de una negociación privada por los terrenos habían sido largas e infructuosas, lo que condujo al decreto de expropiación, al nombramiento de peritos valuadores y a la ocupación de los terrenos y las casas que se habían ido desocupando. Los peritos  no habían podido cumplir su cometido al haber renunciado el arquitecto Enrique Matamoros, designado por del señor Santaella y la decisión de éste de no nombrar un sustituto, a menos que la Contraloría los removiera a todos, pretensión que el organismo no aceptaba. Los otros dos peritos, el ingeniero Ruperto Mac Quhae, representante de la Nación y el ingeniero Pedro Emilio Herrera, nombrado de mutuo acuerdo entre las partes, estimaban como precio máximo 22 millones de bolívares y las aspiraciones de Santaella no bajaban de los 33 millones. Siguió informando el Rector que el arquitecto José Hoffmann ya había elaborado los proyectos para los primeros edificios, cuya construcción había sido encomendada por el MOP a la Compañía Anónima Técnica Constructora. Ésta ofrecía terminarlos en cinco meses y medio, siempre que le entregaran a la mayor brevedad los proyectos para el tratamiento de las aguas negras y la captación de las aguas blancas, que el MOP remitiera a la Contraloría el contrato para su debida aprobación y que el MOP realizara los pagos con regularidad. El MOP había pintado la casa de la hacienda, la cual se había destinado a las autoridades universitarias, y había colocado luces de neón, las cuales el Rector pidió al MOP que fueran cambiadas por no armonizar con el estilo de la casa; también les solicitó otras modificaciones que convirtieran a dicha casa en una digna oficina rectoral.
Casa Los Naranjos, aspecto en los años 60.
La casa grande, donde se asentó el Rectorado

El nuevo Rector Ernesto Mayz Vallenilla, en reunión del 27 de agosto informa que los planes de las edificaciones provisionales estaban muy avanzados y que las autoridades universitarias habían realizado gestiones para la expropiación de los terrenos limítrofes de la Hacienda Sartenejas. Al día siguiente destaca que los lotes situados al sur de Sartenejas ocupan una importante extensión de tierra, cuya urbanización por terceros entorpecería el desarrollo de los planes de la Universidad. A principios de setiembre la autoridades universitarias formulan por escrito al Ministro de Educación, Héctor Hernández Carabaño, el perfeccionamiento de la expropiación. Señala que el establecimiento de vecinos podría causar molestias entre ellos y la población universitaria y que había que decretar la expropiación con urgencia, antes de que el valor y precio de los terrenos aumentara como lógica consecuencia del comienzo de las construcciones universitarias. Otro lote de terreno que consideraban necesario expropiar era aquel donde funcionaba el Club Sartenejas, del lado este de la carretera, frente al valle y cuyo destino sería el de servir como sede al Instituto Universitario de Tecnología. La respuesta del MOP fue ordenar la mencionada expropiación, gestión que contaba con el respaldo del señor Presidente de la República. A mediados del mes el Dr. Rivero Palacio informó que los topógrafos del MOP que estaban haciendo el levantamiento de Sartenejas, habían recibido instrucciones de levantar también los nuevos terrenos solicitados. Sobre las construcciones, señaló que sólo se disponía de un plano en escala 1:5.000 y que era necesario hacer un levantamiento aéreo a escala 1:500, cuyo costo era de 130.000 bolívares (un poco más 30.000 dólares al cambio de 4.30). Visto con la óptica del siglo XXI y Google Maps, esto no deja de sonar a prehistoria.
En septiembre de 1969, cuando vine por primera vez a Sartenejas junto con Roberto Chang Mota y Luis Fábregas, pude ver como las caballerizas de la casa de la hacienda empezaban a tomar la fisonomía de galpones. Ese nombre no era del agrado del Rector Mayz, razón por la cual los hizo llamar pabellones. En el sitio nos recibió el Vicerrector Administrativo Federico Rivero Palacio, quien estaba coordinando la construcción y mientras hablábamos recorrimos las incipientes edificaciones que albergarían las primeras aulas. Palas, picos, tobos, cucharas de albañilería y aperos de montar compartían el espacio con caballos, jinetes, obreros y caporales, bajo una atmósfera donde el olor a forraje y a estiércol se mezclaban con el del cemento que terciaban con arena y agua en el lugar. El Decreto de Expropiación de las zonas limítrofes fue firmado el 19 de noviembre de 1969 por Rafael Caldera, Presidente de la República. Para marzo de 1970 la Consultoría Jurídica informó sobre la situación de los pisatarios, los cuales no estaban pagando arrendamiento ni a los antiguos propietarios de los terrenos ni a la Universidad. Por otra parte, el MOP había pagado las bienhechurías a varios de los pisatarios y continuaría haciéndolo. Para mi, en la preocupación que en ese momento surgió acerca de la conservación del buen aspecto de esos terrenos una vez que se hubiesen retirado los pisatarios, está la semilla de los jardines, una parte importante de la identidad del campus de Sartenejas. En abril el Rector informó haberse enterado de un problema existente con el decreto de expropiación de los terrenos adyacentes, por la suma de dinero que representaba la expropiación de ciertas parcelas. Todos los miembros de la Comisión Organizadora estuvieron de acuerdo en la necesidad de defender a toda costa esos terrenos y que si existió algún error de cálculo en el precio, era imputable al MOP. Más adelante y de acuerdo con el Director de Bienes y Servicios del MOP, se convino en principio en reducir la expropiación de las áreas al sur de la Universidad, a una franja que estableciera la necesaria separación con la Urbanización Monte Elena, debido a los altos costos. El recuento del año 1970 sobre los terrenos, finaliza en abril con el anuncio de creación en el Departamento Vargas de un Instituto Tecnológico Universitario dependiente de la Universidad. Aquí se empieza a vislumbrar lo que, dentro de la concepción de Núcleos de la Universidad, sería a la postre el Núcleo del Litoral, cuya interesante historia espero poder narrar.

Como punto final debo asentar que ignoro cuánto se pagó finalmente por el Valle de Sartenejas, pero sí que la cancelación se hizo con Bonos de la Nación, los cuales no podían ser cobrados aún varios años después de emitidos. En las colinas del Valle de Sartenejas estaba planificada la Urbanización Monte Elena (en honor a Doña Elena de Santaella),  de la cual se llegó a construir la primera etapa, vendida y habitada, cuyas dos entradas están al lado del Departamento de Mantenimiento, frente a la salida de la universidad y frente a la entrada del Parque Tecnológico de Sartenejas (PTS). La segunda etapa, que abarca los terrenos del PTS, donde están el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA), el Instituto de Ingeniería y el Instituto Universitario de Estudios Musicales, fue afectada por el segundo decreto de expropiación ya mencionado. La tercera etapa quedaba del otro lado de la autopista, en la actual vía hacia Monte Claro, zona que fue invadida a raíz de la muerte de Don Antonio Santaella.

Los fantasmas de Sartenejas.

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Si en las plazas de toros aparecen vagando los espíritus de los toreros que murieron en plena faena, algo similar debe suceder con los astados, que en estos menesteres llevan siempre las de perder. No se si en las corridas de toros que se efectuaron entre 1955 y 1962 en el Club Sartenejas la suerte era a matar, o si simplemente se trató de toreo portugués. En todo caso, nadie ha visto jinetes en el cielo de la universidad, pero si hay recuentos de otros tipos de fantasmas. La Casa del Estudiante es mudo testigo de las citadas corridas, ya que su extraña arquitectura obedece a que está construida sobre lo que fueron las bases de parte de las tribunas de la plaza de toros.  Contaba también el citado Club (según lo recogió María Teresa  Jurado de Baruch en su obra “La Universidad Simón Bolívar a través de sus Símbolos” Editorial Equinoccio, 1987 ) con piscina, picadero para equitación, manga de coleo, caballerizas, canchas de polo, campo de golfito, gallera, restaurant, salas de juego, canchas de tenis y campos de tiro.
               La primera noticia que se tiene sobre fantasmas en el campus de Sartenejas tiene que ver con el proyecto de difusión televisiva, que fue una feliz realidad con La Simón TV, hoy lamentablemente fuera del espectro radioeléctrico. Creo que todavía quedan en algunos de los ambientes que antes alojaron aulas en los básicos, las estructuras metálicas que sostenían a los receptores de televisión a un lado del pizarrón. Las trasmisiones se originaban en el Rectorado y se distribuían por cable hacia el edificio Básico I, pero pronto el nivel freático del valle inutilizó el canal principal de distribución de la señal. Este proyecto, que hacía pionera a la Universidad Simón Bolívar en el área audiovisual, estuvo originalmente a cargo de Roberto Chang Mota y luego pasó al control de Enrique Jorge Tejera Rodríguez. Como la señal viajaba por cable, no se trata de fantasmas tecnológicos, nombre que reciben las señales que llegan con distintos retardos a un receptor debido a la propagación por trayectorias múltiples, sino verdaderos aparecidos, retruécano incluido.
              
La instalación de los receptores de televisión en el Básico I se hacía de noche, para no perturbar las actividades y era realizada por Adías Godoy Chávez y su ayudante Monasterios. No se si era porque no les pagaban horas extras, pero estos dos técnicos estaban renuentes a continuar el trabajo, ya que de noche los acosaba el fantasma de un mujer, una de las pisatarias del valle, la cual se había ahorcado según cuentan en una mata de mango que había en la zona que hoy queda entre el Básico I y el Básico II. El relato de Godoy y Monasterios vino a ser corroborado por el ingeniero José Itriago (ex alumno mío de la Universidad Central y primo de nuestro apreciado colega Pedro Pieretti), quien en una solitaria noche recogió en las afueras de la Universidad a un Guardia Nacional que huía despavorido de la mujer fantasma. Quien desee más detalles, puede consultar “La señorita de Sartenejas”, escrita por José Urriola Casanova en el blog de los Hermanos Chang http://hermanoschang1.blogspot.com/2006/02/la-seorita-de-sartenejas.html
              
Después empezó a aparecer un vampiro en los básicos, con colmillos, capa y demás aditamentos. Aparecía envuelto en la capa y la desplegaba ante sus víctimas, causando más de un susto y huyendo sin ser identificado. Pero sus fechorías finalizaron el día que se escondió en un baño y abrió la capa frente al profesor Nelson Vázquez. Peló los colmillos, emitió un ruido gutural y el profesor ni se inmutó, cosa que no debe extrañarle a quienes conocemos a Nelson. Confuso, el estudiante no solamente le pidió perdón al profesor, explicándole que esperaba asustar a otro estudiante, sino que además se quitó la careta y fue plenamente identificado. Como se dice el pecado pero no el pecador, les diré que el apodo del vampiro era “Tu”, trato que le daba él a todo el mundo, incluyendo al Rector si es que la ocasión se le hubiese presentado.
              
Para los que no criamos en un pueblo, la sayona, la burra maneada, el carretón, la llorona, Juan sin pantalones y otros tantos aparecidos eran parte de nuestras tertulias nocturnas. No le temíamos a los fantasmas, al punto que mi padre me aconsejaba que si tenía que dormir al descampado en un lugar desconocido, lo hiciera en el cementerio; que a los que había que tenerle miedo era a los vivos. Después, con el advenimiento de la luz eléctrica, los lémures cambiaron de domicilio. Por eso en el año 72,  cuando salí más tarde que nunca de la clase de Transmisión de Datos que dictaba en horario nocturno en el Básico I, cuando ya se habían marchado todos mis alumnos del postgrado de Computación, no me alteré en lo más mínimo ante la presencia de una blanca figura que agitaba los brazos en medio de la penumbra que reinaba en la curva de lo que es hoy el Edificio de Comunicaciones. Al acercarse a mi carro, la figura se  delineó como una muchacha rubia, ataviada con una bata de laboratorio, que me pidió que por favor la sacara del recinto universitario. Le pregunté que hacia donde se dirigía y me dijo que hacia cualquier lugar civilizado; le dije que yo iba hasta Piedra Azul, le expliqué dónde quedaba eso y me dijo que perfecto. En el camino me contó que la práctica de química se había tardado más que nunca y que cuando se dio cuenta, no quedaba sino ella en el pasillo del laboratorio. Que eso era lo habitual, salir tardísimo de los laboratorios, pero que ese día había batido el record. Iba hacia el este, así que la llevé hasta la parada de los carritos (sí, en ese entonces eran automóviles de cinco puestos) que todavía está frente a la Plaza de Baruta.
               Según me han contado, otra noche un grupo de estudiantes de química que salían del Básico I, se espantó con los lastimeros quejidos que surgían desde algún punto del oscuro estacionamiento. No huyeron despavoridas, pero se agruparon solidariamente, hasta que pudieron distinguir claramente que la voz pronunciaba el nombre de Liselotte, una de las muchachas del grupo. El pobre abuelo de una de ella la había ido a buscar, se estacionó y decidió caminar en medio de la penumbra hacia el edificio. Para mala suerte no lo hizo por el puente y rodó por el amplio canal de desagüe que en ese entonces no estaba embaulado, sufriendo múltiples traumatismos. Esta historia parece remota, pero en pleno siglo XXI todavía las alcantarillas le juegan malas pasadas a los transeúntes, según me han informado.

               
Un Guardia Nacional que hacía la ronda nocturna fue mucho más drástico ante la presencia de una bata blanca que caminaba sola por los pasillos del Básico I. Si algunos no lo saben, dentro del campus de la USB, en la casita que está en la curva frente al MYS operaba un destacamento de la Guardia Nacional y las áreas exteriores de los primeros exámenes de admisión fueron custodiados por guardias que portaban armas. La decidida acción del guardia fue cargar el arma reglamentaria, posiblemente un FAL, y apuntar al blanco móvil. Ante las angustiadas palabras que surgieron de la bata, se acercó y pudo identificar a un joven de piel oscura, con una bata de laboratorio sobre los pantalones negros y los zapatos negros. No era otro que el conocido José Alvarado, el negro Alvarado, o el “Black Hole” como le decimos los que practicamos con él softbol, pues era muy buen bateador, pero medio espía con el guante. José, como parte de sus labores de técnico, antes de que se fuera al exterior y obtuviera su doctorado, se encontraba realizando algunas instalaciones en los laboratorios, por supuesto que de noche y sin cobrar horas extras.
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